El último pétalo cayó del cerezo que descansaba a su lado, planeando en el aire y posándose sobre el suelo con un leve movimiento, significando el final de una etapa y el principio de otra.
—No me dejes por favor, no puedo vivir sin ti —decía con lágrimas en los ojos mientras abrazaba a la única persona que lo entendía y comprendía. A la única mujer que lo quiso por quién era. —No entiendo la vida sin ti. Por favor, resiste —seguía diciéndole, acariciándole su suave y delicada mejilla con la mano manchada de la sangre de ella.
Su rostro, a pesar del dolor que sentía por la herida del abdomen, transmitía tranquilidad y no podía evitar que en sus labios húmedos, por los pequeños besos que él le daba, con la esperanza de que así se recuperase, dibujasen una sonrisa de felicidad. Ella sabía que su final estaba próximo, e intentaba permanecer con los ojos abiertos todo lo posible, para poder recordar el rostro de su amado a dónde quiera que fuese su alma. —De… debes ir… irte… an… tes de que… vuelvan —le decía mirándolo a sus ojos color miel, cubiertos cada vez de más y más lágrimas que recordaban los momentos vividos y añoraban los que no iban a poder compartir.
—No pienso abandonarte y dejarte aquí sola. Te pondrás bien y podremos seguir haciendo cosas juntos. Tan solo… —y en ese momento ella posó su dedo índice sobre los labios de él.
—Por favor, no lo pongas más difícil. Ambos sabemos que me queda poco. No quiero que mi último momento junto a ti, sea para hacernos promesas que ambos sabemos que no podremos cumplir —terminó diciendo, a la vez que comenzó a toser sangre. Su final estaba más próximo de lo que ambos deseaban, ya que, pese al dolor, ella quería que ese momento fuese eterno para así poder permanecer junto a él.
Ambos estuvieron callados unos instantes, mirándose el uno al otro, acariciándose por última vez, sonriéndose y recordando cada pequeño rasgo del rostro del otro. —Te quiero —dijo al fin ella, cerrando poco a poco sus rasgados ojos azules.
—¡No! ¡Aguanta! Por favor… aguanta… —le decía él, acercando su frente a la de ella, para darle un último beso en los labios que tan feliz lo habían hecho con sus sonrisas. —Yo también te quiero.
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