neoneru Neru Neru

Saga vive para trabajar y cumplir su sueño, siempre solo sin necesitar a nadie. Sin embargo se mete a una situación en la que por primera vez desea ser rescatado antes que se rompa.


LGBT+ Sólo para mayores de 18.

#cenicienta #lgbt #cuento-de-hadas
Cuento corto
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Capítulo 1

Había una vez una princesa que...esperen, ¿no es una princesa? Bueno, había una vez una hermosa joven que...¿tampoco es joven y que esto no es la cenicienta? ¿Cómo que sí pero no? O es sí, o es no. Oh, así que esta es la historia de Saga...bien, bien, querido lector, sosténgase de su asiento y empecemos por el final.

Era una fría noche de Diciembre en el centro colonial de la gran Ciudad de México, en ese entonces conocido como Distrito Federal. Las campanas resonaban fuertemente, acompañando el sonido de las patrullas y ambulancias que se encontraban fuera del gran casino español.

Miguel era un joven de veinticinco años que estaba dentro de la política, sin embargo ni él se había salvado de la redada de aquella fiesta; a pesar de eso, él se encontraba tranquilo sentado dentro del coche junto con algunos federales, observando atentamente un viejo celular que le pertenecía a esa persona misteriosa que había robado su corazón. Ahora sí, regresemos al inicio y sostén tu corazón para leer esta historia.

—Señor Gómez—habló una seria pero bella secretaria, de cuerpo artificialmente voluptuoso.

—Sí, ¿qué se le ofrece?—respondió una gruesa y gutural voz, perteneciente a un hombre regordete sin cuello, de ojos pequeños que portaba un ostentoso traje negro el cual permitía que su costoso reloj y anillos, resplandecieran.

La mujer sin ser llamada a la oficina, cruzó el marco de la puerta y se sentó sobre el escritorio para extender una foto, el señor Gómez simplemente sonrió, dejando ver esa pequeña hilera de dientes entre sus finos labios.

—Vaya...—balbuceó mientras su mano se iba a la cintura de la secretaria para acariciarla—. Es preciosa, exótica. ¿Dónde trabaja?

-En un establecimiento de la delegación de Coyoacán, aunque escuché que llegó a trabajar en la Zona Rosa—se limitó a decir la joven, aun con esa voz seria que incitaban a la seducción..

El señor Gómez la escuchó apenas, pues sus ojos no dejaban de ver a esa muchacha de la foto. Su cuerpo era esbelto y de pecho plano, lo cual hacía pensar que era menor de edad, sin embargo eso no importaba ya que era un atributo que resaltaba con esa lencería de encaje que la alejaba de la vulgaridad del table dance, además de que le resaltaba aquellas facciones finas y cabellos rubios dignos de una muñeca de porcelana, a leguas se notaba que era mercancía importada.

—Las niñas están creciendo, y algunas se están yendo—se burló el hombre con cinismo—. Se acercan elecciones, y necesitamos mantener a nuestros hombres contentos para tener resultados positivos. Infórmale a Carlota que la traiga para hacerle la entrevista y ver sí funciona como nuestra edecán.

La secretaria asintió tras besarle la mejilla para retirarse, mientras el señor Gómez se relamía sus labios de manera lasciva. Estaba feliz de saber que no tendría que educar a la muchacha, pero sobre todo estaba seguro que sería fácil de convencerla sí le llegaban al precio, que tratándose de una mujerzuela, él pensaba que no sería mucho.

Elizabeth era como llamaban a aquella muchacha de la foto, y como cada noche, salía a dar el mejor de los espectáculos.

Usaba un corsé de charol rojo con encaje negro, un saco corto de lentejuela rojo con cortinas doradas en los hombros, haciendo alusión al uniforme del host de un circo, pues incluso tenía sus guantes negros de charol y una fusta que combinaba; sus piernas se veían largas por aquella pequeña pantaleta roja que usaba que iba ad hoc a sus medias de red y aquellas botas de aguja le permitían verse como una completa dominatrix.

Las botas de Elizabeth resonaron en la pasarela, todo estaba en silencio y las luces apenas iluminaban ese tugurio, donde sólo se veía su silueta, la gente sabía qué pasaría. Se detuvo por completo, mientras balanceaba aquella fusta y con su mano sostenía el sombrero de copa que tenía, el cual resaltaba su rubio cabello rizado a la Marilyn Monroe que tenía en ese momento. La gente comenzó susurrando la cuenta regresiva, mientras que Saga seguía el ritmo de ésta al golpear la fusta en su muslo.

La música empezó con un: "There's Only two types of people on the world", mientras una luz iluminó de manera cenital a la muchacha, lográndose ver cómo hacía un perfecto lip sync . La piel de los espectadores se erizó, pues la mirada grisácea deElizabeth barría el lugar de una manera casi felina.

"The ones that entertain" sonó, mientras Saga daba un fuerte pisotón en el escenario y golpeaba la fusta contra el tubo del lugar y bajaba las escaleras al ritmo de la música, la gente se sobresaltó con unas bobas sonrisas que no despegaban la mirada de aquel bello cuerpo. Apenas se escuchó el: "and the ones that observes" sonrió sentándose en las piernas de un afortunado que simplemente se trabó de tanta belleza, mientras que ella le acariciaba la mejilla con ternura pero un deje de coquetería.

"Well baby, I'm a put on a show kind of girl" cantó Elizabeth mientras tiraba del cabello del hombre hacia atrás y susurraba el: "Don'r like the back seat, gotta be first", provocando que en pleno shock de tal desbordante sensualidad, pusieran algunos billetes en su ropa, sin tocarla por el respeto que imponía.

Elizabeth se puso de pie al ritmo de la música, mientras sonaba: "I'm like a ring leader, I call the shots I'm like a firecracker, I make it hot..." ella bailaba con fuertes movimientos, sin temer tocar su cuerpo o pasar sus dedos cerca de los cabellos o nucas de los clientes que observaban, para finalmente terminar en el escenario nuevamente y tomar aquel tubo, enredando su pierna al estar en la cima y dejarse caer con una suavidad casi sobrenatural mientras sus brazos se extendían y se movían con delicadeza sin dejar de hacer lipsync.

"...When I put on a show, I feel the adernaline moving throug my veins, spotlights on me and I'm ready to break. I'm like a performer the dance floor is my stage, better be ready hope that you feel the same"

Elizabeth apenas había bajado un poco más de un tercio del tubo, pareciendo un ángel que descendía, mientras sus brazos se movían y su espalda se encorvaba para lograr ese efecto de cabeza; terminó la estrofa y se dejó caer a toda velocidad, apretando sus piernas para quedar a pocos cm del suelo, provocando los gritos de emoción de la muchedumbre. Sus manos se recargaron en el piso, dando una marometa para ponerse de pie y comenzar un sensual baile con splits, vueltas a su vez que de vez en vez usaba algo de pole dance como apoyo.

El circo terminó, la gente gritó y aplaudió enloquecido por aquel espectáculo, mientras que Elizabeth hacía ademanes y agradecía con algunos gestos, siempre en silencio, sin embargo nunca faltaba quien era devorado por la emoción y decidía acercarse a felicitarle con una buena nalgada, pero como mencioné antes, no por nada miraban con respeto a Elizabeth...pues era una persona con un temperamento terrible, ya que apenas sintió el impacto de aquella mano, se volteó para soltarle un fustazo que terminó por tirar al hombre ebrio.

—Elizabeth, cariño—habló al fondo Gloria, la madrota, quien le hizo una seña para que se acercara.

Elizabeth obediente, bajó del escenario para acercarse a su jefa, quien la encaminó a los camerinos.

-Elizabeth cariño, te hablan...

Bajo el escenario le habló Gloria, la dueña del lugar quien mantenía lo mejor posible a sus niñas, sobre todo a Elizabeth; fuente principal de sus ganancias. Asintió suavemente bajando y siguiendo a su jefa hasta los camerinos.

—Aquí está señorita, Elizabeth...nuestra trabajadora favorita—presentó Gloria emocionada, pensando en aquella jugosa ganancia que le habían ofrecido—.Sólo díganos cuando quiere la cita y se la agendamos, es nuestra mejor bailarina y dama de compañía.

Carlota se giró apenas entraron, mostrando su presencia bien arreglada de oficina pero sin dejar a un lado ese toque sofisticado y sexy.

—Un gusto, Elizabeth—habló para extender su mano, sin embargo, Elizabeth no la aceptó, pues a diferencia del escenario, ésta era seria y más reservada—. Mi jefe te vio...—comenzó nuevamente, mientras apartaba su mano al ver el rechazo— y queremos ofrecerte un trabajo de edecán, sólo es servir copas y atraer gente a nuestros eventos..

—Ah, ya entiendo—bufó Gloria, interrumpiendo deliberadamente—.No está disponible—bufó con recelo—. Debería retirarse ahora mismo sí no va a pagar ningún servicio de mi nena.

—Trabajo para el señor Gómez—sonrió Carlota de manera tranquila, mostrando esa agresividad pasiva contenida—. Carlos Gómez, seguro ha oído de nuestro dirigente del partido PIR.

Gloria se tensó de sobremanera, mientras que Elizabeth le veía con confusión ya que al no ser del país no estaba tan consciente de lo que eso podía significar.

—Disculpe, ¿podría repetirme de qué es el trabajo?—habló finalmente Elizabeth, dejando oír aquella juvenil pero masculina voz de un chico de 15 años de procedencia rusa.

Carlota al oírle se quedó perpleja, tratando de disimular su disgusto y asco; el señor Gómez no estaría nada feliz, pensó la mujer. Sin embargo, no se podía negar que el chico tenía talento y podía complacer a cuanto cliente pudiese, además de ser atractivo; era cuestión que Carlos Gómez decidiera qué hacer al final.

—Tranquila...—respondió finalmente con cierta duda, sin saber cómo referirse a él—.Sólo buscamos gente trabajadora, puedes ocupar el lugar de secretaria.

El muchacho se le quedó viendo un momento, hasta que notó cómo le extendía una tarjeta, la cual recibió con un deje de incertidumbre.

—La paga es de once mil pesos al mes, creo que sería una buena oportunidad para dejar esto—se atrevió a decir, mientras Gloria llamaba a seguridad un tanto histérica—. Preséntate a esta dirección para hacerte la entrevista, procura que la ropa muestre tus mejores atributos...creo que tienes bonitas piernas.

—¿Mis piernas?—arqueó una ceja—.¿No puedo ir como chico?—preguntó sin poderlo evitar.

—Nos gusta la presencia femenina, provoca que la gente que se nos acerca se sienta más cómoda. Además, empezamos una época de inclusión, nos vendría bien una imagen como tú—dijo como último para retirarse, pues Gloria estaba fúrica por el atrevimiento de aquella mujer.

Saga, como en realidad se llamaba, se quedó solo; así que optó por cambiarse y quitarse todo ese disfraz, quedando en: jeans ajustados, botines y una playera gris de manga larga, dejando ver esa masculina pero bonita apariencia. Era hora de regresar a "casa", la cual se ubicaba en la famosa colonia: "La conchita" donde se erguía una construcción de tres pisos con un estilo de los sesentas muy marcado por su puerta de fierro negro y cristal azul, y su interior de madera. Ahí vivía una pareja de ancianos.

—¿Ya llegaste hijo?— se oyó la voz de una viejita.

Saga había entrado, y estaba subiendo las viejas escaleras de madera, logrando oir a la mujer en el segundo piso.

—Sí señora, ya llegué—contestó, asomándose a la habitación de los señores, dedicándoles una dulce sonrisa—.Es tarde, no deberían seguir despiertos—se atrevió a decir, observando a la señora en su enorme sofá con el oxígeno puesto, mientras que el señor se encontraba en la cama con el control en la mano.

—Ya ves como es la gorda, terca y necia—habló el señor con orgullo, ocultando su latente preocupación, mientras que su esposa rodaba los ojos.

—Sí él era quien insistía que te hablara—refunfuñó la anciana — Como sea, dime, ¿cómo te fue?. Y no me digas que sólo bien, casi no nos hablas de tu trabajo. Anda dile a esta anciana tus aventuras.

Saga rió ante la manera de expresarse de la regordeta señora aceptando sus manos le tomaran.

—Bueno, me...hicieron una oferta de trabajo. Ahora que estaré de vacaciones y entraré a la prepa, nos hará muy bien ese dinero extra aunque... el trabajo es ser secretario en unas oficinas de gobierno.

— ¿Nos?-irrumpió el señor arqueando una ceja, con ese usual tono mal humorado—. Hijo, sí ese dinero es tuyo...nada de andar gastando en nosotros, no estamos tan mal como piensas.

—Lo sé, señor—rió un poco ante el orgullo de éste— . Pero, es mi manera de agradecerles. Además, me he encariñado con la señora y quiero que esté en los mejores hospitales con el mejor tratamiento y también que no tengan que preocuparse de cosas tan tontas como el dinero. Será mejor que me vaya a dormir, mañana saldré temprano; probablemente ese trabajo haga que tenga más tiempo libre y pueda cuidarlos—dijo como último, sin soltar a la señora.

La anciana sonrió enternecida por el corazón de éste joven, dejando que Saga les despidiera con un beso y abrazo a cada uno, siendo el nieto que nunca tuvieron, pues aunque eran personas con una buena pensión, no confiaban en nadie para cuidarlos como en él.

Saga salió, cerrando la puerta tras de él y dirigiéndose al final del corredor donde había una entrada que se camuflajeaba con la pared, como sí fuese un pasadizo secreto que enseñaba unas escaleras de concreto, las cuales dirigían a un tercer piso con dos habitaciones y a la azotea, que asemejaba a un pequeño departamento, ese era su hogar.

—Mañana será un buen día—se dijo a sí mismo apenas entró en la cama, observando fijamente el techo entre la oscuridad, sin saber que mañana se quedaría atrapado en la jaula de oro más peligrosa que había encontrado en su vida.

Pasaron siete meses desde aquella entrevista, donde el Sr. Gómez lejos de enfadarse, lo vio no sólo como un exótico objeto, sino también como un animal que logró enjaular al saber dónde estudiaba, vivía y con quien se relacionaba, interés que no le cayó ni un poco en gracia a Carlota ni aquellas que vivían del señor Gómez.

—Cuida cómo me hablas—gruñó Carlota, soltándole una fuerte bofetada que tiró a Saga.

El joven apretó la mandíbula, mientras las chicas cercanas reían. El chico se contenía de una manera bestial.

—Que el señor Gómez te aguante, no significa que te toleraré, mocoso majadero—sentenció mientras sentía cómo los cabellos de su nuca se erizaban por la rabia que sentía con sólo su presencia—. Ahora, te toca limpiar las oficinas. Apresúrate—ordenó finalmente aquella mujer, la cual a pesar de no tener más poder que el señor Gómez, sí era superior a todas las demás trabajadoras; asemejaba a una madrota.

Saga observó cómo Carlota se inclinaba para verle fijamente, remarcando su poder al observarlo desde arriba. No lo pensó dos veces...en serio, no lo hizo, pues su reacción fue directamente escupirle.

—Hijo de...—gruñó asqueada, soltándole un golpe que le reventó la boca—.No te atrevas a provocarme, no tengo nada que perder a diferencia de ti, mocoso de mierda—resopló para retirarse de ahí, pues no podía sobrepasarse y dañar más la mercancía.

Saga se levantó, acomodándose aquella peluca y su "uniforme", mientras maldecía en ruso por lo bajo. Más que triste, estaba lo que coloquialmente se dice: Encabronado.

—Mierrrda—bufó al percatarse de algo—.Me van a descontar la paga—se lamentó consigo mismo, pues sólo se tenía a él.

La dinámica del lugar era simple, unas horas de trabajo de "oficina" y en la noche, las niñas tenían que ir por clientes, el hecho de que se quedara ahí a limpiar, era trabajar de a gratis. Todos menos él se habían percatado de eso, por eso las risas de las jóvenes que se habían ido con Carlota.

—Elizabeth esto, Elizabeth aquello—gruñó, hablando solito mientras se dirigía al cuarto de limpieza—. Ese pito no te sirve de nada, córtatelo...sólo quieren tu traserrrro, —se quejaba a su vez que sacaba de mala gana cubetas y el trapeador, empecinado en arremedar a Carlota—. Segurro erras muy usada en la madre Rusia—suspiró, abrazando el trapeador—. Algún día saldrre de esto—musitó logrando calmarse al mismo tiempo que controlaba ese acento ruso—. Seré un famoso actor, estaré en teatros...viajando.

Logró sonreír al imaginarse en una alfombra roja, en alguna premier o fiesta, portando algún hermoso traje con corbata y una suave tela, mientras respondía a decenas de reporteros sobre sus trabajos.

Suspiró profundamente, quitándose los tacones para dejar ver su 1.60 de estatura, y estar más cómodo para limpiar. Comenzó barriendo una vez acomodó a un costado las cubetas con agua y jabón, para resignarse a la tranquilidad del silencio del lugar...silencio que no duró mucho.

—¿Tienes mucho trabajo?—se escuchó la voz de una de las "secretarias", quien miraba con una completa satisfacción—. En una hora nos vamos, seguro logras hacerlo—habló con una cierta amabilidad—.Podría ayudarte.

Saga se sorprendió un poco, alzando la vista mientras sus mejillas se sonrosaban por la cortesía de la muchacha, sin embargo, la mueca de la joven se torció en una sonrisa filosa a su vez que su pie pateaba con fuerza las cubetas, provocando un lodazal en el lugar.

—Ahí está tu ayuda—rió escandalosamente, risa que no duró lo suficiente al ver cómo Saga empezaba a ponerse rojo como una cereza al mismo tiempo que ella se ponía pálida.

—¡Ahorrrra sí, te descalabrrrro los cachetes! ¡Yaytsa otorvu ili matku na golovu odenu!—gritó guturalmente, amenazándola con (sí internet no me miente) arrancarle los huevos y golpearla en la cabeza.

La chica gritó horrorizada, corriendo como podía, pues sus tacones se resbalaban por todo los pasillos, manchando de lodo y agua por donde pasase, mientras que Elizabeth le perseguía a su vez que rebotaba por las paredes, porque Saga no golpea mujeres pero Elizabeth sí.

—¡Carlota, Carlota!—berreaba histérica, pidiendo ayuda.

Carlota apareció, tomando de sorpresa a Saga y alzándolo de sus ropas como sí fuese sólo un cachorro.

—¡¿Qué pasa aquí?!—gruñó en la raya del nerviosismo.

—Señorita Carlota—gimió con ese llanto fingido—. Sólo fui a ver sí podía ayudar a Elizabeth, pero soy tan torpe que sin querer le ensucié su duro trabajo.

—¡No ser mentirosas!, sí bien que hacerlo a propósito—la rabia de Saga era tal, que empezaba a tener dificultades en hablar español.

—Una lástima—fingió Carlota preocupación, pero sin esconder esa sonrisa de estarse regocijando—. Sabes que al señor Gómez no le gusta tu mal temperamento y dijo que te castigaría la próxima vez que causaras algún disturbio. De verdad eres un mal agradecido pequeño con la clemencia que te da.

Saga se tensó unos momento, sin poder evitar palidecer un poco. Carlota sin esperar, lo jaloneó hasta la oficina del señor Gómez.

—¿Ahora qué pasó Carlota?—resopló cansado, el hombre estaba recogiendo sus cosas. Se calló al ver que tenía a Saga entre manos.

—Lo de siempre, tu princesa perdiendo los estribos. Casi golpea a dos de nuestras niñas—se quejó impaciente, jaloneándolo de un lado a otro.

—Ah, caray...Elizabeth, Elizabeth, pensé que ya habíamos hablado de esto— el hombre los hizo pasar y notó la mejilla hinchada del muchacho, además de su labio partido—Carlota, te he dicho que en cualquier lugar menos en la cara.

—Sí su valor es alto aún con la espalda quemada, un golpe no lo disminuirá. Además, nada que el maquillaje no solucione—se excusó la mujer con cierta altanería y recelo, cruzándose de brazos.

El señor Gómez le miró un momento, para finalmente permitir que se retirara. Tomó a Saga apenas estuvieron solos, acercándolo a su escritorio, mientras que éste mantenía la frente en algo sin mostrar una pizca de miedo, sólo un aparentemente impenetrable orgullo.

—De verdad pareces una chica— musitó el señor Gómez—, sobre todo con esas prótesis que de vez en vez usas, aunque sinceramente... a veces te prefiero sin ellas, porque te vez más joven—jadeó lascivamente sobre su oído, mientras le colocaba sus manos contra el escritorio, le inclinaba y alzaba su trasero para que sus regordetas manos pudieran ir tocándole y su pelvis rozara sus glúteos.

Saga apretó la mandíbula, mirando al frente a pesar de que el señor quedaba tras de él, pues el orgullo era algo intocable en su persona.

La falda fue alzada de poco a poco, los dedos del señor Gómez eran gruesas y ásperas, las cuales raspaban la suave y cuidada piel de Saga. El hombre relamió sus labios, ansioso de ver la ropa interior de encaje que le había mandado a comprar, sin embargo su sonrisa lujuriosa se desvaneció para deformarse en ira. El muchacho traía boxers, y ni siquiera se había molestado en ocultar su anatomía.

—Haces que todo se complique y sea difícil—resopló el mayor con una sombría seriedad, mientras se desabrochaba el cinturón y se lo quitaba.

Saga contuvo un pujido de dolor, tensando su cuerpo al sentir la hebilla del artefacto golpear su trasero, fue una sensación profunda de mareo y hormigueo que le provocó. Sus uñas se clavaron en la madera del escritorio, arañando y dejando notables surcos en éste. Los golpes eran secos, Saga se encorvaba para poder contener su voz; para el señor Gómez no era suficiente, no deseaba que Saga fuese quien tuviese el control y él mismo se callara...sí lo iba a hacer, él tendría que callarlo. Bajo la anterior lógica, una de las manos se fue al cuello del menor, asfixiándolo para que ni siquiera un jadeo saliese.

La puerta de la oficina fue tocada, siendo la campana que salvaba a Saga. El señor Gómez le soltó, provocando que Saga se derrumbara contra el suelo, teniendo que detener su frente contra el escritorio para no bajar la mirada. El joven estaba frío y tembloroso, por un segundo todo se había puesto negro, lo cual le había asustado.

—¿Quién?—respondió con serenidad el señor Gómez, quien se acomodaba los pantalones y el cinturón, su vez empujaba con el pie al niño para que se arreglara.

Saga tembloroso y de manera torpe acomodó su falda, tratando de limpiar la sangre que apenas escurría, para finalmente abotonar su camisa hasta el cuello, tratando de ocultar las marcas de las grotescas manos de aquel hombre.

—Soy yo. Uh, lo siento, respuesta incorrecta—bufó apenado una juvenil voz que venía del otro lado—. Soy Miguel, señor.

El señor Gonzáles miró de reojo a Saga, observando cómo éste ya estaba más o menos presentable, indicando finalmente al joven que pasara.

Miguel entró, un joven afiliado al partido con ingenuos sueños de cambiar al país hizo presencia con esa cabellera negra bien relamida y ojos verdes entusiastas que contenían la emoción de entregar los aburridos papeles que traía en mano. El traje, los zapatos boleados y cada cm de su cuerpo bien planchado, mostraba lo serio que era para él ese trabajo.

—¿Interrumpo algo?—se paró a secas al ver a su jefe con esa joven secretaria.

Saga sólo salió de ahí, tratando de mantener la calma pero sus piernas apresuradas delataban su temblor. Miguel sólo observó cómo esa fría y seria mueca de "la joven" pasaba a su lado, era una serenidad que se iba a quebrar.

—No se te olvide terminar de limpiar—fue lo único que dijo el hombre antes que se fuese, tratando de disimular cualquier extraña situación—. Lo usual, uno se niega a sus peticiones y las jóvenes se encaprichan—rió por lo bajo sin preocupaciones.

Miguel asintió no muy convencido, sin embargo no quiso darle importancia, creyendo que sólo podía ser un mal entendido.

El joven entregó los papeles, firmaron lo que debían firmar y hablaron lo que tuvieron que hablar, redundante pero sólo hago énfasis.

Apenas la charla terminó, y Miguel le remarcó un par de docenas de veces al señor Gómez que debían revisar nuevamente la bitácora de gastos, éste salió cuando vio al mayor retirarse. Miguel definitivamente no estaba bien ubicado, era un gorrión en un nido de ratas y en cualquier momento, éstas tendrían hambre y se lo podían comer.

Las oficinas estaban iluminadas con el mínimo de luz, Saga creía que todos se habían ido por el silencio que había invadido el lugar tras la salida del señor Gómez, sin embargo Miguel seguía ahí, guardando los papeles que recién había pedido firmar y saliendo hacia el corredor.

- "No permitas que este amor... el final de Julieta tenga, quiero que me alejes de aquí. Contigo quiero yo estar. Un buenas noches les digo a mis padres, dulce sueños yo les deseo...los adultos, dormidos deben estar(...)Correr como cenicienta, escapar como Julieta. Buscando la felicidad, en una pequeña caja la puedo encontrar, mentir como cenicienta, los lobos me podrían devorar podrías rescatarme antes de llegar al trágico final"-

Saga cantaba por lo bajo al creerse solo, expresando de manera mecánica e inconsciente sus más profundos deseos en aquella canción que alguna vez escuchó y le gustó. Estaba cansado de ver por sí mismo todos estos años, tenía ganas de que aunque fuese una vez, alguien le rescatara y poder sólo llorar en sus brazos.

A pocos metros Miguel escuchaba la voz del muchacho cantando, no sólo la apenas audible canción le sorprendió sino también el darse cuenta que él no era lo que parecía. En silencio se acercó, oía como bajaba más y más el tono hasta quedar callado. Miguel estiró su mano para tocar su hombro y saludarle. En este punto quiero que nos detengamos, porque tú lector...sí, tú; no quiero que imaginen algo tan fantaseoso como un aura rosa, campanas y la cruzada de las miradas que provocarán el primer amor. ¿Por qué? Bueno, empecemos porque es una oficina de gobierno...esas cosas son bonitas, y menos con la poca iluminación de los pasillos, además de solitarios y un bobo Miguel que jadeó accidentalmente un: "Hola, Linda."

Saga dentro de su paranoia, giró lentamente, viendo a sus ojos un pervertido que le sorperndía en ese corredor. EL joven ahogó un grito que logró ser mudo, y casi como instinto, roció limpiador en los ojos de Miguel, provocando que el varonil hombre de 1.85 soltara afeminados gritos, corriera y se estrellara contra la pared al querer apartarse.

—"Lo siento mucho señor"—escribió Saga en un papelito, pensando que el hombre no sabía su secreto. Ambos estaban sentados en el suelo mientras el otro se recuperaba del dolor. Saga tenía las orejas rojas de vergüenza.

—A-ah, descuida...ya no arde tanto y ya puedo ver—rió por lo bajo, enternecido por la reacción del joven.

Los ojos del hombre parecían casi inyectados en sangre de tan irritados que estaban, mientras el área que rodeaba en la parte de los parpados y un poco más afuera parecía tener algunas erupciones. Pese a todo el hombre sonreía ampliamente.

—Dime, ¿por qué estás aseando las oficinas, no hay alguien que ya lo haga?

—"Horas extras"—se excusó como pudo, extendiéndole ese papelito escrito en tinta roja.

—Entonces, será mejor que empecemos de una vez—sonrió ladinamente, poniéndose de pie para sacudir su pantalón y ofrecer su mano al chico.

Saga le miró con desconcierto total e incluso algo a la defensiva. Miguel sólo rió y se levantó, tomando una escoba. Éste trató de negarse pero era inútil convencer de lo contrario al muchacho, aunque al final, gracias a la insistencia de éste logró terminar más temprano, ambos sudando y cansados.

El muchacho observó un momento, no podía evitar sentir una verdadera gratitud. Se atrevió a darle un beso en la mejilla sin decir nada, para huir de ahí y ver sí alcanzaba a Carlota y las demás, para su buena o mala suerte lo hizo. A este punto, tratándose de dinero y necesidad, no sabría decirles qué tan bueno fue.

El trabajo se extendió un poco más de lo previsto, pero eran gajes del oficio que Saga no podía negarse. El joven llegó a casa, eran las seis de la mañana; y por más que abrió con todo el sigilo posible, la abuela ya estaba esperándole, quien le recibió con un asfixiante abrazo, hundiendo su rostro en su regordete pecho mientras acariciaba sus cabellos.

—S-señora...—gimoteó algo trabado de la pena.

—¡¿Ya viste la hora?! Ni una llamada, ni un aviso. Mi viejo ya salió hace media hora a buscarte.

—Lo...siento, me atrasé un poco en la oficina—trató de excusarse con un deje de nervio, pues sabía que "un poco no describía el retraso de más de cinco horas.

La abuela le apartó, sin soltarle de los hombros, para darle el sermón de su vida; sin embargo se quedó callada al notar los moretones del cuello de Saga que inútilmente ocultó con maquillaje, además de la mejilla y labio abierto.

Saga trató de inventar mil y un excusas, la anciana con esos ojos de madre y experiencia, podía observar cómo en cualquier momento el joven se iba a quebrar. El abuelo llegó, y al ver s Saga estuvo a punto de empezarle a gritar de la preocupación, sin embargo, la señora le hizo una seña de que por favor se contuviera esta vez.

—Te tengo preparado el desayuno, siéntate hijo para que comas rápido y puedas subirte a descansar—musitó la viejita de manera gentil, empujando gentilmente del hombro al niño para sentarlo en la silla de la cocina.

El joven asintió cabizbajo algo frustrado por toda la situación, sin embargo hubo algo que no fue tan malo, y sin notarlo, sus mejillas se sonrosaron sorpresivamente.

—¿Y esa cara?—se burló amorosamente el viejo, pues nunca había visto esa tierna expresión en el menor, tratando de relajar un poco el ambiente

—¿Cuál expresión?—Saga se sobresaltó sin entender, hasta que le señaló las orejas, las cuales se tocó y sintió calientes—. Es que...hoy un señor me ayudó con las horas extras —musitó sin entender el porqué de su timidez sobre el tema.

—¿Señor?—bufó el anciano, no tan contento e imaginándose a un viejo decrépito.

—Bueno, en realidad no es tan señor...debe llevarme unos 9 u 8 años —comentó mientras jugueteaba con sus dedos—. Fue muy amable y...—el celular de Saga le interrumpió, éste se calló de inmediato para revisar el aparato y su nuevo mensaje—. Creo que primero me iré a dormir, me solicitan en la noche, comeré antes de irme—susurró al levantarse, disculpándose por las molestias.

Los ancianos asintieron, viendo al menor subir, sin poder evitar sentir una verdadera preocupación por cómo se había tornado la vida de Saga estos últimos meses.

La noche cayó, y era aquel evento del cual Carlota le había mensajeado a Saga, siendo una reunión donde los empresarios y políticos abundarían para cerrar tratos, crear relaciones pero sobre todo, disfrutar el rato.

Miguel por primera vez había sido invitado por la insistencia de sus colegas, yendo sólo por ellos y no por las ganas, ya que no le apetecía sentir un conjunto de edecanes ofreciéndole más que una simple bebida, ni alardear sobre el dinero que tenía o no tenía; así que simplemente se limitó a irse a sentar directamente al sillón de una de las salas del lugar que daban hacia el escenario. Pidió un sorbete de piña, y se sentó mientras se preguntaba qué habría en aquel escenario. El joven tenía la pinta de un niño que no rompía ni un plato.

Las luces comenzaron a bajar de poco a poco. Miguel volteaba a todos lados al oír el bullicio de la gente emocionada, su mirada regresó al escenario cuando las suave telón de terciopelo rojo se comenzó a abrir, a su vez que una voz femenina con un toque robótico, que iba al compás de los violines, resonaron en el lugar. Miguel peló los ojos al reconocer a la "chica " que aparecía sobre la tarima. Elizabeth usaba una pequeña corona, coletas, mangas acampanadas y un bello vestido corto color guinda con crinolina, luciendo como una princesa moderna

Saga se movía suavemente con un cetro plateado con incrustaciones rojas, aquello era el micrófono; giraba y dejaba relucir esas esbeltas piernas donde los listones de sus zapatos rojos se entrelazaban como las zapatillas de ballet.

Miguel bufó una risita, sabía que estaba haciendo lipsync, pero era tan bueno actuando que realmente hasta él se creía que estaba cantando. La canción que sonaba era la misma que escuchó a la noche anterior de sus mismos labios. Sonrió de lado escuchando esa profunda letra de una cenicienta mentirosa que tiraba su zapatilla con tal de tener su final feliz.; parecía que los hombres pasaban por alto ese grito de ayuda, pues la lujuria era la que predominaba en sus ojos, siendo los lobos que se comían a cenicienta, y por qué no, él podría ser el que salvase a la princesa destinada a ser Julieta.

Miguel hizo un ademán, llamó a Carlota y extendió un billete para pedir a Elizabeth como su acompañante esa noche. La madrota frunció el ceño, e incluso trató de convencerlo de llevarse a otra niña, sin embargo miguel se mantuvo firm.

Apenas terminó el show, Saga fue llamado para atender a su nuevo cliente; el muchacho al saber quién era su único cliente para esa noche se quedó completamente desconcertado, sobre todo al observar que el pobre hombre todavía tenía los ojos hinchados y un chichón en la frente. Sus mejillas se sonrosaron y sus manos se fueron a su pecho, tratando de mantener la compostura, pero sobre todo con la guarda arriba.

Pasaron siete meses, sí...siete mágicos meses. Miguel ya empezaba a conocer esos grandes sueños de Elizabeth, sin embargo, estaba consciente de que faltaba mucho por conocer, ya que ni siquiera le había dicho que sabía su secreto, pues prefería que él se sintiera listo para decirle; además de lo anterior, Miguel deseaba conocer el rostro del chico atrapado en toda ese maquillaje, pero sobre todo...deseaba oír otra vez su voz.

No soy quien para decirles, ni ustedes para saberlo, pero Miguel inevitablemente comenzaba a enamorarse de Elizabeth o tal vez de Saga, ninguno de los dos estaba seguro, sólo sabía que gustaba de ver su temperamento, coquetería, humor, inteligencia e incluso esa forma de caminar que tenía cada noche que lo contrataba, Saga le provocaba un hormigueo y nerviosismo difícil de explicar, pero a su vez que le hacía sentir tan cómodo.

Sin embargo, no todo es color de rosa, Miguel trataba de contratar a Elizabeth todos los días para que ningún hombre le tocase, cosa que a Carlota y compañía no le parecía que Saga se desviviera a tal punto de terminar rápido con otros clientes para estar con Miguel, era tan rápido que a las otras prostitutas no les daba ni tiempo de entablar una conversación interesante con el hombre, aunque claro, ni teniendo todo el tiempo del mundo, ellas lograrían llegar a Miguel quien constantemente preguntaba por ella.

Todo este romance se volvía un problema para la industria del señor Gómez y la misma Carlota, pues Saga dejaba seco a los clientes y les sembraba esa inseguridad de viejos precoces al momento de la acción, lo cual hacía que cada vez contrataran menos a Saga y sólo tuvieran que conformarse con la tarifa mínima del joven político, además de una fuga de clientes que sólo deseaban a Elizabeth.

—Terminaste rápido—musitó Miguel, sonriendo pero con un deje de preocupación—. ¿Cómo estás?—susurró como cada noche, acariciando su mejilla.

—"Tarifa extra por tocar"—escribió Saga, tras darle un golpe con su abanico en la mano a manera de broma.

—Sabes que pago todas las tarifas—dijo tras reír sin poderlo evitar—.También pagué para llevarte al hotel, tengo preparado algo muy especial—susurró de manera ronca.

Saga mordió su labio inferior con una notable emoción, extendió su mano para que le tomara con delicadeza para llevarle a ese ostentoso lugar que tenía convenio con el señor Gómez. Ambos estaban emocionados, sus corazones latían fuertemente.

—"Sandy pendeja"—agitó molesto Saga aquel papelito, provocando una contenida carcajada de Miguel.

Saga y Miguel estaban en el lujoso hotel, pero no haciendo lo que creen, habían puesto una grabadora con gemidos mientras que ellos con un par de audífonos, se habían puesto a ver películas en la laptop de Miguel, ambos comiendo cuanto porquería podían, recostados casi acurrucados. Así era como ambos pasaban esas noches "lujuriosas" aunque en realidad eran noches de gula, donde Miguel consentía a Saga con todas las películas que creía que podían gustarle. Notaba cómo se le iluminaban los ojos al ver a toda esa gente actuar.

—Elizabeth—le llamó de repente, sintiendo un poco de valor. Uh, en dos días hay algo así como una cena...baile, sí, creo que baile sería un buen término. Habrá mucha gente y esas cosas aburridas—a este punto, Miguel conocía más a la sociedad política y simplemente se decepcionaba más—. Me invitaron. Sé que son cosas algo estiradas pero será algo de protocolo para promocionar el partido en los medios y esas cosas...uh, el señor Gómez llevará algunas edecanes y seguro tú irías porque bueno este...—Miguel se calló cuando el dedo de Saga posó delicadamente sobre sus labios.

—"Recógeme a las 8:00 en las oficinas"—escribió, sintiendo sus mejillas arder.

Saga mostraba confianza siempre, sin embargo, sus manos temblaban de los nervios. Miguel lo notó, tomando una de éstas para besarla con suavidad e inocencia sin dejarle de ver a los ojos.

(...)

—No irás—bufó Carlota sin mirarle.

Era el día del baile, los vestidores estaban en completo movimiento por todas las jóvenes arreglándose. Saga frunció el ceño sin poderlo evitar, pues sabía las razones de Carlota. La mujer resopló al notar su mirada altanera, soltándole una fuerte bofetada, provocando que se tuviera que detener de los lockers para no caer.

—No irás, y es mi última palabra. Te empezaré a cobrar las cuotas faltantes de los últimos seis meses—gruñó con asco de sólo ver a Saga.

—¡¿Porrr qué?!—estalló finalmente—. Siempre te doy de más, ustedes son los que me roban.

—La cuota es por cliente, no por dinero—se excusó dignamente—. El mínimo son ocho clientes, tú apenas logras hacer tres.

—¡Eso te lo acabas de inventarr, es estúpida esa rregla!—gritó finalmente, sintiendo tanta impotencia de ser robado, profanado, golpeado y no tener la oportunidad de disfrutar lo único bonito que tenía cada noche.

—Puedes ir con el señor Gómez a preguntarle—canturreó burlona—. Además, no creo que vayas a ir con esa horrible ropa de oficina—se mofó, tirando de su hombro para tirarlo y alejarlo de su locker—. No tienes cambio.

Saga peló los ojos al ver cómo ella tomaba el vestido que tenía guardado y comenzaba a rasgarlo; él gritó, tratando de abalanzarse pero las chicas cerca de él le detuvieron, mientras el joven observaba cómo Carlota rompía el vestido que tanto le costó, sin piedad alguna.

—No, por favor...detente—gimoteo mientras forcejeaba y pataleaba—.¡Basta!—gritó cuando ella se siguió de frente con el maquillaje del chico, despedazando todo lo que había dentro de su casillero.

Carlota hizo una seña de que lo soltaran, Saga cubrió su rostro para soltarse a llorar, descargando lo que por años había guardado.

—Vámonos—ordenó dejando caer el vestido frente a ella—.Hoy es una noche importante y nadie debe llegar tarde—sentención.

Algunas chicas miraron a Saga, burlándose y riendo, mientras que otras sólo obedecían cabizbajas, temblando del miedo.

—Te estoy haciendo un favor—bufó con arrogancia Carlota apenas se quedó sola con Saga—. Imaginemos que él de verdad está enamorado de ti—resopló con una risa contenida por la ridícula idea—. ¿Crees que te aceptará al saber que eres un travesti degenerado? Alguien que desde antes se prostituía...—jadeó disfrutando aquellas palabras—. Siempre serás una puta, y cuando él lo sepa, se deshará de ti—bufó como último para retirarse.

Saga quedó helado por las palabras, sintiendo cómo la inseguridad le asfixiaba. Él pensaba: "Tiene razón, a él le gusta Elizabeth", provocando que se sumiera más y más en la tristeza, encorvándose aun arrodillado y recargando su frente contra el suelo mientras abrazaba su vestido.

El joven apretó sus ojos, quitándose la peluca, limpiándose como podía el maquillaje, aunque las lágrimas comenzaban a hacer ese trabajo. Saga empezaba a odiar más su vida, a ser quien era, sentía que las cosas volvían a estar demasiado oscuras como para ver.

Saga había escapado de Rusia, sin nada ni nadie, pensando que nada iba a dolerle más que la pérdida de su familia, que era inmune a esas cosas pero ahora ahí estaba, quebrado y sucio, así se sentía; antes hubiese dado igual morir, ahora no deseaba morir ni condenarse a esa vida.

—Abuela...Abuelo—gimoteaba sintiendo tanta vergüenza de estar sucio—Miguel—su respiración se entre cortaba, empezaba a hiperventilar a su vez que temblaba.

—Por la virgencita de Guadalupe, ¿¡estás bien, hijo?!—gritó la anciana al llegar.

Saga se sobresaltó, pegándose contra los lockers al oír aquella voz. Al lograr divisar a la anciana, se trató de cubrir, mientras trataba de controlar su rostro que se deformaba en un fuerte puchero.

—¿Q-q-qué hace aquí?—gimoteó asustado, a su vez que se arrinconaba y ocultaba su llanto con las manos. Su voz se estaba quebrando más y más—.Yo...yo...lo siento tanto, no sabía...le jurro que no sabía—gritó berreando—. Pensaba que sólo errrra un trrabajo de medio, y y y en un momento ellos empezaban a saberr de ustedes y tenía miedo.

La señor ase hincó con dificultad, para jalarlo y abrazarlo. Saga sintió sus brazos, y cómo su cuerpo se derretía entre ellos en ese necesitado gesto, provocando que berreara más y más.

—Nosotros te queremos hijo. Empezamos a sospechar, no queríamos pensar mal pero cada día te veía más y más golpes, más cansado pero esa sonrisa y felicidad con la que venías...—suspiró avergonzada de no haberse percatado, los ojos de la anciana se aguaban—.Hoy, en la mañana, logré leer los mensajes de tu celular...sé que nos tardamos, pero estuvimos todo el día hablando hasta que decidimos venir a cerciorarnos de las cosas.

El muchacho se arrinconó más sintiendo una tremenda vergüenza, no quería que esa mujer le viese en esas condiciones, siempre trató de guardar ese oscuro secreto para no causarles problemas.

—No debería estar aquí. ¿Cómo es que entró? Le va a hacer daño estar en el frío. ¿Y su oxigeno?—chilló sin querer, sin evitar poder preocuparse por la señora.

—Sigo teniendo mis encantos—bromeó un poco la señora, enternecida y preocupada por la inquietud del menor—.Convencí al guardia de entrar con mucha facilidad.

Unos minutos antes

—¡¿Dónde está el ángel de la independencia?!—gritaba el abuelo al estacionar su camioneta frente al lugar, a su vez que movía su aparato auditivo.

—Señor, el ángel de la independencia está en reforma por décima vez—suspiró cansado el guardia, recargado en la ventana de la camioneta del hombre.

—¡¿Cuál ancelmo?! Me llamo Alfonso. ¡¿Dónde está el ángel de la independencia?!

—Oh que la ching...¡En reforma!

Ambos se quedaron un momento callados.

—¡Yo sí estoy en forma! Pero, ¡¿dónde está el ángel de la independencia?!

Mientras esta discusión sucedía, la abuela con toda su "regordetedura" entraba sigilosamente.

—Entiendo, ¿y el señor?—dijo Saga inocente, creyendo lo que la anciana decía.

—Nada, afuera esperándome.

—¡¿Por qué me dice sí estoy en forma, qué le importa?!—gritaba aun con el oficial, llevaban fácilmente más de diez minutos discutiendo.

Sara suspiró aliviado, limpiando sus lágrimas mientras trataba de no sollozar más.

—Es mejor que se vaya, señora. Tengo trabajo que terminar, prometo no tardarme mucho y regresar a casa.

—Pero tienes un baile al cual ir—le reprendió con dulzura.

—No tengo vestido y mi jefa...

—Mándala al cuerno—bufó la señora—.Es...un muchacho quien te trae así, ¿verdad?—susurró acariciando sus mejillas. Saga asintió preguntándole con la mirada el cómo sabía—. Eres muy reservado, nunca hablas ni siquiera de la escuela o de amigos, sin embargo desde ese día que hablaste de ese joven que te ayudó...lo supe.

Saga se coloró más, a pesar de que no eran familia de sangre y éstos sólo eran sus caseros, sentía a esa pareja de ancianos como sus padres.

—Anda, le hice una cita a Petronila...haremos que parezcas una princesa

Saga mordió su labio inferior algo dudoso, pero asintió para levantarse y ayudar a la anciana.

—¡Que sí estoy en forma!—le gritaba el anciano al policía quien se golpeaba la cabeza contra el coche ya desesperado. El anciano apenas vio a su gorda salir del lugar con el niño, tomó la compostura—. Entonces en avenida reforma, gracias buen hombre—bufó seriamente para arrancar.

Creo que está de más decir lo confundido que se quedó el pobre hombre al ver al loco anciano arrancar como si no hubiesen estado casi media hora gritándose.

—¿Cómo estás, hijo?—musitó el señor al ver al joven, quien escondió la mirada avergonzado.

—Lamento haberlos preocupado, gracias por las molestias—susurró con las orejas rojas.

—Somos familia—fue lo único que respondió el anciano.

El niño le miró absorto, sintiendo cómo sus ojos se llenaban de lágrimas y asentía con fuerza. La abuela le abrazó del costado, apegándolo a su regordete cuerpo.

Finalmente llegaron a ese pequeño local en la colonia la conchita, rumbo al centro de Coyoacán, donde la señora de la estética les recibía.

Saga empezó a ser trabajado, contorneando sus ojos en negro con sombra del mismo color que tenía reflejos plateados azulados, mientras que sus labios lso pintaban en un nude rosa; lo cual combinaba con un bello vestido strapless largo de chiffon blanco con un deje azul, el cual encima tenía tapizado largos adornos de metal con pedrería que asemejaba escarcha que cubría todo su cuerpo.

—El vestido lo usé hace mucho tiempo—musitó la anciana con una dulce y nostálgica sonrisa—.También esto, y ahora es tuyo...—susurró entregándole una peluca que usaba en su juventud, junto con una chalina de piel de zorro ártico que se usaba en la década de los 40's y 50's.

La anciana le colocó la bufanda, acomodándola de tal manera que su espalda quemada quedara oculta, sabía lo mucho que le avergonzaba esa cicatriz al menor.

El joven miró sorprendido las dos piezas, pues la peluca era rubio platinado que daba la impresión de ser entre gris y blanco, lo cual iba con cada detalle de la vestimenta. La señora de la estética le colocó la peluca, dejando ver cómo ésta se peinaba por completo hacia atrás y el largo le tocaba el coxis, lucía como una princesa de hielo.

—Sí ese hombre te rechaza, no vale la pena—bufó el anciano viendo al joven.

Eran las nueve y media en el casino español, un recinto elegante con pisos de mármol y vidrios coloreados. Miguel ya estaba sentado, mirando constantemente su reloj en la espera de Elizabeth, pues aunque la música ya sonaba y las edecanes comenzaban a trabajar, él no la veía por ningún lado, lo cual le preocupaba por la obsesión con la puntualidad que tenía el menor.

El barullo comenzó a escucharse en el casino, la gente miraba a la entrada un tanto sorprendidos mientras murmuraban entre ellos. Miguel arqueó una ceja, levantándose de su silla y satisfactoriamente logrando divisar a Elizabeth, sin embargo lejos de sentir alivio, un nervio le invadió al ver lo hermoso que era; pues a diferencia de otras veces, aquel maquillaje le reforzaba sus fuertes facciones y esa personalidad fría y reservada que llegaba tener, imponía...y saber que era chico, no le hacía pensar en otra cosa más que en su andrógino atractivo.

—No me gusta Elizabeth—musitó para sí mismo, sonriendo un poco, sabiendo que eso que veía ahí y lo que siempre vio, era al verdadero chico. Al que no le importaba comer de más o amenazarlo con un tenedor por tocar su alimento, quien siempre seguía las reglas y sobre todo, quien siempre se emocionaba cuando lo veía.

Saga logró divisarlo, relajando aquella mueca dura que tenía para dedicarle una sonrisa. Carlota junto con otras jóvenes le miraban, no podían evitar sentir su estómago revolverse, sin embargo no podían hacer absolutamente nada pues había cámaras y reporteros, una escena no era opción, ya que el mismo señor Gómez le hizo una señal a la madrota para que calmara la histeria que estaba a punto de salir.

—"Espero no haberte hecho esperar mucho"—se sentó Saga a su lado con elegancia, para su suerte el maquillaje ocultaba perfectamente todo.

—Llegaste...—musitó Miguel casi como un suspiro, notablemente embobado. Le tomó de la mano para besarla, sin embargo en ese movimiento rozó su pierna, sintiendo cómo el muchacho llevaba boxers debajo del vestido—.Sencillo pero esplendido—dijo no sólo por el vestido, incitándole a levantarse e ir a bailar.

—"Dime algo que no sepa"—contuvo una risa, dejándose levantar para apegarse a él en la pista de baile.

Miguel resopló una sonrisa, para tomarle de la cintura y entrelazar sus dedos con los ajenos.

—Podríamos...considerar esta nuestra primera cita—musité mirándole desde arriba, mostrando una mueca de felicidad.

—"Podríamos sino considerara que estás pagando por mi la hora"—bromeó un poco.

—Cierto, sin embargo...ahorita no he pagado nada—bufó divertido, como si hubiese dicho un jaque mate.

—"Muy gracioso, pero esto sigue siendo trabajo"—la inseguridad de Saga ahí estaba, tenía miedo de ser rechazado por la verdad.

—Entonces, te buscaré fuera del trabajo...sean las 4, 5, 6 o 7 de la mañana, tendré una cita contigo—susurró mientras se encorvaba y recargaba en la frente del menor, logrando sentir su rostro caliente, empezaba a notar con esos ojos ligeramente rojos que había estado llorando el niño.

Saga se sonrosó un poco, apartándose un poco para recargar su rostro e el pecho de Miguel, logrando sentir su corazón mientras comenzaban a bailar...quería escucharlo, sentirlo, por alguna razón sentía que esa era su última noche...él y Elizabeth.

La noche transcurrió, ambos danzaban, y por primera vez en su vida...Saga se sentía como un ser humano, y no la puta que contrataban. La sensación de protección que emanaba Miguel, era algo con lo que Saga siempre había soñado.

—Sé que te dije que te invitaría después a una cita real, sé que estamos en tu hora de trabajo y que no he pagado nada y no debo tocarte de más, pero...—musitó Miguel con las mejillas rojas, recordando esos meses de haberlo conocido—. ¿Puedo besarte?

Saga se detuvo un momento, sintiendo cómo la inseguridad crecía más y más, como si en cualquier momento su corazón fuese a estallar y él a morir, sin embargo...¿podía ser egoísta y decirle que sí aunque no viese futuro en esto? Pensó en sus adentros.

—"Gracias por preguntar"—escribió sonrosado—"Sí me ves más allá de la apariencia...hazlo"—sentenció.

Miguel observó cómo las manos que sostenían el papelito, temblaban. Él sostuvo éstas como para contenerlas, mirándole fijamente con una suave y enternecida sonrisa; se fue acercando poco a poco, sin perder de vista sus ojos pues sabía de memoria dónde estaban sus labios.

Saga sentía cómo sus manos estaban frías y sudaban, se paraba de puntas un poco deseoso de ese beso y de que pasara lo más pronto posible, sin embargo, apenas sintió el aliento de Miguel, se escuchó un estruendoso "POOM"; la puerta se abría dando paso a una violenta redada que tenía como objetivo al señor Gómez y rescatar a las chicas.

El joven se tensó, sí era atrapado lo regresarían a Rusia, de eso estaba seguro. Se zafó apenas pudo de Miguel, corriendo fuera de ahí, dejando no sólo sus zapatos para correr sino su celular de manera accidental.

Miguel se sobresaltó, gritando por Saga pero perdiéndolo en la muchedumbre, todo era un caos. Para nuestra suerte, él logró ver el celular del menor.

Aquí es donde nuestro cuento inicio. Miguel pudo salir tras unas cuantas declaraciones y claro, soltando dinero, a pesar de ser completamente inocente.

—Dios, esto es peor que los diputables—bufó mientras salía al día siguiente de estar en custodia. Estaba cansado y seguía teniendo la misma ropa, por suerte le devolvieron el celular que le habían quitado, y lejos de estar enfadado por todo, se sentía feliz de que Elizabeth no volvería a ser tocada de esa manera, ahora sólo quedaba buscarla y estaba seguro que ese celular le ayudaría.

Mientras tanto, Saga se encontraba recostado en la sala, abrazado a una almohada mientras observaba el techo con sentimientos encontrados. Por un lado, se sentía a salvo, los abuelos le habían prohibido volver a buscar trabajo pues ahora en adelante ellos se encargarían de sus estudios, pero por el otro, no podía dejar de pensar en Miguel.

En un pequeño lugar, la felicidad pude encontrar—comenzó a canturrear pensativo–¿Qué debo hacer? Todo sigue igual, tal vez comenzarás a odiarme...—suspiró profundamente al terminar esas líneas de la canción.

Saga carraspeó un poco, limpiando un par de lágrimas que habían salido, su corazón dolía demasiado.

—Todo es perfecto, hijo—habló la anciana que se le acercaba con un pequeño helado de vainilla—. Dios te compensará, sí es para tu bien...él volverá a aparecer—musitó acariciando sus cabellos para consolarlo.

—No creo que dios se atreva a verme a los ojos ahora—musitó melancólico Saga, y es que respetaba la creencia de los señores, pero para él, dios no existía...dejó de existir desde el momento en que su familia fue incinerada.

—Él no juzga, él sólo da amor...

—Entonces, no soy su favorito—rió con amargura—Estoy bien, señora. Agradezco mucho su preocupación...sólo debo seguir adelante como siempre lo he hecho y no parar de estudiar. Gracias por todo...prometo pagarles absolutamente todo en el futuro.

—Deja de preocuparte por eso, hijo—le reprendió con suavidad la anciana, sin poder evitar sentirse enternecida.

—¿Elizabeth?—se escuchó la voz del abuelo, quien abría la puerta de la casa —. Aquí no vive ninguna Elizabeth...oh, ese es el celular de...Saga, te busca un tal Miguel.

Por un segundo el muchacho se heló al oir todo lo que decía el anciano, se puso de pie aun dudoso y sin moverse, quería gritar un: Diles que no estoy, pero no sólo lo escucharían, sino que Miguel sabría su secreto. Dio un paso para atrás, estirando su vieja pijama gris sin saber qué hacer; sin embargo, Miguel sin esperar, entró para hacerle frente al muchacho.

Saga se quedó más helado al verlo ahí, observándolo fijamente, pero se dio cuenta de algo.

—¿Por qué no te ves sorprendido?—musitó aterrado.

—Debería estarlo, eres...muy lindo—contestó Miguel con suavidad, enternecido y maravillado por esa voz juvenil que tenía Saga—¿Puedo saber tu verdadero nombre?—habló mientras se acercaba, a la vez que Saga se arrinconaba.

—Saga...—su mueca de confusión era notable.

—Dejaste caer esto—sonrió con una dulce satisfacción—.Espero recuerdes que tenemos una cita pendiente, y que ahora necesitarás más esto para ponernos de acuerdo...

El muchacho le miró absorto, su cara se sonrosaba de sobremanera mientras sus ojos se cristalizaban más, liberando todo el estrés.

—¿Desde cuando tú...?—gimoteó empezando a hipar.

—Desde que te conocí, no deseaba ser imprudente, sabía que era un secreto... quería que tú me lo dijeras—susurró tomando su mentón suavemente, para darle aquel beso que le debía de la noche anterior.

Saga prensó sus pequeñas manos en su pecho, aferrándose de aquella camisa blanca, mientras que Miguel le cargaba para que el joven enredara sus piernas en su torso y fuese más cómodo para ambos.

Y color'in colorado, este cuento se ha acabado...aunque todos sabemos que una historia termina, y miles inician, nunca se sabe.


19 de Julio de 2022 a las 18:10 0 Reporte Insertar Seguir historia
1
Fin

Conoce al autor

Neru Neru Comencé a escribir formalmente en el 2012, en AmorYaoi. Actualmente, este 2020 soy co-autor de kiki y Zurie, e Hilo rosa. Deseo dedicarme a esto, y vivir de escribir.

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