Cuando Perséfone vuelve al reino de Hades y la vida en la Tierra muere víctima de hipotermia, cuando el frío otoñal mata las flores y a las aves sin suerte que no pudieron migrar en busca de mejor clima, los cuervos se apoderan de las ramas secas de los árboles, anidan entre las hojas ocres y amarillentas y graznan terribles por la noche, acosando a los transeúntes solitarios helando sus corazones y empollando el miedo en sus huesos.
Cuando sus plumas azabaches, azuladas como la oscuridad de una noche sin luna, son agitadas por el viento helado de octubre o se desprenden de sus alas majestuosas al agitarlas para ir a caer a los pies flotantes del suicida, el miedo entonces nace, cubre con su manto y devora todo cuanto encuentra a su paso. Es Fobos el despiadado, recorriendo la Tierra, disfrazado con su abrigo elegante de plumas negras y voz grave que anuncia la muerte.
¡Oh, Fobos el grande! Concédeme mirar los ojos del terror y revelar tus secretos, desnudar mi alma y conocer mis temores a través de tus ojos corvinos.
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