Testarudos. Seguir historia

Erik despierta acurrucado por el ronroneo de los vehículos acercándose. Es de noche y las estrellas en el firmamento titilan débilmente, apenas iluminando el escabroso camino que transita la camioneta. 

En la parte trasera se pone de espaldas como puede, pegado al cristal del asiento del copiloto, y enfoca la vista al paisaje nocturno lleno de palmeras y gente que apunta asombrada hacia su dirección. Él no comprende nada, se hace el tonto cerrando los ojos, silbando una melodía aprendida en la calle.

La camioneta sigue avanzando, dando de tumbos y escupiendo humo a montones del escape. A traviesa Costera, donde  más personas se acumulan para señalarlo y dirigirse con paso firme tras las ruedas que pierden la potencia. Él se entretiene mirando las siluetas borrosas de las tiendas al pasar. Observa las rabiosas olas del mar grises y contaminadas. Escucha el grito de la multitud y lo convierte en un estúpida canción de amor. Se obliga a pensar en todo menos lo evidente, que se dentendrá, que le quitaran lo único que tiene. 

Sin poder evitarlo la camioneta da su último suspiro y las manos la zarandean violentamente. Unos ríen, otros sienten pena fingida, hablan atropellados tratando de hacerse notar. Se trepan sobre ella, y Erik gime mientras le jalan las extremidades. Lo elevan en el aire estirándole las piernas primero, hasta que no aguantan más y se quiebran en un ruido sordo. Luego le arrancan la piel de la barriga, la boca, la cabeza... Ya es sólo carne descuartizada cubriendo los restos de la camioneta que arde por las apestosas llamas. Pero antes de partir le susurran algo en el oído, burlándose entre dientes.

Es por tu bien.

Y se alejan, dejando su cuerpo regresar a las cenizas.