Corría a través del bosque, era una noche fría e inmaculada, sin luna ni estrellas. Las hojas crujían bajo el peso de mis pies, mi respiración era pesada y mi corazón latía deprisa. Corría devuelta a casa, sin mirar hacia atrás. Estaba huyendo, eso me perseguía. Me detuve frente a la puerta de mi casa e intenté abrirla, pero no encontraba mis llaves, debieron caerse en el bosque. Golpeé, pateé y envestí la puerta, pero no cedía.
Me congelé en mi lugar, cuando oí el sonido de las hojas quebrándose detrás de mí. Me di la vuelta lentamente y entonces la vi. Su vestido estaba cubierto de tierra, sus uñas rotas y mugrientas por cavar hacia la superficie y su cabeza colgaba del resto de su cuerpo como una tela en el viento. Pensé que estaba muerta… yo la maté.
Hasta hace solo unas horas, estábamos discutiendo en casa, la empujé sin querer y ella se golpeó con el borde de la escalera, rompiendo su frágil cuello. Me asusté y la enterré en el bosque, pensé que eso sería todo. Pero aquí estaba, justo frente a mí como un cadáver andante. Lo último que vi fue el cadáver abalanzándose sobre mí.
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