La sangre es espesa pero no tan espesa y densa como el odio. Es curioso como todo se reduce a esto, como somos consumidos por un sentimiento tan sigiloso y peligroso. Que listo es el señor Odio, que astuto es. Me quiero reír porque caí en sus redes como un bufón, como un tonto, no obstante el verte aquí y de esa manera... Me hace querer arrodillarme ante el señor Odio. Es maravilloso y tan comprensivo, tan amable y permisivo. ¡Que maravilloso sentimiento! Tarareo tu canción favorita mientras friego los cuchillos en el lavadero a sabiendas que aunque lo haga jamás lo vas a apreciar.
En un momento voy a tener que fregar el suelo a sabiendas que nunca me darás un cumplido o una mirada de aprecio por cumplir con mis deberes. Es triste pero para mi sorpresa no me genera tanta tristeza como en antaño. Ah, ciertamente, que maravilloso sentimiento eres, querido Odio. Dejo los cuchillos sobre el escurridor y con cuidado me muevo para no resbalarme, chasqueo la lengua disconforme con el poco espacio para moverme que tu sangre me deja. Que inconcordio, Dios.
Te estudio desde arriba, viéndote sobre el suelo desparramada como si estuvieras dormida sobre una colcha de color carmín. No es roja, es oscura. Es algo que note cuando la vi por primera vez, me gritaba y llorabas, sin embargo yo solo pude pensar que hasta en eso somos distintos. Quizás no fui tu hijo, pensé en ese momento. Mi sangre es roja, viva y tan liquida como la tinta china y la tuya es tan espesa y oscura como una pintura de aceite. Suelto aire y decido que eso ya no tiene más importancia.
Debo fregar el suelo.
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