“Qué juego más perverso para jugar, hacerme sentir así
Qué cosa más perversa para hacer, dejarme soñar con vos
Qué cosa más perversa para decir, que nunca te sentiste así
Qué cosa más perversa para hacer, hacerme soñar con vos,
Y ahora quiero enamorarme de vos {este mundo solo romperá tu corazón}”
Chris Isaak*
El mundo estaba a oscuras y Astor intentaba leer sin poder concentrarse. No era por el viento huracanado, que hacía de música de fondo para la lectura. Tampoco era el tic tac constante y monótono del péndulo del reloj, porque le marcaba el paso del tiempo y le indicaba que su soledad llegaría algún día a su fin. No, no se trataba de ninguno de los dos sonidos que se presentaban como los más audibles dentro su lóbrega, pero refinada, morada. Lo que rompía la concentración de Astor era un tintineo lejano, como un choque de metales que, cada tanto, se alternaba o se superponía con gritos que llegaban apagados a sus oídos, pero en los cuales podía reconocer tonos de furia, preocupación y hasta de risa. Al principio, no le había dado mayor importancia al asunto, sin buscarle una explicación había pensado que los ruidos pronto cesarían; aún con su oído de vampiro temía que el viento y la locura solitaria le estuvieran jugando malas pasadas. Pero al cabo de dos minutos decidió que ya era suficiente. Astor posó el señalador en la hendidura de las hojas e inmediatamente tuvo la visión involuntaria de un sable cortando la carne y hundiéndose en ella. En ese instante, el vampiro herrero cerró el libro de un golpe y miró hacia delante con gravedad, por debajo de las cejas y el flequillo, como si estuviera mirando al enemigo a los ojos antes de iniciar un duelo.
Inmediatamente, se puso de pie, dio unas zancadas hasta la pared de enfrente donde había una cómoda y abrió el primer cajón, contempló su interior unos momentos y sacó una funda alargada y oscura. Después de eso, Astor dejó su hogar a toda velocidad y corrió y voló en medio de las ráfagas huracanadas en busca de lo que estaba seguro que era una batalla. Y para agrandar la apuesta, también creía que se trataba de una cacería de vampiros donde, muy probablemente, se encontraría en peligro la mujer de voz familiar a la que escuchaba gritar con tanta fiereza. Esa voz, esa furia, tenía que ser de alguien de su especie, alguien fuerte y antigua; al fin terminarían sus tortuosos días de soledad.
Pero el destino hila tramas a gusto y decepciona, con su azar, hasta a los más adustos. Astor recorrió varias cuadras de edificios viejos y gastados hasta que decidió empezar a ascender buscando una cornisa que le hiciera de atalaya desde donde observar la pelea, hasta que llegó a lo más alto del arbotante de una catedral. Se ocultó detrás del pináculo para no ser visto, y desde ahí empezó a asechar.
Lo que ocurría allí abajo era lo que Astor había pensado, un combate de caza de vampiros. Pero en seguida pudo darse cuenta que la que él creía que era una vampiresa antigua no era más que una mortal de unos veintitantos. No pudo evitar sentirse un poco estúpido y decepcionado, pero no era una simple mortal; no por humana la chica dejó de cautivarlo y darle una sorpresa.
Tenía el pelo negro como el terciopelo de su funda, pero brilloso, sus ojos eran de un azul oscuro pero relampagueante como un cielo de tormenta. Su voz parecía el sonido constante y claro de una espada golpeando el metal de una armadura. –Cabezadura- se dijo a sí mismo –la que me espera…-. Pero los encantos de la cazadora no terminaban allí. Astor quedó fascinado con su figura esbelta y atlética enfundada en su uniforme negro y ajustado de la Orden Stoker de cazavampiros. No se trataba sólo de su cuerpo, lo que más lo inquietaba era el encanto con el que ella se movía. Para empezar, su sable y ella eran una sola cosa que se movía con la gracia de una bailarina clásica, una bailarina asesina sumergida en una danza de la muerte.
-No… no puede ser…- tartamudeó en voz baja. –Esa chica… esa katana pertenecía a…
Los vampiros contra los que luchaban era un grupo que había estado intentando imponer una especie de estado de desobediencia ante la prohibición de alimentarse de humanos {en contra de su voluntad} que regía en Tenébrya. La musa de Astor estaba combatiendo con Lucien, un vampiro bastante joven e inescrupuloso, pero lo suficientemente poderoso para dar problemas en una pelea a muerte. La técnica de la cazadora era infalible, pero el otro llevaba un peto que protegía su corazón con mucha efectividad, y ella no había encontrado la forma de herirlo seriamente. Lucien esquivaba odiosamente todos los mandobles que ella le arrojaba buscando cortarle un brazo o la cabeza para poder atravesarlo por debajo del costillar y hacia arriba, hacia su punto débil. Al final, cansada de tantos juegos, la cazadora apostó a lanzar una estocada frontal con toda la intención de atravesar el peto con la punta de su sable. La katana golpeó el fibrometal con tanta fuerza que el choque soltó un estruendo.
El vampiro se quedó mirándose el pecho con intriga, ella miraba paralizada la hoja partida de su katana y Astor se zambulló en el aire de la noche para impedir que la cazadora tuviera que lamentar su temeridad. Pero, ya en medio del vuelo, pudo ver cómo otro de los cazadores corría en su auxilio desde detrás de Lucien y cortaba su cabeza con su sable corvo, tras lo cual la chica barajó una daga larga desde su cintura y la clavó en el cuerpo decapitado por debajo del peto, hacia arriba, bien profundo en el corazón. La cabeza, que había rodado entre los escombros de la barraca abandonada y destechada, gesticuló con dolor y dejó escapar un quejido donde el vampiro expresó su último grito de desprecio por la especie humana. El combate había terminado. Astor había quedado suspendido en medio del viento y la cazadora se había quedado derrotada, contemplando las mitades de la hoja de su katana ante una actitud casi indiferente de sus compañeros.
-No puedo creer que hayas podido partir esa hoja…!- exclamó Astor atónito.
Antes de ser descubierto presenciando toda la escena, decidió volver a ocultarse tras el pináculo del arbotante y observó cómo el mismo cazador que había acudido a socorrer a la chica volvía sobre sus propios pasos a buscarla. La reconfortó un poco apoyando una mano sobre su hombro y diciéndole algo en voz baja que Astor no llegó a escuchar por el viento ululante y furibundo. Se sintió frustrado notando que había algo entre los dos y dejó el lugar a toda velocidad, desplegó sus alas, se impulsó hacia su casa y en medio del vuelo, ya fuera de la vista de los cazadores, las arrió con bronca para caer pesadamente sobre la calle. De ahí en más, recorrió a pie, pensativo y taciturno el resto del camino.
Berenice no podía dormir. No podía dejar de pensar en lo que había hecho, en lo estúpida que había sido. No entendía en qué había estado pensando cuando decidió lanzar esa estocada directa hacia un peto de fibrometal. Qué resultado había pretendido obtener con una acción así? Por qué le había esquivado al combate cuerpo a cuerpo que le permitiría llegar al corazón de ese vampiro odioso? Aunque Bastyán lo hubiera derrotado, tenía la sensación de que a ella la habían derrotado también. No había quedado desarmada, sino momentáneamente en desventaja, pero la intervención de su novio le había impedido saber qué hubiera ocurrido y ver cómo hubiera salido por su cuenta del apuro. Más allá de eso, lo que más le dolía era haberle partido la hoja a lo único que había heredado de su padre antes que este muriera y la dejara bajo el cuidado de la orden. No podía perdonárselo, y tampoco podía creer que se hubiera roto un arma en la que ella siempre había depositado su confianza y creía indestructible, invencible. No podía ser, tenía los ojos abiertos como platos y quería creer que era todo un mal sueño; en medio del desvelo, esperaba que alguien la despertara para poder buscar su verdadera katana y confirmar que estaba en una sola pieza. Pero la sensación del peso alivianado en su mano era tan real, tan persistente, que hasta sentía que ya no podía blandir un arma como era debido.
Se levantó de la cama suspirando pesadamente, decidió que ya no dormiría y se dirigió al dojo con la idea de entrenar un poco con sables y cuchillas para sacarse esa sensación de fracaso, de torpeza. Le salieron los ochos, los giros, las formas básicas, las más complejas, los saltos. No había nada que no le saliera, pero eso no alcanzaba, le faltaba algo. Técnicamente estaba haciendo todo perfecto, pero extrañaba la magia, la sensación de estar flotando sobre las colchonetas con cada movimiento, cada salto, cada mandoble. Y empezó a frustrarse y enojarse, de modo que se calzó las canilleras y las tobilleras para darle unas buenas patadas a la bolsa. Trataba de contenerse, pero la bronca era tanta que le costaba no gritar cada vez que exhalaba; no quería despertar a nadie, y sin embargo, tampoco aguantaba mucho más la bronca y la impotencia que se le juntaba en el pecho. Al final, se agitó tanto que desistió de seguir y se tiró en un rincón sombrío a recuperar el aire. Una vez un poco más tranquila, empezó a tener recuerdos de su padre entregándole la legendaria pieza en su funda rojo punzó y la desbordaron las lágrimas. Lloró y lloró en silencio, rodeándose las rodillas con ambos brazos y reposando la frente sobre ellas, recordando sus primeras lecciones, gimiendo, arrugando la frente, lagrimeando otra vez. Hasta que, de pronto, apareció Anabel, su compañera de mayor confianza dentro de la orden.
-Lo de hoy…
-Fue una estupidez, ya lo sé- se adelantó Berenice un poco molesta, asumiendo que la otra iba a reprenderla de forma condescendiente.
-No, iba a decir que fue una desgracia y que no creo que lo hayas hecho por esquivarle a un combate más cercano con ese imbécil- dijo Anabel sentándose en el piso frente a Berenice, -sino que te encegueciste por su habilidad y quisiste darle una lección. Has atravesado armaduras otras veces con mejores resultados.
-Sí, quizás todas ellas fueron un error, tengo que mejorar.
-Quizás sí, quizás no, pero me gusta que digas eso de mejorar, soy de la idea de que siempre se puede mejorar. Como sea, sé muy bien lo que esa katana significa para vos y es un bajón atravesar una especie de segundo funeral.
-Si viniste acá para hacerme llorar de nuevo…- empezó Berenice riendo.
-No, jaja- la interrumpió la otra, -quería decirte que no todo está perdido. Conozco a alguien que puede ayudarte. Se trata de un herrero, un poco desconocido y hosco, pero es el mejor de Tenébrya. Por lo menos, vas a poder conservar la tsuka y la tsuba, no sé qué podrá hacer con la hoja.
-De quién se trata?
-No me acuerdo su nombre. Sólo sé que vive en “La fortaleza”.
-“La fotaleza”?! La casa del fantasma?!
-Según la leyenda, jaja! Dicen que en un tiempo forjaba armas para los cazadores, pero algo tremendo ocurrió y no se lo vio más en público.
-Uou! Cuánto misterio, jiji! Te lo agradezco, Ana. Mañana voy a ir a verlo. Fuera de la sensación de derrota y de culpa, me siento… como desarmada.
-Sí, pero se trata sólo de tu preferencia. Quizás esto te ayude a mejorar, como dijiste antes.
-Sí, no veo la hora de verme otra vez en la misma situación para resolverla como corresponde, pero sé que no va a llegar en mucho tiempo.
-Puede ser, o puede ser que mañana algún vampiro te de problemas y termines arrancándole el corazón con las manos, jijiji.
-Jajaja!- rió Berenice más relajada.
-Voy a volver a la cama- resolvió Anabel mientras se paraba y la otra la imitaba.
-Yo también, espero poder dormir un poco. Gracias de nuevo!
-No hay por qué, que descanses- dijo sonriéndole con amabilidad. Y se dirigieron cada una a sus habitaciones.
Gracias por leer!
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