citadelle_etoilee Romane Lavoie

Romane Lavoie es una muchacha francesa sin empleo ni estudios que vive del sueldo de su primo, abusando de su departamento y allanando sus cosas con religiosa periodicidad. La totalidad de sus actividades diarias son comer, beber y fumar, a excepción del día de bar que dedica para charlar con sus amigos desempleados y miserables sobre la posibilidad de que la miseria del mundo se apile sobre su propia miseria. Es odiada por muchos y ella los odia a todos: el mundo lleva una relación muy armoniosa con ella. Es lógico. Sin embargo, la llegada de los hermanos Joubert a su vida traerá una vibración nueva a su día a día, volcando un caldero de emociones y recuerdos que hace mucho tiempo debían estar enterrados.


Historias de vida No para niños menores de 13.

#amor #familia #desempleo #vicios
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I

Era cerca de mediodía. El departamento yacía en un extraordinario silencio y Romane no podía estar más fastidiada de leer la carpeta de su primo Louis.

Se había levantado pasadas las once de la mañana directamente a fumar un cigarrillo, cerrando la ventana para impedir que el humo saliese del recinto. Luego de esa pequeña tarea, como era de costumbre, entró al cuarto de su primo y registró todos los cajones de la mesita de noche en busca de algo interesante. Sabía que si tenía suerte ese algo se consumiría -por supuesto todo dentro de lo legal; solo podía ser tabaco o alcohol- o directamente no podría ser utilizado por su mente abstracta.

En esta ocasión había encontrado una carpeta llena de papeles con una letra minúscula, marcado cada dos frases con un tipo de destacador distinto y llena de anotaciones con una caligrafía ininteligible.

Leyó la primera página genuinamente interesada, pero después de llegar a la frase " ...detenido bajo los cargos de robo con intimidación... " se detuvo y pasó a la siguiente. Ya tenía suficiente con la plática docta sobre los casos diarios de Louis como para volver a rellenar sus pasadizos mentales con la misma aburrida información.

Cuando hubo revisado toda la carpeta y concluyó que no había nada particularmente sangriento, decidió que fumaría en el cuarto de su primo uno o dos cigarrillos. Quizás toda la cajetilla si el dueño del cuarto no llegaba en los próximos treinta minutos.

Romane sabía de sobra que eso no pasaría.

Sacó un encendedor de debajo del colchón de la cama y prendió el primero, procurando no derramar cenizas en el cobertor. Si estaba fumando encerrada en una habitación ajena, al menos tenía que tener la decencia de dejar todo limpio para la tranquilidad de su dueño. No se le olvidaba que el siguiente lugar más cómodo que la recibiría si Louis la echaba, sería la boca inferior del puente Flaviano o el cuartucho viciado en que vivía su amiga Rébecca.

Sabía perfectamente que la unica diferencia entre un sitio y el otro era que bajo el puente se respiraba un aire más limpio y podía entrar la luz del sol.

Rébecca podría brindarle un techo, dormir en un recinto cerrado y cálido, quizás bañarse con agua limpia, pero todo eso en realidad no le provocaba gran emoción. En cambio, al puente no tendría que pedirle hospedaje ni seguirle alguna regla, mucho menos tendría que hablarle por obligación...

Ahora bien, Louis le proporcionaba dinero, tabaco y alcohol; los otros dos lugares no podían asegurarle eso. Tenía que ahorrarse joderle la vida por lo menos en un aspecto para poder seguir fumando y nadando en la vagancia.

Sonrió relajadamente al terminar en ese pensamiento tan cómodo: le parecía un privilegio poder vagar sin ningún tipo de inconveniente.

Finalmente, se recostó sobre las almohadas, mirando como las volutas de humo hacían figuras graciosas al viajar hacia el techo. Las columnas espesas apenas dejaban ver la superficie pintada de verde tropical, pero los diminutos huecos por los que escapaba el color eran suficiente para hacer trotar la imaginación de Romane.

Tomó otro cigarrillo de la caja y lo utilizó como si fuese un pincel, tratando de esparcir la tonalidad por los lugares que permanecían ahogados en el humo. Pensó en la idea de la pintura por generación espontánea y por un momento sintió que había encontrado la formula para la eterna juventud.

Si alguien quería pintar, solo tenia que acostarse a fumar en un lugar absolutamente cerrado hasta morir de asfixia y asunto arreglado. ¡Era la mejor idea que se le había ocurrido en años!

Claro, si le quitabamos el hecho de que había que respirar humo por horas hasta intoxicarse, la imposibilidad de elegir el color o el lienzo, incluso derribando el placer de mezclar los colores, la idea era totalmente compatible con la necesidad de su alma por obtener nuevas pinturas.

Recordaba tristemente que ya no tenía ninguna en la caja, la pálida e insípida imagen del medio retrato hecho el día anterior se lo confirmaba, pero no tenía ganas de gastar su dinero en esa clase de artilugios.

Prefería beberse la mitad de su mesada en el bar sin nombre que quedaba a dos cuadras del departamento, pensando en lo fantástica que era su vida sin un empleo, sin un amigo por interés, sin un insulso amor platónico de cafetería o de tren. Luego, festejaría su "mesa para uno" en algún restaurante de fideos instantáneos, cantando desafinandamente y dibujando el retrato de algún pobre miserable de cuello y corbata que estuviese comiendo solo -por la necesidad de comer más que por el placer de hacerlo solo-, para incluirlo en la exposición personal y exclusiva de su habitación llamada "entre platos vacíos y caras de poker".

Esa si era una manera fantástica de gastar el dinero. Comer mirando a otros que también comían. Poder comer.

De pronto, sintió que caía de golpe en el pavimento.

Se acordó de sus primeros días en la casa del padre de Louis. Esos maravillosos tiempos en que su tío Orville se llenaba las entrañas con alcohol puro mientras ellos se morían de hambre. Entonces, cuando lloraba por los calambres abdominales y le pedía ayuda a ese señor, el viejo se limpiaba la boca con la manga y le escupía con su hálito de alcohol revuelto: "Llénate el estomago con solidaridad, piojo. Hay niños que en verdad han muerto de hambre; haz algo por ellos y cierra el pico". Luego de eso, tenía que morderse las manos, primero para no hacer ruido al llorar y más tarde porque llorar no le quitaba el hambre.

Cuando entró a la escuela, pudo llenarse la boca con los bocadillos de sus amiguitos o robar alguna fruta del comedor a la hora del almuerzo. Comía con ansias junto a Louis, mirando al resto de los niños incluso dejar comida en las bandejas y aquello era como un martillazo en la sien.

Le gustaba llenarse con comida sabiendo que los otros también podían comer, pero se daba cuenta de que si algún día ella no podía ingerir ni una miga de pan, ellos no dejarían de comer porque ella estuviese muriendo de hambre. En tanto, ella seguiría viviendo de las raciones de solidaridad impuestas por un estúpido borracho.

-Al menos el maldito ya se murió- vocalizó suavemente tras una muy larga calada, pensando que ese pasado había sido enterrado con Orville.

Se deshizo del cigarrillo en el cenicero que había junto a la mesita de noche y se puso otro en los labios, mas no lo encendió. Abrió la puerta y dejó que el humo la siguiese por el pasillo, atravesando la sala de estar y terminando en la habitación propia.

Ya dentro del recinto, buscó entre la maraña de telas y ropa bohemia un abrigo blanco lleno de pintura en las mangas. Tras calzarlo alrededor de su anatomía, fue por un cepillo para poner en orden la parte más enredada de su cabello, cuya tintura aparentemente violeta estaba al borde de claudicar. Luego, esperó de pie en el centro de la alfombra, pensando a que sitio debía irse.

Pensó en el restaurante de fideos, en ese asqueroso bar que le daba abrigo a los desempleados, en la diminuta habitación que alquilaba Rébecca y en aquella esquina en la que su amiga tocaba el violín para ahogar de alguna manera sus meses de cesantía. También llegó a querer conocer la pequeña oficina en la que su querido amigo Ludovic revisaba y editaba los artículos de un período local, pero sintió un escalofrío extraño cuando supo que iba a ver profesionales.

No se sentía lista para afrontar a alguien con estudios completos, cuando ella solo sabía hacer lo que nadie le había enseñado. No le pagaban un sueldo por pintar bonito y aunque lo hicieran, sabía que la paga sería tan esporádica e inestable que de igual manera Louis tendría que alimentarla y dejarla dormir en su apartamento 287 días al año.

No tenía una carrera profesional y no planeaba cursar ninguna; ¿no dirían los demás profesionales que ella era una pieza más en el rompecabezas del mundo NEET*? Técnicamente era cierto y lo sabía, pero una cosa era ser consciente del asunto y otro que se lo dijeran en la cara. Probablemente le daría un puñetazo a cada persona que lo repitiera, solo porque odiaba el término. Ella no quería formar parte de un sistema único y cerrado de oportunidades limitadas al nombre de la universidad en la que estudiaste, cuantos años lo hiciste o si tu carrera es más o menos rentable.

Era la opción de vida que había determinado cuando aún era menor de edad. No había cambiado de opinión y, según recordaba, su primo la apoyaba en ese asunto o en cualquier otro desde que había decidido hacerse cargo de ella.

Cuando Louis fue mayor de edad y comenzó a recibir ayuda económica de su madre, decidió que estudiaría derecho. Ella aún no terminaba la escuela, pero se fue a vivir con él al departamento que alquilaba. Durante ese periodo, estudió con todo su esfuerzo para poder graduarse, incluso cuando la escuela le daba cinco patadas cada año: primero matemáticas y física, luego química e inglés y por último, como si no tuviese suficiente con las demás clases, llegaba filosofía enfundada en botas de plomo y de la mano de Emma, su profesora lunática.

Esa mujer pasaba unas veinte definiciones cada clase y luego hablaba pura basura redundante, adornada con su dialecto de abogada frustrada. Más tarde ponía en los exámenes la misma pregunta con la misma fórmula de respuesta; le encantaban las definiciones. En su primer intento, Romane utilizó sus tácticas de redacción para explayarse en algunas definiciones pensando que la maestra iba a estar encantada, pero el perfecto cero sobre veinte en la parte superior de la hoja le dijo que debía más bien ceñirse a la literalidad de la definición. Por lo tanto, tuvo que aprender de memoria todas las definiciones y copiarlas idénticas en la siguiente prueba.

Cuando llegaron los resultados, se sorprendió completamente al ver que obtuvo un doce sobre veinte, mientras que su compañera de pupitre, con las mismas respuestas y la misma redacción, logró puntuar con quince sobre veinte. Por primera vez sintió el amargo sabor de la rabia y se lo hizo saber a la profesora. Pelearon a gritos por casi veinte minutos y Emma, al ver que no podía ganar la pelea contra la adolescente, la sacó del salón amenazada con una regla y luego llamó a su tutor.

Orville no fue a la cita, pero estuvo todo el día sentado en el único sofá de la casa esperando a Romane con el cinturón en la mano. Aquella fue la última vez que le pegó y, gracias a las hábiles gestiones de su hijo, también fue la última vez que la vio.

Pasada esa época, la graduación era en todo lo que la muchacha podía pensar. No concebía tener que pasar otro año leyendo libros hasta astillarse los ojos o verse obligada a aguantar otra Emma en su vida. Siempre trató de disuadir a Louis de la idea de inscribirla en una universidad, diciéndole que le encantaba pintar y dibujar, incluso escribir poesía, pero que no se decidía por una carrera en específico.

Tras salir de la escuela, Louis le dijo que podía tomarse un año para pensarlo; sabía que su prima no quería estudiar, pero siempre tuvo la esperanza de que algún día su mente haría 'click' y le diría que quería estudiar bellas artes o algo por el estilo. Él la apoyaría en cualquier decisión que tomara.

Sin embargo, el año pasó demasiado rápido y Romane tuvo que confesarle en voz alta que no pensaba entrar a un aula otra vez, sin permitir que ningún elaborado argumento la hiciese cambiar de opinión.

Tras reflexionar por larga minutos, sin darse cuenta había vuelto a la idea de su amiga violinista. Pensó que tal vez su plan del licor y los fideos podría incluirla ese día. Quizás también le pediría que le tocase una hermosa canción de violín y la distraería para meter un par de billetes en el estuche del instrumento sin que lo notara. Eso era lo que haría.

Sin esperar un minuto más, sacó la mitad del dinero que tenía guardado en el cajón, salio de la casa y caminó tranquilamente calle abajo, pensando en aquel plato de fideos.

Extrañamente fumar le había dado mucha hambre.

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NEET: Deriva del acrónimo en inglés not in employment, education or training (ni trabaja, ni estudia, ni recibe algún tipo de formación). Se aplica al describir a jóvenes que no tienen ocupación, vale decir, ni trabajan ni estudian ni está dentro de sus planes hacerlo.

5 de Marzo de 2018 a las 01:55 0 Reporte Insertar Seguir historia
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