Las olas rompían con un ritmo lento pero constante en las playas de grava de Suffolk. Eran algo más de las tres de la madrugada y el cielo estaba despejado, permitiendo que la luna se reflejara borrosa en la ondulante superficie del mar. El litoral comenzaba a ganar claridad. Solo el sonido de las sirenas antiaéreas de Southwold consiguieron romper esta tranquilidad artificial de tiempos de guerra.
A varios kilómetros tierra adentro se hicieron visibles los fogonazos de las balas trazadoras. Minutos después, la pequeña población costera se percató de lo que ocurría: los cazas de la RAF estaban acosando a una columna de bombarderos alemanes que regresaban al continente. No era la primera vez que sucedía en Southwold, pero algo raro pasaba cuando esa persecución cesó mar adentro a escasas millas de la costa. Normalmente se adentraban más en el Canal. A los lugareños realmente les extrañó la aparición de un Heinkel HE 111 rezagado, al cual los compatriotas de la RAF dejaron pasar y unirse a los atacantes en su retirada hacia Dinamarca.
Lo que no sabían los vecinos de Southwold era que en ese Heinkel no había a bordo ningún Herr Müller, o que a los mandos no estaba ningún Hauptman Stirlitz... El que pilotaba era el capitán Bond de la Real Fuerza Aérea de su Majestad, junto con otros cuatro súbditos más.
- Jones, envía por radio la señal acordada: la Fase 1 ha sido concluida con éxito. Estamos en la cola de la columna - ordenó el capitán Bond a su operador de radio.
Se encontraban aproximadamente a unos 150 kilómetros de La Haya, así que a partir de ahora deberían continuar volando en silencio de radio por lo menos unas cuantas millas más hasta llegar a la mitad del Canal de la Mancha.
- Bien, señores - comenzó a decir Bond por el intercomunicador - ha llegado el momento. Iniciamos la Fase 2. Asegúrense debidamente y... que Dios nos proteja.
Poco a poco el bombardero Heinkel comenzó a perder velocidad y a rezagarse de la cola de columna. El copiloto elevó una manivela, la cual era evidente que no formaba parte del cuadro de mandos original. A los pocos segundos, el motor izquierdo empezó a humear y más tarde de él salieron llamas, aunque, curiosamente, parecía funcionar bien, eso sí, algo sobrecalentado.
Jones, el radioperador emitió una señal de socorro como indicaba el libro de códigos alemán. Una vez lo hubo transmitido pulsó un interruptor colocado en el lateral de la radio y ésta comenzó, deliberadamente, a fallar de manera intermitente.
50 metros de altura, 40, 30, 20... 10... El amerizaje fue perfecto y la cabina de plexiglás reforzada por los chicos del aeródromo del Cardington resistió el golpe contra el mar.
- ¿Están todos bien? - inquirió el capitán Bond por el comunicador interno. Todos respondieron afirmativamente - Informen de la situación de la aeronave.
A pesar de lo aparatoso que había parecido el accidente visto desde fuera, la Fase 2 fue concluida con éxito y el Heinkel no experimentó grandes daños. Aguantaría en flote varias horas si las condiciones del mar continuaban así de favorables.
Los cinco tripulantes ascendieron por la escotilla superior y se sentaron sobre el fuselaje. Quedaba solo esperar. Cinco ingleses, vestidos con uniforme de la Lutfwafe, con vendajes y heridas simuladas, en medio del Canal de la Mancha.
El que más tranquilo estaba era el capitán Bond. Era experto nadador, campeón de natación en el Eaton College, y era el único al que nadie esperaba de vuelta en casa. Solo pensaba en esa pinta de cerveza que se tomaría en su pub habitual cuando regresara. El disco solar ya estaba enteramente visible sobre el horizonte cuando una sirena hizo volver las cinco cabezas hacia el sureste.
- Vaya... el segundo premio, un Raümboot - masculló el copiloto.
- Mira el lado bueno - le contestó Jones - más pequeño, menos tripulación, más fácil de hacerse con él. Al fin y al cabo, todos llevan al dichosa máquina Enigma. ¿No es eso lo que hemos venido a buscar? Pues, por lo menos que sea lo más fácil posible.
- Ya, pero según inteligencia tendría que haber venido a por nosotros un barco clase Mineschboot, algo más grande que esta cáscara con la que tendremos que volver a casa.
- Bueno, bueno... Señores, ya basta - cortó tajante Bond. - A partir de este momento pongan cara de Fritz. Ya saben lo que tienen que hacer. Esta es una misión teutona de rescate de un bombardero caído. Inteligencia cree que no estará a bordo toda la tripulación del R-boot, pero aún así estaremos en desventaja de 4 a 1, con suerte. ¿Han comprobado las armas? Bien. Jones y Brown ya saben a donde tienen que dirigirse: al puesto de guardia. Yo y Milles iremos a por el puente de mando del dragaminas. La nave, en teoría, caerá rápido. Contamos con el factor sopresa. Nuestro colega de inteligencia, el capitán de fragata Fleming, se asegurará de que la máquina Enigma...
¡Pam! El golpe seco en la mesa del centro de operaciones de inteligencia de la Royal Navy sacó a todos la narración.
- ¡Que no, Fleming!, que no... - dijo el Almirante Godfrey. - Mire, Ian, yo le paso lo de que adorne sus explicaciones. Se que le encantan las florituras de escritor novel y así nos lo demuestra continuamente en sus informes. Pero no va a participar en la operación "Ruthless". De hecho, puedo vetar su participación en el grupo de asalto, y así lo hago ahora mismo.
- Yo creo que hablo por todos - comenzó a exponer el Almirante Jack Clayton, - cuando digo que estoy a favor de esta operación. Por mí parte la Habitación 39 tiene luz verde. Ya es hora de que consigamos romper el código de la Enigma de tres rotores de la Kreigsmarine. Hasta ahora es la única que se nos resiste. Eso sí, también estoy con Godfrey: lo siento, capitán de fragata Fleming, pero no puede participar en el asalto. Sé lo importante que es para usted esta operación que ha diseñado, pero, no nos podemos permitir arriesgar su vida cuando no ha entrando nunca... en una... situación similar.
- Las posibilidades de éxito, con el grupo de asalto adecuado, son elevadas - manifestó Frank Birch, del Cuartel General de Inteligencia Naval.- Tienen aquí un informe de las actividades de los bombardeos alemanes en los últimos meses. Por lo que sabemos los Blitz continuarán. Lo único que me preocupa es la parte más técnica, ya que el único bombardero que tenemos capturado y, a día de hoy operativo, lo recuperamos de un aterrizaje forzoso.
- Eso déjelo en manos de mis hombres - respondió el capitán de grupo Wilson. - Es cierto que el plexiglás del morro de nuestro Heinkel no resistiría el impacto en un amerizaje forzoso, pero, como ha apuntado el Sr. Fleming, se puede solucionar con refuerzos. El morro de la cabina no se romperá y el avión se mantendrá a flote hasta el rescate enemigo. Mis mecánicos de Cardington se encargarán de ello.
La reunión continuó unos minutos más. Ian Fleming salió de ella con un regusto agridulce. Habían aprobado su operación. La operación Ruthless… Implacable…, pero, por otro lado, tendría que seguir defendiendo Gran Bretaña desde su escritorio de la Habitación 39. No obstante, estos pensamientos pronto cesaron. Los siguientes dos, tres meses fueron apasionantes. Supervisar las mejoras del avión, dar las instrucciones al grupo de asalto... La atmósfera de “Alto Secreto” de la que él estaba al mando.
Ya estaba todo preparado. Octubre de 1940. Las esperas, siempre atento al teléfono que tenía en el lado izquierdo del escritorio. Pero nada. Las últimas indagaciones de inteligencia apuntan a que no hay buques "adecuados" como objetivo. El 16 de octubre, al abrir la puerta de su despacho, Fleming se dirige apresuradamente hacia su escritorio al divisar una comunicación interna encima de él. Estos últimos días estaba temiendo a esas tres palabras que estaban escritas casi en el centro de la octavilla: "R se pospone".
Un mes y pocos días más tarde, un teléfono de Bletchley Park suena. No es uno cualquiera. El teléfono lo descuelga Alan Turing, la persona al mando del programa de descifrado del código Enigma. No se oyen sus respuestas desde el pasillo. No se oyen porque permanece en silencio, escuchando. El fuerte golpe del auricular con el aparato es la señal de que la conversación ha terminado. El equipo de criptógrafos de Alan Turing ya no tiene que malgastar más esfuerzos en descifrar el código enigma de la Kreigsmarine, el único que hasta ahora se les resistía. Ya no hace falta. Las nuevas máquinas Enigma tienen 4 cilindros. Un cilindro adicional que introduce miles de variaciones más en el código. Habrá que empezar de nuevo casi desde cero. Ahora, los submarinos de Hitler podrán actuar con mayor seguridad, convirtiéndose así en una fuerza aún más implacable. "R se aborta".