Desde que intento hacer memoria para escribir anécdotas descubro situaciones muy graciosas, aunque algunos de mis recuerdos son vagos y otros son perezosos. Hace tiempo, cuando bebía sin moderación —que es como hay que beber—, recuerdo haber acabado una noche hablando con los muñequitos de un futbolín; no recuerdo el bar; ni quién estaba conmigo; ni qué equipos jugaban; ni si era una conversación o un mongólogo; ni si era de día o de noche; ni si iba vestido o en pelotas, marcando biceps y goles a diestro y a zurdo, casi todos por la escuadra pues el portero era pequeñito, mientras balbuceaba torpemente algo sobre nada; ni qué estaba bebiendo, porque seguro que estaba bebiendo algo; ni si alguien me miraba, ni si alguien no me miraba; ni cómo se llamaba el bar; ni si era un bar o una farmacia de guardia con un futbolín dentro; ni si había camarero o atendía la barra con soltura un chimpancé horroroso con un camisón de las rebajas y una corbata a juego con su cara de primate; ni si ponían música o amenizaba la desastrosa velada una cacatúa bizca contando unos chistes tan verdes como ella; ni si había lavabo o meábamos sin malicia en los vasos de otros clientes; ni si alguien me quería tirar fotos o si alguien me quería tirar ladrillos; ni si tocaba un grupo en vivo o si tocaba un grupo en muerto; ni si me portaba mal o me portaba fatal; ni si el suelo estaba limpio, o si el suelo estaba sucio, o si había suelo; ni si tenían segurata, o luces, o cámaras, o acción, o gente, o animales, o plantas, o bichos, o futbolín, o yo.
Gracias por leer!
Podemos mantener a Inkspired gratis al mostrar publicidad a nuestras visitas. Por favor, apóyanos poniendo en “lista blanca” o desactivando tu AdBlocker (bloqueador de publicidad).
Después de hacerlo, por favor recarga el sitio web para continuar utilizando Inkspired normalmente.