Creí que todo estaba perfectamente organizado. En aquel robo nada podía fallar. Supervise cada parte del plan escrupulosamente, me rodeé de los mejores profesionales.
El túnel se excavó en el tiempo previsto y no nos desviamos ni un milímetro de la ruta trazada.
Nos reunimos al final del butrón para dar el golpe de mazo definitivo que nos daría acceso al baño del sótano de la joyería.
Me cedieron el honor. Al fin y al cabo todo aquello había sido idea mía.
Íbamos preparados. Aunque eran las dos de la mañana y parecía poco probable que encontráramos a alguien en el local, habíamos adoptado precauciones. Los pasamontañas ocultarían de las cámaras de seguridad nuestras caras. La ropa negra haría más difícil llamar la atención de cualquier transeúnte tardío que pasara ante los escaparates.
La herramienta, envuelta en tela, produjo un ruido sordo. La pared se derrumbo en parte, mientras los cascotes al caer permitieron la entrada de luz en el agujero.
Soborné a un administrativo del despacho de arquitectos que diseñó la tienda. Los planos me proporcionaron información sobre el único punto débil del sótano, ese baño. El resto de paredes estaban protegidas por gruesas planchas de acero, todo el receptáculo era una cámara acorazada bien protegida.
Aún así me sorprendió lo fácil que había sido y la claridad que nos iluminó.
Entonces oí la voz del sargento Martínez:
- ¡Hombre, Juan “el topo", hacía mucho que no te pescaba saliendo de un agujero!.
El estupor se apoderó de mi y, girando rápidamente intente huir de la trampa.
Pero Pedro “Picapiedra" apuntaba con su arma justo a mi jeta. El cabrón que me lo recomendó como el mejor excavador de túneles que existía metió un maldito poli en mi equipo.
Ahora, en mi celda, espero verle aparecer algún día.
Gracias por leer!
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