La determinación es la guía del guerrero en los instantes previos a su más dura prueba. Vencer a la muerte para renacer como «Ulfhernards» estaba al alcance de unos pocos. Las sogas alrededor de sus muñecas y tobillos lo retenían, así que ya no había lugar para el lamento. La fe en lograrlo es lo único que le quedaba.
El guerrero voluntario en aquella ocasión, llamado Ralf, no era ningún enclenque, pero tampoco destacaba por encima de los guerreros más capaces en cuanto a su fuerza. Era por esto que muy pocos eran los que confiaban en que el ritual fuese a funcionar, teniendo en cuenta que otros muchos antes que él habían perecido.
Ralf giró la cabeza echando un último vistazo a la criatura con la que, desde ese momento en adelante, compartiría fortuna: un águila a la que amarraron por sus patas e impedían su vuelo por más que picotease las cuerdas que la mantenían presa. Aquel pobre animal desconocía su destino, no lo había elegido, y aunque el guerrero no entendiese el lenguaje de las aves, sus continuos chillidos evidenciaban sus ansias de libertad.
—Yo cuidaré de ti —Ralf sintió el lamento de la criatura, y empatizó con sus deseos de volar. Por suerte, aquel podría ser el vínculo que necesitaban para que el ritual tuviese éxito.
Su madre se debatía entre su instinto protector y sus costumbres culturales mientras guardaba silencio con un continuo hormigueo en el estómago ante lo que sabía que iba a ocurrir. Debía ser fuerte por respeto a su hijo y su decisión: unir su cuerpo al alma de un animal de poder para convertirse en un poderoso aliado de su aldea.
Los chamanes entraron acompañados del sonido de los tambores que resonaban en el interior de la cueva, y frente a la luz de las fogatas y antorchas que iluminaban la estancia. Lo primero que hicieron fue calmar al águila.
«Para que el ritual tenga éxito, el portador y el animal de poder deben estar en paz». Así lo relatan las sagradas escrituras.
Los chamanes se dirigieron hacia Ralf y el águila, a quienes dedicaron una oración para cada uno.
—Que el poder del gran árbol os guarde —aquellas palabras calmaron al ave. Cesando en su empeño de volar y picotear las cuerdas: el hechicero la había inducido a la paz.
Del interior de una caja de madera, los chamanes extrajeron una estaca llena de símbolos y sellos mágicos: era la herramienta con la que el ritual se llevaría a cabo.
El primer sacrificio debía ser el águila, a la que introdujeron la estaca por la parte posterior de su cráneo. Manchada con la sangre de su animal guía, el chamán se dispuso a introducir la misma en el pecho de Ralf. Este empezó a respirar hondo, tratando de calmar sus pulsaciones.
—Oremos: que las almas de portador y guía se unan, y que esta historia no sea un final, sino un comienzo.
Aquellas palabras del chamán vinieron antes de que introdujese con fiereza la estaca a la altura del esternón de Ralf. Al cabo de unos segundos, exhaló un último aliento, quedando sólo esperar un día para conocer el resultado del ritual, su gesto era sereno en la muerte, incluso mientras cosían su herida una vez concluida la ceremonia.
Una lágrima resbaló por la mejilla de su madre al ver el cuerpo inerte de su hijo junto al águila. Rezó al gran árbol para que transcurridas veinticuatro horas abriese los ojos. Era joven, vigoroso de espíritu y con mucho que aportar.
Las oraciones tuvieron su resultado: pasado un día, el guerrero inhaló una fuerte bocanada de aire, volviendo a la vida. Pocos lo esperaban, pero todos se alegraron cuando lo vieron salir apodado como Ralf "ojos de águila" del interior de la cueva.
Además de ver su vista agudizada, se dice que perdió su miedo a las alturas, y que no existe caída que le afecte. Los guerreros más veteranos de la tribu fueron a consultar a los chamanes cuál era el motivo que hacía que unos sobreviven a esta prueba y otros no. Por qué guerreros con mayor fuerza y experiencia habían muerto, y Ralf hoy disfrutaba de sus dones. Y aunque sabían que sus preguntas no buscaban saciar la sed del conocimiento, sino que eran fruto de la envidia, era parte de su cometido el de educar a los hombres.
—No es la fuerza del cuerpo, ni la habilidad en el campo de batalla lo que marca la diferencia, sino el poder del espíritu y la conexión del portador con el animal guía.
Fue desde entonces que, a lo largo de las tierras salvajes y las naciones civilizadas de su misma isla, Ralf "ojos de águila" pasó a ser considerado una leyenda viva, un montaraz con el que todos quieren contar para sus servicios, pero es él, desde su libertad recién adquirida, quien decide la siguiente causa por la que luchar.
Gracias por leer!
Podemos mantener a Inkspired gratis al mostrar publicidad a nuestras visitas. Por favor, apóyanos poniendo en “lista blanca” o desactivando tu AdBlocker (bloqueador de publicidad).
Después de hacerlo, por favor recarga el sitio web para continuar utilizando Inkspired normalmente.