alberto-meneses1532749393 Alberto Meneses

Un hombre asecha en un callejón a su presa. La mujer de rojo que fuma un cigarrillo.


Cuento Sólo para mayores de 18.

#Terror;-monstruos;-asesino
Cuento corto
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Kevin

Casi podía imaginar el aroma de su sangre, esa consistencia viscosa deslizándose entre sus dedos. Su boca se llenó del embriagante sabor a hierro. Repitió una y otra vez en su mente que su cuchillo era de metal y la sangre también tenía metal. Su trabajo era un arte complejo, era poesía, lógica y química. Nadie lo entendía, solo él podía comprender la perfección de aquel razonamiento, de las cosas que debían unirse para adquirir una coherencia que solo podría compararse con la creación divina. Era irónico, si acababa con aquella chica, si la descuartizaba, si hacía su ropa girones y la convertía en una masa sanguinolenta no estaría matándola, no señor, la estaría ayudando a trascender a otro plano de la existencia: La estaría convirtiendo en una pieza maestra. Las chicas siempre quieren ser musas y él iba a convertirla en una, después de todo, no había reglas sobre qué tipo de arte debía inspirar una musa.

La muchacha encendió un cigarrillo y llenó el filtro de labial, era como si convirtiera sus besos en humo para envolver la noche con su seducción, para llegar a él y tocarlo como nadie lo había tocado, sin que pudiera usar sus manos para detenerla, porque sus caricias eran como el aire, venían y estaban en todas partes. Tal vez ella podía sentirlo escondido allí detrás como un duende, de esos que viven debajo de los puentes deseándola, sintiéndola, gimiendo por ella, tocándose. Era como si ella quisiera también que el lo hiciera, que quitara las yemas de sus dedos como si fueran la pulpa de una fruta fresca, él sabía que era así.

Exhaló una bocanada de aire frio, esa iba a ser su noche, ya no podía seguir escondido, ella estaba ahí sola, indefensa, expuesta, solo para él, toda para que él hiciera su obra de arte. Un poco de ceniza cayó en su escote y ella comenzó a esparcirla dibujando círculos, luego sonrió y continuó fumando. Él puso su mano en su entrepierna acariciándose, pellizcando un poco sus testículos, sintiendo como su pene crecía liberándose del prepucio. Agradecía no haber sido circundado, no había nada que se comparara a aquella sensación. Abrió la boca como si estuviera asombrado, como si algo lo quemara, pero en ese momento las comisuras de los labios le ardieron, sus labios comenzaron a partirse y tuvo que hacer un esfuerzo muy grande para no gritar. Había reparado en todo, pero no en que tenía que comprar uno de aquellos tubitos para humectar sus labios. Ser un asesino implicaba poder hacer cosas en lugares que no se imaginaba, tener la libertad que ofrece el cobijo de la noche.

Ella estaba distraída mirando su celular, tal vez confirmando cita con alguno de sus tantos clientes, no sabía que esa noche lo único que iba a humedecer era el cuchillo de un asesino, el mejor asesino de todos los tiempos, el que pudo seguirla desde la zona centro hasta aquel callejón sin que nadie se diera cuenta, que sabía dónde vivía, qué le gustaba hacer y qué no y hasta cuanto cobraba. Él apretó el cuchillo, estaba decidido, pero cuándo estaba por dar el primer paso sintió una fuerte comezón en la planta del pie. Intentó rascarse apoyando el pie sobre la acera, pero necesitaba algo puntiagudo o la comezón no pararía. Se sacó el zapato y comenzó a rascarse contra la acera. <<¿Cómo puede pasarme esto ahora>>, pensó, era imposible, sobre todo porque había preparado las cosas muy bien, porque era un gran asesino.

Una gota de sudor frio cayó sobre su nuca, el aroma del sudor se mescló con el olor a cañería de aquel callejón, sintió que algo viscoso le escurría por la oreja, no pudo resistirlo y comenzó a rascarse nuevamente sintiendo como su piel se hacía blanda como la carne molida de puerco o como una herida expuesta. Cuando la comezón se hizo tolerable tragó un poco de saliva pensaba en hacerlo ya, en correr hacia ella, jalarla de los cabellos, golpearla contra el contenedor de basura y clavarle una y otra vez su cuchillo, pero en eso sintió como una oleada de sudor escurría detrás de sus muslos. Esa sensación asquerosa hizo que le dieran ganas de ir al baño, el estomago comenzó a dolerle. Era como si ella oprimiera su vientre sonriendo diciéndole “No puedes, mira como no puedes”. Se puso en posición de ataque, ya nada importaba, tenía que hacerlo ya, pero en eso sus pantalones comenzaron a llenarse de mierda, era como si una extraña fuerza lo exprimiera como un tubo de pasta dental. Aquella cosa caliente escurría por sus muslos y recorría el camino hacia el piso. ¿Cómo podía pasarle aquello si se había preparado bien, si era un gran asesino?

Cayó de rodilla con los pantalones llenos de excremento, humillado, débil. Los ojos se le hicieron agua, comenzó a babear como un perro, los mocos le salían de la nariz y comenzó a chillar como un puerco. No se dio cuenta cuándo ella giró sobre su tacón, ni de cuándo caminó hacia él. Alzó la mirada recorriendo aquellos muslos torneados, largos y carnosos, su diminuta cintura que parecía desaparecer como un espejismo, su vientre preso de su ceñido vestido y sus pechos redondos como bombas a punto de explotar. Algunos pedazos de carne agusanada comenzaron a caer sobre la acera. Se escuchó un sonido metálico, como de dos cuchillos chocando uno contra otro. Sus manos verdes con uñas negras comenzaron a subir su vestido mostrando su ropa interior manchada de una sustancia azul.

—-¿Así que tú eres Kevin el mejor asesino del mundo?— le dijo con una voz burlona.

El claxon de un coche sonó a lo lejos opacando el ruido de cientos de chillidos. Kevin había fracasado, su cabeza con las cuencas de los ojos vacía rodaba hacia una alcantarilla y aquellas malditas cosas serían libres de hacer y comer todo lo que quisieran. El burdel había abierto sus puertas.

16 de Agosto de 2018 a las 18:34 2 Reporte Insertar Seguir historia
2
Fin

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September 18, 2020, 03:44
Tania A. S. Ferro Tania A. S. Ferro
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October 10, 2019, 19:00
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