Los amigos se miraron entre si algo nerviosos y extrañados por el lugar adonde habían llegado.
Observaron con detenimiento el mapa que uno de ellos tenía entre sus manos.
La ubicación del objeto que buscaban estaba en la dirección en la que se dirigían , pero todavía les faltaba recorrer más de un kilómetro y medio aproximadamente para llegar al objetivo.
—¿Estás seguro de que encontraremos lo que buscamos en esa dirección? —preguntó uno de los hombres algo nervioso y secándose el sudor de su frente con un pañuelo.
—Pues sí, esa es la dirección correcta. Este mapa es la copia de un original que existió en su época. Me costó mucho tiempo lograr robárselo a su dueño.
—Más vale que valga la pena —replicó el tercero. —Nos has hecho invertir en este viaje a esta isla maldita a la que nadie quiere venir ni de paseo.
—Si no te gusta puedes irte, nadie te está obligando a quedarte .
La respuesta del hombre fue bufar y continuar el camino que le señalaba mapa.
A media que caminaban se adentraban en un bosque con árboles muy altos y de frondosa copa como si con sus ramas trataran de llegar al cielo.
Este crecimiento en cierta forma desmedido para los árboles típicos de la zona hacía que a medida que se internaba más y más en ese bosque la claridad y los rayos del sol se hacían cada vez más escasos.
Lo que más les llamó la atención eran los tallos oscuros y rugosos de los árboles, nunca habían visto nada parecido, ya que algunos presentaban una corteza un poco rojiza que asemejaba como si alguien los hubiese cortado a propósito con un cuchillo. El color de las hojas no podía verse con claridad ya que a esa altura la oscuridad del bosque no les permitía diferenciarlas.
—Creo que no podremos continuar la búsqueda sin tener algo de luz.
—Pues tendremos que continuar —insistió uno de ellos. —Voy a ir hasta el auto y traeré un par de linternas para iluminarnos mejor. No pienso detenerme en la búsqueda ahora que estamos tan cerca.
Dicho esto uno de ellos de dirigió a buscar lo que necesitaban mientras los otros dos quedaron a la espera, sentados sobre un pequeño montículo de tierra y hierbas silvestres.
Los dos amigos se quedaron en esa semi oscuridad esperando largo rato el retorno de su amigo.
Les llamó la atención que el bosque parecía no estar habitado, no se escuchaban los cantos de los pájaros u otros animales que suelen vivir en lugares como esos.
Allí en medio del bosque quizás sus mentes comenzaron a darse cuenta que algo extraño estaba cubriendo el bosque a medida que el tiempo pasaba. Comenzaron a escuchar un leve susurro, al principio casi imperceptible pero que poco a poco comenzó a hacerse más fuerte.
—¿Has escuchado lo mismo que yo? — preguntó uno de los hombres.
—¿Qué cosa?
—¿Pues no has escuchado un susurro? Como si algo me estuviese hablando al oído.
—Déjate de tonterías, que ha sido el sonido de las hojas de los árboles movidas por la brisa.
—Pero si no se mueve nada por aquí. Está todo demasiado quieto.
—Vamos ya. Termina con esta tontería. Mira —dijo señalando hacia un costado. — Ahí está regresando Martín con las linternas para continuar la búsqueda. En una hora ya estaremos de vuelta en el hotel con nuestro tesoro.
—Continuemos hacia allí —indicó el hombre con el mapa en la mano sin dudar en lo más mínimo.
Los tres hombres continuaron su caminata hasta el lugar indicado por el que los guiaba, mientras el bosque los abrazaba con sus oscuras sombras.
El más alto de los hombres cavaba en la tierra una y otra vez mientras los otros alumbraban. Se habían turnado cada uno para cavar el pozo donde se suponía estaba el "tesoro" que ellos creían que encontrarían.
Un ruido metálico se oyó cuando la pala fue clavada por enésima vez contra el suelo
—¡Parece que finalmente lo hemos encontrado! —gritó el hombre y la alegría de los tres estalló en una euforia desmedida.
Con calma lograron extraer un pequeño cofre de metal, con apariencia de ser bastante antiguo.
—¡Abrámoslo ahora, no puedo esperar!
En vano trataron de abrirlo golpeándolo con la pala, pero sin obtener el resultado deseado.
—Mejor vámonos — sugirió uno de ellos . — Este lugar no me gusta nada continuó.
La empleada de limpieza del hotel recorría el pasillo lentamente llevando consigo el carrito con todos los elementos para realizar su tarea en cada una de las habitaciones.
Llego a la habitación ubicada al final del mismo, era la última de ese día.
Golpeó la puerta un par de veces para asegurarse que los clientes no estuviesen en el cuarto, ya que lo último que quería era no molestarlos.
En vista de que nadie contestó desde adentro de la habitación decidió tomar la llave maestra para abrir y así comenzar su tarea de limpieza.
Apenas abrió la puerta el espectáculo que se encontró fue aterrador. Dos de los huéspedes se encontraban en el suelo del pequeño hall de entrada.
La empleada gritó desesperada por el susto y salió corriendo hacia la recepción.
Al llegar allí no podía explicar lo que le sucedía por lo que el empleado trató de calmarla.
Varios minutos después cuando la mujer logró estar más tranquila explicó lo sucedido al dueño del hotel quien llamó inmediatamente a la policía.
El inspector Barns era un hombre joven e incrédulo. Había vivido casi toda su vida en ese pueblo. Era de carácter serio y de pocas palabras, solo creía en lo que sus ojos veían y en las pruebas de la ciencia.
En cuanto a los rumores que se difundían en el pueblo sobre el bosque susurrante nunca había creído en ellos.
Entre esos rumores el más conocido era que en él habitaban criaturas que deseaban ser humanas, por ello las atraían al bosque para poseerlas y que las almas de los poseídos quedaban allí pidiendo ayuda y por eso se escuchaban los "susurros".
Lo primero que divisó en la habitación fue al forense ubicado cerca de uno de los cadáveres, haciendo su reconocimiento inicial del suceso.
Se encaminó hacia él para saber cuáles eran las conclusiones preliminares.
El forense lo miró esbozando una leve sonrisa —Siempre llegas casi antes que yo, ¿que te ha pasado hoy?
—Nada, respondío un poco nervioso el joven. Tuve un asunto personal que atender antes de venir aquí.
—¡Que extraño! Siempre está tu deber primero...
El joven inspector lo interrumpió para evitar que el forense continuará indagando sobre un tema del cual no quería hablar.
—¿Cuál es la información preliminar que me puede dar en este caso? —preguntó el inspector mientras observada detenidamente un objeto extraño muy pequeño que el muerto tenía en su mano derecha.
—¡Inspector, venga a la habitación por favor! — gritó uno de los oficiales.
El joven se limitó a ir hacia la habitación para encontrar al oficial que sostenía un pesado cofre que por su aspecto era bastante antiguo.
—¿Qué es lo que tenemos aquí? — dijo el inspector tomando un pañuelo limpio para abrir el cofre y ver que contenía su interior.
—Vaya, vaya, vaya. Tal vez esto sea el origen de las muertes de estos tres hombres.
—No creo que sea así, inspector —continuó el forense. —Ninguno de los hombres tiene señales de lesiones externas que indiquen que hayan querido matarlos. Igualmente haré todos los exámenes toxicológicos para saber si pudieron haber sido envenenados.
—Que extraño. ¿Por qué alguien querría envenenarlos para llevarse el cofre si luego no lo hizo? Aunque puede ser que no haya tenido tiempo...o no era el cofre lo que le interesaba.
—Etiqueten todo con cuidado y llévenlo a la estación de policía — ordenó el asistente del inspector, a la vez que se retiraban de la escena del crimen.
Ya habían pasado algunos días desde la muerte de los tres hombres que habían venido a la isla. El joven inspector se encontraba leyendo todos los informes que le habían enviado sobre estos cuando recibió una llamada del forense.
—Tengo los informes de toxicología. Si quieres te los envío por mail.
—De acuerdo. ¿Puedes adelantarme algo por teléfono?
—Es mejor que lo veas por ti mismo - contestó el forense y cortó la llamada.
El joven inspector quedó totalmente descolocado por la actitud del médico forense, no era normal en él ser tan descortés y lo justificó al pensar que tal vez hoy no tenía un buen día.
Se levantó del sofá de su oficina para ir hacia la computadora y abrir el mail con el informe del médico forense.
Se sorprendió al leer los resultados de toxicología que indicaban muerte por envenenamiento.
Eso no lo desconcertó ya que en su mente siempre había sostenido como hipótesis de muerte de los tres hombres lo que finalmente revelaron los análisis realizados.
Se levantó pensativo dirigiéndose hacia la habitación donde estaban guardadas en custodia las evidencias que habían sido recolectadas en la escena del crimen.
Se colocó un guante que retiro de una caja que estaba sobre la mesa y observó todos los objetos que allí estaban dispuestos.
El cofre, algunas joyas y monedas de oro, efectos personales de las víctimas y sus identificaciones entre otras cosas.
—Aquí hay algo que está faltando. Estos tres hombres no llegaron de la nada a esta isla, se internaron en el bosque y de casualidad encontraron el cofre. Falta algo muy importante: el mapa que indicaba donde encontrar lo que tanto deseaban.
Creo que esto lo voy a saber si voy al bosque de los susurros, allí está la respuesta.
El joven inspector salió de la estación policial llevando un bolso deportivo y una linterna. Sabía y además conocía el bosque susurrante y sus jugarretas.
Condujo su auto un par de kilómetros hasta que llegó al límite del bosque.
Sabía que el sol radiante del mediodía se transformaría en noche apenas ingresase al bosque.
Se bajó del auto, abrió el baúl tomando su bolso deportivo y una linterna.
Ingresó a paso lento por el bosque hasta que llegó a lo que parecía ser una especie de galería formada por los árboles que rodeaban un sendero bastante definido, en el cual poco a poco comenzaban a encenderse unas pequeñas flores que asemejaban farolas de color claro.
—Parece que esta vez tengo una mejor bienvenida comparada con la última vez que estuve aquí.
El bosque susurrante parecía cobrar más y más vida a medida que el joven inspector de adentraba en él.
Cuando finalmente llegó al lugar que se había propuesto una figura de forma humana algo ya anciana se colocó delante de él.
El joven inspector colocó en el suelo el bolso deportivo que cargaba consigo y lo abrió.
La anciana miró dentro de este y asintió con la cabeza.
—Has hecho bien en regresarnos el cofre. Ese tesoro le pertenece a ellas. Hace un par de siglos atrás unos mercaderes de esclavos pasaban siempre por esta isla. Era parte de su ruta. — continuó la anciana. —Los mercaderes se volvieron cada vez más y más ambiciosos. Como pasaban largas temporadas en el mar decidieron quedarse con algunas esclavas, las más jóvenes y bonitas. Ellas sufrían diariamente toda clase de humillaciones. Hasta que una de ellas que había sido hechicera en su tribu comenzó a llamar a los malos espíritus, practicando magia negra, para que las liberaran de tal tormento.
Los mercaderes comenzaron a sospechar de ellas. Cegados y temiendo que alguna de ellas pudiese escaparse y rebelar a alguien el secreto que en esta isla ellos escondían sus ganancias en oro decidieron cortarles la lengua.
A pesar de esta crueldad las esclavas resistieron y comenzaron a comunicarse a través de sonidos que parecían susurros.
Los mercaderes estaban muy obsesionados con su oro, estaban decididos a ocultarlo aquí en la isla junto con sus otros botines, pero esta vez habían decidido deshacerse de las esclavas.
Para ello hicieron bajar del barco a las esclavas con la excusa de que deberían ayudar a transportar los cofres y a cavar los pozos para enterrarlos.
Las esclavas sospechaban desde hacía tiempo de los mercaderes y decidieron tomar sus precauciones. Por lo que durante algunos meses habían aprovechado la cercanía con los tripulantes para robar algunos cuchillos.
Una vez en la playa los tripulantes y las esclavas lograron luego de algunas horas enterrar todos los tesoros, cuya ubicación quedó grabada con unas rocas que se posicionaron especialmente en el lugar con mucho esfuerzo. En ese momento las esclavas aprovecharon el descuido de los tripulantes para atacarlos.
La masacre fue total tanto de parte de los mercaderes como de parte de las esclavas.
La hechicera con su último aliento hizo un conjuro para que nadie pudiese tocar ese oro. Ellas estarían siempre velando por él y se transformaron en los árboles que forman este bosque.
Solo logró sobrevivir una joven niña de la cual yo soy una de sus descendientes — finalizó la anciana. Tal vez alguien más logró sobrevivir porque alguien tuvo que hacer el mapa con el que llegaron estos hombres.
—¿Entonces has sido tu quién fue al hotel a robar el mapa? Han descripto a alguien como tu entrando ahí.
La anciana no respondió, se quedó allí inmóvil mientras el joven inspector ya tenía todo el caso caso resuelto.
—¿El veneno se lo has dado tú a los hombres o fue un accidente? — preguntó el inspector con mucha calma.
—Se acercaron mucho a las flores venenosas. Era su destino. Nunca deberían haber venido aquí.
—Espero que me estés diciendo la verdad.
—Bueno, joven inspector... tendrás que creerle a tu propia abuela.
FIN
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