La chica se aferra al suéter rojo como si fuera la única cosa que la alejara de su trágico destino. El viento azota su cara espoleando sus emociones. Se sube a la barandilla del puente y observa en silencio la noche rota de una ciudad herida por sus deseos infinitos. Y sin dudarlo, sin tan siquiera meditarlo ni por un segundo, se lanza al vacío. Sus lágrimas se disuelven en el cielo mientras su cuerpo se desploma con el ímpetu de una roca hundiéndose en el fondo del mar. Del mismo modo que, de un tiempo a esta parte, su ánima ha estado marchitándose esperando el paso de las estaciones, rebotando eternamente entre el cielo y el suelo, irremediablemente inasible. Quería soltarla de la jaula. Quería volver a verlo. Por esa razón se tira, porque su corazón es la fuerza que le atrae hacia el centro de la tierra, donde todo acaba.
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