Ella y yo nos habíamos cansado de ese mundo, y conseguimos escapar de las garras de la organización criminal a la que pertenecíamos.
Cuando llegamos a la frontera, nos deshicimos de nuestras identidades antiguas, y asumimos nuevas.
Buscamos trabajos de cualquier cosa, y vivíamos en un apartamento incómodo y pequeño.
De repente, la vida ya no era tan emocionante, ni teníamos mucho dinero, lo que nos hacía discutir.
Y poco a poco, entendimos que vivíamos la vida real. Y la aprendimos a amar.
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