irvtrinidad Irving Trinidad

"El tiempo lo cura todo", decía mi madre. "El tiempo también curará esto", lo decía después de que le contaba una historia de amor. Esta serie de historias, de relatos, muestran como con el pasar del tiempo, de la vida y de las experiencias, permiten a un corazón sanar, aprender y saber controlarse a sí mismo frente a las adversidades que la vida, y que especialmente el amor, nos hacen enfrentar.


Romance Todo público.

#Reflexión #Tiempo
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Recuerdos

   Dicen que "el tiempo lo cura todo", o al menos eso es lo que mi madre solía decirme.

   A mis casi veinte años, había tenido solamente dos relaciones en toda mi vida. La primera de ellas fue muy peculiar; no duró más de un mes, sin embargo, el tiempo que tuve la oportunidad de ser su amigo fue verdaderamente especial. Compartíamos gustos de adolescentes: música, artistas, nuestra visión de la vida estaba destinada a eso, a compartir nuestros peculiares gustos, y de vez en cuando una que otra historia paranormal.

   Recuerdo un peculiar día donde muy emocionada ella llegó gritando mi nombre, entusiasmada por compartirme el nombre de una canción que había escuchado sin parar durante todo el fin de semana:

- ¡oye, oye! - me gritaba desde lo lejos. - tienes que escuchar esta canción. ¡es buenísima!

- veamos ... si, es buena. - respondía mientras escuchaba lentamente a través de los auriculares.

- ¡tenemos que escribirla en nuestra libreta de gustos! - me decía con una gran sonrisa en el rostro mientras sacaba de su mochila una gran libreta blanca.

   Ella y yo teníamos una libreta muy especial. Era una libreta donde escribíamos todo aquello que nos gustara y nos disgustara. Una especie de diario compartido donde, en lugar de poner lo que nos ocurría, poníamos cosas relevantes entre los dos. ¿Fuimos a un viaje y nos tomamos una foto? De seguro la foto ahí estaba. ¿Habíamos descubierto una verdad irrefutable sobre la vida? No había mejor lugar para plasmarlo que esa libreta, que fue nuestro más grande vínculo y tesoro de nosotros dos.

   Se aproximaba su cumpleaños y yo sabía exactamente que regalarle: un disco de su artista favorita. La idea me pareció perfecta pues a ella se le hacía difícil acceder a ese tipo de artistas. ¿Qué podía salir mal? Pensé. Así que decidido a hacerlo, puse en marcha todo un estructurado plan para que nada pudiera salir mal. Considera que tenía diez y siete años, y todo ajeno a lo que conocía y vivía era todo un reto y una emoción.

   Salí de la secundaria y pensé que esa bonita amistad, que ese tesoro que entre ella y yo teníamos se terminaría perdiendo. Yo tenía que ir a la preparatoria y a ella todavía le quedaba un año más de secundaria. Conocí nueva gente, conocí nuevos amigos. Sin embargo yo no quería tener una nueva mejor amiga. Yo ya estaba feliz con quien ocupaba ese especial nombre. Así que, sin más, decidí regresar por aquellos caminos, por aquellas calles donde ella y yo solíamos caminar juntos, como amigos, como un equipo.

   Fueron muchas veces que pude coincidir con ella. En tiempo y en camino. Y haciendo honor a nuestras pláticas paranormales, se me había desarrollado una especie de 'sexto sentido' donde podía saber yo con precisión dónde estaba. Casi creo saber exactamente de dónde me miraba; entre la multitud ahí estaba ella, entre esos pequeños huecos que la gente hacía al caminar podía sentir su mirada, tan peculiar, tan específica, "ahí estaba ella", decía yo.

   Y como si el tiempo ni la distancia pasásen, ahí estabamos de nuevo. Ella y yo caminando entre las hojas de otoño y el frío de octubre. 

- ¡Muchas felicidades! - exclamé con alegría mientras sacaba de mi mochila un peculiar paquete.

- ¿Qué es esto? - me preguntó con una cara asustadilla.

- Es tu regalo. Ya sabes, por tu cumpleaños. ¿Creías que se me iba a olvidar? - dije mientras esperaba ancioso a ver su reacción.

- Ya sé que es. No puedo aceptarlo. - me dijo mientras mi sonrisa cambiaba su curvatura.

- ¿Por qué? - pregunté, - si ya sabes qué es, ¡acéptalo! te lo he traído con mucho cariño.

- No puedo. - volvió a decirme mientras tomaba mi mano y me entregaba el paquete. - No puedo aceptarlo por algo. Perdóname. - y mientras lo decía, dió la media vuelta y se alejaba mientras yo me quedaba ahí, perplejo, confundido y preocupado por no saber por qué no lo había aceptado. Intenté alcanzarla mientras gritaba su nombre pero jamás quiso voltear. La perseguí durante algunos metros y llegué con ella, pero se daba la media vuelta mientras me esquivaba. En aquel momento, en aquella tarde de octubre, jamás había sentido tanto desconcierto como aquel día. "¿Acaso hice mal?" me preguntaba de regreso a casa.

   Pasaron algunos días hasta que ella quiso responder mis mensajes. "Perdón por haberte hecho eso. Es que no podía aceptarlo. Luego lo sabrás." me decía una y otra vez. Yo no sabía que pensar: ¿no le gustaban los regalos?, ¿no era lo que ella quería?, ¿estaba feamente presentado y por eso no quiso aceptarlo?. Fueron tantas las cosas que pasaron por mi mente que jamás se me habría ocurrido otra cosa tan ajena y tan extraña a nosotros. "Pues bueno", no pude replicar nadamás. Y lo que ella nunca supo, es que ese regalo, ese paquete, lo guardaría para la posteridad hasta que, nuevamente, nos volviéramos a encontrar.

   Llegó aquel día tan emocionante para los dos: su pase de la secundaria a la preparatoria. Yo estaba feliz pues iba a tener nuevamente a mi mejor amiga cerca. El horario era un asco claro, mientras ella iba por las mañanas yo iba por las tardes. No me importaba, honestamente. Mientras pudiera pasar unos minutos con ella y compartir risas, intercambiar miradas. No sabía yo ciertamente lo que todo eso significaba, sin embargo, todos lo notaban.

   Un sábado lluvioso de septiembre mientras me encontraba yo practicando baloncesto y ella en un taller de pintura, pues habíamos movido el mundo para coincidir en vernos, ninguno de los dos se esperaba lo que ese día iba a pasar. Tal vez para muchos era obvio para donde esta relación iría, sin embargo, ¿quién puede esperarse un mágico y dramático momento como la primera vez? Era el medio día y los talleres y los deportes llegaban a su fin. Ahí estaba yo esperándola pacientemente mientras veía sus caderas contonearse al bajar las escaleras. Ahí estabamos ella y yo, frente a frente, como si nunca nos hubieramos visto. Estaba yo fascinado por su gracia y su belleza. Mis brazos no tardaron en abrirse y mis ojos concentraron velozmente su atención en ella. "¡Hola!" exclamé con gran alegría, "Hey", exclamó ella con una sonrisa en el rostro. Nos vimos. Nos abrazamos. Ella tomó de mi brazo y comenzamos a caminar dentro de la preparatoria. 

   De pronto el cielo cambió de azul a gris. Se había pronosticado lluvia. Usualmente iban por ella sus padres, pero ese día se demoraron un poco más de lo habitual. Había algo en el ambiente que no puedo explicar. Las nubes de pronto y sin aviso, descargaron su contenido. Era un ambiente perfecto para un perfecto encuentro. O al menos, así lo había tomado yo. Buscabamos un lugar donde refugiarnos y ella, fiel tomada de mi brazo como dos almas inseparables por la vida y por el destino, nos aventuramos a buscar. Nos encontramos de pronto en un lugar en silencio, en total calma. Ahí estabamos ella y yo, mirándonos el uno al otro. En nuestros ojos podía verse algo inexplicable. Era un mundo, un universo de energías bailando entre ellas a un ritmo que solo nuestros corazones podían tocar, a un ritmo que solo nuestros sentidos y nuestra piel podía bailar. Ahí estabamos, en la calma, en un punto exacto del universo donde solamente podíamos estar ella y yo. Y de pronto, como si la lluvia hubiera evocado los más sutiles sentimientos, nos encontrabamos abrazándonos como si nunca más fueramos a vernos. Realmente no sabíamos que iba a pasar a continuación. Realmente no sabíamos que ibamos a hacer diez minutos después. Solo estabamos concentrados en el momento, concentrados en ese cálido y profundo abrazo. Besé suavemente su mejilla mientras una de mis manos tomaba su mano y la otra tocaba delicadamente su rostro. Sentí, de pronto, las pulsaciones de los dos. Nuestros corazones estaban latiendo tan fuerte que nuestra piel al contacto nos lo delataba. Ella giró y entonces, pasó: nuestros labios se encontraron.

   Puedo describir ese momento como el más tierno, el más sincero y el más cálido que nunca había tenido. A pesar de haber dado un beso con anterioridad, este guardaba una magia particular pues estaba cargado de elementos potenciadores y tan especiales que la relación en sí le daba con el pasar del tiempo. Nuestros labios se encontraron y fue algo tan, mágico, que el tiempo se detuvo; todo se detuvo. La lluvia, el viento, la gente, los pájaros, el sonido, el frío, todo se detuvo. Eramos solamente ella y yo. Como si hubieramos entrado a una dimensión distinta donde solamente existieramos los dos. La duración de ese beso no la puedo recordar. Sin embargo, lo que si puedo recordar fue como todo parecía como si nos mirara, pero al mismo tiempo nos dejaran en privacía. Era como si todo estuviera ahí para nosotros, para hacer que esa magia sucediera, para hacer que ocurriera porque así lo queríamos los dos. Recuerdo como de nuevo regresaba a esta dimensión. Como los colores regresaban, como el sonido de la lluvia se hacía presente y como ella, me abrazaba fuertemente. En ese momento, uno solo puede pensar en dos cosas: "¿hice mal?", "no lo sé, pero solo quiero estar con ella". 

   A pesar de haber tenido casi dos años de conocernos y de tener toda una historia digna de un capítulo de un libro, en ese momento parecía que iba a ser un punto y aparte. El detalle fue que no sabía si era para escribir en otra hoja, o para escribir en otro capítulo. Cierto fue que era tan solo para escribir en otra hoja, pero que pronto llegaría a su fin.

   Veintiun días fueron los que duró pasar de un título o informalidad de "mejores amigos con sentimientos y actitudes de pareja" a una formalidad de "novios" propiamente. Veintiun días, si, ese fue el tiempo que duró esa formalidad. De pronto nos encontramos envueltos en una situación donde ni ella ni yo pudimos controlar. Era la prescencia de dos figuras paternas que comenzaron a entrar incisiva y tajantemente en la relación. No veo conveniente entrar en tanto detalle, sin embargo, me encontraba yo entre la espada y la pared. Estaba entre hacer que la cambiaran de institución o hacerme a un lado. Para los dos fue un momento de gran tensión y sufrimiento. No puedo calcular la cantidad de lágrimas derramadas por cada uno en su lado. Nos escribíamos cartas como si de viejas parejas nos tratáramos. Buscabamos siempre la forma de tener un encuentro, fugaz y efímero de unos segundos. No nos importaba, solo nos importaba preservar esto que había nacido y había tomado nuestras mentes y nuestros corazones. ¿Qué iba a pasar? Ninguno de los dos sabía a continuación.

   En un intento tal vez estúpido, tal vez demasiado valiente, tal vez incompetente o sin sentido, me aventuré a ponerme de frente a sus padres. No busqué darle la vuelta al asunto. No busqué evadirlo. No busqué quedarme escondido. Busqué enfrentarlo, busqué encararlo por el amor que ella y yo nos teníamos. Busqué hacerle frente a esto por lo que valía la pena luchar, sufrir y no darse por vencido. Sin embargo, duró más el trayecto que hice de mi casa al encuentro, que el encuentro mismo. 

   Sabía a lo que iba yo. Tenía las palabras precisas, exactas para hablar. Sabía a quién me iba a encontrar y sabía como la iba a abordar. O al menos esa seguridad tenía yo, que durante los primeros tres segundos de que su madre me vió y habló, tiró con facilidad toda esa seguridad y todas esas palabras de explicación y valentía con la cuál había durado días sosteniendo. 

- Hola, señora. ¿Puedo hablar con usted? - con voz firme decía yo mientras ella, me lanzaba una mirada lastimera y una mirada de 'vienes a empeorar más la situación'.

- A ver pues. Vamos a hablar. - con voz decepcionante y triste me decía. - ¿Qué quieres?, ¿qué buscas con mi hija?.

- Quiero pedirle la oportunidad de estar con ella, - decía yo con especial cuidado cada palabra mientras me hacía sentir a mi mismo como si fuera una amenaza o un enemigo a quien vencer rápidamente.

- No puedes. No es algo que esté en tus manos. Vete, antes de que causes más problemas. - me decía tajantemente.

- Pero déjeme explicarle. Esto que siento por ella es sincero. - intentaba explicarle mientras mi preocupación por el tiempo y la hora comenzaban a subir.

- Vete, muchacho. No sabes lo que has ocasionado. Vete, antes de que venga mi marido. - me decía la madre de aquella joven por quien yo luchaba estar.

- No entiendo, señora. No soy cualquier muchacho. Soy diferente. - decía mientras volteaba a todos lados.

- No la conoces tan bien como la conozco yo. Porfavor, no la busques más. No nos causes más problemas. - decía como estocada final. 

Y antes de que cualquier otra cosa pasara, antes de que cualquier otra cosa pronunciáramos, pasó lo que no debía de haber pasado, y como si de una dramática novela se tratáse, algo dentro de mi hizo girar mi cabeza hacia la derecha y ahí estaba: el auto pasando del padre de mi querida junto a ella, y su padre, desde luego. 

   Nunca había sentido el tiempo pasar más lento como en aquella ocasión. Te lo juro, fue un momento súmamente escalofriante. No sé si fue mi percepción o si el carro realmente iba lento, pero después de ver el vehículo y ver los ojos del padre, y de ella, mi preciada dama, todavía puedo verlos al cerrar los ojos. Fue una escena digna de novela mexicana: dramática. El vehículo giró en su respectiva calle. No sabía que iba a pasar, pero segundos después cuando el tiempo se descongeló, la señora, madre de mi dama, se volteó y comenzó a caminar en dirección hacia su casa mientras decía "ya lo complicaste más. vete, antes de que pase cualquier cosa". Acto seguido, aparece la figura del padre dando vuelta en la esquina mientras posaba fíjamente su mirada sobre mi cuál aguila enfocando sus ojos sobre su presa. Sentí un miedo, un escalofrio se apoderó de mi, así que tuve que darme la vuelta y huir. Si, salí corriendo entre una mezcla de ira, impotencia, miedo, tristeza. De cierto modo sentí una amenaza hacia mi persona, hacia mi integridad. Nunca antes alguien me había lastimado antes físicamente, pero en esa ocasión algo me dijo "corre, no sigas más aquí". Nunca supe y probablemente nunca sepa que pasó en ese momento, y traerlo a la memoria de ellos ahora parecería algo, poco ético. 

   Pasaron los días, las semanas. Hubo una gran incomunicación de ella hacia mi. ¿Se había enojado?, ¿la habían castigado?, ¿por qué? me preguntaba constantemente mientras veía como otras parejas, como otros novios tenían relaciones normales. Algo dentro de mi crecía, era un enojo, era una impotencia por no saber que estaba pasando ni que iba a pasar. Fue la primera vez que yo sentía ese tipo de cosas. Fue la primera vez que quise de verdad.

   Sin embargo, al fin hubo algo de luz. Cierto sábado el cuál mi mente logró bloquear por lo que pasó, aconteció un evento que no puedo describir, pero fue áltamente impactante, no solo para mi, sino para todos los involucrados. Evocarlo, traerlo a la memoria podría ser doloroso para quienes lo recuerden.

   No obstante, pasando ese difícil momento, el tiempo "que todo lo cura" y dado que la vida siempre se abre paso a pesar de las circunstancias, el tiempo y cualquier cosa, ahí estabamos nuevamente ella y yo, frente a frente en el mismo pasillo. 

   Hubo un suceso muy particular que hace que escépticos, ateos y no creyentes en las energías ni en la magia, siempre queden con esa duda y fascinación de aquel extraño evento. Yo sabía que ella me quería. Ella sabia que yo la quería. No sé si fue una oportunidad de la vida para que las cosas se calmaran y pudieramos poner punto final a nuestra existencia, o si fue un último intento del amor. 

   Ella estudiaba en la misma preparatoria que yo, pero en distinto turno. De pronto, un lunes, como si de una broma se tratase, llego yo a la preparatoria y de pronto veo que el reacomodo de los salones era otro. Cada grupo, cada salón tenía un número designado acorde al grupo de estudiantes que le tocaba dicho salón y grupo. 415 era mi número, y 218 era el del grupo de ella. Y de pronto, conforme me acercaba más a mi número, me daba cuenta que el número de su grupo, y el mío, se acercaban. Hasta que sucedió: estaba justo enfrente de mi: una puerta con el papel: "218 / 415". 

    ¿Era el destino?, ¿era una broma de muy mal gusto por parte de la administración?, ¿era el universo dándonos una nueva oportunidad o se estaba riendo de nosotros?, ¿cómo podríamos interpretar que ella y yo, después de haber pasado semejantes sucesos, ibamos a volver a vernos, a toparnos ahora casi hasta por la fuerza, cuando ella salía y cuando yo entrara? Fue un lunes tan dramático como aquella tarde lluviosa de septiembre. No sabía lo que iba a pasar, solo sabía que una vez más, la iba a tener frente a mi. Y así fue, así sucedió. Ella ahí estaba, saliendo de su salón mientras yo, estaba entrando. No necesitamos mirarnos directamente porque ya sabíamos, el uno y el otro, que ahí estabamos; pasandonos por un lado. 

   Los primeros días ella nunca me volteaba a ver. Era normal, pues la situación en la que nos habíamos envuelto era verdaderamente traumática. Si yo hubiera estado en su lugar, no sé honestamente cómo hubiera reaccionado. No puedo juzgarla, no puedo criticarla. Era ella desenvolviéndose a como su dios o su consciencia le permitía tener fuerzas. Nunca antes había sido más empático con nadie, hasta que en alguno de esos encuentros frente a frente en ese pasillo tan reducido para entrar a nuestros respectivos salones, ella me miró. Ella volteó con esos ojos tan fríos y negros, producto de largas noches de llanto, me miró con esos ojos y sin decir ni una sola palabra, me transmitió todo con esos bellos ojos negros. Su mirada era fría, sí, pero había un gran sentimiento oculto que solamente yo podía ver, un sentimiento que solamente yo podía conocer, pues sus latidos y los mios estaban sincronizados, aunque ya nuestros corazones estaban lastimados y golpeados por las vicisitudes previamente presentadas. Ahí estabamos entonces, poco a poco retomando ese cruce de miradas. Ella sabía que ahí estaba yo, ella sabía que yo la miraba. Sin embargo, tenía que actuar y ser indiferente ante mi, algo que yo comprendía completamente. 

   Dos de sus amigas intentaron intercerder por nosotros. Me decían como la motivaban a ella para volverme a hablar, pues, ¿a quién se le da otra oportunidad de tener un acercamiento así?, ¿quién en su sano juicio no pondría en duda la existencia de dios o del destino si hacen que una historia tan profunda, tan mágica, tan sincera como la nuestra, fuera nuevamente puesta y atravezada en el camino con algo tan burdo, pero tan significativo, como poner dos grupos de estudiantes, de distinto turno, en el mismo salón? Es algo que hasta la fecha no puedo encontrar explicación. Solo sé que la magia que hubo detrás fue tan impresionante, que a continuación te diré porqué no dejó de sorprenderme.

   Pasaron los días y entonces, ella se decidió: me habló. Desde luego, sus padres seguían llendo por ella, ahora con especial atención sobre mi. Cada vez que cruzaba yo la calle y ellos ahí estaban, sus ojos no me quitaban la vista. Era, desde luego, la preocupación genuina de unos padres preocupados por su hija. Sin embargo, era irracional esde mi punto de vista, al menos en aquellos días. ¿Qué de malo podía hacerle yo, a ella que tanto la queria? Que tanto deseaba estar con ella. Le escribía cartas y cartas que jamás le llegaron, pero que dejaba que volaran en  forma de cenizas. Y cuando ella me habló, entonces, cuando decidió a cruzar nuevamente camino conmigo, ahí estabamos, nuevamente ella y yo, uno frente al otro. Nuestra interacción, no obstante, se limitaba a unos cuantos minutos. Nunca fueron más de diez pues era el tiempo de gracia que teníamos al cambio de turno, y como sus padres le esperaban, cualquier tiempo "de más" que ella hiciera, era sospechoso. Teníamos tiempo limitado, pero no por eso no lo valorabamos. La interacción, desde luego, no era la misma. Era muy reducido todo. No podía darle cartas pues tenía varios centinelas rodeándole quien todo contaban a sus padres. La situación era tal vez muy extrema, pero ante tal extremismo no podíamos arriesgarnos. Sentía que estaba viviendo una aventura, mi primer aventura verdadera.  

   Pudimos intercambiar un par de besos, sin embargo, no podían ser tan apasionados como nosotros quisieramos, y el simple hecho de pensar vernos por fuera, un sábado o un domingo, eran ideas completamente lejanas a la realidad pues nunca pude verla más que una sola vez fuera de la escuela. Estaba muy bien cuidada, y yo valoraba de cierto modo eso. Sin embargo llegó uno de los momentos más duros para mi: la despedida.

  Era un viernes, y de esas pocas veces donde podíamos platicar en el pasillo ahí estabamos ella y yo. Me decía con voz triste y quebrada, que esto no podía seguir así. 

- No puedo seguir así. - me decía mientras miraba hacia otro lado.

- ¿Por qué?, ¿no es suficiente el tiempo? - decía yo preocupado.

- No, no es eso. Es que, no me siento bien tracionando la confianza de mis padres. - me decía. - me preguntan si te he vuelto a ver, me preguntan si me has hablado nuevamente. ¿y qué respondo ante eso?. son mis padres, no puedo traicionarles... - me decía con algunas lágrimas en sus ojos.

- Entiendo, lo entiendo bien. Entonces, ¿es esta nuestra despedida? - decía yo con una gran tristeza sobre mis ojos.

- Si, si lo es... - me respondió tajantemente. 

- Bueno, entonces... adiós... - decía triste, cansado, y derrotado yo.

- Adiós.

   Y mientras miraba como se iba, mientras miraba como todo aquel esfuerzo que habíamos hecho para poder conservar 10 minutos al día de una conversación entre todo lo que ella y yo significabamos el uno para el otro, tuve que decirle adiós. Y como si fuera una broma nuevamente del destino o de la vida, al lunes siguiente la numeración de los salones cambió. Y tal y como te lo imaginas, nuestros grupos habían sido separados. Irónicamente y ahora, ya no había forma de que nos volvieramos a topar. ¿Fue acaso una preparación lo que estabamos viviendo para poder superar tan duro y amargo desencuentro?, ¿estaba ya todo destinado para separarnos y solo nos dió el tiempo para asimilaro?, ¿qué fue lo que pasó?, ¿por qué pasó lo que pasó? Yo, con ya casi veinte años, no podía dejarme de hacer aquellas preguntas que te marcan, que te dejan todo un mundo de emociones y sentimientos a flor de piel, con el corazón extendido sobre mis manos y con miles de cosas para decir y sin palabras para pronunciar. ¿Era este un verdadero adiós? Me preguntaba constantemente. 

   "El tiempo todo lo cura", decía mi madre. "El tiempo también curará esto", me lo decía ella después de haber oído nuestra curiosa, historia de amor. 

   

   

17 de Marzo de 2018 a las 21:35 0 Reporte Insertar Seguir historia
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