kikeinri Luis Enrique

Escribí un poema y decidí utilizarlo en mi relato.


Cuento No para niños menores de 13. © xxx

#Muerte #Tristeza #miedo
Cuento corto
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Aqueronte

Las manos frías se recargaban en mi pecho desnudo, no podía respirar. Afuera la luz de un farol entraba por la ventana y alumbraba mi rostro, esa luz ahora guiaba mis pensamientos (si es que aún pensaba).

La inmovilidad era algo habitual en noches como esta, solo podía mover los ojos y emitir uno que otro gruñido mientras la presencia de esas manos desaparecía. Poco a poco iba cediendo la presión en mi pecho, no sin antes sentir el vaho húmedo de un ente en mi oído; ese vaho, susurraba algo, algo que hasta la fecha no he podido descifrar, algo que si he de escuchar, seguro no podré olvidar.

***

Lunes 17 de junio de 1977.

Empiezo este diario solo para no perder el hilo de los días. Ahora llevo más de un mes sin poder dormir, esas dos manos me tienen en este estado ¿Qué clase de ente juega conmigo? ¿Qué clase de broma es esta? ¿Quiere un Dios burlón, llevarme a las puertas de la locura? No lo sé.

He buscado cualquier clase de remedio, Dios lo sabe. No puedo pegar el ojo sin sentir un escalofrió. La cama la ocupo para esperar esa hora de la noche en la que el terror se apodera de mí. Ni pensamientos, ni movimiento, estoy estático en esa escena infinita.

Por ahora quiero escuchar lo que ese vaho pútrido susurra en mi oído al despegar sus falanges de mi pecho.

Martes 18 de junio de 1977.

Es la una de la mañana con dieciocho minutos, aún siento las huellas de mi visitador. Su gélido rastro en mi plexo solar. Estoy asustado, sudo a chorros y el frio es insoportable. Quiero llorar pero no puedo. Quiero recordar sus palabras, pero cuando lo intento, nubes rodean mis recuerdos.

No creo poder vivir así, es un terror indescriptible, los huesos duelen, las extremidades se doblan, falta la saliva y esa maldita cosa encima de mí solo atina a murmurar palabras ininteligibles. Si alguien encuentra este diario (que realmente lo dudo), sepa que aquí murió un hombre sin fuerza, que algo o alguien en esta habitación lo abrazó como se abraza lo perdido.

Intentaré conciliar el sueño mirando el cielo nocturno, tal vez lo único real que mis sentidos han podido percibir en el último mes.

Miércoles 19 de junio de 1977.

Dos frases: “Ya la luna refleja la luz de una estrella a punto de nacer del otro lado del espejo”, “Astros como los ojos de un ser expectante vigilan tu andar”.

Las manos ahora quemaban mi pecho, no dejo de toser y no logro entender las dos frases que hiló en su visita, no sé qué me quiere decir, la vida se me puede ir en entenderlo.

Cuando solo existía el terror era mejor; ahora el dolor y la incertidumbre me comen por dentro como polillas dejando solo polvo de noches y lágrimas. Quisiera ser otro, no vivir esto, despertar en otra habitación, otro país… otra realidad.

Jueves 20 de junio de 1977.

Aún no es hora de ir a la cama. El sol esta radiante allá afuera pero no quiero salir. Mi andar es derrotado y no vale la pena insertar en el paisaje un ser medio vivo como yo. Creo que tomare una siesta, espero que esta vez ninguna presencia pueda abatir mi sueño, creo tener la fórmula para derrotar a esas manos…

“Expectativas defraudadas y hechos inmortalizados en carne y hueso yacen sosteniendo el pesar de tu andar, “Soledad acompaña los últimos días, la única amiga que de la mano te ha de tomar”. No hay forma de callar al ente, definitivamente estas manos tienen un mensaje para mí.

¡Maldita la hora en que se me delegó la tarea de descifrar los mensajes de un ente de ficción!

El pecho ya no está frio, está caliente como las brasas y la tos no cesa. Acabo de despertar y la fatiga se cuelga de mis parpados, ya no quiero dormir más, quiero volver a soñar, volver a despertar con el halo de la mañana y sentirme pleno, sentir que existo, sentir que estoy en tierra firme…

***

Me acerco por segunda vez a este diario hoy jueves 20 de junio de 1977, son las doce menos quince, hora de apagar la luz y esperar la visita de las manos… Espero no tengan nada que decir esta noche…

Dos con treinta y ocho de la mañana, esta vez las frases fueron más oscuras: Tinieblas que se acercan al ocaso de las horas, luz que nace cuando los ojos se apagan”, “Árbol que muere, fruto que cae, semilla que germina como palabras en consciencia recién adquirida.

¿Me voy a morir? Tal vez las manos tratan de advertírmelo, tal vez las manos me quieren llevar. Me falta el aire, la tos ya no me deja…

Viernes 21 de junio de 1977.

He transcrito cada una de las frases que las manos me susurran en la noche:

Ya la luna refleja la luz de una estrella que está a punto de nacer del otro lado del espejo.

Astros como los ojos de un ser expectante vigilan tu andar.

Expectativas defraudadas y hechos inmortalizados en carne y hueso yacen sosteniendo el pesar de tu andar.

Soledad acompaña los últimos días, la única amiga que de la mano te ha de tomar.

Tinieblas que se acercan al ocaso de las horas, luz que nace cuando los ojos se apagan.

Árbol que muere, fruto que cae, semilla que germina como palabras en consciencia recién adquirida.

No encuentro sentido en ninguna de las frases y la única relación que hay entre ellas es el dolor que siento en el pecho, agudo como un millón de agujas pinchándome cada que me acerco a leer la última de ellas.

Hoy es viernes y ni lo húmedo de un alcohol, ni lo solido de una comida me apetecen…

***

Estoy asustado, hace menos de veinte minutos que caí desmayado y lo único que rondaba en mi cabeza eran estas frases:

Ser o estar dos palabras que diferencian lo vivo de lo inerte. Música que sazona los años y entristece los ratos. Uñas que se aferran a las memorias, dientes que las muerden en el presente. Elipses de 365 días que se vuelven lentos conforme el pulso disminuye. Recuerdos que sucumben al peso de los años. Ser o estar dos palabras que diferencian lo vivo de lo inerte. Música que sazona los años y entristece los ratos. Uñas que se aferran a las memorias, dientes que las muerden en el presente. Elipses de 365 días que se vuelven lentos conforme el pulso disminuye. Recuerdos que sucumben al peso de los años. Ser o estar dos palabras que diferencian lo vivo de lo inerte. Música que sazona los años y entristece los ratos. Uñas que se aferran a las memorias, dientes que las muerden en el presente. Elipses de 365 días que se vuelven lentos conforme el pulso disminuye. Recuerdos que sucumben al peso de los años.

Mi dolor ya es insoportable, no puedo dejar de sentir las manos ahora que estoy despierto, no quiero volverme loco. Por favor Dios, o quien me esté escuchando… ayúdenme.

Sábado 22 de junio de 1977.

La noche anterior, después de mi desmayo pude dormir bien. Quedé tirado en el suelo como un perro desamparado, sollozando hasta que el sueño me cobijó; sin embargo hoy, sábado 22 de junio, despierto al atardecer con las manos presionando mi pecho más que nunca. Oficialmente me declaro loco; en mi cabeza nada más que una frase:

“Todavía hay que tener esperanza en el último suspiro, a pesar de no sentir más aire en los pulmones”.

Me dedicaré el tiempo que el sol decida regalarme luz, a apaciguarme un poco, vivir con mi nueva amiga la locura.

No tengo sueño; si estoy cansado, el espejo hoy me revela a un esperpento, un dejo de ser humano, algo que quiso ser y se quedó a medias…

***

Bueno, arreglé el desastre que tenía en casa; más bien intente, el dolor de las manos en mi pecho ya se puede calificar de mortal y la frase que ronda en mi cabeza no me da esperanzas. No sé si seguir. Prepararé la bañera y me afeitaré tal vez más allá de las barbas…

Domingo 23 de junio de 1977.

Estoy recostado, ya no puedo estar de pie ni un minuto. Las manos se adhirieron a mí. Ahora entiendo que estas me trajeron la muerte y que con sus frases dichas a deshoras, trajeron a mí la locura.

Vuelvo a transcribir los suspiros de las manos… uno a uno…

Ya la luna refleja la luz de una estrella que está a punto de nacer del otro lado del espejo.

Astros como los ojos de un ser expectante vigilan tu andar.

Expectativas defraudadas y hechos inmortalizados en carne y hueso yacen sosteniendo el pesar de tu andar.

Soledad acompaña los últimos días, la única amiga que de la mano te ha de tomar.

Tinieblas que se acercan al ocaso de las horas, luz que nace cuando los ojos se apagan.

Árbol que muere, fruto que cae, semilla que germina como palabras en consciencia recién adquirida.

Ser o estar dos palabras que diferencian lo vivo de lo inerte.

Música que sazona los años y entristece los ratos.

Uñas que se aferran a las memorias, dientes que las muerden en el presente.

Elipses de 365 días que se vuelven lentos conforme el pulso disminuye.

Recuerdos que sucumben al peso de los años.

Todavía hay que tener esperanza en el último suspiro, a pesar de no sentir más aire en los pulmones.

Y con las últimas gotas de mi existencia le pongo fin al poema de estas manos de la muerte…

Ya la luna refleja la luz de una estrella que está a punto de nacer del otro lado del espejo.

Astros como los ojos de un ser expectante vigilan tu andar.

Expectativas defraudadas y hechos inmortalizados en carne y hueso yacen sosteniendo el pesar de tu andar.

Soledad acompaña los últimos días, la única amiga que de la mano te ha de tomar.

Tinieblas que se acercan al ocaso de las horas, luz que nace cuando los ojos se apagan.

Árbol que muere, fruto que cae, semilla que germina como palabras en consciencia recién adquirida.

Ser o estar dos palabras que diferencian lo vivo de lo inerte.

Música que sazona los años y entristece los ratos.

Uñas que se aferran a las memorias, dientes que las muerden en el presente.

Elipses de 365 días que se vuelven lentos conforme el pulso disminuye.

Recuerdos que sucumben al peso de los años.

Todavía hay que tener esperanza en el último suspiro, a pesar de no sentir más aire en los pulmones.

Oye, la vida se fue en estos suspiros pútridos por los que la balsa de Caronte navega.

¿Ya estoy muerto?

7 de Septiembre de 2017 a las 03:26 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Fin

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Luis Enrique Relator de historias por afición.

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