El zumbido en la oreja creció hasta volverse insoportable. La cabeza le bombeaba como loca y no lo dejaba en paz. Incluso en este, su peor momento en la vida, el destino lo pisoteaba una vez más. “Habré sido una pésima persona en mi vida pasada para merecer esto” dijo en voz alta, al menos eso intentó. La verdad es que ya no sabía si las palabras le salían o no de la boca, o si tenía boca.
¿Cuánto tiempo habrá pasado desde que comenzó todo? ¿Unas horas? ¿Días? ¿Semanas? El tiempo no era tangible, solo lo era el zumbido en su oreja y la sangre circulando a su cabeza como si fuera la peor de las migrañas posibles.
Se puso de pie con dificultad, mantener el equilibrio era una tarea ardua. “Maldito aire” pensó mientras se aferraba a la áspera pared de roca “debimos escuchar al capitán cuando nos advirtió que no nos sacáramos el casco” hizo el esfuerzo de recordar las palabras exactas, lo cual era también difícil. “Que la atmósfera sea similar a la terrestre no implica que podamos respirar a nuestras anchas” ¿fue eso lo que dijo? Que importa.
La cueva era extensa y no sabía bien cómo había llegado a ella, los recuerdos eran borrosos, vagos y distantes. Sentía el viento fluir por lo que debía estar cerca de la salida, siguió caminando. “¿Por qué quiero salir?” Se preguntaba, mientras dentro de él la respuesta ya estaba esperándolo; crecía la necesidad de sentir el sol. Hambre de sol.
Salió de su pequeño y enclaustrado túnel a uno más grande, ahí había más gente y todos se movían en la misma dirección. A lo lejos, un punto blanco y brillante se acrecentaba a medida que caminaban. La salida.
La cabeza le palpitaba con más fuerza, estaba por dar a luz, sus hijos necesitaban sol. Por alguna razón eso lo llenaba de alegría y tristeza, una mezcla que jamás pensó poder sentir. Siempre había querido ser padre, en la tierra no había tenido suerte con sus parejas, de partida eran hombres por lo que no podían quedar embarazados, por otro lado, la mayoría odiaba a los niños, pero aquí el aire le dio un regalo, un inesperado regalo que le causaba un satisfactorio dolor.
¿Todos se sentirán así de dichosos? Miró a los compañeros de marcha y vio sus mal formados cuerpos avanzar hacia la luz. “Las mujeres también presentan una especie de malformación al gestar, eso es lo que creo de las panzas redondas y a punto de explotar” pensó mientras observaba cómo unos enormes bultos purulentos salían de todas partes en lo que antes eran sus compañeros de misión.
Ya casi podía tocar el sol, todo su cuerpo comenzaba a hervir de fervor, el zumbido y el bombeo aumentaron. Ya faltaba poco. “Maldito aire” volvió a repetir mientras analizaba en su interior sus amargos y revueltos sentimientos. Se arrepentía enormemente de haber desobedecido a su superior, se arrepentía de haber elegido esta misión y no otra, pero al mismo tiempo se sentía feliz. La contradicción al borde del abismo. Tenía que elegir una postura, le urgía elegir una postura.
“Benditas esporas” se dijo mientras salía de la cueva y al desplomarse unos pasos más allá. Con sus últimas fuerzas recorrió con la mirada el lugar, era un planeta bello, lleno de colores y gruesos árboles que expedían esporas. A su lado se dejaron caer los otros peregrinos, y juntos comenzaron el parto. Sintió un súbito tirón en el cuello, luego la tibieza de la sangre y con un grito interrumpido su cráneo se abrió para dar paso a sus hijos, las esporas que flotarían en el aire hasta preñar otro cuerpo. El ciclo de la vida, la sabiduría de la naturaleza. La voluntad de Dios.
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