Desde hace casi una hora no ha dejado de llover por eso ya está a punto de parar, en cuanto lo haga me iré de vuelta a casa pero ahora es una buena excusa para refugiarme en el apartamento de Evelyn, mi mejor amiga, mientras tomamos cervezas y nos reímos un poco para aliviar la tensión de las últimas semanas.
Hemos estado trabajando muy duro y ayer presentamos la tesis de fin de carrera, Interacción Extrema con Bestias. Una exposición brillante, eso han dicho los del jurado por unanimidad, y no ha sido fácil, nos hemos esforzado mucho para que todo saliera perfecto y conseguir la máxima nota porque sabemos muy bien donde nos puede llevar y no queremos perder esa oportunidad.
Después de unos botellines y una bolsa de patatas fritas, uno de los pocos lujos permitidos en el Orden que regula Kyomo, nuestra nación, caemos rendidas en su maravilloso sofá, para mí el más cómodo del mundo.
—Cuando me independice me compraré otro igual —le digo—. ¡Me encanta!
Evelyn ríe despreocupada.
—Tienes que portarte bien para que te dejen venir al bloque conmigo —me advierte—. Eso estaría bien, aquí mismo, a mi lado… ¡Sería genial! ¿No te gustaría?
—¡Pues claro! —le sonrío—, ¿cómo no me va a gustar?.
Mi mente se relaja. Estaría bien, pienso, supongo que alejarme de mi padre, de mi casa, de la pequeña cárcel en que se ha convertido mi cuarto, me haría sentir un poco más libre.
—Entonces ya sabes lo que tienes que hacer . —Se acerca donde estoy y se acurruca—. Todo lo que te pasa está aquí dentro, en tu cabecita.
—Lo intento —le digo con tristeza.
—No lo suficiente.
—Eso no es justo, Evelyn. —Me aparto con brusquedad sin disimular mi impotencia—. ¡Sabes que lo intento!
Evelyn me observa con preocupación. No tiene ganas de repetirme lo que me dice siempre y la verdad es que yo tampoco tengo ganas de escucharlo.
—Lo siento, Nora. No quiero que te enfades.
—No sé por qué me dices eso ahora...
A menudo me entran bajones y nadie lo entiende, me culpan y con sus reproches solo consiguen que me sienta peor. Ya sé que piensan que soy responsable de lo que me pasa, pero no es cierto, no tienen razón, hago todo lo que puedo, no tengo la culpa de que el Metrodazol no me haga el mismo efecto que a ellos, que al resto de los habitantes de Kyomo, porque aquí todos nos medicamos para ser inevitablemente felices.
—Lo sé... ¡Ven aquí! —Me coge de las manos y tira hasta que nos quedamos tumbadas—. ¿Me perdonas?
Asiento en silencio, ¿qué puedo decir?, lo último que quiero es pelearme con ella.
Aguantamos así un rato y me voy relajando, menos mal, creo que el sopor de las cervezas nos adormece un poco, estamos así un buen rato hasta que Evelyn abre mucho los ojos y se incorpora de golpe.
—¿Qué pasa?
No me contesta.
—¿Hoy es viernes? —me pregunta alterada.
—¡Claro, Evelyn!, ¡siempre vengo los viernes! —le contesto, es parte de nuestra rutina—. ¿Qué te pasa?
Se echa las manos a la cabeza.
—¡Me había olvidado! ¡Qué estúpida!
—¿De qué?
—¡Erik está a punto de llegar!
—¿Aquí? ¿A tu casa?
—¡Sí, Nora! ¿Dónde si no?
—¿Pero no estaba fuera?
Evelyn no me responde, está demasiado acelerada, ha pasado de cero a cien en un segundo.
—¿Cómo se me ha pasado? ¿Cómo he podido olvidar que hoy venía?
Me cuesta incorporarme, las piernas me tiemblan y aún estoy embotada.
—Tienes tiempo, Evelyn, no te preocupes. —Intento calmarla—. Erik nunca llega antes de las nueve y aún falta media hora.
—¡Ya! ¡Pero me tengo que arreglar! ¡Así no estoy bien! —se agobia—. Quería ducharme, lavarme el pelo, pintarme un poco, ya sabes, y no me va a dar tiempo…
—Pero Evelyn, ¡si eres preciosa! —le digo sincera—, no hace falta que te hagas nada para estar guapa.
Evelyn se queda quieta de repente y por fin me sonríe. Respira hondo y se tranquiliza.
—Gracias, Nora.
—¿Regresa de su viaje secreto? —le pregunto en voz baja. Se supone que no debo saber nada pero ella no se ha podido aguantar y me lo ha contado.
—¡Sí! —me contesta poniéndose interesante—. Es un proyecto brutal el que quieren desarrollar, solo se eso, y también que va a cambiar mucho las cosas.
—Espero que sea para bien…
—¡Claro que será para bien! —Me corta—: ¡Qué cosas dices, Nora! ¡El Gobierno siempre lo hace todo para bien! —Parece enfadada—. ¿Qué te pasa?
—Nada. —Me encojo de hombros.
Evelyn me mira inquisidora y me fuerza a callarme.
Tendría que disimular mis dudas, hace tiempo que me di cuenta de que no debo desahogarme con ella, aunque a veces no puedo evitarlo porque es la persona que más cerca siento, en realidad no debería desahogarme con nadie.
—Ahora no tengo tiempo que perder —dice dando por terminada la conversación—. Voy a ducharme pero no tardo. Espera a que salga, por favor —Me pide—. ¡No te vayas aún!
Se da la vuelta y empieza a quitarse la ropa de camino al baño, siempre lo hace así, no se espera a llegar y la va dejando tirada, es un completo desastre.
—¡Tómate otra cerveza a mi salud!
No digo nada, no cojo otra cerveza, bastantes he tomado ya. Pierdo mi vista en su espalda, en el tatuaje azul de su cuello, una secuencia digital, la 111119, lleva el pelo recogido en un moño y es perfectamente visible. Yo también tengo un tatuaje, el mío es el 000009r. Son números que fueron asignados al azar, al principio, cuando se establecieron los controles de fronteras en la nueva nación. Lo que todavía no sé es lo que significa la maldita r, además nadie que yo conozca tiene una letra añadida al final de su identificación.
Antes de entrar en el baño Evelyn me mira de refilón. Está acostumbrada a mis silencios, a mis rarezas, lleva demasiado tiempo conmigo, desde que recuerdo, y cree conocerme muy bien, pero no tanto como le gustaría. A menudo dice que para ella soy como un libro abierto, yo asiento con docilidad sabiendo que no es cierto, que hay muchas cosas que se le escapan, que incluso a mí se me escapan.
En cuanto Evelyn desaparece me levanto y voy hacia la ventana, noto como la tristeza me oprime el pecho, de nuevo tengo un bajón y no me encuentro bien. ¿Por qué me pasa esto? ¿Por qué el Metrodazol no me hace efecto? ¿Por qué la maldita química no funciona conmigo como con los demás?
Fuera está lloviendo y me concentro en las gotas que golpean en el cristal, van formando regueros en los que se confunden las luces de los coches. Me quedo absorta observando cómo se distorsiona la realidad en algo tan nimio, el otro lado parece un espejismo.
Abro la ventana para respirar y la humedad de la noche reciente lo invade todo, el olor del asfalto mojado, pero no solo eso, hay algo más que solo percibo yo, una leve brisa que viene de algún lugar remoto y huele a tomillo y madreselva. Cierro los ojos y me siento niña de nuevo, casi sin querer, y entonces hundo los pies chapoteando en el barro.
Vuelvo atrás.
Entonces me asaltan las extrañas imágenes que no sé de dónde salen, si son recuerdos olvidados o partes de un sueño, pero cada vez son más nítidas, creo que guardan algo importante y que cuando lo descubra cambiará todo.
Es de noche y la luna es enorme.
No sé donde estoy, no lo reconozco, parece una ciudad devastada después de una guerra. Hay edificios muy altos por todas partes, moles de cemento llenos de agujeros y ventanas donde nadie asoma, algunas tienen los cristales rotos. Parecen colmenas y a pesar del abandono, de la miseria que desdibuja sus fachadas, sé que están habitados, que son el hogar de mucha gente, probablemente mi hogar.
Estoy en un parque sin árboles, un descampado de tierra yerma donde solo sobreviven malas hierbas y arbustos espinosos, cerca hay unos soportales con hogueras encendidas y personas alrededor, están cocinando en las brasas.
Me encuentro apartada pero no estoy sola, hay otros niños a mi lado, estamos nerviosos esperando, hoy va a pasar algo especial, hemos rezado para que así sea.
Miramos al cielo mientras las nubes grises son arrastradas por el viento creciente del norte, al final se arremolinan hasta que ocultan la luna, implacables, y justo cuando más oscuridad hay, cuando la negrura es casi total, la luz de un relámpago nos sorprende y nos muestra brillantes como pequeños espectros.
Al relámpago le sigue el trueno, es ensordecedor pero lo acallamos con nuestros gritos. Sabemos que la tormenta está justo encima de nosotros, acechante, y por fin sucede lo que esperamos con ansia desde hace demasiado tiempo. Las nubes estallan y el agua cae del cielo en tromba, desmedida, y enseguida nos empapa, convierte la tierra que pisamos en un lodazal en el que nos hundimos y podemos chapotear, y lo hacemos con fuerza llenándonos de barro.
Abrimos los brazos, levantamos la cabeza hacia el cielo y la lluvia nos golpea en la cara. Seguimos un rato y yo puedo verme bailando entre todos los niños con los ojos brillantes de felicidad, y de pronto no me aguanto y grito más fuerte que ninguno.
Gracias por leer!
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