Cuento corto
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Hambre de Viaje

Llegué corriendo al Terminal, recién me tranquilicé cuando estaba montado arriba del bus; el trastorno obsesivo compulsivo es cosa seria, ya que desde que me hice a la idea de volver el viernes a mi casa, sentí que todo se confabulaba en mi contra. Desde el primer día en que llegué a hacer mi trabajo empezaron a aparecer los problemas; que hay que cambiar el trazado, que faltan unos cables, etc. Así hasta el viernes. Obsesionado con volver decidí sacar la pega a como dé lugar, y el último día, para poder terminar, corrí para todos lados y no alcancé a comer nada, ni siquiera de camino al bus. Lo que me permitió abordarlo finalmente.


Esta línea de buses sale desde Concepción a las seis de la tarde y llega al Terminal Sur de Santiago a media noche, hora en la que todavía puedo tomar una micro para llegar a mi casa a una hora prudente. Ya siento el prístino olor a orden y limpieza de mi departamento, ese magnífico ventanal de cuarto piso con una preciosa vista a la cordillera, nevada en este tiempo, el fulgor de las estrellas, la intensidad de las luces de neón del alumbrado público y el relucir del parquet vitrificado que compiten por las noches con sus brillos.


No me importó no comer nada antes, ya que esta nueva línea de buses ofrece servicio de comida a bordo y, según dicen, es muy bueno. He de confesar, que a pesar de ser muy renuente a los cambios, me convenció la posibilidad de probar algo distinto para mi retorno; aunque debí haber pedido más detalles del servicio, pero bueno, ya está hecho.


Es un bus semi-cama, las seis horas que dura el viaje no justifican un salón cama; en ese momento era mucho más importante saber en qué consistía el servicio de comida, puesto que ese día, no alcance a comer nada, ni siquiera tomé desayuno, a pesar de que intento siempre respetar el horario de las comidas, ya que el hambre me cambia de humor y no me gusta andar irritable por la vida; más aún cuando siempre he disfrutado del "comer" y sostengo que hay quienes comen para trabajar y hay quienes trabajamos para comer.


Por suerte el bus no estaba lleno y pude elegir el asiento, cosa muy importante para nosotros los viajeros frecuentes; el número doce, mi preferido, tercera corrida, a mano derecha hacia la ventana; en un viaje de sur a norte, como este, en la tarde el sol pega desde el poniente y en esta posición no me llega directamente, además puedo ir viendo el paisaje que se proyecta hacia la cordillera de Los Andes, perspectiva que brinda cuencas visuales más profundas, que por cierto, son mucho más atractivas para los que nos gusta ir contemplando el paisaje.


El bus salió puntual del Terminal Collao en Concepción, tomó la ruta del Itata rumbo a Chillán, donde se hará la única escala para luego seguir por la ruta cinco hacia el norte, directo y sin más escalas hasta llegar a Santiago. Según mis cálculos estaremos a las siete y media de la tarde en Chillán, arribando al terminal rodoviário del centro, donde posiblemente se llene, ya que desde Concepción salimos sólo a media capacidad.


No creo que comamos en Chillán, pensaba, ya que allí recién se completaría el bus y es muy temprano aún, es más probable que el servicio de comida sea entre las nueve y diez de la noche. ¿Por dónde iremos a esa altura del viaje? La distancia entre Chillán y Talca es de ciento cincuenta kilómetros, que en promedio son dos horas de viaje, entonces llegaremos allá como a las nueve y media, ¡perfecto!, es la hora ideal para cenar.


¡Seguramente pasaremos a Los Ganaderos!, ¡qué bueno!, ya me imagino leyendo la carta para pedir un buen bife chorizo, acompañado de papas cocidas con una ensalada mixta, media botella de vino tinto, algún Cabernet Sauvignon, reserva obviamente, y como sé que las porciones son abundantes, sin dudarlo pediré el bajativo de la casa, una manzanilla frappé idealmente, capaz que con eso duerma el resto del viaje. Pero pensándolo bien, tal vez sea muy temprano aún para comer y puede ser que más adelante, cuando estemos cruzando la ciudad de Talca, el bus se desvíe y pasemos a Las Viejas Cochinas, al lado del Río Claro; ah, si fuera así, pediré un Pollo Mariscal con papas fritas, ¡el caldito ya me lo estoy saboreando!, lo acompañaré con una cerveza bien fría, harto pebre y pan amasado, que aquí es insuperable; ay, no sé, ¿y si me cae mal la cerveza muy helada?, mala idea si estoy viajando. En realidad, yo creo que tal vez, sigamos por carretera más al norte y lleguemos a cenar al Juan y Medio, que queda pasado Chimbarongo, en Rosario para ser exacto, son cien kilómetros más, pero igual me aguantaría. Por cierto creo que debieran tenernos reservada un ala entera para todos nosotros, seremos como treinta personas, pensaba. Derechamente y sin necesidad de acudir a la carta, pediré un costillar de cerdo con puré picante y una ensalada a la chilena, con cilantro picado encima, vino tinto también y pan para empujar, un bajativo ¡y lo que venga!, total ya tengo claro que después seguiré el viaje durmiendo.


Un par de bocinazos y una frenada brusca me trajeron de golpe a la realidad, el hambre me hacía soñar despierto. Desde el otro lado del carril me encandilan unos potentes focos que circundan un gran complejo industrial, es la Celulosa Arauco, Planta Nueva Aldea. Suspiré y me dije, recién vamos aquí, llevamos sólo cincuenta kilómetros recorridos, no son ni las siete de la tarde todavía y ya desfallezco del hambre.


¿Cómo será el servicio de comida?, me preguntaba. Este viaje después de Chillán es directo hasta Santiago y según entiendo no debiera tener ninguna parada para comer, al menos se necesita de media hora y no alcanzaríamos a cumplir el itinerario, y eso lo tengo totalmente calculado, ya que como siempre ando con mi Turistel y mis mapas ruteros.


El próximo martes debuta la selección contra Italia en el mundial y me ilusiona mucho la preparación que se ha hecho, en especial por lo mostrado en el partido contra Inglaterra en Wembley, con los golazos del Matador Salas, el pase con lienza del Coto Sierra, ¡ahora sí que se puede!, ¡tenemos un gran equipo!; ¡no, no, no!, no puedo concentrarme en nada, ni siquiera en el fútbol, tengo tanta hambre que mis glándulas salivales me tienen vuelto loco. Creo que será mejor tratar de dormir un rato; recliné mi asiento lo más posible, puse el suéter entre mi hombro y la ventana, me acomodé lo mejor que pude, respiré profundamente y fijé la mirada en el horizonte.


Que hipnotizante resulta ver cómo, con el bus en movimiento, las hileras de las plantaciones marchan frente a mis ojos y se alinean en tres sentidos en todo momento, en diagonal hacia adelante, perpendicular al sentido del bus y también en diagonal hacia atrás, interrumpido solamente por algún cerco o camino entre los predios, pero que no le impiden a este desfilar mantenerse como constante mientras el bus avanza. Puedo constatar además, la sensación de profundidad que brinda el movimiento aparente de los elementos del entorno, al ver el paso raudo de los postes, de las zarzamoras y otros matorrales, justo por nuestro lado; en contraposición con los frondosos árboles que se divisan hacia el fondo de los campos sembrados, que nos acompañan por mayor tiempo. Qué decir de los cerros cercanos que parecen tener movimiento propio, de la sensación de pivote que me provoca el pico montañoso, ese que se ve allá bien lejano. O de las estrellas, que ya comienzan a aparecer tras la cordillera develando el tapiz de fondo de la gran bóveda celeste. Estrellas que en este momento me juran compañía para siempre en mis viajes, comenzando con este y comprometiéndose para estar junto a mí en todas las travesías venideras, por el tiempo que sea necesario, mientras el mundo exista y yo exista en este mundo.


Siento que me sacuden del hombro y me despiertan bruscamente, miro confundido sin entender, hasta que me percato que es el auxiliar del bus y al verlo me dice: —buenas noches señor, tenga usted la carta—. Les aseguro que si no fuera por el hambre que llevaba, me habría enojado mucho por el solo hecho de que me despertara. Me incorporo lentamente y aprovechando que nadie venía sentado a mi lado, me doy media vuelta y veo por el pasillo como el auxiliar les entrega la carta a todos los demás pasajeros, confirmando en realidad lo que estaba ocurriendo.


Miro por la ventana y me doy cuenta que dejamos Chillán atrás, y que efectivamente dormí un buen rato; bueno, aquí mi intriga se volvió un poco más aguda y al ver el menú, me surgieron muchas preguntas, pero con el hambre que tenia preferí dejarme llevar sin cuestionar nada. Era un menú bastante completo, con un diseño muy llamativo, una paleta de colores elegida adecuadamente, se nota que fue hecho por algún diseñador gráfico, el papel es de buen gramaje, termolaminado por ambos lados, digno de un buen local de comida al paso, presentaba una gran variedad de sándwiches, bebidas y acompañamientos.


Lo diverso de la carta me impedía decidir fácilmente, mi primera opción siempre ha sido un Churrasco Italiano, mi preferido, pero tuve ciertas dudas, lo más probable es que sea comida preparada, tal como la de los vuelos comerciales, con productos ya elaborados, en Concepción seguramente; no deben ser frescos, intuía, de inmediato descarto todo lo que pueda llevar palta y/o mayonesa, por lo tanto el Churrasco Italiano al instante quedó fuera. Pensé entonces en un Barros Luco, este sándwich será mejor, ya que es de carne con queso, pero desistí rápidamente también, ya que el queso no estará recién derretido y así pierde toda su gracia. Finalmente me decidí por un Chacarero, ya que tiene tomate y porotos verdes, que son productos más resistentes y que, por cierto, también me gustan mucho. ¡Se me hizo agua la boca!, y de la nada me reí fuertemente, si alguien me hubiera visto, pensaría que estaba loco; incluso llegué a dudar de mí mismo en ese instante, ¿no estaré soñando todavía?, ¿es que el hambre me hace creer que voy a comer a la carta arriba de un bus?, ¡imagínense!, ¡que iluso!


Pero por suerte era cierto, ya que con prontitud llegó el auxiliar del bus a tomar el pedido. —¿Decidió lo que va a comer el señor?—. Tenía alma de mozo este auxiliar, lo que hacía el diálogo más entretenido. Un Chacarero, le dije, con harto ají verde y una Coca-Cola bien helada, por favor. —Como no señor—. Anotó mi elección y se fue tomando los demás pedidos. Intrigado aún, pensaba en cómo lo harán para entregar comida a la carta arriba del bus, hasta que lo deduje, ¡ya sé!, una vez que el auxiliar termine de anotar los pedidos, el bus parará en alguna parte previamente acordada y hará una llamada telefónica, supongo que a algún local a la altura de Talca, donde luego pasaremos a retirar y así tendremos comida recién hecha y a la carta. Bien pensado me decía a mí mismo. ¡Porqué no pedí el Churrasco Italiano entonces!, ja, ja, ja. ¡Para qué, si en realidad el Chacarero es mejor!, ahora que lo pienso.


Pero, para mi angustia, el bus siguió sin parar por más de una hora después de que el mozo, ¡perdón!, el auxiliar tomara los pedidos. No se detuvo nunca y me consta porque con el hambre que llevaba me mantenía totalmente vigilante. Era tanto el tiempo que había pasado, que empecé a dudar de nuevo, ¿no será una broma de mal gusto? ¿Será que estoy delirando?; repentinamente me puse triste, porque ya me había hecho a la idea de comer, ¡y no pasaba nada aún!, es como si el universo mismo me ignorara, ¿será algún tipo de castigo divino?, ¿el karma viene a alinear mis chakras de esta forma? Incluso le pedí a las estrellas que me acompañaban: ¿podría alguna de ustedes interceder en este mal trance, por favor?; estaba al borde de las lágrimas, cuando de pronto siento que el bus comienza a frenar y a orillarse hacia la berma, hasta que se detiene por completo y abre la puerta delantera; desde mi posición no podía ver ni escuchar nada con claridad, lo único que sabía, es que de acuerdo a mis mapas poco rato atrás habíamos pasado por San Javier; el pesimismo me estaba ganando la batalla nuevamente, incluso llegué a pensar que recién le estaban entregando el pedido a alguien para ser retirado más adelante, más tarde, probablemente en una hora. No es mucho tiempo, llevo tanto rato esperando por comer que otra hora más no es nada, balbuceaba para mí. El bus cerró la puerta, sonaron liberándose los frenos de aire, titilaba el intermitente indicando que iba a entrar nuevamente a la ruta, acelera el bus con fuerza suficiente y se integra de nuevo al camino. Mientras yo miraba a mis estrellas compañeras intentando volver a entablar algún diálogo con ellas; pero de pronto, el auxiliar me saca de mi absorta agonía y acercando una bandeja llena, me dice: —¡su pedido señor!—, ¡gracias!, le contesto, tratando de disimular la emoción que me provocaba; —¡buen provecho!—, replicó.


Respiré hondo, y con los ojos bien cerrados comencé a desenvolver el Chacarero y a sentir el exquisito olor de la carne salteada a la plancha, el aroma de los tomates recién cortados, de los porotos verdes turgentes, regados con limón y sal. Tomé el sándwich con ambas manos, me inclino hacia adelante para no chorrearme y le doy el primer mordisco, siento como el abundante ají activa mis papilas gustativas acentuando la percepción de los sabores; abro los ojos mientras mastico, lo alejo lentamente y lo examino girándolo de un lado al otro, de arriba a abajo, absorto; suelto el sándwich cuidadosamente de una mano para abrir la lata de bebida, y en el preciso momento en que suena el chasquido de abertura, noto como van replicando este sonido los demás pasajeros del bus, logrando generar una melodía improvisada, como si fuera un concierto de jazz, que musicaliza el gozo de este momento sublime, en que cada bocado me atraviesa el tracto digestivo, envuelto en una fina capa de saliva, cuyo esputo ablanda y lubrica su viaje hacia el estómago para que finalmente esta comida se convierta en alimento, y así cumplir su propósito de saciar el cuerpo y el alma, enalteciendo los miles de años de desarrollo culinario coronándose en este esplendoroso sándwich tan deliciosamente nuestro. Debo reconocer que solté más de una lágrima mientras comía y pensaba lo que en este momento les estoy diciendo.


Después del relajo que me produjo la satisfacción de haber disfrutado de una buena comida, pude decantar los sentidos, confundidos por los sentimientos alborotados previamente; ordené mejor las ideas y pude entender con claridad todo el misterio de haber comido a la carta. Sin necesidad de que nadie me explicara nada, inferí que el auxiliar contaba con un teléfono celular para hacer el pedido; en ese momento los celulares recién se estaban masificando y yo personalmente me encontraba renuente de comprar uno todavía, especialmente por su alto costo, la compra de uno de estos aparatos debía ser muy justificada.


Luego de esta notable experiencia gastronómica, adquirí un personal y muy particular hábito sibarita; cada vez que estoy cerca de llegar a mi departamento, luego de un viaje de negocios o de trabajo, tengo la costumbre de llamar, a través de mi teléfono celular, a algún local de comida con despacho a domicilio. Procuro que todo sea muy calculado y que los tiempos calcen con precisión; de esta forma, llego a mi hogar, me saco la chaqueta, la cuelgo en el perchero, dejo el bolso ahí mismo también, me saco los zapatos y los cambio por unas pantuflas, tomo una cerveza fría del refrigerador, desabotono la camisa, me siento en el sillón y enciendo el equipo de sonido para que reproduzca a buen volumen música de jazz, de Miles Davis preferentemente; entonces, al igual que el perro de Pablov, espero a que suene el timbre. En ese momento, abro la puerta y recibo el pedido, le agradezco al repartidor con una generosa propina, preparo una pequeña mesa al lado del sillón, donde me instalo, cierro los ojos, huelo los aromas, tomo el primer bocado y mágicamente, en ese instante me siento nuevamente acompañado, de esas estrellas que sé que están allí, que puedo verlas a través de mi ventana, y disfrutando esta deliciosa comida, se renuevan los votos comprometidos para las travesías venideras, por el tiempo que sea necesario, mientras el mundo exista y yo exista en este mundo.



3 de Febrero de 2022 a las 06:14 0 Reporte Insertar Seguir historia
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