thomaas Gears & Guns

La tierra ha sido invadida, y ahora solo restan sus cenizas. Los Radiantes, seres perfectos con cualidades y fuerzas inimaginables, se han encargado de exterminar a la mayor parte de la humanidad, y de acabar con su legado. Ahora, y en torno a su antigua sociedad, han formado un gobierno autoritario. Uno en donde ellos reinan con mano de hierro, a través del miedo y la penuria de la gente. Los acompañan cinco inquebrantables "órdenes" que los mantienen y los establecen en el poder, haciendo que sean ellos los que dicten la palabra final. Pero cuando Akil, (un joven soldado de Nextech y uno de los pocos sobrevivientes de la masacre) despierta en un mundo completamente diferente del que conoce, lleno de curiosas criaturas y extraños poderes. Forma un grupo con inusuales compañeros, que, junto con él, recorrerán el inmenso y extraño mundo de Overland, con el objetivo de vengarse y de terminar con la tiranía de los Radiantes. Quién sabe si lo logren...


Aventura No para niños menores de 13. © Todos los derechos reservados

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Mi determinación

Traté de levantarme una vez más, pero mis músculos ya no respondían. Era como si alguien me los hubiera arrancado. Gritos agonizantes llegaban a mis oídos, gritos de dolor y angustia. Intenté hacer caso omiso; intenté taparme los oídos de alguna manera para dejar de escuchar aquel sonido que anunciaba nuestra derrota, pero tal como esperaba, mis manos hace mucho que dejaron de ser útiles. Inevitablemente sentí como incontables lagrimas recorrían mis mejillas y desfiguraban mi rostro.

- Parece que tenías razón Greifer, aun soy muy débil.

Era su capitán y aun así les había fallado a todos. Sentí unas ganas incontrolables de dormir, de cerrar los ojos y olvidarme de todo. Tal vez en el futuro me recuerden como alguien cobarde, pero sinceramente, ya no me importa. Esta es una batalla que no podemos ganar. Expiré los que parecían mis últimos alientos de vida, mientras recordaba el día de mi ascenso a capitán; mis compañeros celebraban, mis superiores me felicitaban, pero lo más importante para mí, había sido la sonrisa de Sara ¡Dios! Ese día se veía tan feliz.

Pero también le había fallado a ella, al final, no logre salvar a nadie. Aún recuerdo los últimos días que estuve con mi pequeña hermana, me había visto con sus grandes ojos negros, y a pesar de todo lo que había pasado, su mirada estaba llena de afecto. Me había hecho prometerle que, pase lo que pase, nunca me rendiría, que cumpliría lo que, en vida, ella nunca pudo hacer. Entonces, ¿qué demonios hacia aquí tirado?

Sinceramente, no lo sé. Mis subordinados, a los que tenía que proteger, yacían muertos a mi lado; los ciudadanos hace mucho que habían evacuado, los países aliados se encontraban reducidos a cenizas, y mis superiores habían sido todos corrompidos. No quedaba nada por lo que luchar, nada por lo que vivir.

Sin embargo, aun sentía que algo estaba mal, ¿de verdad iba a morir aquí?, ¿de esta manera tan patética?, ¿me iba a dejar subyugar por esos... esos "seres"?

Mientras esos pensamientos inútiles pasaban por mi mente, cuando los últimos vestigios de vida se iban de mis ojos. Escuche un ruido lejano, algo que se interponía sobre todo lo demás. Balas. Entonces, un leve sentimiento de alivio cruzó mi pecho. Normalmente alguien no se alegraría por escuchar armas de fuego, pero eso significaba que aún había alguien allá afuera peleando contra los Radiantes. Era fácil saberlo, los Radiantes eran demasiado orgullosos como para utilizar nuestras armas.

Pero si era así ¿Quién me daba el derecho de quedarme aquí a morir? Si había una pequeña, minúscula oportunidad de vengar a mis compañeros, lo haría. A pesar de todo el dolor que recorría mi cuerpo, tomé una gran bocanada de aire. Entonces, utilizando un esfuerzo titánico intenté ponerme de pie. A cada movimiento que realizaba, podía sentir como el velo de la muerte caía sobre mí, me pareció ver toda mi vida pasar frente a mis ojos. Pero, aun así, no podía morir aquí. No debía. Me faltaba tanto por ver, tanto por sentir, que caer ahora sería ridículo.

- Además, si todavía queda alguien vivo, haré lo que sea para salvarlo...

Susurré eso para darme ánimos, ignorando completamente que, si alguien necesitaba ayuda, ese definitivamente era yo.

Logré levantar la parte superior de mi cuerpo, antes de que casi vomitara por el dolor. Me dolían todos los huesos, y podía ver que tenía moretones por todo el brazo izquierdo debido a los golpes que había recibido.

Limpié las lágrimas de mi rostro, e intenté sin éxito quitar el polvo de mi ropa. Me di cuenta, con miedo, de que la herida en mi estómago me había hecho perder más sangre de la que esperaba. Si seguía así, no sobreviviría más de dos horas, necesitaba algo para poder cerrar la herida. Inmediatamente, realicé un torniquete improvisado con mi chaqueta, esperando que sea lo suficientemente resistente para detener la hemorragia.

Cuando finalmente comprobé que mi uniforme funcionaba como un buen vendaje, me apoyé contra la pared de la habitación unos minutos para tratar de calmarme un poco. Aun podía sentir lo que sea que me había perforado la piel del estómago dentro de mí. Todo había sucedido tan rápido, apenas si tuve tiempo para reaccionar. Al parecer, fui el único que logró sobrevivir. Mis compañeros no tuvieron la misma suerte.

Inconscientemente mis ojos se volvieron fríos y el odio creció dentro de mí, tantas vidas perdidas; y todo por culpa de los Radiantes y sus estúpidas creencias. Lo peor de todo es que no pude hacer nada para impedirlo, y ahora me encontraba aquí, sin ninguna forma de escapar.

Mi mirada cayó, naturalmente, en el compartimiento derecho de mi cinturón. Normalmente estaría lleno de armamento, pero parece que las sombras pulverizaron todo lo que tenía. Sin ellas, estoy prácticamente muerto.

En ese momento una idea me vino a la cabeza, abrí un estrecho bolsillo que se encontraba en mi pantalón y metí la mano en él. Me avergonzaba tener que recurrir a esto, pero no podría salir de este lugar con vida sin un poco de ayuda. Mi mano agarró una esfera lo suficientemente grande como para llenar toda mi palma. Tenía un brillante color plateado que parecía iluminar levemente mi alrededor.

- Es increíble que al final terminé utilizando esto...

Los soldados americanos le decían a la esfera “Stopheart”, y se trataba de una especie de desfibrilador diez veces más potente que uno común. Su función consistía en rehabilitar el cuerpo de los cansados soldados a base de fuertes corrientes de electricidad; el innecesario dolor que era capaz de provocar, lo convirtió en un aparato inútil. Aun así, Greifer me dijo que cargara una conmigo por si las dudas… Sinceramente, no sé cómo ese viejo siempre se las arregla para sacarme de apuros.

Expulsando todos los pensamientos negativos de mi cabeza, me decidí a hacerlo. Mordí lo más fuerte que pude el cuello de mi camiseta, antes de apretar la esfera. Inmediatamente, un electroshock recorrió todos mis músculos desde mi cabeza hasta la punta de mis pies. El dolor que sentí fue mortal, pero lo soporté el tiempo suficiente como para que, segundos después, mi mente se sintiera mucho más viva y agitada. Las ideas que rondaban mi cabeza se hicieron más claras, y los latidos de mi corazón se aceleraron, todo el dolor que había acumulado se esfumó.

Sin embargo, aún no era suficiente. Volví a apretar la esfera, esta vez, con mucha más fuerza; la corriente que le siguió fue más potente que la anterior, y esto hizo que mis músculos se energizaran bastante, como si acabara de tomar varios litros de café. En cuestión de segundos, pasé de estar tan cansado como para querer morirme, a estar lo suficientemente vivo como para querer correr una maratón.

La electricidad que pasaba por mis huesos, presionaba cada vez más mis órganos, y me hacía sentir más fuerte, más rápido, más ágil. Por momentos, tenía una sensación increíble, por otros, el dolor me hacía apretar los dientes hasta casi romperlos. Entendí porque los soldados la habían dejado de utilizar, no cualquiera soportaría este dolor. Por suerte, yo soy más resistente que la mayoría.

Cuando sentía que el electroshock era suficiente, solté la esfera lo más rápido que pude. La corriente abandonó al instante mi agitado cuerpo, y vi a la esfera con ojos nuevos. Jamás creí que fuera capaz de hacer tal cosa. Por un fugaz instante, me imaginé que sucedería si presionaba la esfera hasta que no le quedara más energía. Es decir, los de arriba habían modificado genéticamente cada célula de mi cuerpo desde que tengo memoria, tal vez logre sobrevivir a toda la electricidad.

Como si la esfera leyera mis pensamientos, y opinara que hacer eso era una pésima idea, empezó a emitir una pequeña luz roja por medio de los orificios que se encontraban en sus polos. No podía significar nada bueno.

- Una pena, quería comprobar cuál era el límite de esta cosa. Aunque con esto debería tener suficiente.

Me levanté del suelo, y me sorprendió ver que me encontraba mucho mejor de lo que imaginaba. Las piernas me temblaban levemente y tenía la visión borrosa, pero no me podía quejar, era una gran mejora. Guardé la esfera con cuidado de no accionarla por error. A lo mejor, aun sirve como una excelente sustituta para mi linterna.

Caminé lentamente y con pasos vacilantes hacia la salida de la habitación, tratando de ignorar los cuerpos de mis compañeros y toda la sangre que pintaba las paredes. Ya me había lamentado lo suficiente. No podía hacer nada más por ellos. Solo tal vez, desear por que ahora se encuentren en un lugar mejor. Lejos de este infierno.

Mis dedos tocaron la pequeña pantalla que se encontraba al lado izquierdo de la puerta, y automáticamente la computadora me reconoció a través de mis huellas dactilares. La pesada puerta de acero de se abrió de par en par, con un extraño sonido metálico.

Al entrar en el pasillo central, una espesa oscuridad se cernió a mi alrededor. En el cuarto en el que me encontraba unas cuantas luces led, aun funcionaban. Pero acá afuera…

- ¿Qué demonios sucedió? ¿Cuánto tiempo estuve ahí dentro?

La oscuridad era tal, que por un momento creí que se había formado artificialmente. Apenas si podía discernir lo que se encontraba más allá de unos metros de distancia. El viento que oscilaba por todo el pasillo, me causaba escalofríos, era realmente extraño que la temperatura en este lugar llegara a estos extremos. Sobre todo, por las cerraduras herméticas que recorrían la instalación.

Además del frio y la oscuridad, me fijé rápidamente en que los aparatos eléctricos, como lámparas y computadoras, expulsaban chispas de fuego con una preocupante regularidad. Deduzco que alguien logro destruir el cableado interno de la instalación… de alguna manera.

Mientras más me adentraba en el pasillo, podía ser testigo del peligro que representaban los Radiantes, no solo habían encontrado la manera de causar un gran apagón, si no que todo a mi alrededor se hallaba quemado, congelado, ¿podrido? Los poco muebles que teníamos en la larga estancia estaban grises y parecían descomponerse mientras pasaba a su lado.

Lo más curioso de todo es que, a pesar de que el suelo estuviera atiborrado de casquillos, me fue imposible hallar algún tipo de arma. Llegué a la conclusión de que la batalla tuvo que terminar hace varias horas, el silencio sepulcral y la falta de soldados era prueba de ello. Supongo que los sobrevivientes se habían marchado con los cuerpos de los fallecidos.

Si eso era así, me encontraba en una pésima situación. No quería subestimarme, pero ni de broma podía hacer frente a los Radiantes yo solo, y aún tenía que revisar quien había disparado el arma. Si los demás habían abandonado a un soldado con vida, era mi deber como capitán salvarlo. Y si era un pelotón haciendo frente a la amenaza, sería una perfecta vía de escape para salir de este lugar.

- Sea lo que sea que haya provocado ese sonido, es la única opción que tengo. Tendré que ir a revisar.

Estuve pensando por unos cuantos minutos de donde pudo haber provenido el ruido de las balas. La verdad, es que no tenía la menor idea. Desde que las escuché por primera vez, no habían vuelto a sonar. Aun así, decidí dirigirme al Ala Norte de la instalación. Si los Radiantes tenían una razón para invadir este lugar, seguramente es por lo que se encuentra ahí.

La salida del pasillo me llevó rápidamente, a uno de los muchos sectores de oficinas de la instalación. Decenas de cubículos dedicados a las reparaciones del sistema y la digitación se encontraban ante mí. Cientos y cientos de personas trabajaban aquí día y noche, encerradas en sus pequeños espacios de empleo, y sentadas frente a sus computadoras. Esperando conseguir un futuro mejor, no solo para sus familias, sino también para el resto del mundo. Confiaban en Nextech, y no debimos haberles fallado.

Por ello, me dolió ver como todo había sido reducido a nada más que escombros y polvo. Los informes, archivos y documentos calcinados, revoloteaban con la ayuda del viento, y el suelo estaba recubierto por un líquido del cual no quise saber su procedencia.

Este sector en especial, el treinta y cinco, siempre lo recordé por ser uno de los más grandes de todo Nextech. El techo se encontraba a varios metros de mi cabeza, y las hileras de oficinas eran tantas que cualquiera se perdería con facilidad. Claro, eso sería así, si los Radiantes no hubieran convertido todo el lugar en un gigantesco vertedero.

Mientras me acercaba al acceso que me llevaría a otro sector, lo único que podía escuchar era mi respiración, y a mis pies triturando los pequeños pedazos de roca que se hallaban en el suelo. Al igual que en el pasillo central, no parecía que hubiera alguien alrededor. Eso me daba una muy mala espina.

Después de trepar lo que parecía una pila hecha de sillas y escritorios, mis ojos se abrieron como dos platos, y a la vez, porque no, el dolor en mi cabeza aumentó. Frente a mí se encontraba una gigantesca puerta de más de diez metros de altura. Su forma era hexagonal y estaba hecha de un acero tan pulido, que servía como un perfecto espejo.

Había visto este tipo de puertas un millón de veces, cada vez que cruzaba de un sector a otro. Lo preocupante era que el pequeño monitor que funcionaba como un escáner de retina, se hallaba completamente fundido, como si un rio de lava le hubiera caído encima. Pero lo que más me asustó, fue el enorme agujero en medio de la puerta. El metal estaba perfectamente doblado hacia dentro, y aun podía notar el calor que desprendía el acero a su alrededor.

El poder de los Radiantes seguía impresionándome, ¿de dónde demonios sacaban la fuerza para romper una puerta a prueba de explosivos?

Desde ese momento, decidí que dejaría de sorprenderme con cualquier cosa. Si seguía cuestionándome lo que podían hacer o no los Radiantes, estaba seguro de que en algún momento me daría un infarto.

Atravesé la puerta con cuidado de que el metal no tocara mis piernas, causarme quemaduras con acero fundido, definitivamente no estaba entre mis aficiones.

La sala que ahora se extendía ante mí, era considerablemente más pequeña que la anterior, el suelo estaba construido a partir de baldosas de un blanco puro, y solo había unas cuantas habitaciones cerradas con diferentes llaves y candados. El número de la pared indicaba claramente el sector en el que me encontraba, treinta y seis. Solté un suspiro de alivio cuando vi que todo parecía estar en orden, por alguna razón, los Radiantes no habían tocado nada de este sector.

Me emocioné un poco al saber que finalmente había llegado. Nextech estaba dividido en cuarenta sectores y seis Alas respectivamente. Sin embargo, era aquí donde la magia ocurría. Toda la tecnología y armas con la que Nextech sorprendía al mundo año tras año, se desarrollaban en el Ala izquierda y sus cinco sectores. Era realmente complicado acceder a esta parte de la instalación sin estar autorizado. Los Radiantes habían escogido la manera más fácil de entrar. Destruyéndolo todo, por supuesto.

Nuevamente, el lugar estaba completamente desalojado, y parecía que había cesado todo tipo de actividad. Ya de por sí era raro que el lugar no apestara a químicos, o que no hubiera ningún tipo de explosión, pero dejé de preocuparme por eso, de alguna manera sabía que, si buscaba respuestas, las encontraría más adelante.

Con el suelo libre de escombros pude aumentar mi velocidad en seguida. Mis pasos eran considerablemente rápidos, y pronto solo noté el aullar del viento contra mi rostro y oídos. Fue así como me di cuenta de lo útil que era la Stopheart, me había vuelto tan veloz con solo dos descargas, y lo mejor es que a cambio, solo tenía que soportar los repentinos choques de electricidad en mis nervios, el profundo dolor que tenía en la sien, y las intensas ganas de vomitar… Pensándolo bien, no era un buen trato.

Para cuando me di cuenta de que había recorrido otros tres sectores, ya me movía con absoluta soltura por todo el lugar, y cruzaba las puertas sin ni siquiera revisar el contenido de las habitaciones.

Me faltaba muy poco para llegar al último sector, y corría todo lo rápido que me era posible, aunque he de admitir, que durante algunos instantes me sentía mareado y un poco perdido, pues la mayoría de los lugares y zonas de por aquí tienen el mismo monótono diseño; paredes blancas, pisos blancos y cada diez pasos, un pequeño arreglo floral. Esta sucesión se repetía por absolutamente todo el sector, nada te ayudaba a ubicarte, y los laboratorios no podían ser identificados.

De cierta manera, lo que dijo Jeff era verdad, esto recordaba a un gigantesco laberinto. Greifer alguna vez mencionó que este lugar fue construido así a propósito, al parecer, hace varios años, numerosos espías de otras empresas, se infiltraban constantemente en las instalaciones para robar secretos y archivos de armas.

A Los de arriba no se les ocurrió otra cosa que construir todo el edificio de esta manera, confuso. Era extraño encontrar algún científico que conociera todos los pasadizos y secretos de la instalación, y estaba seguro de que algunos lugares no se habían pisado en años.

En cuanto a mí, los de arriba me habían obligado a memorizar una y otra vez un mapa enorme de todo Nextech. Ahora tenía grabado a fuego esa imagen en mi cabeza, y era lo que me permitía recorrer todo el lugar casi sin pensar.

Me detuve automáticamente cuando pude oler la fragancia de los libros viejos, el aroma provenía de lo que parecía una pequeña biblioteca en medio de dos habitaciones. Sonreí para mis adentros al darme cuenta de donde me encontraba ahora y recordé que, si de verdad quería enfrentarme a los Radiantes, no podía ir desarmado.

Entré a la biblioteca sin vacilar. Estaba llena de estanterías con enciclopedias de biología, física, matemáticas y otras ciencias. Aunque lo que yo buscaba no era un libro, sino un pasadizo.

Finalmente, di con una autobiografía del fundador de Nextech que estaba llena de polvo y telarañas, seguramente nadie la había tocado desde que la pusieron aquí. Traté de agarrar el libro, pero algo me detuvo. Era un pequeño mecanismo negro que ponía resistencia.

- Si! Este es.

Apliqué un poco más de fuerza, y un “clic” resonó por todo el lugar. La estantería se movió pesadamente hacia un lado, y dejó a la vista un gran hueco con la entrada hecha completamente de madera. Esto me recordaba a todos los clichés de esas películas de misterio que veía en mi infancia, y eso me sacó una sonrisa.

Bajé por unas gradas algo desgastadas, mientras la luz de unas anticuadas bombillas alumbraba el camino. Llegué a una armería que, por su aspecto, podía decir fácilmente que era muy antigua. Unas cuantas repisas sostenían diferentes tipos de armas, desde revólveres, rifles y hasta escopetas. Mientras que otros estantes, exponían varios tipos de cuchillos, espadas y escudos.

Todas estaban desactualizadas, y no había ninguna que valiera la pena, excepto por una única arma. En el fondo de la habitación, detrás de una vitrina, resaltaban dos pistolas con un tinte azul que combinaba a la perfección con el color de mi pelo. Retiré rápidamente el cristal, y tomé las armas de fuego entre mis manos, eran lo bastante anchas como para escaparse de mis dedos, y se podía notar como el cañón era capaz de soportar grandes calibres.

Un sentimiento de nostalgia y seguridad me invadió. Con estas a mi lado, me veía capaz de cualquier cosa. El peso que ponían en mis manos, de alguna manera, me reconfortaba y me llevaba hacia tiempos mejores.

Casi nunca me separaba de ellas, eran demasiado preciadas para mí. Fueron el último regalo de Sara antes de que falleciera, y eran lo único que me permitía recordarla. Hasta ahora, no podía imaginar cómo había sido capaz de convencer a los de arriba, para que me condecoraran con un par de estas el día de mí ascenso, pero estaba seguro de que se esforzó mucho para lograrlo. Por unos momentos pude vislumbrar su gran sonrisa, y me llené de una absoluta melancolía.

De pronto recordé la última vez que las disparé, se habían desgastado por la batalla que tuvimos, y Jeff me prometió arreglarlas y guardarlas en un lugar seguro que más tarde me enseñaría. Al parecer, hizo un fantástico trabajo; la empuñadura, el gatillo, el visor de temperatura, todo estaba como nuevo.

Las dejé un segundo en la vitrina, pues aún me hacía falta la parte más importante. De mi cinturón, saqué unos guantes de color negro azabache que calzaban a la perfección con mis manos, una red metálica los rodeaba hasta darles un aspecto esquelético.

Comprobé en más de una ocasión, que los guantes solo me estorbarían, así que, muy a mi pesar, extraje con sumo cuidado el arnés metálico. Lo que quedó fue una gran maraña de hilos de metal, con unas pequeñas luces rojas en cada cruce.

Respiré un poco antes de insertar el arnés en mis manos, las agujas que originalmente traspasaban la tela de los guantes, ahora pinchaban mis manos hasta hacer salir grandes gotas de sangre. No podía negar que dolía bastante, pero a estas alturas, algo como esto me era casi imperceptible. Las agujas llegaron a mis músculos y supe que era suficiente. Si iba más profundo, podía ser peligroso.

Me retiré unos pasos hacia atrás, estiré mis manos, junté mis dedos e hice un rápido ademán. Al momento, las luces rojas se encendieron y activaron un potente imán. Una leve vibración tensó el aire. De repente, las pistolas salieron disparadas de la vitrina, y se posaron rápidamente en mis manos. La parte de atrás de las armas se pegaron y se acomodaron en mi palma, a la vez que el suave ronroneo que producían los arneses se terminaba.

El experimento fue un completo éxito, sin los guantes podía maniobrar por completo el arma, y no me resultaba incómodo. Estaba orgulloso de estos imanes, había pasado varios meses trabajando en ellos, y solo hasta ahora pude comprobar si funcionaban o no.

Con el sabor de la victoria en mi boca, desabroché mi cinturón y permití que todas las armas inservibles cayeran al suelo; puse dos fundas a los costados de mi pantalón, y guardé las pistolas dentro, no sin antes hacerlas girar entre mis manos, lo hacía siempre que me sentía nervioso.

La manera en la que funcionan siempre me pareció curiosa, un pequeño reactor dentro de las pistolas calienta un gas hasta convertirlo en plasma, el visor indica la temperatura a la que se encuentra el arma, obviamente, mientras más caliente este el gas, más potente será el disparo. Simple, pero eficaz. Lo mejor era que no necesitaba recargar, solo con dejar que se enfrié de vez en cuando estaba bien.

Estuve dispuesto a abandonar la armería, cuando afortunadamente me fijé en los utensilios médicos como botiquines, espejos y camillas que se encontraban en la parte más profunda de la misma. Casi olvido el hecho de que me encontraba en una zona secreta de la instalación, y se suponía que los sitios así, debían de estar llenos de suministros para casos de emergencia.

Me acerqué a los botiquines y tomé unas cuantas gasas para limpiar la sangre de mis manos. Aproveché también, para poner un buen vendaje alrededor de la cicatriz en mi estómago, la chaqueta se había aflojado y el dolor comenzaba a ser una molestia.

Esta me seguía pareciendo muy extraña, el corte que dejó no pertenecía a ningún cuchillo que yo reconociera, y todavía ardía como un demonio. A pesar de eso, me limité a pensar que era una simple herida y al igual que las demás, sanaría en algún momento.

Me tomé unos segundos para ver mi figura en el espejo, apenas tenía diecisiete años y las cicatrices ya abundaban en mi rostro. Unas pequeñas ojeras se habían formado debajo de mis ojos, y las facciones de mis pómulos me daban un aire de adultez.

El uniforme de Nextech era lo único que me hacía parecer alguien de mi edad, así que tomé la chaqueta y me la puse encima de los hombros, y ahí estaba el yo de siempre, camiseta blanca, pantalones oscuros y la cómoda chaqueta azul. Lástima que estuviera hecha jirones y llena de sangre seca, al fin y al cabo, esta era la ropa que siempre llevaba puesto. Nora insistía bastante en que la acompañara a comprar ropa, pero la moda nunca fue mi fuerte, ni nada de lo que se supone que estaba de moda entre los chicos de mi edad.

- No Akil, concéntrate.

Golpeé mis mejillas, antes de que pudiera perderme entre mis pensamientos, y me alejé del espejo. Dejé todo tal cual lo había encontrado, y salí de la armería y, por consiguiente, de la biblioteca. No creí que fuera un problema dejar todo abierto, dudaba de que alguien quisiera estas armas obsoletas.

El camino hacia el último sector continuaba por una sinuosa escalera que llevaba a la segunda planta del edificio. Gran parte de la instalación era plana, pero el proyecto que se llevaba a cabo ahí, necesitaba el triple de espacio, por lo que subir las gradas era un completo incordio, estaban excesivamente anchas y su forma en espiral no ayudaba nada. Lo mejor que pude hacer fue subirlas de cinco en cinco, con mis habilidades era algo relativamente sencillo. Soportar el frio, en cambio, era otra cosa. Mis dientes castañeaban sin descanso, mientras que el vaho se formaba en mi boca. No tardé mucho en descubrir el origen de la baja temperatura. Un ventanal en medio de las escaleras, permitía que el viento entrara sin ningún tipo de tapujo.

De los pocos miradores que tenía el edificio, este era lo bastante ancho como para tener una buena vista de toda la ciudad, los científicos usualmente venían aquí para escapar de su ajetreada rutina. Lástima que ahora no fuera más que trozos de cristal.

Aun así, caminé hacia el con la esperanza de encontrar a alguien que estuviera rondando por los patios delanteros, ver a una sola persona me bastaba para dejar de lado este presentimiento que tenía.

Para mi mala suerte, encontré algo mucho peor.

- ¡Mierda! Esto es…


9 de Julio de 2018 a las 21:42 1 Reporte Insertar Seguir historia
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