Sus ojos azules se posan sobre el pálido rostro de su madre. Tamborilea con sus dedos en el escritorio mientras espera el momento justo para hablar. Hilda empieza a mover sus piernas, entre inquieta y nerviosa. Sabe que cuando su hijo tiene esa mirada sobre alguien es porque no trama nada bueno.
—Hace tiempo que sabes lo que siento por Venus. —Hace una pausa dramática—. También eres consciente de que necesitas mi ayuda para ascender en la jerarquía.
—No puedo permitirlo —le interrumpe—. ¡Ella es tu hermana, por dios!
Harkaitz frunce el ceño solo unos instantes.
—Hermanastra. Ni siquiera compartimos sangre, por lo que podríamos casarnos sin ningún problema. Además, estoy seguro de que él lo aprobará.
Ella lo medita durante un rato hasta que al fin abre la boca de nuevo.
—¿Qué quieres que haga? Sabes que es un espíritu libre... y que yo no soy su madre.
—Pero eres su madrastra, de igual forma tienes autoridad sobre ella. Algo se te ocurrirá para convencerla.
Harkaitz esboza una sonrisa y, con los codos sobre la mesa, junta sus manos. Su mirada se pierde en un punto por detrás de Hilda, que permanece sentada en el asiento que hay ante el escritorio. Cuando él se percata, le pregunta:
—¿Qué haces aquí aún?
Ella se levanta enseguida y se marcha, dejándolo solo, ahora sí, con sus pensamientos.
***
Nota de autora: esta historia corta contiene dos narradores: el que puedes ver en esta introducción (en tercera) y otro en primera que narrará los hechos importantes del relato. Espero que esto no suponga un problema para ti como lector/a, pero era necesario para contar bien la historia. ¡Gracias por leer!
Gracias por leer!
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