nars Normanda Astrid Rivera Santiago

Elven, Homi, Maguish. Tres reinos, tres razas distintas que habitan el mundo. Antes enemistasdas, ahora viviendo pacíficamente gracias al Gran Concejo, creado para mediar las leyes, en donde priman la igualdad, el respeto y la dignidad. Medeck Nixalba es un joven ministro Maguish, que aspira a convertirse en Concejal y seguir los pasos de su padre. Willhané Sahnus, su mejor amiga, es una sencilla Elven que aspira a convertirse en una Sanadora. Obren Gladios es un Capitán de la guardia Homi, temerario y arrojado, sin temor a enfrentar batalla. Tras el asesinato de los tres Altos Concejales reina el caos y confucion entre los miembros del Gran Concejo. ¿Quien es el responsable? ¿Cual es su propósito? y un sin fin de preguntas sin respuestas. Y mientras se debaten el quién, el cómo y el por qué, el caos sigue desatandose, amenazando la existencia misma de los tres reinos por un enemigo largamente olvidado. Cuando la ciudad natal de Willhané es destuida y sin tener noticia del destino de su familia, esta se ve obligada a abandonar la Gran Metrópoli, acompañada de su mejor amigo, en busca de respuestas, encontrandose en su viaje con un enfurecido Obren quien tiene deseos de venganza. ¿Podrán los tres encontrar y derrotar a los culpables del caos reinante, esos tres sirvientes quienes han traicionado a los de su propia raza? ¿Evitaran el regreso del terrible enemigo quien es mas poderoso que nunca?


Fantasía Épico Todo público.

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Prólogo


Cada narrador, o cuentacuentos, o persona encargada de mantener vivas las viejas leyendas, comienzan sus relatos casi siempre con un "Érase una vez...", o "Había una vez...". Quizás con un: "Cuenta la leyenda...". También podrían empezar con un: "En aquel tiempo..."

Esta historia bien podría empezar con la frase "En aquel tiempo...", si tenemos en cuenta que "Aquel tiempo" fue hace tanto, tantísimos siglos atrás, o más bien podrían ser siglos de siglos atrás, que la mente fuera incapaz de calcular la fecha exacta.

Pues, como sea que fuera, en aquel tiempo el mundo no era como lo es hoy en día. El mundo fue un verdadero paraíso. Talvez uno se podía dar una idea si se viene a la mente aquel hermoso jardín que se ha visitado alguna vez, o bosque frondoso, o verde pradera. Aún así se podría afirmar con total seguridad que no era comparación a como era el mudo por aquel entonces.

El cielo era de un azul tan diáfano que podía ser contemplado durante horas, admirando las mil y una formas de las esponjosas nubes. Las aguas de los mares, ríos y lagos, tan puras y cristalinas que se podía ver con claridad las criaturas que en ellos habitaban. Los bosques y selvas repletas de frondosos y tupidos árboles. Valles y praderas verdes por donde quiera que viera. Y aún en los desiertos de ondulantes dunas de arena blanca los oasis eran más comunes de los que son hoy día.

Los veranos eran frescos y los inviernos blancos, ambos sin llegar a ser imposibles de aguantar.

Los animales, (aves, mamíferos, reptiles, cetáceos y peces), existían en un equilibrio perfecto, tanto los depredadores como las presas.

Sin embargo, la fauna y la flora no eran los únicos seres vivos que existían en aquel paraíso. Eran otras las criaturas que dominaban el mundo de aquel entonces. Unos seres magníficos y perfectos.

Ellos no tenían una forma de llamarse a sí mismos, porque el nombre que se les dio vino tiempo después de su desaparición.

Estas criaturas eran diferentes a las otras que existían. Erguidos sobre sus piernas, tenían la capacidad de pensar y razonar. Sus bocascon la capacidad de emitir sonidos entendibles, diferentes a los rugidos, bramidos, balidos, chillidos, cantar o ulular de los animales que les rodeaban.

Sus cabellos eran de todas las variedades y formas distintas, tanto en la forma como en las tonalidades, llegando incluso desde el negro más oscuro que la noche, al blanco mas blanco que la nieve. Sa largura llegaba incluso a cubrir la totalidad de sus cuerpos.

Las tonalidades de su piel también eran muy diversas. Iban desde los tonos duraznos o beige, pasando por los trigueños y cobrizos, hasta los que se asemejaban a la oscuridad del ébano.

Según se cuenta en las leyendas, estas creaturas eran increíblemente hermosas, tanto que al contemplarlas, la vista no era desviada a ningún sitio en horas. Esto era un poco difícil de creer, ya que cuando se hizo una descripción de ellos, solo quedó una sola de estas creaturas.

Más lo que si se podía decir era que poseían cuatro rasgos que los hacían únicos:

Sus orejas eran alargadas y puntiagudas. Poseyendo un oído tan agudo como el de los animales que los rodeaban.

Sus ojos eran grandes y expresivos, dando razón al dicho que dice que los ojos son las ventanas del alma.

En su frente llevaban una marca. Era una forma de elegantes líneas.

Y por último, estas criaturas eran increíblemente poderosas, logrando hacer cosas asombrosas.

Con solo mirar al cielo, podían hacer llover. Con solo alargar el brazo sobre la tierra, en algún lugar que estuviera alguna semilla, hacían que plantas brotaran de ella, o de forma contraria, hacerlas marchitar. Solo tenían que señalar algún objeto, o lo que fuera para que dicho objeto obedeciera a su voluntad; es decir, atraerlos hacia sí, o levantarlo en el aire, quebrarlo, partirlo, pulverizarlo. O incluso ellos mismo se elevaban por los aires con solo quererlo así.

Había entre ellos quienes poseían alguna cualidad especial. Hubo quien podía escuchar los pensamientos de los otros como si se escuchara a sí mismo pensar. Otro podía sanar a voluntad, sin la necesidad de alguna hierba medicinal. Otro podía manipular a voluntad los elementos.

Pero, quizás estos seres no fueron tan perfectos despues de todo.

A pesar de poseer estos maravillosos dones o de ser tan hermosos que dolía a la vista, o tan longevos hasta pensar que eran inmortales, ellos no eran del todo plenos y felices. Era como si algo les faltase.

Pasaron siglos tratando de descubrir que era ese algo que les faltaba, hasta que se dieron cuenta que ese algo lo tenían a su alrededor:

Todo nacía, todo crecía, todo se multiplicaba, todo moría.

El sol nacía en el horizonte, iluminando todo a su paso por el firmamento y moría para dar paso los astros nocturnos que iluminaban la oscuridad.

Las plantas y los animales no eran la excepción. Incluso las estaciones del año tenían una razón de ser.

Todo nace. Todo muere. La muerte daba paso a la vida. Todo tenía un propósito, y el propósito final era dar vida.

Observaban como todo llegaba a su fin para empezar de nuevo. Lo que nacía cumplía su misión en la tierra, para luego, sus despojos, dar paso a una nueva vida.

Nada permanecía, nada era eterno. Nada, excepto, al parecer, ellos.

Siempre iguales, nunca cambiaban. No formaban pareja, como lo hacían los animales. Nada nacía de ellos. Ese concepto les era ajeno, a pesar de su constitución física. Su naturaleza, cualquiera que fuera, no les urgía, como a las demás creaturas, a la unión para la que su especie continuara.

Ellos simplemente existían.

¿Cuál era la razón de su existencia, su propósito?

No lo sabían, y no saberlo les evitaba poder encontrar esa plenitud. Les mortificaba. Más no a todos.

Había una entre ellos, que quizás el significado de su existencia no le afectaba como al resto de sus hermanos. Eso se debía a que ella también poseía una cualidad que la hacía diferente al resto.

Ella poseía el don de la visión. Podía ver lo que podría suceder.

¿Una rara flor brotaría en algún lugar en el este? Al este se dirigía.

¿Un nuevo rio se abriría camino en el oeste? Al oeste encaminaba sus pasos.

¿Un fruto llegaría al punto exacto de perfecto sabor en el norte? Al norte se iba.

¿Un raro fenómeno natural se daría en el sur? Al sur llegaría.

Y todo esto para ser testigo de lo que en visión había visto. Nunca paraba, siempre iba de un lado a otro. Es por eso que entre sus hermanos se le llamaba la Errante.

Quizás si La Errante no poseyera ese don que le permitía ver las cosas que podrían llegar a ser antes de que sucediera, también se encontraría igual que sus hermanos, con un sin sentido de su existencia. Lo que la animaba y mantenía deseosa de seguir adelante era que sabía que su razón de ser era ver. Ser testigo de las cosas y de las eras. Quizás podría decirse que de entre sus hermanos ella era la única que tenía un propósito para su existencia.

Fue así como un día, llevada por una de sus visiones a contemplar las luces celestes del norte, otra visión la sobresaltó sobremanera. Estaba viendo claramente algo nunca antes visto. Otros seres, emergidos de una resplandeciente luz.

No sabía cómo, no sabía el por qué. Lo que si sabía era que su venida estaba próxima, aunque no sabía exactamente el cuándo. Y aun no sabiendo el dónde, sus pies se pusieron en marcha.

No tenía idea de dónde o cómo buscarlos o de dónde iba a llegar esa misteriosa luz. Lo que si sabía era que tarde o temprano iba a ser testigo de su llegada. Solo dejó que sus pies tomaran el control de ella.

No fue hasta que estuvo muy lejos cuando fue tomada la decisión que traería a la existencia aquellos seres, y así la errante vio el cómo, el cuándo, el dónde, y el por qué.

Fue la primera vez, en toda su larga existencia que ella sintió miedo, una sensación que le desagradaba por completo. Todo su ser luchaba para poder deshacerse de dicha sensación.

Hizo uso de toda su fuerza y de los dones que poseía para poder llegar a aquel lugar mas rápido junto a sus hermanos y hermanas.

¡No, no, no! Gritaba en su mente una y otra vez mientras su visión se consolidaba, haciéndose mas clara. Supo que no había nada que hiciera o dejara de hacer para evitarlo. La decisión ya estaba tomada. Lo único que podía hacer era unírseles, si es que lograba llegar junto a ellos a tiempo.

***

Aquellas creaturas se reunieron todas en un mismo lugar, y, tomándose de las manos, hicieron uso de toda la fuerza que albergaban en su interior, la fuerza que les permitía realizar todas aquellas proezas.

Una resplandeciente luz salió de ellos, y cuando esta se disipó, aquellas poderosas y asombrosas creaturas desaparecieron, dejando en su lugar a otras tres, muy diferentes entre si.

Los había de ojos agudos y alargados, con orejas puntiagudas, dueños de una belleza casi divina.

Otros de ojos rectos y serios, compartían un rasgo en común: una marca en su frente, como las que poseyeron los que les habían precedido.

Y los terceros eran de ojos grandes y muy expresivos. Aunque eran algo comunes y corrientes en realidad.

Donde antes estuvieron seres únicos y poderosos, ahora había tres razas diferentes. Y de aquellos magníficos seres, ahora solo quedaba una, quien solo pudo llegar a tiempo para ser testigo de cómo su visión se hacía realidad. Sus hermanos y hermanas renunciaban a su larga existencia para que de ellos otros pudieran venir a la vida.

La Errante estaba sintiendo un cúmulo de emociones, que le era imposible de describir. Solo podía pensar que sus hermanos y hermanas ya no estaban, dejándola a ella.

Algo húmedo que se deslizaba por sus mejillas hizo que se asustara. ¿Qué era lo que le estaba pasando?

Desesperadamente hizo uso de todas sus fuerzas para traer a sus hermanos y hermanas de vuelta, una y otra vez sin obtener ningún resultado.

Cayó de rodillas, todo su cuerpo temblando y un gemido extraño amenazaba con brotar de su garganta a la par de aquella agua salada que brotaba de sus ojos.

De pronto sintió la mano de alguien posándose sobre su hombro. Al levantar la mirada, vio que tres de aquellos nuevos seres estaban frente a ella.

El primero era de tez morena, rectos ojos azules y cabello blanco. Llevaba la marca en su frente.

La segunda era de una increíble hermosura, con cabellos tan oscuros como la noche, agudos ojos color dorados y orejas puntiagudas.

El tercero era de enormes ojos verdes, cabello rojo y rizado, y con una especie de pequeños puntos en sus mejillas y nariz.

No llevaban nada encima y solo se cubrían con la longitud de sus cabellos.

Extrañamente la Errante pareció reconocerlos. Podía sentir en ellos a uno de sus hermanos, pero era como si se hubiera separado en tres partes.

El de grandes ojos verdes y cabellos rojos le habló:

--Esta es nuestra voluntad-- no podía reconocer las palabras que decía.

--Esta es nuestra decisión-- dijo la de increíble belleza y ojos dorados, en otro lenguaje que tampoco reconocía.

--Esta es nuestra razón de ser-- dijoen otro idioma diferente al de los otros dosaquel que, como ella, llevaba la misma marca en la frente,

--¡No los entiendo! Hermanos, ¡¿Por qué?!¡¿Por qué me han dejado atrás?!

--Empezaremos de nuevo. Un nuevo comienzo.

--Aprenderemos cosas nuevas.

--Viviremos una vida nueva.

--¡Adiós, hermana!-- dijeron al unísono.

Cada uno marchó con los de su raza, tomando caminos diferentes, dejando la Errante completamente sola, presa de un estremecimiento nunca antes sentido.

Era la última y estaba completamente sola.

Durante mucho tiempo hizo caso omiso a las visiones que a ella venían, intentando una y otra vez usar toda su fuerza para poder separarse y así de alguna forma poder estar con sus hermanos.

Cada intento fue inútil. No entendía el por qué. Ella era igual de poderosa. ¿Qué era lo que estaba haciendo mal?

Pero al término del quinto siglo de intento desistió. Estaba mas que claro que ella sola jamas lo lograría. Su destino, antes amado, ahora causa de una gran tristeza, era la de ser testigo. Esa era su razón de ser.

Asi que, con una soledad en el alma y tristeza en el corazón, sus pies descalzos tomaron control de ella, volviendo a ser una vez mas la Errante.

Su camino la llevó a los frondosos y vastos bosques del norte. Sin ella estarlo buscando, recibió la visión de la gente entre los árboles. Una aldea formada por seres de extraordinaria belleza, de agudos y penetrantes ojos, con orejas similares a las de ella: alargadas y puntiagudas.

Su llegada causó gran conmoción, pero fue recibida con grandes honores y ceremonia.

Sus ancestros, llamados Primeros Padres a aquella primera generación, habían contado la historia de cómo por un acto de gran sacrificio llegaron a la existencia, y que solo había quedado atrás una de aquellos magníficos y poderosos seres, llamados los Ymys.

La Errante estuvo mucho tiempo con ellos aprendiendo su lengua y costumbres, pero estos no la llamaban la Errante, sino Ymy, que en su lengua significa primero o primera. Y a su vez ella les dio un nombre. Los Elven.

Los Elven, podía decirse que eran una raza sosegada, disciplinada y regia. Quien los tratara a simple vista podría creer que carecían de emociones. Pero la realidad era que poseían sentimientos muy profundos. Con ellos Ymy fue testigo por primera vez de lo que era el amor, y a pesar de que sus demostraciones de afectos eran casi nulas, se podía sentir.

Incluso, Ymy llegó a ser testigo de la mas grande prueba de amor existente entre los Elven. Era algo que sucedía raras veces y que ellos llamaban el Halyerid. Esto era difícil de explicar con palabras. Era una especie de profunda conexión con otra persona mas alla de los lazos de sangre. Era tan poderoso que transformaba la vida de quienes lo experimentaban. Puede que nunca antes estas dos personas se hayan visto, pero en el momento en que sus miradas se cruzan, estaban vinculados de por vida. Según lo describían, era inconcebible la idea de vivir sin esa persona. La muerte era preferible a que algo le sucediera al otro.

Para los Elven, el arte era una forma de expresión de ellos mismos, dejando su impronta en todo lo que hacían. Así como ellos, era hermoso todo lo que creaban con sus manos. Su arte estaba incluso presente en la fabricación de todos sus utensilios, incluyendo la guadaña, el arco y la flecha.

Una cosa que Ymy notó en unos pocos de los Elven era que solamente uno de los miembros de la misma familia poseía algo en su interior. Una presencia que ella conocía muy bien. Era la presencia de sus hermanos.

Inmediatamente se dio cuenta de esto, llegó a ella la visión de que estas presencias, a pesar de llegar al término de la vida de su portador, volvían a hacerse presente en su descendencia cuatro o cinco generaciones después. Exactamente iguales a su ancestro.

Fue así como una pequeña niña le causó gran impresión, puesto que la pequeña, de no mas de cinco años era muy parecida a aquella mujer Elven de hace cinco siglos.

Como Ymy era una mas entre ellos, la pequeña, tomándola de la mano, le dijo:

--Yo te recuerdo.

--¿Qué tú me recuerdas?-- le dijo, hablando en su lengua-- Claro que así es. He estado entre ustedes un tiempo. Y yo misma te he visto abrir los ojos por primera vez.

Y era así. Ymy había estado por lo menos unos 10 años entre los Elven y había sido testigo de cómo una nueva vida llegaba al mundo.

--¡No! Te digo que yo te recuerdo.-- insistió la pequeña-- Desde mucho antes. Cuando te vi por primera vez, hace mucho tiempo, estabas muy triste. Yo estaba con otros dos. Y tú estabas muy, pero muy triste.

La sorpresa le hizo parpadear muchas veces. Fijó la vista en esa pequeña de ojos dorados y cabellos negros. Era la misma Elven. Podía ser una pequeña niña ahora, pero era exactamente igual a la mujer Elven de siglos atrás. Fijándose bien en la pequeña Elven, pudo darse cuenta que en su interior habitaba la misma presencia.

--¿Has dicho que me recuerdas?

La niña asintió efusivamente.

--Te conocí hace mucho, mucho tiempo.

" Un joven Elven, muy hermoso, de largos cabellos negros atados en una trenza, y ojos dorados, corría por los bosques. Era un valiente guerrero entre los de su raza y para su vergüenza estaba huyendo. Lo había conseguido de milagro. Corría para salvar su vida y así poder prestar batalla nuevamente ante una gran injusticia cometida contra su pueblo. No sabía cómo iba a luchar él solo contra toda una poderosa raza, pero estaba seguro que encontraría el modo. Él no podía ser el único. El don que había recibido tenía que valer para algo. Este joven se detuvo abruptamente ante la presencia de ella, quien lo había estado esperando. La miró primero con sorpresa y luego con reconocimiento. Él la recordaba, y no porque la hubiera visto antes, al menos no él en persona. Ymy se vio frente a frente a este joven, poniendo en sus una gigantesca guadaña dorada. Luego se marcharon juntos."

--Ymy, ¿Ymy?-- llamaba la niña-- Ymy, ¿estás bien?

Ella abrió abruptamente los ojos cuando la visión llegó a su fin.

--¡Oh! Si pequeña. Estoy bien.

Pero, bien, bien que digamos ella no estaba. Estaba confusa. ¿Por qué un descendiente, un descendiente bastante lejano de esta pequeña estaría huyendo para salvar la vida?

--¡Mira! Ya regresa mi Attar con los demás recolectores.

Cuando observó al grupo que entraba a la aldea y fijando la mirada en el Elven que la niña señalaba, vio que llevaba en sus manos la misma guadaña que le entregaba al joven de su visión.

El tiempo con los Elven llegó a su fin cuando ella se vio en visión dirigirse a las regiones montañosas del este. Nuevamente La Errante dejaba que sus pies la llevaran a su nuevo destino. Y ese destino la llevó a encontrar a la raza que, como ella, llevaban la misma marca en su frente, pero que sus ojos eran rectos y serios.

Al igual que los Elven, estos la recibieron con igual asombro y ceremonia.

Al igual que con los Elven, la Errante aprendió su lengua y sus costumbres, viendo que estos también tenían una tendencia por nombrar las cosas.

En su tiempo conviviendo con ellos supo que también sus Primeros Padres contaron la historia de generación en generación, sabiendo de la existencia de ella como la única que quedó de los Primis, que en su lengua quiere decir primeros. Ellos la llamaban La Prima, que quiere decir primera, y La Prima su vez les dio un nombre. Los llamó los Maguish.

Prima descubrió que los Maguish heredaron de los Primis la capacidad de hacer proezas con su fuerza interna. La diferencia estaba en dos cosas. En que no eran tan poderosos como ella y sus hermanos, y que para poder usar su fuerza, o Ruaj, que era como lo llamaban, necesitaban de la ayuda de un medio. A este medio se le llamaron Wand.

La Wand era una especie de vara fina y alargada, la cual era usada acompañada de palabras y diversos giros de la muñeca para poder realizar las proezas, o encantamientos.

Pero lo curioso era que unos pocos de entre ellos no usaban una Wand, sino mas bien un báculo o cayado. Era curioso porque este Maguish no era como el Maguish común. Obviamente La Prima era una creatura increíblemente poderosa. La tierra temblaba, los volcanes entraban en erupción, las aguas se paraban al despliegue de su Ruaj, y a todo eso se le añade sus visiones. Los Maguish no se le podían comparar. Pero esos pocos que usaban cayado superaban al Maguish común y por mucho.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que en el interior de esos pocos Maguish también estaba la presencia de sus hermanos, unas cuantas eran la misma que había sentido con los Elven. Otras no.

Fue cuando la vio, incluso antes de que sus ojos la tuvieran enfrente. ¡Iba a ser un desastre! Y no porque algo saliera mal, sino porque todo quedaría destrozado.

Se apresuró corriendo hacia una enorme choza en donde una niña estaba a punto de tomar en sus manos una reliquia de su familia, que estaba colocada en un puesto de honor.

Era un báculo de plata con la forma de una luna en cuarto creciente en el extremo superior.

--¿Se puede saber qué es lo que haces?

A pesar de que usó un tono suve para no asustarla, la niña se sobresaltó, dándose media vuelta ante la inesperada invitada en su hogar.

Y ahí estaba ella. Una niña de unos cinco o seis años, de blanquísimos cabellos, piel morena y ojos azules, y en cuyo interior habitaba la misma presencia de uno de sus hermanos, la misma que había sentido con la niña Elven.

--¡Prima!-- dijo, llevándose sus manos a su pecho-- Me ha asustado.

--Te pido que me perdones, pero aun no has contestado a mi pregunta. ¿Qué es lo que estabas haciendo?

--Mmmmmm, bueno... yo... No hacía nada en realidad.

--¿Me estás diciendo la verdad?-- La niña empezó a asentir fervientemente, pero una mirada significativa de La Prima le hizo negar.-- ¿Sabías que podrías haber causado un gran desastre?

--Perdón.-- dijo cabizbaja y acongojada ante la reprimenda.

Viendo el bochorno y congoja de la pequeña, Prima le dijo:

--¿Por qué no vamos afuera para ver de lo que eres capaz de hacer?

A la niña se le iluminó el rostro.

--¡Lo que usted diga Prima!

Con dificultad pudo levantar el pesado báculo, llevándolo a rastras hacia afuera.

--Bien, empecemos por algo sencillo y pequeño.-- miró a su alrededor y vio en el suelo unas pequeñas piedritas.-- ¿Por qué no intentas levantar esas piedras pequeñas?

--Lo intentaré.

La niña con dificultad mantuvo erguido el báculo apoyándolo en la tierra. Miró fijamente las pequeñas piedras y pronunció el encantamiento que tantas veces había escuchado a sus padres.

--¡LEVITATE!

Acto seguido, no solo las pequeñas piedras, sino también las de mas tamaño comenzaron a elevarse por los aires.

"Él dejaba todo atrás. Abandonaba todo lo que conocía. Su acomodada familia, sus riquezas, sus privilegios. Su gran inteligencia le destinaba a un prometedor futuro. Era poderoso y se tenían grandes expectativas para con él. Pero estaba harto de tanta maldad e injusticia. Y al parecer a nadie más le importaba que lo que llamaban el orden natural de las cosas estuviera mal. Aquello iba mas allá de lo que podía soportar. El joven Maguish de blancos cabellos como la nieve que caían como cascada a su espalda, ojos azules como el cielo y piel morena, renunciaba a su acomodada vida, escabulléndose en la noche, llevando consigo únicamente la reliquia que ha pertenecido a su familia desde tiempo inmemorial, un báculo de plata, con la luna creciente en su extremo superior. Pero en su huida, se encontraría con alguien inesperado. Un Elven, que le invitaba a seguirlo."

El ruido de unos cacharos de barro que se destrozaban al caer en el suelo devolvió a La Prima a la realidad. Los padres de la pequeña Maguish habían regresado y sorprendieron a su pequeña en pleno acto. Estaban atónitos, pues ningún Maguish empezaba a manipular su Ruaj a esa edad. Era bien sabido que los desastres que se producían a causa del uso de la Ruaj sin tener pleno control de ella eran terribles. Pero ahí estaba, una niñita, haciendo perfecto uso del encantamiento LEVITATE.

Los Maguish eran una raza de fuertes lazos familiares y un muy arraigado sentido de comunidad. Eran pacíficos, pero no dudaban en defenderse los unos a los otros ante cualquier peligro o amenaza. Es por eso que La Prima no entendía que llevaría al lejano descendiente de esa pequeña abandonar a su familia y a los suyos.

Prima hizo especial amistad con los Maguish, ya que estos eran los que más se asemejaban a ella. Pero si con los Elven ella fue testigo de la alegría del comienzo de una nueva vida, con los Maguish conoció el dolor de su término. La pérdida de un ser querido, un dolor que ella conocía bien, pues ya lo había experimentado cuando quedó sola. Ahora era diferente. Pero, aun así era parte de la vida misma. Aunque no de la de ella. Su vida seguía y seguía.

Unos diez años pasaron y vio como esa pequeña se convirtió en una poderosa Grand Maguish, que era como llamaban a aquellos que podían usar un báculo.

Y así su tiempo con los Maguish llegó a su fin cuando nuevamente hizo representación de La Errante.

Su camino la llevó a las tierras del sur, tierras en las que encontró a la tercera raza. Estos no llevaban la marca en su frente, o signa, como los Maguish la llamaban, o poseían una belleza tan sublime y casi divina como los Elven. En apariencia eran un poco ordinarios y solo poseían unos ojos grandes y muy expresivos, nada mas.

Su primera impresión de ellos fue que podían ser bastante bullosos y escandalosos, porque cuando ella apareció a sus puertas comenzaron a gritar como locos:

"¡Ya viene La Primera!" "¡Ya viene La Primera!".

No cupo la menor duda de su alegría ante su llegada, puesto que hicieron fiesta durante días.

Al principio La Primera se sintió decepcionada con esta raza. No poseían ninguna habilidad extraordinaria. Eran simples, toscos a veces, temperamentales, gritones, y una tendencia para irse a los golpes. Testarudos y obstinados.

Pero si se fijaba más allá podía ver cualidades que superaban con creces la carencia de las habilidades que poseían las otras dos razas.

Los podía comparar a las abejas, o a las hormigas. Incluso quizás a una manada de lobos. Juntos eran fuertes. Juntos lograban superar las adversidades. Juntos podían lograr casi cualquier cosa. Eran sumamente leales y no se rendían fácilmente. Persistían hasta el final con tal de lograr su cometido. Y cuando demostraban amor, no eran como los Elven, o como los Maguish, de manera sosegada. Ellos lo gritaban a los cuatro vientos, sin importarles hacer demostraciones públicas de su afecto.

Otra cosa, aprendió ella, era que les gustaba mucho reunirse todos juntos, alrededor de las fogatas, luego de una larga jornada, hacer tertulias, contar historias y hacer planes.

Con música y danzas, tenían fiestas para casi todo: para el nacimiento, para el inicio de la hombría o para la llegada de la fertilidad, para las uniones sagradas, para la llegada del nuevo año, para el inicio de la siembra, para la cosecha, por la luna más grande del año, para el cambio de estación. En fin, para todo. En conclusión, los Homis, que así les llamó La Primera, eran una raza bastante alegre.

Entre ellos encontró a algunos pocos quienes poseían la presencia de sus hermanos dentro de ellos. Y fueron los Homis quienes le pusieron nombre a esa presencia. Y no es porque ellos la podían sentir. La llamaron linaje, porque una o que otra persona llegaba a vivir lo suficiente como para ver su cuarta generación, o para ver la cuarta o quinta generación de otro y ver la increíble igualdad física. Decían que sus ancestros volvían para estar con ellos, porque compartían no solo las características físicas, también las personalidades.

Asi fue como encontró a una joven de unos 16 a 17 años. Sus ojos eran increíblemente verdes, sus largos rizos rojos recogidos en una sencilla coleta atada en su nuca, y unas preciosas pecas adornando sus mejillas y el puente de su nariz. La joven compartía el mismo linaje que las niñas Maguish y Elven, que ahora debían tener mas o menos la misma edad. Lo cual quería decir que esas tres pequeñas descendían de aquellas tres personas de hace cinco siglos, y por ende, descendían de un mismo Primero.

Pudo sentir el linaje de varios de sus hermanos en las tres razas, pero muchos no estaban completos. Podía sentir a uno de ellos en un Elven, pero no en otro Maguish u Homi. También podía sentir el linaje en un Homi y en un Maguish pero no en el Elven. Quizás todavía no hubieran nacido el o los que hicieran que el linaje estuviera completo. Pero estas tres chicas eran las únicas que lo completaban.

Se puso a pensar en qué pasaría si las tres estuvieran juntas.

"Él era un rebelde. Un luchador. Obstinado y terco. Impaciente, con tendencia a la exageración. Con un ferviente espíritu de justicia. Era un espíritu libre, aunque había nacido en la cautividad y la esclavitud. Y a pesar de ser así, se negaba a seguir siendo un esclavo para la diversión de otros, para la opresiva servidumbre de otros. Se negaba a seguir sometiéndose y ser tratado peor que escoria. Prefería la muerte a ser humillado y burlado solo por ser un Homi. Todo en él demostraba su rebeldía: sus ojos verdes, de mirada desafiante, que le ganó muchas veces latigazos en su espalda y crueles castigos. Sus cabellos rizados y rojos, atados orgullosamente en una cola de caballo. Las pecas en sus mejillas y puente de la nariz no le restaban, sino que le añadían atractivo. Aunque se resistía hasta el final, estaba siendo sometido y sentenciado a muerte. Pero otros dos vinieron en su ayuda. Un Elven y un Maguish. El Elven le entregó dos espadas, que le habían pertenecido desde hace siglos."

La visión terminó de pronto. Volvió a prestar atención a la joven y sintió gran congoja. Estaba muy concentrada ensayando unos pasos de una danza, pues la fiesta de la Gran Luna Llena era esa noche y todas las jóvenes doncellas debían realizar una danza especial. Un descendiente de esa jovencita iba a sufrir y mucho. ¿A manos de quién? No lo sabía.

--¡Odio esto!-- Dijo la joven.

--¿Qué sucede, pequeña?

--Primera, esto no es justo. Año tras año tengo que danzar frente a todos. ¿Por qué tengo yo que danzar y mis hermanos no?

--Porque esta noche es una noche especial. Es la fiesta de la Luna Llena, y es tradición que las jóvenes realicen esta danza.

--Yo preferiría estar con mi papá y mis hermanos ayudando en la forja.

--Pero tú eres una mujer. Eso es trabajo de hombres.

--Pero no es justo. Yo también quiero aprender a forjar el metal, no ir a la cabeza de una tonta danza.

La Primera ya podía ver de dónde le venía la rebeldía al joven que había visto en la visión.

--Sé que te parece injusto ahora que no puedas aprender el oficio de tu familia. Pero te prometo que aprenderás. Tal vez no ahora, sino dentro de mucho tiempo tú forjarás cosas increíbles, aunque no seas tú.

--¿Aunque no sea yo? No entiendo.

Primera solo le sonrió. No la iba a confundir con los intrincados hilos del desino de sus descendientes.

Y así como vino a los Homis, así se marchó.

La Errante seguía viajando entre los tres pueblos, aprendiendo de ellos, compartiendo con ellos sus experiencias y conocimientos sobre las otras razas hasta que estos se animaron, luego de casi un milenio, a conocerse entre sí.

Con el transcurso de los siglos, la Errante fue testigo de todos sus logros y de cómo crecían como raza, siendo testigo también de las cosas que lograban. Cada raza se multiplicó más y más, poblando su territorio, apareciendo los primeros pueblos, que fueron creciendo y creciendo hasta convertirse en ciudades, y las ciudades crecieron hasta convertirse en reinos.

Durante un tiempo las diferencias entre ellos eran curiosas e interesantes. Pero con el pasar de las épocas esas diferencias comenzaron a parecerles a los otros sospechosas incluso ofensivas y dignas de desconfianza.

La paz y tranquilidad llegó a su fin, puesto que la envidia y la discordia no tardaron en aparecer, como también el egoísmo y el deseo de dominar. Y no solo entre razas, sino también los unos con los otros.

Sus visiones llevaron a La Errante a contemplar el acto mas despreciable contra la naturaleza: el quitar una vida. Con ese horrible acto vino el deseo de venganza y con el deseo de venganza llegaron las guerras y el deseo de conquista.

Estaba horrorizada. ¿Cómo se podía haber llegado a eso?

Odio, crueldad, avaricia, indiferencia ante el sufrimiento. Y lo peor de todo es que intentaban convencerla de ponerse de su lado en contra del otro.

Errante intentó ayudar. Tratar que las cosas volvieran a ser como antes. Que los pueblos volvieran a ser hermanos. Pero al lograr la paz en un lugar, el caos y la guerra estallaban en otro.

Ella era muy poderosa. Pero por más poderosa que fuera, no podía cambiar el corazón de las personas, en cuyo interior residía la verdadera causa del mal. No estaba en ella el cambiarlos. Eran ellos los que debían cambiar.

Fue cuando lo vio. En las tierras montañosas del este un poderoso Maguish se levantaba en medio de todo el caos trayendo el orden y la paz tan anhelada.

Lo encontró en un pueblo al pie de las montañas, que hacía frontera con el reino Elven. Era apenas un niño, no mayor de 10 años. Sostenía fuertemente la helada mano de una mujer, quien supuso que era su Ma. Estaba muerta. Un enfrentamiento con los Elven la hirió de muerte.

Inmediatamente lo vio supo que no era un Maguish común. Era lo que ellos llamaban un Grand Maguish. Su linaje era compartido con un Elven o un Homi. Tal vez con ambos.

--Ha muerto.-- decía el niño, tratando de sostener el llanto ante La Prima-- ¡Si hubieras estado aquí mi Ma no hubiera muerto!

--Lo siento mucho, pequeño niño.

--Ya no tengo a nadie.-- dijo, cediendo al llanto.-- Estoy solo.

--¿Cuál es tu nombre?

--Me... me llamo Ufthar.

--Bien Ufthar, ya no estás solo. Ahora yo estaré contigo.

El niño se abrazó fuertemente a ella, empezando a llorar desconsoladamente.

14 de Octubre de 2021 a las 15:32 0 Reporte Insertar Seguir historia
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