matiasdangelo Matías D'Angelo

Las leyendas urbanas dicen que viven ocultos entre nosotros. Han sido perseguidos y los registros de su existencia eliminados. Los que saben la verdad nunca se atrevieron a hablar sobre ellos. Hasta ahora. Según los rumores, los avistamientos crecen en Costa Santa, una ciudad del partido de la costa donde suceden cosas muy extrañas. Bruno vive allí y cree que las leyendas son ciertas. Su objetivo es encontrar a otros como él. Débora, su compañera de clases, desea que nunca salga a la luz su verdadera naturaleza. Ninguno de los dos sabe cuánto tienen en común. Por ejemplo, que están siendo engañados por el mismo enemigo. ¿Compartirán su secreto a tiempo para unirse y enfrentar la oscuridad que se esconde en Costa Santa?


Ciencia ficción Todo público.

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Búsqueda

Tengo miedo, pero igual salgo. Algunas luces gastadas parpadean, y dejan varios rincones en sombras. Veo mi reflejo en una vidriera, me devuelve una expresión seria. Me concentro en lo que busco y me dejo guiar por una sensación. Paso frente a un bar medieval del que sale un rock desafinado. El viento húmedo golpea mi cuerpo, tiemblo y sigo caminando. Mientras, el bar queda cada vez más lejos. La vereda está resbaladiza. Abrigado, con las manos en los bolsillos, miro alrededor, nadie.

Chequeo la hora. No puedo volver muy tarde. ¿Será verdad lo que dice Nermal? De pronto un estallido a mis espaldas, ¿qué sucede? Giro con el brazo extendido y la mano abierta. Es una teja que ha caído, está hecha pedazos. Miro alerta hacia arriba, busco en los techos de las casas, nada.

Alivio y también desilusión. Escuché que hay otros en Costa Santa. ¿Dónde están? Necesito encontrar a alguien como yo, aunque sea a uno. Necesito saber que no estoy solo.

Cuando llego a casa, abro la puerta intentando no hacer ruido, algo que me cuesta horrores. Siento el aroma familiar de los muebles y los libros, vuelvo a la seguridad y al calor. Papá está en medio del living, con los brazos cruzados. Tenemos los mismos ojos azules, pero vemos las cosas tan distinto.

—¿Dónde estuviste, Bruno? ¿Por qué llegás a esta hora?

—Estaba en la plaza. —Invento—. Fui a caminar un poco.

Papá no me cree. Debe estar cansado, porque solo hace un gesto con la mano y suspira.

—Andá a tu cuarto y acostate que mañana tenés clases.


***


Despierto y me pongo el uniforme: un pantalón gris y una chomba con el escudo de la escuela, que es de color bordó y tiene un perro dorado con alas. Bajo las escaleras, no respondo al saludo de mis papás y entro al baño. Froto mi cara para despabilarme y me miro en el espejo. Odio mi cuerpo.

Siempre me dijeron cosas por ser pelirrojo: colorado, zapallo, pecoso, fósforo. También soy un poco gordo. Detesto que me salgan granos, a veces no me contengo y los aprieto. ¿Por qué soy tan horrible?

Después de lavarme la cara logro peinarme o algo así. Salgo del baño dando un portazo. De pronto, siento un calor fuerte en la mano, pero no tengo nada.

En la cocina, encuentro a mamá que se cepilla los rulos negros y me saluda. Le contesto con pocas ganas. Sentado a la mesa empiezo a engullir las tostadas, mientras apuro un vaso de leche. Llega mi viejo con unos cuantos libros debajo del brazo. Sus ojos, escondidos detrás de unas gafas, vigilan.

—Buen día, pa.

—Hola, Bruno.

Se sienta frente a mí, y mamá a su lado. Toman unos sorbos de café y untan mermelada en las tostadas.

—Marisa, ¿pagaste el seguro de la casa? —Papá guarda los libros en su maletín—. No quiero que nos sorprenda otro accidente.

—Sí, Ernesto, no te preocupes.

Agarro más tostadas, las unto con bastante mermelada y cae un poco al mantel. La tapo con la mano antes de que mamá la vea y devoro las tostadas. Papá sonríe y se abriga.

—¿Cómo vas en la escuela?

Me encojo de hombros.

—Igual que siempre —digo, y me lleno la boca con otra tostada.

—¿Igual? —Papá se ríe—. Mejor que el año pasado, espero.

Desde ese último accidente, cuando quemé un póster de Evangelion en mi cuarto, está insoportable. Sospecha que sucede algo raro, sabe que mi cabeza está en otro lugar, pero no puedo decirle la verdad. Pongo los ojos en blanco, y me levanto de la mesa.

—Me voooy.


***


Apoyado en la baranda de un mirador, con los ojos entrecerrados por el viento y la arena, enfrento al mar. Es genial que vivamos cerca de la playa. Respiro el aire salado, protegido del frío con mi abrigo. Las olas me calman, como si al romper se llevaran parte de mi angustia. Miro el reloj. Bajo las escaleras y retomo el camino hacia la escuela. La calle está casi desierta. Sigo escuchando el rugir de las olas. Luego de un rato, percibo que alguien me sigue. Giro y encuentro a mi amigo Javier. Es flaco, narigón y desgarbado. Suele tener la mirada perdida, ensimismado o imaginando algo nuevo, parece estar en otro mundo

—¿Qué hacés? ¿Cómo andás?

—Bien, ¿vos? —Sonríe.

Llegamos a la escuela, un edificio verde y gris. Hoy le hicieron un grafiti que dice: “Nermal tiene razón”. Ya lo están tapando. En la calle hay varios autos que tocan bocina. En la vereda, alumnos, padres y profesores ansiosos. Javier entorna los ojos y se acomoda el pelo negro y lacio que se le derrama a los lados de la cara.

—Vení. —Indica, y lo sigo para sortear a la muchedumbre.

Después de la formación, caminamos por el pasillo de la escuela, rumbo al aula. Cuando pasamos al lado de un grupo de chicos del último año, estos se callan. Les sostengo la mirada un rato, hasta que me alejo.

—Cortala, Bruno —dice Javier.

Mi amigo está habituado a esto. No suelo caerle bien a la gente de entrada. Durante un tiempo, pensé que era por esas cosas que dicen de los pelirrojos: que traemos mala suerte. Ahora creo saber lo que sucede, pero igual no significa que me vaya a bancar las jodas. Por suerte, con el tiempo la mayoría de mis compañeros me aceptaron. Con Javier pegué onda desde el principio, y por eso es mi mejor amigo.

En el aula, nos acomodamos en nuestro escritorio. Miro a mis compañeros que conversan en los minutos que tenemos antes de que llegue la profesora. Saludo a los del fondo. Anabella, una chica pelirroja, me observa y comenta algo con sus amigas. Echo una mirada al banco quemado en un rincón del aula. Cierro las manos.

Entonces, llega. Camina con la rapidez que dan los nervios, pero sin perder su estilo: entre despreocupada y segura, como si avanzara por una pasarela. Mira a los lados y se acomoda el pelo rubio. Su nariz es pequeña y su cara tiene forma de corazón. Cuando se acerca, la luz da de lleno en sus ojos verdes. Viste una chomba blanca y una pollera escocesa tableada, el uniforme de las chicas. ¡A ella le queda mejor! Clavo los ojos en sus piernas. Se detiene. Levanto la vista, esperando su mirada recriminadora, pero me salvo. Débora está distraída buscando a sus amigas. Cuando las ve, agita sus manos, corre hacia ellas y las abraza. Se saludan con besos y grititos. Débora se sienta al lado de Laura, que también es rubia. Son mejores amigas desde los cinco años. Las otras chicas se llaman Diana y Mariza. Débora está eufórica, habla sin parar.

—Eh, pará un poco. Se va a gastar si la mirás tanto —interrumpe Javier.

—Callate, idiota.

Nos reímos. Anabella y su grupo, en cambio, observan a Débora con desprecio. Javier saca un pilón de cómics y empezamos a leer. Algunos son de superhéroes, otras son manga y también hay fanzines viejos.

—… una cosa fucsia, como una mujer, que pasó volando sobre la camioneta —escucho, y giro hacia Simón y Andrés.

—¿De qué hablan?

Simón duda unos instantes, pero me contesta:

—No sé si mi viejo estaba borracho o con algo raro encima, me dijo que no. Según él, vio a un extraterrestre. Fue cuando regresaba de Mar de Ajó, manejando por la ruta a la noche. Primero notó un brillo acercándose, por el espejo retrovisor. Cuando se dio vuelta la luz estaba más cerca, y pudo observarla bien. Tenía una cosa adentro: era como una mujer con una ropa extraña color fucsia.

>>Después siguió de largo y pasó volando sobre la camioneta, como le decía recién a Andrés. Mi viejo estaba muy nervioso cuando llegó, pensamos que se había vuelto loco. Después se calmó y lo contó de nuevo, y le creí. Debe haber sido una especie de OVNI.

—No es la primera vez que escucho algo así —comenta Andrés—. Dicen que son peligrosos.

—¿En serio? —pregunto, intentando no mostrar demasiado interés.

—Son todas leyendas urbanas —afirma Anabella que nos mira cruzada de brazos. Recién nos damos cuenta de que está cerca.

—Muchos creen que existen —le discute Javier—. Si no, ¿por qué se ven tantas luces en el campo?

—¡Basta! —chilla Anabella. La miramos extrañados, y suspira—. Esas historias me asustan. Son para locos como ustedes. —Se burla, alejándose.

—Dicen que hay un lugar donde aparecen seres como el que vio tu papá —le cuenta Andrés a Simón—. Es peligroso, pero si vas seguro encontrás algo.

15 de Enero de 2018 a las 00:22 0 Reporte Insertar Seguir historia
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