Un claro día de la estación de las flores (la primavera) una niña, que solo tenía en la alma bondad nació, Era de ojos violáceos y pelo negro como el carbón, su madre, Dayone la soltó de sus brazos y se la entregó a su marido, Kirai, el salió, y se la mostró a su pueblo, al volver a entrar sus guardias miraban amargamente a la niña. La esperanza para el reino de los ángeles guardianes
- ¿Cómo la llamareis, mi señor? – Preguntó un guardia
- Hiraky, Hiraky Heaven.
Todo el reino, lleno de gozo, celebro el acontecimiento. Pero la pobre niña no paraba de llorar por el ruido, puede que, estuviera suponiendo lo que pasaría años más tarde, ahora mismo.
La niña crecía rápidamente, a los seis años ya sabía tocar bastante bien el arpa y la ocarina, sabía escribir y leer, era modesta y educada, parecía perfecta para reinar en un futuro, pero aún faltaba una prueba, sin ella no podría reinar, y este día de agosto podría acabar con la vida de la niña.
Su madre, sin expresión en la cara, agarró de la mano a su hija, se acercó a un prado y la abandonó en una poza, la niña tenía que poder salir, ella sola, pero había mas de un factor que lo dificultaba, la poza contenía agua fría, Hiraky estaba asustada y sus brazos no daban para aguantar más en el exterior de la poza, sus muros eran extremadamente altos, por lo menos de metro y medio sobre el suelo, y el hoyo con agua era de dos metros bajo el, la niña no llegaba a esa altura, hasta que su cuerpo se hundió lentamente en lo más profundo, sus lágrimas se fundían con el agua con una mezcla de rabia, impotencia, y decepción. Sus lágrimas puras, mientras brotaban como pequeños cristales rotos, despertaron a un extraño ser, una especie considerada traidora, con una vida por delante, pero que no usaría el mismo.
El era un Vabat, seres acuáticos de las profundidades, en una captura, el pobre hombre se había quedado sin su hija, lo único que le quedaba y se había condenado a vivir en las profundidades de la poza, tomó entre los brazos a la niña, a la joven angel guardián y la sacó de la poza, pero la niña ya estaba condenada, no había marcha atrás. El Vabat, al verla, se acordó de su hija, Serena, y dejó a Hiraky vivir, quitándole su vida de inmortal.
La joven Hiraky, al despertar y ver al humano escamoso creyó que la había atacado y ella le había derrotado, observó que llevaba un amuleto, unos peces metálicos unidos a una cuerdita, lo recogió como amuleto de victoria y se los llevó al castillo, al llegar su madre la observó, al verla con las ropas mojadas, el pelo enredado y los ojos llorosos (a pesar de que estaban colmados de una sonrisa de victoria) se arrepintió como nunca de haber decidido tomar como prueba de valentía algo mortífero. Abrazó a su hija con ternura, pero sin perder en ningún momento la compostura.
- Mamá, ¡He luchado para salvarme!
- ¿A que te refieres? – Preguntó, creyendo que la pequeña niña deliraba de frio.
Hiraky le explicó a su madre todo lo sucedido, Hikary no conocía la especie de su “caza”, pero su madre sí la conocía.
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