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Una gran ciudad

Amanecía sobre la ciudad de Armen.

Una gran ciudad. Con todo lo que algo de tal magnitud acarrea.

Al norte estaba el Alto Armen, las luces de la mañana se veían retrasadas debido al gran risco que bordeaba el norte y el este de la zona, permitiendo a su residentes disfrutar de horas extra de plácida y fresca oscuridad en la cual prolongar su apacible sueño. Allí vivían los aristócratas, gobernantes y altos funcionarios de la ciudad; ellos disponían de todo el tiempo necesario para gastarlo en el mundo de los sueños. Sus vidas eran sencillas, o al menos eso parecían.

Sin embargo ellos no eran los únicos residentes; en los pisos inferiores de las mansiones y palacetes un ejército de manos ya se encontraba en movimiento desde antes de la primera luz del día, preparándose a prisa para el servicio de la mañana: preparaban comidas nutritivas y lujosas para los señores que esperaban despertar y saciar su apetito con un desayuno placentero, limpiaban los pasillos y salones, arreglando la ropa del día para las damas y señores, y cuidando los amplios jardines de malezas e imperfecciones para el adecuado deleite de sus amos. En las calles adoquinadas y perfectamente limpias, los guardias caminaban pulcros y orgullosos, los locales y restaurantes abrían sus puertas para recibir a sus habituales, preparando lujosos productos y exquisitos manjares. La vida era cómoda en el Alto Armen.

Un poco al sur de las mansiones y palacetes, en el centro de la Ciudad, estaba la zona obrera. Las cosas eran muy diferentes aquí ya que sus habitantes estaban despiertos incluso antes de que el sol cayese sobre los techos de sus hogares. Las calles adoquinadas se llenaban rápidamente de bullicio durante las primeras horas del día: carros de un lado a otro cargando despensas, materiales y herramientas, el ruido de los talleres y el constante fluir de conversaciones combinándose con la infinidad de aromas de las panaderías y restaurantes distribuidos en el barrio. La zona obrera era el corazón de la ciudad pues acá se encontraba todo lo que uno buscase, cualquier trabajo, oficio o necesidad estaba a su disposición, si se podía pagar: cocineros, panaderos, sastres, médicos, herreros; todos y cada uno de ellos trabajando desde temprano.

La zona obrera no era tan lujosa como el Alto Armen, sin embargo estaba muy bien construida; hace muchos años, cuando se planeó esta parte de la ciudad, se diseñó como una cuadricula perfecta; si uno se paraba en el centro de una de sus calles se podía ver perfectamente hasta el final de la misma al otro lado, siempre y cuando no hubiese gente transitándola. Cada cuadra era un cuadrado perfecto en el que las orillas se ocupaban por casas y en el centro un patio común. Todas las casas juntas parecían un enorme bloque de tres pisos con pequeñas diferencias entre una y otra. Los dos pisos superiores estaban hechos para ser habitables mientras que el piso a nivel de calle en su mayoría era destinado a negocios, algunos edificios completos eran posadas. El espacio era aprovechado al máximo y la vida nunca se detenía en la Zona Obrera.

Al sur de la ciudad se extendían los Muelles, abarcando la costa del Andro, el amplio golfo que se abría muchos kilómetros mar adentro sobre los mares del sur. Desde el norte llegaban amas de casa, sirvientes de mansiones, chefs de restaurantes y cocineros de posada para echar mano a la mejor pesca de la noche, el aire se llenaba del griterío constante de pescadores y compradores, el golpeteo de cuchillos al cortar pescado, el ladrido de perros y el chillido de gaviotas sobrevolando las embarcaciones, acompañados del ruido de las olas y el olor a salitre.

Sobre las calles cercanas a la costa se erguían líneas y líneas de chozas y tenderetes en donde se vendía el pescado y otros productos del mar, algunas pequeñas y casi desechas, otras más conservadas. Hacia el norte las chozas se convertían en casas desgastadas y llenas de sarro. Los muelles, tramos casi laberinticos de madera sobre el mar, estaban siempre llenos de embarcaciones grandes y pequeñas, habitados de marinos curtidos por el sol y azotados por el continuo batir de las olas.

Al este de la ciudad y separada por una foresta de árboles jóvenes se encontraba la Ribera, extendiéndose a lo largo del margen del Meris, un amplio y caudaloso rio de aguas cristalinas. En el centro del barrio se encontraba la encrucijada de caminos más grande de Armen: al oeste el camino principal se adentraba en la Zona Obrera a través de las Puertas del Obrero; hacia el norte alcanzaba el inicio del risco y se bifurcaba hacia abajo directo a la zona residencial del Alto Armen y hacia arriba, siguiendo la línea del risco hacia una amplia meseta de tierra fértil con granjas esparcidas a todo lo ancho; hacia el sur avanzaba hasta una zona de mar separada de los muelles por una península escarpada: el Puerto, lugar del que salían las embarcaciones de mayor tamaño llenas de pasajeros y mercancías para tierras lejanas; finalmente hacia el este el camino se extendía sobre Puente Magno, cruzando el Meris y perdiéndose en la campiña y en el horizonte, muy profundo en las montañas.

Las casas en la Ribera eran de diversos tamaños y formas, allí el espacio no era muy importante: las había pequeñas de una planta, con techo de dos aguas y chimenea y enormes de 4 pisos y jardines frontales, muchas de las más grandes eran posadas y restaurantes para los viajeros. El ambiente de la Ribera era tranquilo y ameno, incluso el continuo tránsito de viajeros no perturbaba en exceso la atmosfera apacible de la zona. Las posadas de la zona siempre estaban llenas de viajeros en busca de un lugar tranquilo para descansar antes de continuar con sus viajes.

Finalmente, al extremo oeste de la ciudad se encontraba el Barrio Viejo, la zona más antigua de la ciudad. Este barrio era la parte original de Armen; las primeras chozas del pueblo que algunos siglos después se convertiría en la gran Ciudad de Armen se erigieron pegados al risco, lejos del rio y el mar por algún motivo no muy claro. El primer edificio erigido fue una iglesia a la sombra del risco y lentamente el pueblo fue extendiéndose hacia el sur, acercándose al mar y siguiendo la línea del frondoso bosque al este. Sus calles se extendías de forma caótica, avanzaban hasta callejones cerrados, se estrechaban y torcían cuando menos lo esperabas y giraban hasta regresar al mismo sitio.

El Bosque Viejo, al costado del barrio siempre acompañaba a sus habitantes en todo momento, curiosamente había sobrevivido por siglos a la constante tala que alimentaba las hogueras de Armen; se erguía imponente sobre los techos en el linde, lentamente reclamando algunas de las casas en ruinas del barrio. Pocos se habían adentrado en él y regresado, y los que lo habían hecho, no eran los mismos.

Con la expansión de la ciudad, el Barrio Viejo se convirtió en una zona relegada, las casas se volvieron descuidadas en su mayoría y sus habitantes originales se mudaron hacia las partes mas nuevas, al menos aquellos que tenían esa posibilidad. El resto: parias, ladronzuelos, mendigos y otros pintorescos personajes adoptaron las calles y ruinas del barrio viejo como su nuevo hogar. Era la cuna de los rechazados, el hogar de los olvidados, el lugar de aquellos a los que la ciudad les daba la espalda e ignoraba sistemáticamente y que sin embargo, estaban eternamente presentes en su vida cotidiana.

Con las luces de la mañana se podían observar a mendigos y huérfanos saliendo de sus escondrijos y refugios para empezar a buscar comida, pidiendo limosnas o hurtando a transeúntes descuidados. En las posadas y bares los erbios trasnochados eran echados a la calle sin mas miramientos. Al norte del barrio, cerca del risco existía una zona un poco mas cuidada, incluso podría llamarse lujosa, sin embargo en ella no vivían nobles, aunque podías encontrarlos en ella con bastante frecuencia; el distrito del placer en donde había casinos y burdeles se extendía hasta el risco, colindando con la muralla del alto Armen y de el salían aquellos personajes lujosamente vestidos después de una noche de juerga y libertinaje. Algunos pescadores regresaban a sus casas después de su jornada nocturna en el Andro y los ladronzuelos a sus escondrijos antes de ser vistos por los guardias. Por otro lado, los vagabundos y mendigos, niños y ancianos sin hogar salían de sus refugios para buscar algo para llenar sus bocas dirigiéndose a las otras áreas de la ciudad.

En pocas palabras el Barrio viejo era el lado oscuro y relegado de la ciudad.

Era aquí, entre los cientos de niños que sobrevivían en las calles de la ciudad, buscando entre los desechos, mendigando monedas y robando a otros, en donde uno en particular era arrebatado de su intranquilo sueño por los retortijones del hambre sobre su estómago; su nombre era William, o al menos eso decía el medallón sobre su pecho.

13 de Febrero de 2023 a las 17:24 0 Reporte Insertar Seguir historia
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