u7172187059 Víctor Mestre Pérez

Historia corta en la que una pareja de novios, que está pasando una serie de baches en su relación, acuden a una vidente en busca de consejo y para que les lea el futuro, por medio de las hojas del té.



Romance Paranormal No para niños menores de 13. © Si

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Cuento corto
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El porvenir en las hojas de Té

Cuando Esther y Carlos se pararon frente a la puerta, vieron un cartelito negro que colgaba de esta y que anunciaba, "Esmeralda, tarotista, vidente, instructora de yoga, experta en artes arcanas y naturista". Esther miró a Carlos y preguntó.

—¿Es este el sitio?

—Eso parece —Carlos se volvió hacía el pasillo que habían dejado atrás y echó un vistazo. Media docena de puertas se extendían a lo largo de un pasillo iluminado por grandes ventanales. En un extremo vio a hombres trajeados yendo de aquí para allá, con sus maletas en una mano y sus cafés para llevar en la otra—. No veo ningún otro cartel parecido en el resto de puertas.

—¡Ya me he dado cuenta, idiota! Lo único que digo es que se me hace un poco raro que una adivina tenga su consulta en un edificio de oficinas —la mujer, nerviosa, se rascó el antebrazo.

—Supongo que le irá bien el negocio —dijo Carlos mientras comprobaba un mensaje de Whatsapp.

—Cari, llama a la puerta.

El hombre asintió, se guardó el móvil y se volvió hacia la puerta. Cuando levantó el brazo, dispuesto a llamar a la puerta, esta se abrió para adentro y una mujer apareció bajo el dintel.

—¡Hola! —dijo la mujer. Era joven, tenía un pañuelo dorado en la cabeza, vestía un traje violáceo y del cuello colgaban una decenas de abalorios.

—¡Buenas! ¡Hola! —saludó la pareja.

—¿Vienen en busca de consejo, guía...? —preguntó la mujer—. ¿Quizá, tienen dudas sobre su futuro juntos?

—¿Cómo sabe que estamos juntos? —preguntó el hombre.

—Bueno, a eso me dedico —la mujer miró al hombre y preguntó— ¿Carmelo?

—¡Casi! ¡Me llamo Carlos!

—¡Vaya! —se volvió hacia la mujer y dijo—. Déjeme intentarlo con usted... mmm... ¿Esther?

La mujer, sorprendida, se volvió hacia Carlos y dijo.

—¡Vaya, es buena! ¡Me ha dejado de piedra!

—Mi nombre es Esmeralda, tarotista, vidente y... bueno, todo lo que pone en el cartel de la puerta —la mujer les tendió la mano y dijo—. Pasen, pasen.

La vidente se hizo a un lado y les invitó a pasar. La habitación era pequeña, con varios sillones a los lados, una mesita en el centro y algunas revistas encima. Entre las publicaciones más destacadas estaban Muy Interesante, Más Allá, Año Cero o Jot Down. Colgando de las paredes, vieron enormes cuadros con estampas del Tíbet, junto con fotografías de naturaleza o paisajes. Al fondo, había otra puerta, por la cual entraron siguiendo a la vidente. Tras ella, respiraron un fuerte aroma a incienso y a hierbas aromáticas; artemisa, hinojo, jazmín, vainilla, lavanda... La habitación estaba iluminada por una par de lámparas que descansaban sobre un par de mesas en los extremos y una grande, cubierta por una tela roja, que colgaba del techo en el centro. Carlos y Esther descubrieron varios lienzos colgando de las paredes; unos con símbolos zodiacales, otros con imágenes de dioses de la mitología hindú y alguno con mapas celestes. También habían algunas estanterías llenas de libros esotéricos, mapas que señalaban los puntos del chacra y guías pare aliviar males mediante infusiones. En una de las mesas, junto a una de las lámparas, había varios tarros de especies junto a una cocinilla portátil. La vidente señaló una mesa que había en el centro y las sillas que habían alrededor de esta.

—Por favor, como si estuvieran en su casa —dijo Esmeralda. La pareja se acercó a la mesa del centro y tomaron asiento. Esmeralda caminó hacia la cocinilla portátil, cogió un tetera y la llenó de agua de una botella. Puso la tetera en la cocinilla y encendió el fuego. Se volvió hacia la pareja y preguntó—. ¿Nerviosos?

—No, no, para nada, todo bien, sí —dijo Esther.

—¿Saben algo de energías alternativas, adivinación, el uso de los poderes ocultos de la mente...?

—Sí, sí, sí, estamos al tanto sí —dijo Esther.

—Bueno, ella sí, yo no tanto —dijo Carlos—. Esther es una gran aficionada a las cosas esotéricas, alternativas y paranormales. Y en fin... ¡Aquí estamos!

—¿Cómo han llegado hasta aquí? —preguntó Esmeralda—. ¿Han sabido de mí por algún anuncio de periódico, en redes sociales, algún conocido...?

—Nos la recomendó un compañero de trabajo —dijo Carlos—. Pepe, una bajo, encorvado y de ojos pequeños...

—¿Pepe? ¿Bajo y encorvado? Mmm... Sí, me suena —dijo Esmeralda.

—Tiene gracia que ese bala perdida nos recomendará a usted —dijo Esther mientras reía—. Nunca me hubiera imaginado que ese cenutrio fuera aficionado o fuera seguidor de estas cosas...

—Bueno, los balas perdidas son los más necesitados de consejo —dijo Esmeralda—. Y bien. ¿Dice usted que está al tanto de las energías alternativas, los remedios naturales, la...?

—Sí, la verdad es que soy una gran aficionada a todas esas cosas, sí —dijo Esther avergonzada—. La astrología, la numerología, el veganismo, las cartas del tarot, el I Ching...

—Ya veo...

—¿Sabe algo de todo eso? —preguntó Carlos.

—Algo —respondió la vidente a Carlos con una sonrisa. La tetera dejó escapar un silbido y un hilillo de vapor se elevó hacia el techo. Esmeralda apagó el fuego, cogió un trapo y agarró la tetera del asa. La colocó en una bandeja, junto a dos tazas blancas y un tarro cerámico y las llevó a la mesa. Tomó asiento y dijo—. A mí se me da mejor leer las hojas de té. ¿Y bien? ¿Qué les preocupa?

La pareja, indecisa, se miraron el uno al otro. Finalmente, Carlos habló primero.

—Verá, estamos pasando un pequeña crisis de pareja y...

—Bueno, crisis, crisis no —dijo Esther—. Lo que pasa es que el muy listo ya me la pegó una vez y no me fio.

—¿Se la pegó? —Esmeralda abrió el tarro cerámico, y ayudándose de una cuchara, vertió unas hojas de té chino en las tazas. Cogió la tetera y vertió agua caliente sobre estás hasta llegar al borde—. ¿Se refiere a que le puso...?

—Bueno, no hubo sexo (o no que yo sepa), pero le vi agarrado y morreandose con una rubia, durante las fiestas navideñas en una discoteca del puerto —dijo Esther.

—¡Ya te lo he explicado! ¡Me tropecé, caí y...!

—¡Excusas! ¿Y cuando te pillé tomándote una copa con una compañera tuya del curro? ¡Bien arrimadicos que estabais!

—¡El sitio estaba muy concurrido! —se defendió Carlos.

—¿Y qué excusa tienes para el fular de mujer que te pillé en el asiento trasero de tu coche?

—¡De otra compañera de trabajo!

—Bueno, tras escucharles, yo creo que lo que necesitan es una consejera matrimonial —dijo Esmeralda.

—Sí, sí, lo hemos intentado, pero nada, no ha funcionado —dijo Esther—. Las cosas parecieron enderezarse, más o menos, hasta que un día le pillé (de nuevo) unos mensajes que había estado enviando a un mujer por el móvil y... bueno...

—¡Era una compañera de las clases de pilates! ¡Nada más!

—Mire, necesito que me diga que esto va a funcionar. Necesito que me diga que esto tiene futuro —dijo Esther apesadumbrada—. Como ferviente creyente de las energías alternativas, los chacras y el poder de la mente, creo que un vistazo al futuro fortalecería nuestra relación.

—Yo, como le he dicho antes, no soy muy seguidor de estas historias —dijo Carlos encogiéndose de hombros—. Ahora bien, si eso hace que Esther vuelva a confiar en mí, por mí bien.

—¿Quiere que le lea el futuro y les asegure que todo irá bien? —preguntó Esmeralda. Esther asintió—. De acuerdo.

La vidente tomó las tazas de té y se las sirvió a la pareja. Les dio un par de cucharillas y les acercó una azucarera.

—¿Azúcar? —preguntó Esmeralda.

—Sí, gracias —dijo Esther. Cogió una cucharilla, la metió en la azucarera y la vertió en la taza.

—Yo no voy a beber, gracias —dijo Carlos, negando con la cabeza y empujando la taza de té a un lado—. A quien le va a leer el futuro es a ella no a mí.

—¿Seguro? —preguntó Esmeralda—. ¿No quiere que le echemos un vistazo a...?

—¿Para qué, si yo no creo en estas cosas? Además, a mí el té no me gusta demasiado.

—Pues está bien rico.

—Quizá otro día —dijo Carlos desganado.

—Como prefiera —dijo Esmeralda—. ¿Han oído hablar de la taseografia, taseomancia o tasomancia?

El hombre negó con la cabeza y se encogió de hombros.

—Yo sí —dijo Esther—. Es un método para predecir el futuro.

—¡Exacto! El proceso es sencillo. Piense, por un instante, en lo que le aflige, lo que le preocupa —dijo Esmeralda—. Concéntrese en eso por un momento y después tome la taza y bébasela, sin prisas, de forma sosegada y tranquila.

—Entendido —dijo Esther. Alargó la mano y cogió la taza. En ese momento, Esmeralda levantó su mano y le indicó que esperara.

—Solamente debe dejar el equivalente a una cucharilla de té en el fondo de su taza. ¡Ojo! Debe cogerla con su lado psíquico.

—¿Y ese lado es? —preguntó Carlos.

—Si es diestra, cogerá la taza con la izquierda; y con la derecha si es zurda —dijo Esmeralda.

—Entendido —dijo Esther.

—Cuando las hojas de té queden al fondo, las removerás con la cucharita tres veces en el sentido de las agujas del reloj —dijo Esmeralda mientras simulaba el movimiento de la mano a modo de explicación—. A continuación, colocarás el platito encima y dejarás escurrir el liquido, manteniendo la posición durante ocho segundos (u ocho respiraciones). Tras esto, lo pondrás sobre el plato, de nuevo, con la mano contraria.

—¿Lo escurrirá sobre la mesa? —preguntó Carlos.

Esmeralda levantó el platito con la taza encima y mostró otro segundo platito justo debajo.

—¡Ah, vale! Entendido.

—Finalmente, me devolverás la taza, le echaré un vistazo y te diré lo que he visto.

—¿Así de fácil? —preguntó el hombre sorprendido.

—¡Carlos, cállate un poquito! ¿Vale? —dijo Esther malhumorada.

Vaaale, me callo —dijo Carlos—. Calladito como un muerto.

Esmeralda rió.

—Es normal que pregunte si tiene dudas. Bien, ¿estás lista?

Esther miró la taza y asintió. La vidente le hizo un gesto y le invitó a tomarla. Esther cogió la taza con las dos manos, se la llevó a los labios y bebió. Saboreó un gustó amargo, a pesar de la cucharadita de azúcar, a la par que exótico. Tomó unos segundos para paladearlo y continuó bebiendo. Cuando quedó un poso de té, dejó la taza sobre la mesa. Cogió la cucharilla, removió tres veces el fondo de la taza, y a continuación puso el platito sobre esta. Tras escurrirlo sobre la que estaba debajo, levantó el platito y lo colocó sobre el otro. Dejó la taza sobre los platitos y los empujó hacia a Esmeralda.

—Has cogido la taza con las dos manos —señaló Esmeralda.

—¡Mierda, se me olvidó! —exclamó Esther preocupada.

—¡Mira que eres! Para una cosa que tienes que hacer y la haces mal —se burló Carlos.

—¡Cállate! —gritó Esther. Miró a la vidente preocupada y preguntó—. ¿Es grave?

—No te preocupes, es un gesto meramente ceremonial —Esmeralda agarró la taza y miró en su interior—. Mmmmm...

—¿Mmmm? ¿Ha visto algo malo? —preguntó Esther preocupada.

—Un momento, por favor —dijo Esmeralda—. Estoy interpretando los símbolos.

—No la atosigues, mujer —dijo Carlos.

—No me chinches, Carlos, haz el favor —dijo Esther.

—Vaya, vaya —rumió Esmeralda.

—¿Ve algo? —preguntó Carlos.

—Sí... veo algo parecido a un insecto, puede que un mosca... no, espere... es una abeja, aquí, cerca del borde de la taza —señaló Esmeralda—. Y parece posada sobre una especie de mancha...

—¿Una mancha? —preguntó Esther preocupada.

—¿No estaría esa mancha antes en la taza? —preguntó Carlos.

—No es una mancha, "mancha". Quiero decir que las hojas de té forman algo parecido a una mancha —dijo Esmeralda—. Más bien parece una nube, sí.

—¿Nubarrones? —preguntó Esther.

—Un momento —Esmeralda movió la taza entre sus manos y se fijó en otra figura hecha de restos de té—. Vaya, vaya, vaya...

—¿Vaya, el qué? —preguntó Esther sin levantar la mirada de la taza—. ¿Es un "vaya-vaya" malo o...?

—Esto de aquí parece un pez —dijo Esther.

—¿Un pez? —preguntó Carlos—. ¿Qué tipo de pez? ¿Un atún? ¿Un delfín? ¿Un tiburón?

—Una ballena —dijo la vidente.

—¿Una ballena? A ver —Carlos se inclinó sobre la taza y echó un vistazo—. ¿De verdad ve un ballena ahí dentro?

Esmeralda hizo caso omiso al comentario y continuó mirando atentamente el fondo de la taza.

—¿Un circulo, en el fondo? —se preguntó la vidente.

—¿Un anillo, tal vez? —aportó Esther esperanzada.

Esmeralda levantó la vista de la taza, miró a la mujer y sonrió.

—Sí, un anillo. Buena observación.

—¿Y qué significa todo eso? —preguntó Carlos.

—La interpretación es clara. El insecto, la abeja, representa una molestia, una sensación de malestar con seres del entorno —dijo Esmeralda mirando a Carlos. Se volvió hacia Esther y continuó explicando—. Y el hecho de que esté sobre una nube significa que ese malestar afecta negativamente a tu estado mental.

—¿Con seres de mi entorno? —preguntó Esther. Se volvió hacia Carlos y preguntó—. ¡Sabía que tú tenías la culpa!

—¿Pero culpa de qué, si no he hecho nada? —dijo Carlos encogiéndose de hombros.

—Sin embargo, la ballena simboliza... eh...

La vidente se quedó pensativa por un instante.

—¿Qué simboliza la ballena? —preguntó Carlos.

—Eh... ¡Auuch! —la vidente dio un respingón en su silla.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Esther preocupada.

—Ha sido una fluctuación psíquica —dijo la Esmeralda con una lagrimilla cayéndole de la mejilla.

—¿Estás bien? —preguntó Carlos—. ¿Puedes continuar?

—Sí, eso creo. Como iba diciendo, la ballena simboliza... una preocupación sin fundamento, sin razón alguna. Algo fruto de la imaginación nada más, algo por lo que uno no debe preocuparse.

Esther, esperanzada, miró a la taza y luego a la vidente.

—¿De verdad simboliza eso?

—Así es. Además, aquí, en el centro está el anillo, que simboliza la alianza entre el hombre y la mujer, una paz proveniente de tal unión —dijo Esmeralda—. Una unión entre ustedes dos.

—¿Y que esté en el centro de la taza significa algo? —preguntó Carlos.

—Significa que será algo que conseguirán con un poco de empeño, a medio, largo plazo —explicó Esmeralda tras dejar la taza en el platito.

—¿Una boda? —preguntó Esther.

—Es posible —dijo Esmeralda.

—¿Y qué hay de todos los indicios sobre las infidelidades de Carlos?

—¡Que no te he sido infiel! —dijo Carlos desesperado.

—Bueno, la ballena muestra claramente que sus miedos son infundados, que debe confiar más en su pareja. Solo así, alcanzará la unión entre ustedes —dijo Esmeralda.

—¿Pero esa unión es segura?

—Bueno, como he dicho antes, a largo plazo sí. Es posible que si su confianza se refuerce, esta unión llegue antes.

Esther, más tranquila, se recostó sobre la silla. Le tendió la mano a Carlos y sonrió.

—¿Estás ya más tranquila, cari? —preguntó Carlos.

—Un poco —respondió Esther.

—Bueno, ya has oído a la vidente...

—Esmeralda, me llamo Esmeralda.

—Sí, sí, Esmeralda —asintió Carlos—. Ya la has oído, cariño. No ve ningún problema en el horizonte, no ve nada por lo que debamos preocuparnos. ¿Mmm?

—Eso espero —dijo Esther.

—Te lo garantizo —Carlos se acercó a Esther y le dio un cariñoso beso en los labios.

—¡Me alegra ver que mis servicios les han sido de ayuda! —dijo Esmeralda contenta.

—¡Gracias por todo! —dijo Esther feliz—. A todo esto, no hemos hablado de cuanto nos va a cobrar por la sesión, ni si admite...

<<Brrriiimmm- brrriiimmm.>>

El teléfono de Esther vibró en su bolso. Metió la mano dentro y leyó la pantalla.

—Es mi madre.

—Yo me hago cargo de pagarle —dijo Carlos—. Tú cógele la llamada a tu madre y ahora nos vemos fuera.

—¡De acuerdo! —Esther asintió. Se dirigió a Esmeralda y dijo—. ¡Gracias por todo lo que ha hecho!

—Aquí estoy para ayudar —dijo la vidente.

Esther se despidió con la mano, se levantó de la mesa, atendió el móvil y salió de la habitación. Oyeron como la puerta de la entrada de local se abría y cerraba rápidamente.

Una vez solos, Carlos miró a Esmeralda y dijo.

—¡Felicidades Lorena, te has pegado un curro impresionante! ¿Cuánto tiempo te ha constado desmontar todo el tinglado de fisioterapeuta que tenías aquí montado?

—¡Toda la mañana! —la vidente se quitó el pañuelo de la cabeza y lo dejó sobre la mesa. Se pasó las manos por la melena morena y bufó cansada—. ¡Puff! ¡Menudo curro me he pegado!

—Lo dicho, impresionante.

—Con que te mandas mensajitos con una amiguita de pilates, ¿eh? ¡Qué calladito lo tenías! —espetó Lorena.

—¡Es una señora de sesenta años!

—Ya claro.

—¡Lo juro! ¡Palabrita del niño Jesús!

—¡Ains! Por cierto, podrías haberte pasado esta mañana y haberme ayudarme a montar todo esto.

—Teníamos comida en casa de la madre de Esther.

—Ya, comida, claro. ¡Mira que tener que disfrazarme de adivina para tapar nuestra aventura! —dijo la mujer—. Esto se lo cuento a mis amigas y se parten de risa.

—¡Ja, ja, ja! ¡Es una buena anécdota!

—¡Ah! Lo de la patadita por debajo de la mesa sobraba, ¡bruto!

—Vi que se estaba olvidando lo que habíamos preparado y quería ayudarte a recordarlo —dijo Carlos con una sonrisa en los labios.

—La próxima vez, recuérdamelo con más cariño —Lorena se levantó de la mesa y preguntó—. ¿Crees que se lo ha tragado?

—Sí, sí, se lo ha tragado. Durante una temporada estará tranquila. ¿Nos vemos está noche?

—Por supuesto.

30 de Abril de 2018 a las 10:59 1 Reporte Insertar Seguir historia
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Fin

Conoce al autor

Víctor Mestre Pérez Desde que tengo uso de razón, recuerdo haber tenido siempre entre mis manos libros de fantasía, ciencia ficción y terror. Ahora, tras mucho tiempo trabajando en la sombra (suena horrible, lo sé), he decidido dar el salto y convertirme en escritor. Autores como J.R.R Tolkien, Terry Pratchett, Andrzej Sapkowski, Philip K. Dick, Isaac Asimov, Stephen King o Clive Barker se han convertido en mis maestros y modelos de referencia.

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JF Jonathan Ismael Frias Concepcion
ACABO DE DARTE ME GUSTA,ESPERO QUE PASES POR MIS HISTORIAS Y TAMBIEN ME DES MI LIKE,DIOS TE BENDIGA.
May 19, 2018, 02:36
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