Aquel barco que navegaba entre galaxias era conocido por ser una de las naves que saqueaba sin miramientos todo planeta habitado que estuviera a su alcance.
Sus velas rojas anunciaban la desgracia allá por donde pasara, y sus tripulantes, desprovistos de toda bondad, no tenían reparos en apropiarse de todo aquello que consideraran suyo.
—Capitán ¿qué nos queda para llegar al próximo planeta?
Un hombre de estatura superior al resto se asomó al palco del castillo de popa, cubierto por un abrigo burdeos y luciendo un exuberante sombrero del mismo color.
Su barba plateada y el parche en el ojo izquierdo indicaban que tenía experiencia previa en batalla.
Miró hacia el horizonte galáctico infinito e inmediatamente dirigió su mirada hacia su tripulante.
—Tranquilo, Jackal, pronto llegaremos. Los planetas no se van a mover de su sitio —respondió el pirata.
Otro de los tripulantes se unió a la conversación riendo entre dientes.
—Ya tengo ganas de ver cuál será el próximo botín que vamos a conseguir. No puedo esperar a ir a la taberna estelar a beber una buena cerveza.
El capitán volvió su mirada hacia el otro tripulante.
—Hace dos días que acabamos de saquear un planeta. Tenemos riquezas suficientes como para estar meses sin tener que preocuparnos. ¿Ocurre algo que no me hayáis contado, caballeros?
Todos los piratas se cruzaron miradas entre ellos, una mezcla de preocupación y ansia.
Por fin, uno de ellos alzó la voz, a la vez que la mano.
—Lo cierto es, capitán Grey, y disculpe mi osadía por decirlo: hay cierta preocupación en la tripulación porque algunos que creen que quizás esté acomodándose y perdiendo la sed de sangre.
El hombre se llevó la mano a la barba, meciéndola suavemente mientras analizaba las palabras que acababa de escuchar.
Luego miró al resto de su tripulación y les dedicó una sonrisa macabra.
—Así que creéis que ya no soy el temible capitán Grey, señor del Burning Death, la calamidad de la galaxia —decía mientras iba bajando las escaleras deslizando sus dedos por el pasamanos.
Cuando por fin bajó, se dirigió lentamente dando profundas pisadas hacia el pirata que le había dicho aquella afirmación tan atrevida.
—Dígame, señor Sleeve. ¿Usted también lo cree? —preguntó alzando el mentón.
El capitán le sacaba una cabeza de altura, así que era todavía más imponente de aquella manera.
—Yo... eh, yo solo... —Su voz temblorosa no le dejaba encadenar una frase completa.
El capitán se acercó al oído de su allegado, hablando lo suficientemente alto como para que lo oyeran los compañeros más próximos.
—Señor Sleeve. ¿Sabe por qué yo soy el capitán y no usted? —preguntó con voz solemne—. Porque... el poder, es para aquellos que están dispuestos a sacrificarlo todo por conseguirlo.
Mientras sentenciaba esta frase, fue atravesando el torso del pirata lentamente, sin detener su mano hasta que la punta de su sable brotó de la espalda del pobre diablo que había tenido la osadía de decir sus últimas palabras.
Cayó de rodillas mientras un hilo de sangre caía por la comisura de sus labios. El capitán Grey sacó el arma del estómago, y en un ágil movimiento, limpió las manchas de sangre de lo hoja haciéndolas golpear contra la cubierta del barco.
Guardó el sable, sacó un pañuelo y se limpió los guantes de posibles restos de sangre. Luego volvió a alzar la mirada, maliciosa, como si no hubiera ocurrido nada.
—Caballeros, prepárense. El próximo destino ya ha sido fijado. Nuestro mayor tesoro, son las estrellas.
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