A
Antonio Quiros


Cinco sencillas historias policiacas que tienen como protagonistas a un policía jubilado y a su perro que es el que le aconseja y le va guiando hasta llegar a la solución del misterio


Crimen Todo público.
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EL CASO DE LAS JOYAS ADIVINAS

Venía yo del super, soltando culebras por la boca, cómo casi siempre que me tocaba ir al super. La botella de vino blanco había pasado de cinco con ochenta a ocho con veintitrés. Si seguíamos por este camino, no me iba a quedar más remedio que dejar de tomar vino en las comidas.

O tomar cerveza; que barbaridad, a lo que íbamos a tener que llegar. Cualquier día de estos me iba a encontrar con que no podría comer más que espaguetis, y una vez por semana a lo mejor me podría comer un par de filetes de pechugas de pollo.

.- ¡Esto se ha puesto imposible! Y eso que mi pensión no es de las más bajas. No me quiero ni imaginar las penalidades que deben pasar las personas que solo pueden cobrar la pensión mínima...

Tuve que interrumpir el discurso que le estaba lanzando a mi perro. "Danco", un bigger enano de color marrón oscuro; listo cómo una pantera sí es que alguien se atreviera a medir la inteligencia de las panteras; que no creo. El caso es que veía pasar ante mis ojos a Jenaro, el portero de mi casa. Bueno, a Jenaro solo no; iba acompañado por dos policías uniformados, uno a cada lado; y sus manos estaban presas por unas esposas. La cara de Jenaro era un poema; indudablemente, tenía cara de culpable, fuera lo que fuera por lo que lo habían detenido.

Sentí la tentación de preguntar. Si me hubiera identificado, era posible que los agentes me hubieran dicho que es lo que estaba pasando, por qué se llevaban esposado a Jenaro. Imagino que haber sido inspector del cuerpo de policía, aunque hiciera ya más de siete años desde mi jubilación, valdría para que pudieran contestar a mis requerimientos.

Pero no me atreví. El hecho de que me estuviera preguntando quién se iba a ocupar de la limpieza y el mantenimiento de las zonas del edificio no me pareció una argumentación lo suficientemente consistente cómo para detener el paso de los policías y el detenido. También me preguntaba, claro, que es lo que podría haber hecho el pobre hombre.

Cuando tuve a la vista la entrada de mi edificio, supe que en unos pocos momentos me iba a enterar, posiblemente con todo lujo de detalles, de qué es lo que había pasado. El cónclave de vecinos allí reunidos hacía pensar que, aún sin quererlo, me enteraría de la historia completa. Y con un lujo de detalles que, seguramente excedería a la realidad

Así fue; habían matado, Jenaro le había clavado un cuchillo, a doña Flora. Los gritos de la mujer al sentir cómo le clavaban un cuchillo habían generado una llamada a la policía del vecino del piso de arriba. El vecino del piso de arriba era mi vecino, puerta con puerta, Don Ginés.

La policía llegó con inusitada rapidez; la comisaría estaba bastante cerca; precisamente esa la razón para que yo hubiera comprado este pequeño piso, la cercanía del trabajo y no tener que coger metros y esas cosas. Bueno, en fin..., eso no viene al caso ahora.

Parece ser que, cuando los dos agentes estaban llegando a toda prisa hasta el piso de la agredida, los policías se cruzaron con Jenaro que parecía venir del piso en cuestión, con algunas manchas de sangre y con una de las joyas de la difunta en la mano derecha.

Un agente lo retuvo y el otro subió hasta le piso de doña Flora. La escena, según la descripción de los vecinos, fue dantesca. Doña Flora había sufrido, según la descripción pormenorizada, no menos de veinte cuchilladas y su cuerpo estaba completamente ensangrentado y, por supuesto, ya sin vida. El portero de la finca no fue capaz de dar explicaciones satisfactorias de que hacía; primero, bajando del piso de la asesinada, y, segundo y más importante, con una joya de doña Flora en su poder.

El hombre, que estaba en estado de shock, apenas pudo balbucear alguna palabra, no demasiado conexas entre sí, y, cómo no podía ser de otra manera, todo el mundo asumió, empezando por la policía, que Jenaro había sido quién asestó las puñaladas a doña Flora. El motivo aparente, robarle una buena cantidad de joyas propiedad de la señora.

Porque, una vez que qué fue avisado Eugenio, el sobrino más cercano de doña Flora y el único pariente que era habitual en el domicilio de nuestra vecina, este pudo constatar que habían desparecido una cantidad cercana a las cincuenta joyas que llegaban a completar un valor importante de dinero; varios anillos, pendientes, brazaletes, colgantes..., que eran propiedad de su tía y que ella guardaba en su domicilio.

Cuando llegamos al piso Danco, mi perro, se puso a ladrar con insistencia. Cualquiera podría pensar que el animal estaba cansado de haber estado aguardando tanto tiempo para regresar a nuestra casa. Pero, no; yo sabía lo que realmente pasaba.

.- ¡Danco, todo el mundo tiene derecho a la presunción de inocencia! Es que tú le tienes manía a Jenaro por las dos veces que te ha lanzado unas cuantas patadas sin que lo merecieras. Y eso que lo haya visto yo; porque, seguro que, cuando yo no miraba, lo ha hecho unas cuantas veces más.

Y es que, Jenaro, no era una persona de trato fácil; en los años que llevaba cómo portero de la finca había tenido problemas con casi todos los vecinos por su carácter especial, más bien tirando a borde. Yo, sin ir más lejos, tuve una encendida discusión con él a raíz de verlo pateando al perro sin que Danco, el pobre, hubiera hecho nada para merecerlo. Tras la fuerte discusión, apenas me saludaba cuando me veía.

Y así, con cosas por el estilo (no problemas con los perros, porque tan solo éramos tres los vecinos que teníamos mascota), estaba enfrentado a todos los propietarios. En suma, que Jenaro no era una persona muy querida por la gran mayoría de los vecinos.

Esa noche, cómo solía ser habitual, no pude dormir muy bien. Los viejos no solemos dormir muy bien. Cómo, afortunadamente no tenía unos grandes problemas en los que ocupar los minutos que gastaba tratando de coger el sueño; había dos temas sobre los que pensar; por una parte, la subida tan descomunal que estaba teniendo el puto vino blanco. Por la otra, la muerte de doña Flora. ¿Qué habría llevado a Jenaro a llegar al punto de acabar con la vida de la señora?

Porque, era cierto que la enemistad entre la mujer y el conserje era de las más acusadas del edificio. Pero, ¿para llegar a cargársela por eso...? No parecía que pudiéramos considerar esa hipótesis.

Las noches para los viejos son muy largas. Y, cuando uno tiene que dar muchas vueltas en la cama, le sale el policía que ha sido durante toda su vida profesional. Muchas de las cosas que había hecho eran rutinas y trabajo burocrático; pero, en algunas ocasiones me había tocado el intentar resolver delitos misteriosos que costaba solucionar. Nunca nada excesivamente complicado; pero, sí que te van metiendo en la cabeza las técnicas "deductivas" que utiliza la policía.

Por el maldito insomnio pertinaz me levanté temprano, como siempre, y, afortunadamente, Danco también estaba ya levantado, parado y mirándome con esos enormes ojos negros que siempre parecían estar esperando una respuesta.

.- ¿A ti te ha surgido la misma duda que a mí, verdad? ¿Si le robó todas las joyas a la vieja, por qué tenía una sola en su poder? ¿Tan solo le dio tiempo a esconderlas en algún lugar?

.- .../...

.- Si, si; ya se lo que me dices. Demasiado arriesgado esconderlas en la escalera; porque era muy probable que alguien las encontrara. Lo más normal es que las hubiera escondido en la casa de doña Flora.

.- .../...

.- Si, se lo que me dices. Si lo meten en la cárcel, nunca va a poder volver por la casa a buscar las joyas. Es posible que pretendiera esconderse en la vivienda del portero antes de que llegara la policía; pero los agentes llegaron antes de tiempo y lo cogieron cuando estaba huyendo.

.- .../...

.- Si, si; entiendo lo que me dices. Es cierto que hay algo raro en todo este asunto.

Es muy malo no tener nada que hacer. Bueno, y muy aburrido también. Ese mismo día, antes de pasarme a comprar el pan, me di una vueltita, acompañado por Danco, por la comisaría para ver si encontraba a Bermejo. Bermejo, al que faltaba un año para jubilarse, era el único agente que quedaba de la época en la que yo trabajaba, quedaban otros dos más de los veteranos; pero, no me llevaba muy bien con ellos.

Con Bermejo sí, además también se llevaba bien con Danco. Aunque, ya no era de los que salía a la calle, a resolver asesinatos; por su edad, tan solo prestaba servicios en las oficinas y no salía, ni tenía ninguna relación con lo que pasaba en la calle.

Poco me podía decir, por tanto, del crimen en mí finca; aunque, yo, lo único que quería saber es el nombre del abogado, de oficio suponía, que se iba a encargar del caso de Jenaro, de defender a Jenaro realmente. Si es que aquello podía tener defensa. Estaba allí; y de tan buen humor cómo siempre. Me dijo que para preguntarle esa chorrada le podría haber llamado por teléfono. Entró un momento dentro y en apenas cinco minutos, salió y me entregó un papel con algo escrito.


**


El abogado, efectivamente de oficio, se llamaba Lucas Melow y cuando, esa misma tarde, le llamé por teléfono no sabía ni de que le estaba hablando. No recordaba que esa misma mañana le habían pasado un caso de un asesino llamado Jenaro López, un trabajador sin recursos, un conserje de una finca que había matado a una de las inquilinas.

Y eso que yo me identifiqué cómo policía de la comisaría de policía que estaba cerca de mi casa. Cuando pareció recordar del detenido que le estaba hablando, me confesó sin rubor que no tenía mucha idea de lo relativo a ese caso. Que, seguramente, lo mejor es que lo volviera a llamar al día siguiente, que intentaría hablar con el detenido a lo largo de ese tiempo.

.- ¡Ves Danco! Te lo había dicho, este pobre hombre merece un poquito de compasión, porque ahora empieza un proceso en el que ya se encuentra prejuzgado de antemano.

A la mañana siguiente, cuando llamé A Lucas Melow, le costó recordar que lo había llamado el día anterior. Por suerte sí que había estado con Jenaro. A mí me interesaba saber que había sido de las joyas, que había pasado con ellas. Pero, cuando le pregunté por ellas, el abogado no sabía mucho del tema; tan solo me podía decir que el detenido aseguraba, con vehemencia, que él no había sido y que aquello era una completa injusticia.

Don Lucas estaba muy enfadado. Me dijo que hasta que no confesara su culpabilidad no podría argumentar cualquier tipo de eximente para así, poder reducirlo lo que pudiera la condena. Le insistí en que estábamos, la policía estaba, muy interesados en poder recuperar las joyas de la difunta; que a nosotros tampoco nos había dicho nada; le iría llamando regularmente para ver si me podía dar alguna noticia de este asunto.

.- ¡Tienes razón Danco! La clave de este asunto está en las joyas. Vamos a ver si esta noche nos podemos colar en la casa de doña Flora para ver si las podemos encontrar allí.

.- .../...

.- ¡Si, si, está precintada! Pero ese no es mayor problema. Mejor, es posible que ni siquiera se encuentre cerrada con llave; con lo que nos será más fácil entrar.

No estaba abierta. Estaba cerrada con llave. Así que, después de despegar con cuidado la cinta del precinto tuve que hacer uso de uno de los clips que había llevado por si acaso. Manolo el "Ganzúas", un tipo de mi barrio que pasaba por la comisaría más que por su casa, me había enseñado a hacer esto y algunas otras cosas que ahora mismo no vienen al caso.

No quise encender ninguna luz del piso para no llamar la atención; así que me vi obligado a usar la linterna del móvil. Y tuve que tranquilizar un poco a Danco porque él no veía muy bien. Yo tampoco, le dije; pero este era el procedimiento si no queríamos que los vecinos notaran que había alguna persona o animal en el piso.

Creo que hicimos una búsqueda concienzuda; pero no pudimos encontrar ni rastro de las joyas por ningún lado. Me llamó la atención que tampoco había por ningún lado ni un solo euro. La gran mayoría de los viejos que vivían en el edificio, y de muchos otros sitios, solían sacar del banco el importe de la pensión el día del cobro y guardaban el dinero en algún sitio de su domicilio para cuando lo pudieran necesitar.

Estábamos a día cuatro del mes cuando la mujer fue asesinada, por lo que era bastante probable que hubiera algo de dinero en la casa. De cualquier manera, pensé, lo habría cogido su sobrino cuando acudió a reconocer a la muerta el día de autos. Porque Jenaro, que yo hubiera oído, no tenía dinero en su poder en el momento de la detención. Tampoco era un tema sobre el que nos teníamos que comer la cabeza.

Al día siguiente tocaba hablar con Bermejo. Ahora si me podía informar mejor porque a él precisamente le había tocado pasar a limpio, en la base de datos, el atestado que habían hecho los agentes. En realidad, no me pudo dar información nueva. Los vecinos con los que me encontré después de ver como se llevaban detenido a Jenaro, me dieron una información mucho más completa y extensa, no podría asegurar que rigurosa, de lo que tenía en su poder la policía.

Quizá, era un dato, la única información que hasta entonces no tenía era que el cuchillo que había utilizado el asesino, era uno que faltaba del cajón en donde se guardaba la cubertería de doña Flora.

Poco más se podía sacar en claro; entre el "tronco" del abogado de oficio y que la policía ya parecía tenerlo todo claro, no parecía que se dieran muchas novedades más hasta la celebración del juicio. Y aún entonces, era posible que tampoco se diera alguna alteración de esa versión.

.- ¡No puedo, Danco! Ya sabes que no nos llevábamos muy bien.

.- .../...

.- Si, seguramente tienes razón; la única manera de poder sacar algo nuevo va a ser tirar por este hilo. En fin, a ver si puedo encontrar su teléfono, y, además, a ver si sigue teniendo el mismo teléfono.

Antes de hacer la llamada de teléfono era necesario volver a llamar a Bermejo: parecía mentira que en la conversación anterior se le hubiera pasado una cosa tan evidente. Era bastante probable que el sobrino de doña Flora hubiera hecho una descripción de las joyas que le habían robado a su tía. Era evidente que, si iba a contactar con un perista, necesitaría darle algún tipo de detalle característico para poder localizar las joyas en alguna casa de empeño de Madrid.

.- ¿Qué si ha dado alguna descripción de las joyas? ¡Tres folios para describir las joyas! En total son cuarenta y ocho joyas las que, según él, le han robado a su tía. Lo más llamativo es un broche que tiene forma de cigarra, es de plata y los ojos son dos pequeños rubíes de color rojo.

Bueno, con esa descripción sería suficiente para poder localizar, suponiendo que el ladrón y asesino las hubieran vendido todas juntas, el lote de joyas que había sido robado de la casa de la vieja

Eso mismo opinaba el Platero. No había atendido a mi primera llamada; pero, si a la segunda. Necesité unos tres minutos de ir encadenando disculpas (mientas le decía por lo bajini a Danco, "¡te lo dije!") hasta que lo noté predispuesto a escucharme y, sobre todo, a averiguar lo que le iba a pedir a continuación.

Como suele hacer esta gente, lo primero que me dijo es que ya llevaba mucho tiempo retirado y que no tenía ni idea de donde poder encontrar una joya de esas características. Tan solo era cuestión de tener un poco de paciencia. El Platero era de uno de los peristas más reputados de todo Madrid; tan solo era cuestión de darle un poco de jabón y hasta te acabaría confesando que el mismo había comprado las joyas por las que, en ese momento, le estaba preguntando.

A tanto no llegó; sin embargo, me aseguró que, al día siguiente, a esa misma hora, me llamaría para decirme lo que hubiera averiguado sobre la joya que le estaba preguntando.

.- No hay más remedio que esperar, Danco. Hasta que no nos llame el Platero, no podemos seguir adelante.

El Platero llamó a la hora estipulada; es que estos a delincuentes de antes sí que son gente de palabra y cumplidora. Y de retirado, nada; de hecho, me podría haber llamado a la hora de hablar conmigo. Se trataba de una tienda en la que comparaban y se vendían objetos de segunda mano, en la avenida de la Albufera, en el Puente de Vallecas. Ese era el establecimiento que había comprado la joya, junto con algunas otras, por la que yo le había preguntado al Platero.

Cada vez me fastidiaba más coger el metro. Y a Danco no digamos; si quiero llevar a mi perro en el metro, se puede; se permite el acceso a un perro por viajero. El can debe de ir con bozal y correa de no más de 50 cm. Hay que viajar en el último coche de cada tren. Evidentemente, lo del bozal es lo que peor llevaba.

Una vez en la tienda que me había indicado el Platero, tiré de mi placa antigua de la policía. Afortunadamente, el hombre no estaba muy al día de las actualizaciones que se habían hecho en las identificaciones que deberían mostrar los policías que se presentaban en algún lugar con motivo de una investigación. Si lo hubiera estado, se habría dado cuenta que yo le estaba enseñando una placa antigua, una placa que tenía, por lo menos, unos diez años de antigüedad.

Pero, coló. El perista me dijo que un hombre había ido hace un par de días a venderle unas joyas, unas quince en total; y entre ellas la que representaba una cigarra en plata. Me la enseño y, efectivamente, llamaba la atención con esos dos ojos de un rojo que brillaba. No tomó muchos datos de la persona que se las vendía, seguramente porque le iba a pagar en torno a un cincuenta por ciento de su valor real; pero, si el nombre de la persona que se las vendía. Dijo llamarse Jenaro Martínez.

Fue una tortura la vuelta en metro. Sobre todo, porque no podía comentar nada con Danco en el trayecto realizado en metro. En cuanto entramos en el ascensor del edificio, no pude esperar para comentar con él lo que me había llamado la atención.

.- ¡Claro que me he dado cuenta! Las joyas las ha vendido un tal Jenaro Martínez. No Jenaro López cómo se llamaba el portero en realidad.

.-.../...

.- ¿Lo hizo por despistar? No creo, entonces no hubiera dado su nombre de pila, hubiera dado cualquier otro nombre.

.- .../...

.- Si, estoy de acuerdo, creo que alguien quiso dar el nombre del portero y se equivocó de apellido. ¿López, Martínez...?; apellidos bastante corrientes que son confundidos.

Se me estaba ocurriendo algo. Aunque necesitaría la colaboración del propietario de la tienda de la avenida de la Albufera. Y me temía que, si volvía otra vez por allí se podría dar cuenta de que, en realidad, yo no era policía en activo. Necesitaría las fotos, al menos de algunas, de las joyas que habían sido vendidas en este establecimiento.

En fin, yo tenía que seguir con mi vida, ir al supermercado, al centro de salud, todas esas cosas. Aunque, era cierto, y por fortuna, porque mejor pensar en eso que en los achaques, que no podía apartar mi cabeza del desgraciado asesinato que se había cometido en mi edificio. Y era por ello que no dejaba de pensar en que el quid de la cuestión estaba en la venta de las joyas, que se había hecho unas cuantas horas después de que se hubiera detenido al portero.

¿Tendría un socio? Era posible; aunque, lo cierto es que Danco no pensaba de esa manera.

.- ¿Tú no crees? Sí, claro, tendría que haber entrado inmediatamente después de la detención de Jenaro. ¿Y, un extraño en el edificio inmediata después del asesinato? Hubiera resultado muy sospechoso. De hecho, él hubiera pasado a ser el principal sospechoso.

.- .../...

.- Si, claro un tipo invisible que entra en el edificio sin que nadie lo pueda ver. ¿A cuántos perros invisibles conoces tú? ¡Es que, la verdad, resulta que tienes unas cosas...!

Podría haber muchas fórmulas, bien lo sabe Dios. Pero, lo más natural es que la persona que vendió las joyas es la misma que mató a doña Flora.


***


Esa misma tarde me encontré con doña Amparo, la del segundo B, en el ascensor. Lo que primero fue obviar el respingo que siempre que coincidíamos en el ascensor hacía. Era evidente que no les gustaban los perros, y que subieran en el ascensor, menos.

Cómo la velocidad del ascensor del edificio no era excesivamente elevada, le dio tiempo a suspirar un par de veces y a lanzar un comentario que era, cuando menos, chocante.

.- ¿Qué me cuenta de lo de doña Flora? ¡Una pena! Y lo que es lamentable es lo equivocada que está la policía.

Al oír eso, yo miré a Danco y pude por menos que hacerle la pregunta que estaba deseando hacer el perro

.- ¿Ah, están equivocados...?

.- No tenga la menor duda. Están acusando a Jenaro que, si es un descarado y un vago; pero, no es el asesino; y menos de doña Flora.

Parece ser que doña Amparo no descartaba del todo que Jenaro pudiera ser un asesino; pero, no del crimen que les estaban acusando. Así que decidí seguir preguntando.

.- ¿Y quién cree usted que es el asesino?

.- Creo, no; lo sé. Don Ginés hace unos cuantos meses que le estaba tirando los tejos a doña Flora; pero, esta no le hacía mucho caso. No solo es que no le hiciera caso, es que cuando él intentaba acercarse a ella, Florita le ninguneaba y le humillaba. Florita es que había tenido muy buenos pretendientes cuando era más joven. ¿Sabe usted?

.- ¡Ah...!

.- Si, Florita había sido una mujer de armas tomar. Una mujer de bandera que se decía antes. Nosotras vivíamos aquí desde hace mucho tiempo; las dos desde que construyeron el edificio. Yo tendría unos treinta y cinco años cuando llegué a esta casa y Flora llegó un año después; ella ya tenía treinta y ocho años. Yo era algo más joven; ¿sabe usted?

Bueno, era posible que, con el carnet en la mano, esa afirmación no la hubiera hecho de ninguna manera. Pero, en estos momentos, eso no era relevante para lo que nos ocupaba.

.- Y ella siempre había tenido muchos pretendientes. Hombres de dinero que se acercaban a ella esperando conseguir lo que usted se imagina. Por eso Flora tenía tantas joyas; regalos de los hombres que se habían acercado hasta ella y que trataban de conseguir sus favores por medio de los regalos que le hacían.

.- Entiendo.

.- Don Ginés cayó rendido a sus encantos. Pero, ella no le hizo nunca el menor caso. Si le hubiera regalado alguna joya... Pero, con el paso de los días esa atracción se fue convirtiendo en odio por el rechazo que Florita le hacía patente con un punto de desdén.

Danco se estaba empezando a poner nervioso y estaba lanzando unos leves gruñidos. En realidad, yo no sabía si es que tenía hambre o es que quería comentar conmigo lo que me estaba contando doña Amparo. Así que me despedía muy amablemente de ella y me encaminé rápidamente hasta mi vivienda.

.- ¿Qué piensas?

.- .../...

.- Si, los viejos suelen ser muy rencorosos. Pero, también es cierto que, en esas circunstancias, tendría que contar con un rechazo.

.- .../...

.- Claro, claro; si la mujer le trataba con desprecio, sería bastante peor. Habría que saber si se trata de una persona excesivamente orgullosa. ¿Tú conoces a don Ginés?

.- .../...

.- Igual que yo; apenas de saludarlo en el ascensor.

Dos circunstancias hicieron que la policía cambiara de parecer y que don Ginés fuera detenido por la policía un día después. Paralelamente, claro, Jenaro resultó puesto en libertad. Aunque su inocencia no estaba plenamente probada y seguía siendo sospechoso igualmente. Aunque ahora, claro, había pasado para la policía al segundo lugar en el ranking de sospechosos.

La primera razón para que pasara esto fue mi conversación con Bermejo, contándole todo lo que había logrado averiguar en las últimas horas. Aunque, era verdad, no se trataba de mis revelaciones a Bermejo en sí lo que había propiciado ese cambio de sospechoso.

Lo que habían originado esa nueva actitud de los investigadores policiales había sido una conversación de la policía con doña Amparo. La mujer no tuvo ningún tipo de reparo en contar a la policía, con pelos y señales, todo lo que me había contado a mí.

Y aún mucho más. Por lo que le estaba contando a la policía, mucho más amplio y detallado que lo que me había contado a mí, no parecía haber ninguna duda de que el asesino era el sátiro y despechado de Don Ginés, que no le perdonó el desprecio con el que había recibido sus requiebros de pretendiente.

La segunda razón, lo que venía a corroborar no tanto la acusación hacía don Ginés; pero sí el hecho de que Jenaro quizá podría ser inocente, era que el forense determino que la muerte de la vecina se había dado unas dos horas antes de la que coincidía con los gritos y con el aviso a la policía. Dos horas para abandonar el piso y bajar las escaleras desde el segundo hasta la portería, parecían un tiempo excesivo.

Don Ginés, al ser detenido por los agentes, confirmó que, efectivamente, él había hecho algún tipo de intento de acercamiento romántico hacía doña Flora. Pero, ante el poco éxito de los intentos, hacía tiempo que ya había abandonado la esperanza de que esa relación pudiera tener cualquier tipo de futuro. Y ya hacía bastante tiempo de estos intentos; no se había planteado hacer nada más.

Y sí, no guardaba muy buen recuerdo de ese intento y, por lo tanto, de doña Flora. ¡Pero, tanto como para llegar a atentar contra su vida! En absoluto; de hecho, ya estaba prácticamente olvidado ese escarceo del que había pasado bastante tiempo.

.- ¡Claro Danco, estaría bien poder enseñarle las joyas y poder deducir si las reconocía! ¿Y, sabes que estaría mejor? Poder enseñarle al señor de la casa de empeños una foto de don Ginés para ver si lo podía reconocer.

.- .../...

.- Si, si...No sé si Bermejo me va a poder conseguir una foto de Don Ginés. La de la ficha policial, quizá.

Quizá me la podría haber conseguido. Pero, Bermejo no estaba por la labor. Necesitábamos encontrar otro camino para poder encontrar una foto reciente del nuevo detenido.

Cómo, por ejemplo, la última celebración de las fiestas de Navidad. Al coincidir en el ascensor con doña Amparo, era evidente que tendríamos que comentar los acontecimientos recientes. No había más remedio que comentarle que cuanta razón tenía al sospechar de don Ginés y su implicación en el asesinato de doña Flora.

Un gruñido de Danco me hizo pensar que debería comentarle lo bueno que sería tener una foto reciente de don Ginés para poder enseñarla por ahí por si alguien nos podría dar algún dato más que confirmara definitivamente todas sus sospechas.

Ante mi sorpresa, doña Amparo me dijo que ella tenía una foto de las últimas navidades, cuando varios vecinos estuvieron tomando una copa de sidra y unos polvorones en su casa. Allí estaba don Ginés; y Puri, una sobrina suya, hizo unas fotos a todos los asistentes a la pequeña fiesta que estaban celebrando.

Doña Amparo me enseñó la foto y, efectivamente, se podía ver con total nitidez la cara de don Ginés. El problema era conseguir una copia de esa foto. Doña Amparo no sabía cómo mandarme una copia de la foto hasta mi móvil; y, por supuesto, que no iba seguir las indicaciones que yo le estaba dando para poder realizar esa operación.

Hubo que esperar hasta que 'habló con su sobrina Puri y esta le dio exactamente las mismas indicaciones que yo le había estado dando con anterioridad. Pero, doña Amparo no se fiaba de mí. Pero, bueno, la acción telefónica de Puri pudo conseguir una foto bastante clara de don Ginés en la fiesta navideña de la comunidad. Ya podía ir a la tienda de empeños y verificar con el dueño si la persona que aparecía en la foto, era quién le había vendido las joyas.

No quería ir yo solo, con Danco, claro, a la tienda. Nuevamente insistía Bermejo para que me acompañara. La negativa anterior a facilitarme una foto, seguramente le hizo decirme que si, en esta ocasión. Yo quería que me acompañara un policía en activo; para que el dueño de la casa de empeños no pudiera ponerme ningún problema.

La antigua amistad y la promesa de invitarle a un par de cañas y a una generosa ración de calamares en "El Brillante", hicieron que me acompañara, a distancia eso sí, aunque no parecía dispuesto a abrir la boca ante ninguna circunstancia.

En contra de mis temores, el dueño de la casa de empeños seguía sin sospechar. Aunque, la visita fue realmente corta. Y eso que estuvo durante unos segundos mirando fijamente la foto del móvil. Pero, el diagnóstico no dejaba lugar a dudas; ese no era el hombre que había estado por allí para vender las joyas, ni nada.

Por si acaso, también le pregunté si era posible que reconociera cualquier otro de los vecinos que parecían en la foto que me había proporcionado doña Amparo. El mismo resultado; así que no quedaba más remedio que encaminarnos a "El Brillante" para empezar a dar cuenta de una generosa ración de calamares

Bermejo acabó con casi todos los calamares. Yo, estaba dándole vueltas a la cabeza acerca de don Ginés. Y, a Danco, la verdad, es que nunca le había gustado el pescado, de ningún tipo, y parecía tener prisa por regresar a nuestra casa.

Ya en el ascensor, comenzó el debate acerca de lo que nos había dicho el dueño de la casa de empeños.

.- ¿Un cómplice? No parece que don Ginés fuera el tipo de delincuentes que pudiera tener un cómplice para que se dedicara a vender las joyas que le había robado a la asesinada.

.- .../...

.- ¿Un sicario al que hubiera pagado con las joyas por cargarse a doña Flora? ¡Danco, se te está yendo la olla! No hay que fabular tanto. Tiene que haber sido otro el asesino de doña Flora

.- .../...

.- Pues, a ver; piensa quién se te puede ocurrir que hubiera tenido un motivo para matarla.

.- .../...

.- ¿Un ladrón? Nadie vio a nadie extraño por los alrededores en el momento de los gritos.

Era evidente que estábamos en una especie de callejón sin salida. Bueno, en una especie, no; en un callejón sin salida. Dudaba mucho, además, de que el propio don Ginés nos pudiera dar algún tipo de pista que nos permitiera desencallar el misterio.

****

Ya habían pasado tres días y no se habían registrado ninguna novedad con respecto al asesinato. Don Ginés seguía detenido; tenía al mismo abogado defensor de oficio que tenía Jenaro, Lucas Melow; con lo que sus esperanzas de salir bien parado del juicio que le esperaba, parecían ser poco menos que una quimera.

Danco me estaba volviendo loco con las mil y una teoría que me estaba planteando. Y, lo malo, es que él sabía que yo solo le contestaba con meras especulaciones sin ningún sentido. Yo le daba muchas vueltas a la cabeza. Pero, ni creía que hubiera sido Jenaro, ni creía que hubiera sido el bueno de don Ginés.

Estimaba que ya había pasado el tiempo suficiente para visitar a Jenaro en la vivienda del portero. El hombre se mostró bastante agradecido por la visita; lo cierto es que ninguno de los vecinos se había mostrado mue conciliador con él. Ya se sabe, bastaba para que te acusaran de algo, aunque fuera falso, para que te quedara el sambenito para toda la vida. Además, que tampoco había quedado claro que él no había sido el asesino. Total, que los vecinos procuraban evitarle.

Yo, iba a visitarle más por la curiosidad que por el afecto que le pudiera tener, las cosas como son. Jenaro nos hizo pasar a su vivienda, me invitó a un café; y hasta se mostró muy cariñoso con Danco. ¡Lo que había que ver! Hubo unos minutos de conversación trivial. Que sí que mala es la gente; que acusan a cualquiera sin pruebas; que lo mal que lo habría pasado el pobre hombre detenido, sin que nadie le creyera.

Entonces comencé a interesarme por las preguntas que le había hecho la policía, en qué sentido había derivado el interrogatorio. En realidad, me confirmó, no le habían hecho demasiadas preguntas. Parecía evidente que la policía daba por hecho que el asesino había sido él, por lo que tampoco les tenía que aclarar gran cosa.

Sí que fue significativo para él, y era una cuestión que le tenía muy dolido todavía, que su abogado, el abogado de oficio, tan solo se había preocupado de convencerle de que se declarara culpable; que eso sería mucho mejor para su defensa y para intentar reducirle la pena. Jenaro le juraba y le perjuraba que él no había sido; pero, esto, le resultaba completamente irrelevante al abogado de oficio que le habían asignado.

Dando se estaba empezando a poner nervioso, porque esto, al no haber un interrogatorio que nos resultara interesante, no era de relevancia para nosotros. Así que, para que no se pusiera nervioso, tuve que comenzar a realizarle preguntas que, realmente, nos pudieran servir para algo.

La primera, y a la postre la más interesante, fue si el día de autos había podido ver a alguien que no fuera del vecindario dentro del edificio. Un repartidor, un mecánico, una visita, alguien... Jenaro era un búho, muy callado, pero al acecho de cualquier persona que pudiera entrar en el edificio; fuera o no fuera vecino del edificio.

Me dijo que tan solo recordaba dos personas que habían entrado ese día en el edificio. Aunque bastante antes de que dieran los chillidos de doña Flora. Una de esas personas era el cartero, que pasó a hacer el reparto a la hora en que solía pasar por allí, un día sí y otro no. La otra persona no sabría decir quién era; aunque, sí que es cierto, que la cara de esa persona le resultaba vagamente conocida.

Yo le insistí; le pregunté si no había podido hacerse, al menos, una idea vaga sobre quién podrías ser esa persona. Me dijo que no, que no podía ubicarla. Y que, de cualquier manera, esta persona había estado en el edificio cómo tres horas antes de que doña Flora comenzara a chillar.

Para finalizar, no pude por menos que preguntarle por la joya que tenía en sus manos cuando fue detenido. Seguramente, esperaba la pregunta; porque el discurso sonó como excesivamente prefabricado. Me dijo que la había visto en el piso, nada más entrar, antes incluso de a la muerta; y, la había cogido, para guardarla y devolverla después, porque sabía que allí iba entrar mucha gente en las próximas horas.

Yo le dije que, claro, que había actuado de manera muy diligente; que cualquiera no hubiera estado tan atento a esos detalles. Me guardé muy mucho de decirle lo que, en realidad, yo estaba pensando; que se había quedado con la joya con la idea de venderla posteriormente y quedarse con el dinero. Total, ya doña Flora no parecía que la fuera a necesitar.

Estaba impaciente por comentar la conversación con Danco. En realidad, no habíamos sacado nada de la misma que no nos estuviéramos imaginando ya. Pero, bueno, siempre puede haber algo que a uno se le hubiera escapado y que el otro sí que hubiera sido capaz de percibirlo. En fin, quizá ese aspecto que pasó de refilón.

.- ¿Un desconocido que le sonaba a Jenaro, dices? Si, tienes razón, se trata de la única cuestión nueva que hasta ahora no había salido a relucir por ningún lado.

.- .../...

.- Claro, era mucho tiempo antes de que la vieja lanzara los gritos. Aunque, si hacemos caso al forense, no tanto. Ten en cuenta que en su dictamen asegura que la muerte se dio, al menos dos horas antes, de lo que parecía. Claro, claro; todo hay que tenerlo en cuenta.

Eso es lo que pasa con las investigaciones criminales. Desde luego que no había sido mi especialidad cuando trabajaba en la policía; pero, uno hablaba con los compañeros que la hacían y se sabía que la cosa siempre funcionaba así. Unos primeros momentos frenéticos; muchos acontecimientos, muchas pruebas, muchos "palos" que tocar. Y luego, la cosa se va parando y parece que no pasa nada.

Observar y volver a observar los detalles; hasta que una pequeña cuestión parece abrirte los ojos y te pone delante evidencias que no habías visto hasta ese momento. Y aquí, en este caso, parecía estar pasando lo mismo. Y más para alguien que ya estaba fuera de la comisaría cómo era mi caso desde la jubilación.

Yo, de cualquier manera, estaba empeñado en que Bermejo me facilitara la relación de las joyas que habían sido sustraída. Estaba convencido, y Danco también, que por ahí nos podía llegar la luz, el fogonazo, que estábamos necesitando para poder seguir adelante con la investigación. Una pena que no hubiera reportaje fotográfico de las joyas de doña Flora.

Aunque eso no era del todo así; ahora, con las nuevas tecnologías, se hacen muchas fotos que la gente mantiene en sus teléfonos móviles. Danco pensaba que, era posible, la persona que más fotos de doña Flora podría tener, era don Ginés. Recuerdos de esa época en la que él estaba intentando tirarle los tejos a su vecina.

En estos momentos, me parecía prioritario, el poder conseguir una entrevista con don Ginés. Debería conseguir su permiso, y su clave, para poder acceder a su teléfono móvil. Quizá allí pudiera conseguir algunas de las fotos que me llevaran a poder localizar todas las joyas.

La entrevista con el abogado de oficio y el convencerle de que me consiguiera una entrevista con el preso en esos momentos, don Ginés, no resultó muy complicado. Debió pensar que, con ello, estaba haciendo un montón de cosas de utilidad por su cliente.

No me puso demasiadas pegas cuando le dije que era primo lejano de don Ginés. El pobre Ginesito nunca había tenido demasiados amigos, ni parientes. Y los pocos que tenía no se estaban portando demasiado bien. Le constaba que una hija del teórico asesino había declinado visitar a su padre; hacía tiempo que no tenía contacto con él, el hecho de estar acusado de asesinato no iba a hacer, precisamente, que el vínculo se recuperara y se estrechara. Más bien todo lo contrario.

Me aseguró que, casi seguro, me podría conseguir una visita para el día siguiente. Y así fue; al día siguiente a las doce de la mañana me iban a permitir pasar a ver al detenido que, muy probablemente, me iba a recibir con todos sus brazos abiertos.

La cara del detenido reflejaba un punto de sorpresa por mí visita. No obstante, don Ginés se alegró de que un vecino lo fuera a visitar. Después de preguntar por su salud, por su estado de ánimos, todas esas cosas que se hacen habitualmente cuando uno va a visitar a un familiar o conocido a la cárcel, me interesé por si necesitaba que le llevara algo de la casa, algún recuerdo muy querido, algo de ropa, quizá algún libro para leer. Todas esas cosas.

Continué por ofrecerme por mirar en su teléfono móvil; por si le había llegado alguna notificación importante en los últimos días. Por qué asumía que su teléfono móvil se habría quedo en su casa y allí continuaría. Me dijo que sí, que así era. Pero qué, hace tiempo que debería tener descargada la batería; además, la casa estaba cerrada y no iba a poder entrar. Que no hacía falta que me preocupara

Bueno, eso, le dije, lo de la casa cerrada, no parecía ser una gran dificultad. Le podría decir a don Fabián, el presidente de la comunidad, quien tenía acceso a todas las llaves, que abriera la puerta un momentito. Allí, en su presencia, enchufaría el cargador del móvil y podría consultar los últimos mensajes, llamadas perdidas y demás. Cualquier otra cosa que quisiera, yo estaba a entera disposición para ayudarle en este trance.

Por su cara no pasó ni la más mínima sombra de duda. No iba a permitir eso. En realidad, yo no sabía que era lo que le preocupaba; que entrara en su casa, o que pudiera abrir, y curiosear, su móvil. Hice un par de tímidos intentos; pero, su firmeza iba en aumento. No me iba a permitir que pudiera curiosear en teléfono móvil.

La única solución que se me ocurrió fue el decirle la verdad. Por eso le pregunté si había la posibilidad de que en el móvil tuviera alguna foto de doña Flora. Me confirmó que sí, que habían salido cómo seis o siete veces a cenar y a tomar algo por ahí. En casi todas había tomado fotos de la cita. Incluso, podía que hubiera alguna más de las fotografías tomadas dentro del edificio en el que vivimos. Que, a pesar de que esa historia ya había terminado, seguía conservando todas las fotos.

Yo le expliqué que creía que la clave para encontrar al asesino iba a estar en las joyas de la víctima. Que necesitaba fotos para poder localizar las joyas. Me confirmó que, efectivamente, en casi todas las citas que habían tenido, doña Flora llevaba, al menos, tres o cuatro joyas. Siempre diferentes y, siempre, muy visibles.

Pero, eso no quería decir que estuviera dispuestos a dejarme husmear en su móvil. Respecto a ese punto se mostraba bastante firme. Yo me estaba empezando a poner nervioso; básicamente porque el funcionario estaba a punto de decir que la visita había terminado. Estaba claro que no tenía toda la tarde para intentar convencerle.

Por eso no tuve más remedio que lanzar un ataque a la desesperada.

.- ¡No sea cabezón, hombre de Dios! ¿Va a permitir que le condenen a garrote por asesinato por no darme la clave para que pueda entrar en su teléfono? No puede estar en ese plan; es posible que la solución al misterio de quien la mato lo encontremos en las joyas.

Parece que el hombre no estaba muy al día respecto a los delitos y las condenas de asesinato; porque mis palabras parecieron hacer efecto sobre su resistencia. Hace muchos años que debió escuchar algo sobre las condenas a garrote vil de los asesinos de mujeres indefensas; y debió pensar que esa pena estaba aún en vigor.

.- ¡Vale, pero el teléfono lo ve usted solo! Don Fabián no tiene por qué estar husmeando en el móvil.

La clave de entrada al móvil era la fecha de la muerte de su mujer. Que uno no acababa de interpretar exactamente el simbolismo; no se podía saber si es que, esa fecha señalada, le había entristecido sobremanera, o, por el contrario, había supuesto una especie de liberación.

Cuando salí de la prisión, me dirigí "cagando leches" a mi domicilio. Danco estaba esperando para que le diera noticias exactas de mi entrevista con don Ginés. No había entendido por qué no le dejaban asistir a la visita al preso; de hecho, me costó bastante convencerlo de que él no estaba autorizado para asistir a la visita.

Y eso que, por mi parte y me consta que por parte del abogado también, tratamos por todos los medios que el perro pudiera entrar. Los argumentos de que se trataba del perro del preso y que verlo le iba a venir de maravilla para su salud, aunque tan solo fuera un par de minutillos, no terminó de hacer mella en las autoridades de la prisión.


****


En realidad, no hizo falta avisar a don Fabián; Jenaro me abrió la puerta. No me dijo nada; pero, lo cierto es que estaba deseando que se confirmara la autoría de don Ginés; para que, así, él quedara completamente libre de sospechas. Así que sí, cuando le dije de abrirme la puerta para hacer algunas averiguaciones, no puso ningún tipo de reparos e inmediatamente se presentó en la puerta con la llave de repuesto que estaba en su poder.

.- ¡Danco, deja eso! ¡A ver si estamos a lo que estamos!

Danco parecía más interesado en encontrar algo de comer que en dar con lo que realmente habíamos ido a buscar. El móvil estaba allí abandonado, en la mesita del salón. Naturalmente, se encontraba descargado y lo primero era cargarlo. Afortunadamente su teléfono era un Samsung, cómo el mío y podía utilizar mi cargador.

Cuando lo pude encender y meter la clave que me había dado, lo primero que vi, me llamó poderosamente la atención. Y enseguida pude entender por qué no quería dejarme que entrara en su móvil. Unas tetas enormes se me aparecieron ante mis ojos; y no eran las únicas, al darle a la tecla de retroceder, la pantalla se sumergía en un archivo de fotos porno, generalmente de mujeres exuberantes que contaban con abundantes y explícitos atributos de todo tipo.

Y esa carpeta no era la única que tenía don Ginés en el teléfono; había al menos diez carpetas que contenían fotos de carácter pornográficos y unos tres o cuatro vídeos del mismo tono. Todos, fotos y vídeos, con mujeres que no habían sufrido anorexia en su vida; ni parecía que la fueran a padecer en un tiempo.

Una vez que pude centrarme y entrar en el archivo de sus fotos, en las que no eran pornográficas, efectivamente pude ver y rescatar no menos de diez fotos en las que se podía ver a doña Flora muy bien vestida, luciendo unos llamativos trajes y prendas de paseo y con tres o cuatro joyas en cada una de las fotografías; casi siempre se trataba de joyas diferentes que se podían ver e identificar perfectamente.

Parecía evidente que le gustaba exhibir este tipo de adornos. Cómo había dicho doña Amparo, sin duda, se trataba de trofeos de caza, de unos tiempos que habían sido mucho mejores para ella que los actuales. Me mandé por watshapp todas las fotos en las que aparecía doña Flora con joyas puestas. No tuve la tentación de mandarme ninguna de las fotos porno de don Gines. Afortunada o desafortunadamente, ese era un tren que ya había pasado definitivamente para mí.

Danco también tenía prisa por salir de allí; parecía que, después de una intensa búsqueda, el perro no había logrado encontrar ninguna cosa que pudiera ser comestible.

Una vez en mi casa, pude mirar detenidamente las fotos que me había enviado desde el móvil de don Ginés. Trataba de buscar las tres o cuatro más características para que el Platas me pudiera localizar las que no estaban en la tienda de la avenida de la Albufera.

.- No, Danco, por esto no podemos saber nada. Bueno, que a doña Flora le gustaba salir de paseo bien enjoyada.

.- .../...

.- No, no busqué nada más porque estoy completamente convencido que don Ginés no ha sido.

.- .../...

.- Bueno, pues haber buscado tú. Podías haber estado haciendo eso en vez de estar buscando comida por la casa cómo un perro mal criado. Menos mal que no lo vio nadie; si no, pensaría que es que te tengo muerto de hambre y que no te doy todos los días de comer.

Le envié por el móvil las fotos de doña Flora enjoyada al Platero. Cómo me estaba imaginando, no tardó mucho en decirme cuales de esas joyas estaban, o habían estado, en posesión del dueño de la tienda de empeños de la avenida de la Albufera.

Había dos de las joyas que aparecían en las fotos que no habían sido vendidas allí. Había un anillo con forma de rosa de los vientos que si sería relativamente fácil de localizar. Nuevamente me dio un plazo de un día para volverme a llamar y ver si había podido localizar quién lo podría tener, quién era el perista que había comprado esa joya.

Nuevamente, me insistió en que él ya estaba prácticamente retirado, que era difícil que lo pudiera localizar rápido y todo ese rollo. Pero, a pesar de eso, el día siguiente a esa misma hora me devolvió la llamada con la información del sitio en el que se encontraba en estos momentos el anillo. Se trataba de un afamado perista de Moratalaz. Era tan famoso que, hasta yo lo recordaba vagamente de mis tiempos de servicio en la policía nacional.

Nuevamente tocaba enseñar la placa, mi vieja placa ya caducada. Esta tienda de empeños pasaba por ser un locutorio de teléfonos, de esos que también es un bazar de todo un poco y agencia de cambio de divisas para los inmigrantes que vivían por la zona; y para todo el mundo. El tipo que la atendía sí que parecía un delincuente de verdad, de esos que nada más verlo te daba un poquillo de miedo y en donde te encontrabas más tranquilo si entrabas sin la cartera.

Le enseñé la placa, me la guardé enseguida (me daba la impresión de que este tipo sí que veía placas actuales con bastante frecuencia). Y luego tuve que explicarle que a mí lo único que me interesaba era descubrir al asesino de la señora; que, las joyas no me interesaban, que se podría quedar con ellas sin ningún problema.

Le costó reaccionar; antes hizo un par de bromas sobre el tamaño del perro, cosa que no gustó nada a Danco, y sobre lo avanzado de mi edad, sobre que la policía ya necesitaba renovarse un poco. Cosas así.

Luego, terminó por reconocer que sí, que había comprado a buen precio unas catorce o quince joyas a un tipo; y entre esas joyas estaba la que le estaba mostrando en la foto. Pero, se justificó, todo había sido legal y le había pagado al tipo que se las ofreció un precio justo; incluso por encima de lo que le habrían pagado en otros sitios.

Le enseñé una foto, de las que tenía ahora en el móvil, en la que se podía ver de manera clara don Ginés. No lo dudó ni un instante, ese no había sido el tipo que le había vendido las joyas. Decía no recordar muy bien cómo se llamaba el tipo, le parecía recordar que el apellido era bastante corriente.

Le pregunté si podría ser que el hombre que le vendió las joyas se llamara Jenaro Martínez. Rápidamente asintió, recordó de manera inmediata que así se llamaba la persona que le había vendido las joyas.

Bueno pues el que había vendido las joyas no había tratado de despistar dando diferentes nombres en las varias tiendas de empeños en las que había estado colocando las joyas.

.- Si, tienes razón, es muy posible que se haya confundido. El nombre de Jenaro le quedó claro; pero, el apellido... Había oído un apellido corriente y, a la hora de realizar la venta, confundió uno con el otro.

.- .../...

.- Si, a mí también me da la impresión de que el asesinato ha sido un plan elaborado desde hacía unos cuantos días.

.- .../...

.- Si, en ese caso parece más fácil que hubiera sido Don Ginés. Un asesinato por despecho. Pero, si te digo la verdad, no creo que esto haya sido así. Tiene que haber otra persona; pero hay algo, hay alguien, que se no está escapando del radar.

A pesar de intentar entrar en el edificio rápidamente, volví a encontrarme con Jenaro; y es que era lo que me temía, cómo había le había intentado confortar; y porque había sido casi el único vecino que le había hablado abiertamente tras su vuelta de prisión, cuando me vio pasar por el portal me paró y comenzó a hablar conmigo.

Seguramente tenía la esperanza de que le confirmara que don Ginés había confesado y que, consecuentemente, el dejaba de ser sospechosos de manera definitiva. Aproveché para preguntarle si, de verdad, pensaba que don Ginés podría haber sido el asesino. Aunque querría decirme que sí, lo cierto es que me confesó que, realmente, no pensaba que el vecino pudiera haber sido el asesino.

Entrando en confidencias, él estaba enterado de los escarceos de don Ginés con doña Flora. Pero, de ninguna manera, llegaba a considerar esto cómo algo serio y que fuera tener futuro.

.- ¡Es que don Ginés era un mujeriego! ¿Sabe usted? Bueno, más que un mujeriego, que le gustaba mucho las mujeres; pero mirarlas, sobre todo, las fotos y los vídeos que se podían encontrar en internet. Y no solo eso; también había taladrado un agujero en la pared de su baño, que estaba pegado al baño de su vecina, doña Susana. Lo hizo para poder ver a su hija mientras se bañaba, o utilizaba el baño para cualquier cosa.

.- ¿Y lo pillaron?

.- No, cuando la hija de doña Susana dejó el piso para irse a vivir a Canarias, don Ginés dejó de mirar por el agujero que había abierto en el baño. De hecho, lo taponó a partir de que la señora se quedó sola.

.- ¡Vaya pájaro!

.- Si; pero, de ahí a matar a doña Flora...

Si, muy bien todo; pero, seguíamos sin encontrar ni una razón para el asesinato, ni un sospechoso. Danco divagaba, divagaba mucho con mil y una teorías que hasta planteaba el que hubieran sido los extraterrestres los que hubieran venido desde el planeta Ganimedes a cargarse a doña Flora. A Danco es que le gustaba mucho la ciencia ficción.

Los días iban pasando y no pasaba absolutamente nada. Don Ginés hasta se estaba planteando declararse culpable. El machaconeo del abogado de oficio parecía estar dando sus frutos y mi vecino tan solo estaba viendo ya la posibilidad de algún atenuante que, unido a su avanzada edad, don Ginés tenía ya setenta y dos años, le posibilitara el conseguir la libertad condicional con una relativa facilidad.

Todo esto me lo contaba cuando le fui a visitar nuevamente. El abogado de oficio parecía que lo había aleccionado bien y ya casi le tenía convencido de que debería hacer lo que él le decía. Yo, la verdad, es que no estaba muy seguro de que esto fuera una buena idea.

Por mi parte le contaba el fruto de las pesquisas realizadas a raíz de conseguir las fotos de doña Flora y sus joyas, no le mencioné absolutamente nada de las imágenes porno que había podido ver en su móvil. Le dije que las joyas estaban vendidas en dos casas de empeño diferentes. Le informé de que, en ambos casos, el nombre de la persona que había vendido las joyas era el mismo, Jenaro Martínez.

Al oír el nombre de Jenaro, sus ojos se abrieron cómo platos. Por unos instantes le pareció que, nuevamente, el portero pasaba a ser el favorito para ser considerado el asesino. Tan solo unos segundos; yo le aclaré de manera inmediata que el apellido era Martínez; y no López cómo el apellido real del portero. Además, que en las dos tiendas había enseñado las fotos, tanto del portero cómo del propio don Ginés. Y que no habían reconocido a ninguno de los dos.

Seguramente se trataba de un nombre falso; en este tipo de establecimiento no es muy complicado cosas como esta; dar nombres que no eran los que correspondían a las personas que estaban realizando la operación. Si, si el abogado quisiera molestarse un poco, cosa que seguramente no iba a suceder, quizá podría aportar esto cómo prueba de que él no había vendido las joyas. Podría sembrar algún tipo de dudas; pero, eso no quería decir que no hubiera vendido las joyas otra persona que estuviera en contacto con auténtico asesino. En fin, que había algunas incógnitas, pero muy pocas certezas en realidad.

Se lo comenté a Danco, me dio mucha pena dejar al hombre allí, completamente derrotado y, seguramente, bastante convencido de que le esperaban un juicio amargo y una condena de varios años de cárcel. Y a su edad, eso era difícil de asimilar.


*****


Ya habían pasado nueve días desde que sucedió el crimen y seguía sin haber grandes novedades. Yo me estaba volviendo a preocupar otra vez, de manera prioritaria, de lo que estaban subiendo todos los productos básicos del super; especialmente los que yo compraba; que eran, claro, los que a mí me había permitido comer mi médico.

Seguramente, era Danco quien más le daba vueltas a su pequeña cabeza con la posibilidad de encontrar al asesino; yo se lo notaba claramente en sus ojos negros. De hecho, en unas charlas cotidiana me hizo notar algo que, hasta ese momento, no había sido visto por mi parte y que podría aportar algo de luz para resolver el asesinato.

.- ¡ No lo sé, Danco, no lo sé!

.- .../...

.- Pues sí; estaría bien conocer cómo ha quedado el testamento de doña Flora. Seguro que a nosotros no nos ha dejado nada.

.- .../...

.- Bueno, a ver qué puedo hacer.

A ver en donde conseguía yo el resultado del testamento que había dejado doña Flora. Lo único que se me ocurría era volver a llamar a Bermejo. Era posible que el resultado de la lectura del testamento estuviera detallado en los atestados de la investigación del asesinato. No sabía cómo lo iba a coger; era posible que me mandara al carajo y no me quisiera dar, de ninguna manera, ese dato.

Así que, a pesar de los gruñidos de Danco, que no sabría decir en ese momento si es que estaba enfadado por no llamar inmediatamente a mi amigo, o porque le había cambiado el pienso que le daba de comer (el antiguo había subido más de un veinte por ciento en el último mes), debía esperar a la mañana siguiente. En realidad, a Danco no le había gustado nunca la comida para perros.

A la mañana siguiente, volví a llamar a mi amigo Bermejo. Lo primero que me dijo es que estaba bastante pesadito con el tema. Cuando le pregunté lo que quería saber, me dijo que no, que en el atestado de la investigación no figuraba por ningún lado el resultado del testamento de la fallecida.

No obstante, se ve que le había cogido el gustito, me dijo que, si le invitaba a un par de cervezas y una ración de calamares en "El Brillante", era posible que pudiera hacer la gestión para enterarse. Tan solo tenía que averiguar quién había sido el notario en donde la fallecida había hecho testamento; después, tan solo una llamada de un policía y le dirían todo lo que quisiera preguntarle al notario.

¡Otra invitación! En ese momento fue cuando me empecé a quejar a Danco; le dije que su afición por jugar a los detectives me iba a costar una pasta. En fin, si eso significaba que se iba a portar bien, pues lo asumiría con gusto. Ante mis quejas, el perro me miraba fijamente con sus grandes ojos negros; di por supuesto que eso quería decir que sí.

Durante todo ese día no hubo ninguna llamada de Bermejo; estaba empezando a pensar que, a lo mejor, terminaba por ahorrarme el dinero de las cañas y la ración de calamares. Danco estaba realmente impaciente y no paraba de gruñir; tanto, que durante todo ese día decidí que lo mejor era no darle el pienso que había comprado y que compartiéramos la comida que había preparado para mí.

A las diez de la mañana siguiente, Bermejo me devolvió la llamada. Nada más cogerle el teléfono me dijo.

.- ¿Cágate, macho! ¿A que no sabes quién es el principal beneficiario del testamento de la vieja?

.- Dime...

.- Aparte de la legítima; en este caso la mitad del piso y una pequeña cantidad que la señora tenía en el banco y que tenían que ir a parar a su sobrino Eugenio, hijo de su hermana. El beneficiario de las joyas de doña Flora y de la mitad del piso es el convento de las Mercedarias Descalzas; ahí cerca en la calle Luis de Góngora.

.- Herencia que ahora no van a poder obtener.

.- Bueno, las joyas evidentemente no. La mitad del piso, en teoría, sí. Aunque eso no está claro del todo. Según me dijo el pasante del notario con el que hablé, desde el punto de vista legal, su sobrino había sido asesorado por unos abogados y la legítima, descontando el importe de las joyas, que según ellos podría estar valorado en unos ochocientos cincuenta mil euros, en lo que respectaba al piso, debía ser en torno a tres cuartas partes del total de inmueble. Eso es lo que le correspondería al heredero obligatoriamente, con la ley en la mano.

.- Ya veo.

.- Esto significa que el testamento iba a ser impugnado por parte del sobrino. Y según lo que me comentó el pasante, era bastante factible y que en el convento tan solo se quedaran cómo propietarias de un cuarto del piso de doña Flora.

Una vez que me dio la notificación del encargo que le había hecho, se despidió de mí, no sin antes recordarme que le debía unas cañas y una buena ración de calamares.

Había llegado el momento de analizar detenidamente todo lo que me había comentado mi amigo. Danco se quedó pensando durante un buen rato. Me costó deducir que es lo que estaba pensando.

.- Si, sí; tenías razón. Parece que el testamento nos puede aclarar algo sobre el asesinato de la señora. Pero, ¿vamos a ver si nos centramos?

.- .../...

.- ¡No digas tonterías, Danco! ¿Cómo va a ser eso de que una monja se cargue a doña Flora?

.- .../...

.- Claro, claro. Es evidente que: ¿si hacemos caso del testamento? ¿si no fue una monja la que se la cargó? ¿Entonces qué es lo que nos queda? Parece evidente.

El sobrino, Eugenio. Hasta ahora no había aparecido en ninguna de las quinielas; pero, por el momento parece bastante beneficiado con la muerte de la señora. Y si, efectivamente fue el que la asesinó; no solo le vino su parte de la herencia legal. También le pudo llegar la parte de las joyas que no iban a ser para él.

.- ¡No, Danco, no podemos ir ahora mismo a detenerlo! Y mucho menos nosotros.

.- .../...

.- Y, para que lo pudiera detener la policía, deberíamos aportar unas pruebas bastante consistentes. No, la verdad es que no sé cómo lo podemos hacer para conseguir esas pruebas.

Yo tenía claro en esos momentos que necesitaba una foto de Eugenio. Y, de momento, no tenía muy claro cómo lo podría conseguir. Danco me estaba sugiriendo algunos modos para obtener la foto; pero, esos trucos quizá podrían valer para un perro, pero no para los seres humanos.

Se me ocurrió un método que quizá podría darme una foto de Eugenio. La estrategia me costó gastara un par de días. Porque tenía claro que, si le pedía una foto dedicada directamente al sobrino de doña Flora, no me la iba a dar; y menos, dedicada.

Me costó dar, al menos cinco paseos por el parque cercano al domicilio del sobrino; ya, hasta estaba haciendo amigos entre los paseantes del parque. Danco, al menos sí que estaba haciendo algunos amigos. Por fin, mi paciencia tuvo su premio y encontré el momento para poder facilitar el momento en que pudiera hacer una fotografía de Eugenio.

Lancé a Danco contra el hombre. El perro parecía tener claro lo que debía hacer. Empezó a jugar con él y a morderle el pantalón. Yo comencé a reírme cómo si me hubieran inyectado medio litro del gas de la risa. El hombre miraba al perro, me miraba a mí; y, ciertamente, no parecía que la situación le estuviera haciendo mucha gracia.

Yo seguía riéndome y, de repente, saqué el teléfono móvil con la intención de hacer una foto de esa situación, supuestamente, tan graciosa. Si le hubiera llegado a pedir permiso, es muy probable que nunca me lo hubiera dado. Pero, no le dio tiempo a hacer nada; cuando quiso reaccionar, yo estaba ya a unos cien metros del lugar en que Eugenio parecía petrificado.

Esas prisas, con mi edad, parecía que iba a hacer saltar el corazón de mi pecho. Además, que Danco parecía haberle cogido el gustito a la situación y se enganchaba de los pantalones de todo el que se cruzaba en su camino. No pude respirar con una cierta tranquilidad hasta que no entramos en el metro, ya camino de nuestra casa.

Cuando llegamos, pude verificar que la foto había quedado perfectamente y que la cara de Eugenio podía ser perfectamente reconocida. Ya estábamos listos para comenzar la última fase de nuestro proceso de investigación.

.- ¡No, Danco, esta no es una prueba suficiente para poder encerrar a nadie! Se necesita algo más.

.- .../...

.- Si, ahora tenemos que enseñar la foto a una serie de gente. Vamos a ver si pueden reconocer al sobrino de doña Flora. Entonces, sí que comenzaremos a tener certezas.

.- .../...

.- No, querido, no. No pienso seguir con otros caminos. Si resulta que este hombre no ha tenido nada que ver, si no pueden reconocer su cara. Yo lo dejo, que se ocupe la policía, que para eso les están pagando.


******


Al primero que quería enseñar la foto era a Jenaro. Estaba pensando que a esa persona que no era vecino de la finca y de quién le sonaba la cara, esa persona que había estado por el edificio unas tres horas antes de que se diera el asesinato; esa persona, estaba convencido, podría ser el sobrino de doña Flora.

A Jenaro le costó un poco reconocerlo. Pero, en ese momento, apenas unos segundos después de enseñarle la foto, parecía encontrarse seguro de que lo había visto. Además, ni le tuve que decir quién era. Cuando le vino a la memoria su cara, también le vino a la memoria el por qué le sonaba la cara. Efectivamente, era el sobrino de doña Flora y lo había visto por el portal con anterioridad.

¿Qué hacía en el edificio unas horas antes de que su tía fuera asesinada? Danco lo tenía claro, el asesinato, en realidad había sido silencioso. Los gritos los había hecho el asesino, de alguna manera, para atraer la atención de los vecinos y del portero, el primero que llegara se iba a cargar el asesinato. Para que esto pudiera ser así, el asesino, según Danco el sobrino de doña Flora, había dejado una especie de cebo en forma de joya. A la persona que acudiera al oído de los gritos, la policía le tendría que encontrar la joya en el bolsillo; o en donde fuera.

Una historia muy bonita que, evidentemente no podíamos probar de ninguna manera. Pero, yo le dije a Danco que no se impacientara. Mañana por la mañana íbamos a ir a visitar a las dos tiendas de empeño, para enseñarle la foto. Si los dos le reconocían, entonces sí que podríamos ir a la policía con algo bastante sólido.

Era importante el que los peristas siguieran creyendo que yo era de la policía. Si no, si entendían que era ahora cuando, de verdad, les iba a visitar la policía, cabía la posibilidad de que no quisieran saber nada del tema y negaran que lo habían visto por allí.

Necesitaba trazar un plan que hiciera que los peristas no pudieran negar que reconocían al hombre de la foto. En realidad, estuve pensando toda la noche que es lo que podría hacer. En un par de ocasiones le estuve pidiendo a Danco que me asesorara. Pero, esa noche no se encontraba con muy buen humor; porque le había obligado a que se comiera el pienso nuevo, y más barato, que había comprado en el supermercado. No estaba dispuesto a perdonármelo tan fácilmente por esto.

A la mañana siguiente cogí el metro relativamente temprano, la línea uno para ir a la avenida de la Albufera, la primera tienda de empeños, en donde confiaba que pudieran reconocer a Eugenio cómo el tipo que les vendió las joyas robadas a doña Flora. Danco todavía estaba un poco gruñón; indudablemente, no me había personado que le hubiera cambiado el menú.

Cuando llegamos al Establecimiento, por llamarlo de alguna manera, el tipo me recibió con una amplia sonrisa de bienvenida. Me tranquilizó, parecía que se alegraba de volver a verme. Porque me recordaba de mi anterior visita; y vaya que si me recordaba.

Cuando estaba ya bastante cerca de la mesa que parecía ser su centro de operaciones, el tipo sacó una pistola y, automáticamente, el aspecto de su cara cambió de una amabilidad extrema a tener pinta de un cabreo considerable. A la par de sacar la pistola comenzó a gritar cómo un poseso.

.- ¡Cabrón de mierda! ¿Qué pretendías, engañarme? ¡Ya sé que no eres policía, ni nada que se le parezca!

.- ¡Oiga!

.- ¿Qué quería, engañarme? ¡Viejo chocho! ¿Querías tirarme de la lengua haciéndote pasar por policía?

.- Nada más lejos de la realidad. Yo tan solo quería ayudar a unos amigos del edificio.

.- ¡Te vas a pirar ahora mismo de aquí, o te pego un tiro! Te doy cinco segundos; o, te juro que te descerrajo un tiro aquí mismo. ¡Marchando de aquí ahora mismo!

Yo no tenía ninguna duda que la única opción que quedaba era salir de allí pitando. Si me demoré un poco más es porque Danco había desparecido y no lograba verlo. Ante una oportunidad de poder defender a su dueño, había preferido optar por una retirada discreta y que me las arreglara yo por mis propios medios.

Pero, con los gritos, no tardó mucho tiempo en salir de donde quiera que estaba escondido y se dirigió cómo una centella hasta la puerta que yo le estaba indicando imperativamente.

.- ¡Danco, vamos! ¡Rápido!

En esos momentos no parece importar la edad. En apenas tres minutos nos encontrábamos los dos en la boca de metro que estaba a más seiscientos metros de la puerta de la tienda de empeños. Parece que ya, en ese instante, me empezó a llegar riego al cerebro; cosa que, hasta ese momento, no estaba seguro de que estuviera pasando.

Y comencé a analizar qué es lo que podría haber pasado. Lo primero que se me vino a la mente, y que casi seguro es lo que sucedió, fue que el cabrón del Platero le había contado al de la tienda quién era yo y que ya no tenía nada que ver con la policía. Que era tan solo una especie de entretenimiento por lo que estaba metiendo las narices en el asunto este de las joyas; bueno, y en el asesinato de doña Flora.

Yo estaba haciendo estas reflexiones dirigidas a Danco, que normalmente me miraba con sus grandes ojos negros y la boca abierta. Pero, en esta ocasión mantenía la boca cerrada y no dejaba de mirar al suelo. El susto, pensé; aunque, el perro solía pasar de estas cosas.

Habíamos bajado hasta el andén y Danco continuaba con la misma actitud. Ya estaba empezando a extrañarme. Y el perro se ve que se cansó de estar así; porque, abrió la boca y de su boca salió una pequeña cigarra de plata, con los ojos rojos y completamente embadurnada en babas de Danco.

Se ve que el perro, mientras que yo estaba discutiendo con el dueño de la tienda de empeño, había iniciado su particular safari por la tienda. Y había ido a cazar a lo que tenía más aspecto de insecto, que eran sus piezas de caza más habituales, dado su tamaño no demasiado grande.

Normalmente la habría saboreado y, al detectar que no era comestible, lo habría escupido en el suelo. Pero, se ve que, en ese momento, fue cuando tuvo lugar el punto álgido de la bronca y yo lo llamé de manera apremiante para que saliéramos de allí a toda pastilla. Por eso no pudo escupir el falso insecto que se había metido en la boca y había aguantado unos minutos con la joya en el interior de su boca.

Yo, en un principio me preocupé. Si el dueño de la tienda se pensaba que había sido yo el que le había robado la joya, era posible que hiciera uso de la pistola que me había enseñado en la visita a su establecimiento; y varias veces. También era verdad que debería tener claro que yo no me había acercado a la zona en donde tenía guardadas las joyas. Fueron varias la teorías y las elucubraciones que hice al respecto en el viaje que caso recorría entera la línea uno del metro.

Cuando llegué a mi casa me sentí seguro; parecía que el peligro había pasado. El caso es que, cuando me di cuenta de la situación, me hice con la joya y la guardé a buen recaudo. El viaje en metro sirvió para que las pulsaciones de mi corazón bajaran de manera considerable. No me constaba que el perista pudiera encontrar donde estaba nuestra casa (El Platero no creo que lo supiera) y, consecuentemente, allí estaríamos a salvo.

En cuanto consideré que estaba completamente tranquilo, cogí el teléfono para echar le un rasca al Platero. Tardó bastante en cogerme el móvil. Aunque, por fin y tras varias llamadas, lo hizo, cerca de las once de la noche. No parecía en absoluto compungido ni, al parecer tenía conciencia del mal rato que me había hecho pasar. Era todo tranquilidad.

Yo no estaba tan tranquilo: Y comencé por quejarme a gritos por haberle contado al de la tienda de empeño quién era yo; que no tenía ya nada que ver con la policía. Suavemente me dijo que tenía que tranquilizarme, que tenía una buena noticia que darme.

Resultaba que el tipo que vendió las joyas, al primero que fue a visitar fue a un perista que se llamaba Pepito El Joyas. El precio que le ofreció este no fue del agrado del vendedor y no terminaron de muy buena manera. El Joyas se la juró en ese momento e, incluso, si para fastidiarle tiene que declarar ante la policía, cosa que le hacía mucha gracia, lo hará.

El Platero me concertó una cita para el día siguiente por la mañana. Le dije que ya tenía una foto bastante nítida del supuesto asesino, tenía una relación de las joyas que le habían robado a la señora. Y lo mejor, por una casualidad del destino, también tenía la joya más significativa de todo el lote. La cigarra de plata, por la que le había preguntado la primera vez que le contacté, ahora estaba en mi poder.

Danco estaba allí, tranquilo, sin darse importancia. Pero, era muy posible que su "arriesgada" acción de meterse la cigarra en la boca fuera una clave importante para poder resolver el misterio y descubrir al ladrón y asesino de doña Flora.

A la mañana siguiente, la conversación si pudo esta vez ir cómo yo la tenía prevista. El Joyas reconoció en la foto que le enseñé al tipo que le quiso vender las joyas y con el que había tenido la bronca. Efectivamente, reconoció la joya de la cigarra de plata y me confirmó, muy a pesar de que iba contra sus principios, que estaba dispuesto a ir a la policía y contar, con alguna pequeña modificación, lo que había pasado.

Cuando llamé a mi amigo Bermejo, no estaba muy por la labor de hacerme caso. Que el asesino ya estaba detenido, me decía. Por fin, tras darle la tabarra con un par de largas llamadas de teléfono, me consiguió una cita, para mí, Danco y El Joyas, con el comisario Perales; el inspector encargado de llevar el caso.

Lo único que me advirtió es que no se nos ocurriera hacer ningún tipo de bromas, tipo "vamos a cantar", o "que bien cantar con Perales", o "es el inspector ideal para poder cantar". Porque, entonces se calentará y no querrá saber nada más.

La entrevista con el inspector Perales fue según lo previsto y nos limitamos, los tres, a hablar exclusivamente del caso que nos ocupaba. El Joyas contó que el tipo de la foto le había intentado vender una serie de joyas, supuestamente robadas; pero que él, en estos momentos y desde hace unos cuantos años, ya no se dedica a esto, que quiere ser un ciudadano honrado y no tener líos con la policía.

Efectivamente, confirmó que, entre las joyas que quería vender, estaba la cigarra de plata que yo tenía en mi poder. Yo tuve que dar algunas explicaciones de por qué tenía la joya en mi poder. Le tuve que contar la historia del apropiamiento de Danco y la aventurilla en la tienda de empeños de la avenida de Albufera.

La policía verifico que efectivamente, esa joya había estado hace poco en la tienda del Puente de Vallecas. Y, desde luego, que, con la policía de verdad, el propietario se mostró mucho más amable y predispuesto a contar cosas que lo había estado conmigo en mi última visita.

Una vez que todo parecía estar casi claro y que la policía, el inspector Perales, estaba convencida de que el asesino había sido Eugenio, se montó el operativo para poder detenerlo. Para el sobrino de doña Flora, la llegada de la policía fue una auténtica sorpresa, no pensaba que esto iba pasar a estas alturas y que pudiera ser descubierto.

Al fin y al cabo, el único pequeño incidente que había tenido en los últimos días era el acercamiento de un pequeño perro y la insistencia del loco de su amo en hacerles una foto con el teléfono móvil. Nunca relacionó este pequeño incidente con la investigación, aunque fuera extraoficial, del asesinato de su tía Flora.

En un principio, negó cualquier tipo de relación con la muerte de la anciana, el aseguraba que tenía mucho cariño a su tía y que, de ninguna de las maneras, el sería capaz de hacer algo cómo lo que se estaba insinuando con su amada tía Flora. Insistió en que cualquiera que pudiera insinuar, siquiera, una monstruosidad como esa, estaba completamente loco y era un miserable integral.

Pero, al irle presentando, una tras otra, una serie de pruebas y evidencias que, claramente, le relacionaban con el robo y con el asesinato; no tuvo más remedio que confesar y reconocer que él había sido el causante de esa muerte tan desgraciada.


*******


El plan previsto había salido perfecto en, al menos, un noventa por cien de los programado. Eugenio ya estaba teniendo dificultades económicas desde hace tiempo; pero, lo que, sin duda, resultó el detonante para llevar a cabo ese plan fue el enterarse de los términos de testamento que había redactado su tía. Él era el único y más cercano sobrino con el que doña Flora mantenía relaciones; por eso, entendía que debía ser su único heredero.

Y no podía soportar que las joyas, en su conjunto, incluso mucho más valiosas que el piso, fueran a para al convento de las Mercedarias Descalzas, según el deseo de su tía, reflejado en el testamento dictado ante notario. La posible solución a sus problemas económicos parecía que nunca iba a llegar a materializarse.

Entonces diseñó un plan para dar muerte a su tía, que le llegara la parte del testamento que le correspondía; pero, lo más importante, tener vía libre para apropiarse de las joyas de doña Flora, que fueran a parar al que consideraba que era, de verdad, su legítimo heredero.

Las vendería y, si no conseguía obtener su valor real, tal y cómo si la venta se hubiera hecho de una manera regular, al menos, alcanzar una buena cantidad que pudieran aliviar sus penurias económicas.

El plan se empezó a plasmar en su cabeza a lo largo de varios días. Primero que nada, ese día iría a visitar a su tía. Estaría un rato en la casa, hablando con ella y preparando todo para la representación final. Una cosa importante era conectar un pen drive en el televisor que contenía los gritos aterradores de una señora mayor (cuando la policía miró el televisor, efectivamente estaba el pendrive; pero antes a nadie se le ocurrió mirar en el lateral de la tele); con un mando a distancia, en la hora prevista se activaría el pen drive y toda la vecindad oiría unos gritos desgarradores que salían del piso de la pobre doña Flora.

Pero las cuchilladas habían sido asestadas una hora antes, aproximadamente. La mujer yacía muerta desde entonces; él había salido del piso con todo cuidado, intentando por todos los medios, y logrando, que nadie lo viera salir (tampoco lo debía haber visto nadie entrar; pero, en este caso si hubo un pequeño fallo).

Al oír los gritos, alguien, previsiblemente el portero, debería entrar en el piso de su tía. Eugenio había dejado en el suelo, bien visible, una joya que, era casi seguro, esa primera persona que llegara al piso la iba a coger se la guardaría. La idea era que la policía encontrara la joya en los bolsillos del primero en llegar al piso de doña Flora.

Porque, Eugenio llamó a la policía inmediatamente después de haber activado el control remoto que encendía el televisor y ponía en marcha los gritos del pen drive; de manera automática, en quince segundos, se volvía a apagar. La comisaría estaba cerca, la policía no debería tardar mucho en llegar; era posible que encontrara a alguien en el piso. Y, cuando don Ginés llamó a la policía, estos ya tenían el aviso y estaban de camino al edificio en donde habían ocurrido los hechos.

En realidad, no llegó a ser así; pero por poco. Encontraron a Jenaro bajando de la casa de doña Flora, un poco aturdido y con una joya en su mano derecha, no sabía muy bien que decir; y menos explicar que hacía esa joya, bien sujeta, en su mano. Blanco y en botella...

Con las joyas, que él pensaba que legítimamente le pertenecían, intentaba reponerse de sus muchas deudas contraídas por un negocio que estaba pasando una mala racha; o, quizá, nunca había terminado de ir del todo bien. Por lo irregular de su adquisición, estaba claro que no iba a conseguir todo el valor que las joyas tendrían en condiciones normales; pero, posiblemente, podrían cancelar sus deudas más inmediatas.

Hasta ahí, el noventa por ciento de la parte del plan que había salido bien. El diez por ciento que había salido mal vino por la venta de las joyas. Por una parte, y en primer lugar, un perro curioso que quería saber quién había matado a esa señora que le caía tan mal; por otro lado el ir a vender las joyas a un perista avaricioso, que le ofreció muy poco dinero, en su opinión, y que no le perdonó nunca la discusión y las malas palabras que habían llegado a tener.

Luego, claro, la pista de las joyas que la policía no tuvo nunca la intención de seguir (porque pensaban que ya tenían al asesino); pero, que Danco y yo tuvimos claro que era el "chivato" que nos podría llevar a desentrañar el misterio del asesinato de doña Flora.

Empezando, aunque, seguramente, eso no tuvo ninguna importancia, por el despiste al tratar de recordar el apellido del portero y confundir López con Martínez. Cómo punto culminante de ese diez por ciento que no salió bien, la avaricia, el querer sacar más dinero del que le estaban ofreciendo los peristas. Y, fundamentalmente, la discusión con uno de ellos.

Del poco interés que la policía había tenido por las joyas, cabe decir que, una vez que Eugenio había confesado, ni siquiera se interesaron por tener cómo prueba la cigarra de plata que el perro se había llevado de la tienda de empeños. A lo mejor, si Danco hubiera llevado joyas cuando se arreglaba, yo hubiera pensado en que se la quedara de recuerdo.

Pero, no era así. Así que decidí entregársela a las Mercedarias Descalzas, a las que, testamento en mano, correspondían todas las joyas. La visita al convento no fue inmediata. Y es que tuve dificultades para que me dejaran entrar con Danco.

No podía permitir que no dejaran ir a devolverles una de las joyas más significativa, al que, realmente, la había recuperado de las garras de un perista malnacido que nos había dado un susto del carajo. Una vez que permitieron que el perro entrara al convento, no tuve inconveniente en, además de entregarles la cigarra, dar las indicaciones pertinentes del lugar, los lugares, en que se encontraban las joyas; y que tenían que hacer para que, muy probablemente, pudieran recuperar la herencia que doña Flora les había dejado.

21 de Enero de 2023 a las 17:21 0 Reporte Insertar Seguir historia
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