sade_221 SADE

Un niño que desaparece misteriosamente, un anciano con recuerdos dolorosos, y un bosque con cuerpos debajo de su tierra. La historia te contará lo que es vivir en una celda de abuso y el fuerte anhelo de la venganza. "Había una vez un niño y dos monstruos... Que salivaban por su hijo." . . . Yoonmin +18 Trata argumento serios y delicados como trastornos mentales, maltrato y más.


Fanfiction Bandas/Cantantes Todo público.

#Yoonmin #BTS #fanfic #adulto #parkjimin #mimyoongi
20
1.2mil VISITAS
En progreso - Nuevo capítulo Cada 30 días
tiempo de lectura
AA Compartir

Prólogo

▫️Antes de criticar o dejar algún comentario ofensivo hacia el fanfic, porfavor terminar la lectura.▫️


.
.
.


La belleza nocturna de un bosque sin nombre y desconocido estaba siendo irrumpido por unos pasitos suaves y delicados, por una respiración despreocupada y unos ojos curiosos que no paraban de ver asombrados las miradas penetrantes de los búhos en los árboles. Él sonrió educado, mostrando respeto como si dichos animales tuvieran la suficiente inteligencia para notarlo.


—Buenas noches, señores búhos—susurró haciendo una reverencia antes de partir a un lugar que él mismo desconocía.


Más allá, entre la oscuridad del bosque, más árboles aparecieron, una colina baja y una inmensidad de gruesa melasa; se había perdido. Su overol de marinero, ese bonito conjunto que le había regalado mamá por su cumpleaños número ocho, ahora mostraba numerosas manchas de barro, sus zapatos de suela, esos graciosos que suenan contra el piso, estaban cubiertos por lo que parecía estiércol.


Al ver que no podía seguir adelante retrocedió con un mohín, ¿dónde estaba papá? ¿Por qué de un momento al otro no volvió dentro del coche si solo iba a dar una "rápida meada"?


—¡¿Papá?!—exclamó mirando a todos lados—¡Estoy por aquí!


El niño retrocedió un poco más, su cabello marrón desordenado impidiéndole ver, y sus ojos azulados poco a poco nublados por el cansancio. En efecto, era hora pico.


El pequeño bufó molesto, nervioso porque no encontraba a su progenitor, entonces, cuando giró para intentar volver al coche, que era donde estuvieron él y su padre en un inicio, su diminuta figura chocó con una superficie dura, al menos lo suficiente para caer sobre su trasero y ensuciar sus manos de sucia tierra.


—¿Papá?


El niño levantó la mirada poco a poco, viendo como esos zapatos de suelas gastadas no eran los deportivos de papá, como esos pantalones de chándal grandes no eran los Jeans azules que él solía usar a menudo, y como esa fea camisa anticuada de cuadros no se parecía en nada a la de estilo años ochenta que su papá usaba aquella noche. Ese hombre no era su padre, papá no lucía unas arrugas en el rostro, o una mirada así de escrupulosa, los labios de su padre eran rosados, llenos y siempre húmedos de saliva... Los de este hombre estaban secos, finos y, lo que más desconcertó al niño, tenían una ligera sonrisa amistosa. Papá jamás sonreía así, él mostraba dientes y picardía, y aunque el niño no supiera el significado, podía igualmente percibir la diferencia.


Estaba nervioso, cauteloso, pero miedo era lo último que el niño sentía—Señor, ¿ustedsabe dónde está mi papá?


El hombre lo observó detenidamente, observó sus ojitos llenos de esperanzas, su piel pálida como leche y sus labios rojizos de tanto morderlos; el mayor vio en el niño belleza, hermosura, una perfección lejana años luces en lo que apariencia física respecta (aunque obviamente esa no faltaba), la perfección del menor se debía a la desbordante inocencia que irradiaba, deslumbrante como un farol entre el oscuro océano.
Nunca antes, absolutamente nunca, había tenido el privilegio de presenciar una pureza parecida.


El mayor se arrodilló a la altura del niño que aún seguía en el barro por la caída—¿Qué edad tienes, pequeñín?


Sin dudar, él respondió con educación—Ocho años, señor. ¿Usted?


—¿Yo?—el niño asintió y el mayor rió por lo bajo—Oh, yo... Yo soy todo un anciano, pues tengo casi sesenta y nueve años, pequeñín—el castaño respondió con una enorme "o" en sus labios, en su infantil cabeza calculando más o menos cuanto era eso—¿Y cómo se llama este niño tan bonito?


—¡Park Jimin, señor!


El anciano al escuchar el nombre sonrió más amplio, se puso de pie y con una mano ayudó al chiquillo a levantarse. Lo limpió por donde más pudo, desde los codos hasta el barro en su trasero, y una vez terminado, dijo de nuevo: —Pues mucho gusto, Park Jimin—metió la mano en el bolsillo delantero de sus viejos pantalones, sacó un chupetín y se lo entregó a Jimin—Yo, de ahora en adelante, seré para ti: “El Señor Min”.


—¡Gracias, Señor Min!—exclamó el niño tomando el dulce. No tardó en abrirlo y meterlo a su boca, luego de ello soltó un satisfecho suspiro que hizo sentir al anciano más feliz que nunca.


El niño, sin entender nada más que entre manos tenía un dulce caramelo, se dejó guiar del anciano quien caminaba con fatiga y la espalda caída, tan lento que si Jimin quisiera podría haber corrido tan rápido y sin ser alcanzado. Pero hubo un momento, a mitad del camino, en el que Jimin frenó y preguntó: —¿Me llevará donde papá? ¿Sabe dónde está? Tengo que volver al coche, él puede estar ya ahí. No quiero que se enoje, Señor Min.


Pero el anciano sonrió como hace unos minutos, lo observó con esos ojos negros azabaches, y respondió: —Papá no volverá a enojarse nunca más contigo, pequeñín—Jimin hizo de nuevo ese gesto tan suyo, una grande "o" y unas cejas levantadas incrédulas—¿Te gusta la idea, Jimin?—Jimin asintió eufórico.


—¡Claro que sí, Señor Min!


El camino hasta un lugar que no conocemos con precisión, pero que era una cabaña lo suficientemente grande para caber unas cuatro personas y un pequeño perro, duró casi diez minutos.
Jimin, al llegar no vio nada diferente a lo de antes, solo más árboles y hierva, un gallinero detrás de la casa, y otra cabaña tres veces más diminuta al lado del gallinero. Todo era tan solitario, frío y descuidado que casi daba escalofríos.


—Su casa es fea, Señor Min—Jimin lo miró frunciendo el ceño—¿No aparecen monstruos aquí? ¡A mi me dan miedo los monstruos!


El anciano le soltó la mano, y lo vio con una ceja levantada, sorprendido y divertido por la facilidad y sinceridad que tenía Jimin para hablar. Entonces era cierto que los niños, sobretodo si inocentes, dicen siempre la verdad.


—Soy viejo, pequeñín, he luchado con monstruos peores de los que aparecen en la oscuridad—los dos llegaron a la entrada del hogar, no había cerraduras ni candados, solo bastó un empujón con la espada del anciano y quedó completamente abierta—Y recuerda, Park—el castaño entró en la oscuridad del pequeño espacio, mirando el hogar del señor Min y escuchando lo que decía—Los monstruos que se esconden debajo de las camas no existen, ¿sabes dónde realmente se esconden?


Jimin negó asombrado por el descubrimiento.


—Ese es el problema, Jimin, ellos no se esconden.


Jimin metió su chupetín y lo lamió desesperado, ¡él odiaba los monstruos!


—¿Entonces como reconozco a uno? ¿Como sé si estoy tratando con un monstruo, Señor Min?


El señor Min peinó el poco cabello blanco que le quedaba, se dirigió a una mesa de madera en un ángulo de la cabaña, y de ahí comenzó a prender vela tras vela, eran unas diez en total, las cuales lograron iluminar el espacio de manera increíble. Jimin, sin embargo, seguía ahí lamiendo su dulce mientras esperaba una respuesta.


—Te das cuenta que estás tratando con un monstruo solo cuando actúa, pequeñín.


No entendió ni siquiera un poco la verdad. Pero de nuevo, él se perdió en el dulce sabor de su chupetín y olvidó de lo que hablaban. Asintió sonriendo: —Vale, Señor Min. ¿Vamos a buscar a papá? ¿Él está aquí?


El anciano se estiró como pudo, soltando quejidos de molestia y dolor—¿Quieres verlo?—lo miró antes de acercarse cauteloso—¿Quieres ver a tu padre?


Jimin asintió despacio.


—¿De verdad?


Jimin asintió otra vez sin mirarlo.


—Mírame, pequeño—sin embargo Jimin no despegó la mirada del suelo de madera—¿Quieres a tu padre?


—Sí—susurró el castaño.


Él señor Min tomó su mentón para levantarlo y así poder observar el brillo en las pupilas azuladas del niño. Él lo miraba con las cejas fruncida, como si una molestia lo recorriera llevando con ella un sinfín de sentimientos negativos.


—Jimin, ¿Quieres que papá venga a buscarte? Aquí, y ahora. ¿Quieres eso?


—No, Señor Min—terminó de musitar Jimin, con un tono quebrado y lleno de trémula.


El anciano sonrió cuando escuchó lo que tanto anhelaba oír. No había duda que Jimin era una ovejita que sentía y razonaba cuando de lobos hambrientos se trataba, no totalmente, y esa era la inocencia que tanto llamó y seguía llamando toda su atención.


—Eres un niño precioso, Jimin—se inclinó el mayor, aunque sus achaques fueran muchos, se podría decir que para su edad estaba muy bien de salud física—Tienes un manto blanco que aprecio mucho, no dejaré que se manche—él llegó hasta los labios del niño, y ahí, viendo que Jimin no se movía ni un solo centímetro, dejó un beso en sus labios sabor cereza de tanto caramelo. Jimin lo miró sorprendido, con sus ojos bien abiertos y sus manos temblorosas—No me tengas miedo, Jimin. Somos uno, estamos tú y yo contra los monstruos, somos de la misma especie, y aunque no me creas, hay besos que salen de lo más profundo del alma, y lo que viene del alma nunca es con maldad. ¿Entiendes?


Titubeante, respondió: —Entiendo, Señor Min.


—¡Bueno! ¡Ven!—se incorporó para caminar hacia una cama vieja en el ángulo de la pequeña casita—De ahora en adelante esta será tu cama, o nuestra, como sea—se encogió de hombros—Si mi cuerpo duele mucho después de dormir en el suelo creo que esta cama será de los dos. Tranquilo, igual no ocupo mucho espacio. ¡Soy un muerto!


Jimin asintió nervioso. ¿Dónde estaba papá? ¿Podía confiar en este adorable anciano y creer en su palabra? Él le había asegurado que papá no vendría a por él, al menos eso había entendido. ¿Decía la verdad?


—¿Dormiremos aquí?—Jimin se sentó en la cama, una tan dura como el suelo de un campo de béisbol—Es muy incómoda...


—Sí lo es, la verdad—el anciano tanteó el colchón, sintiendo en él los resortes molestos sobresalientes en algunas partes—Pero es lo que hay, prometo que antes que termine esta semana habré hecho para ti una mantita bien gruesa y acolchonada para que la uses como colchón.


—¿De verdad?—preguntó curioso, olvidando por completo el chupete en su mano—¿Haría eso por mí?


El señor afirmó sonriendo. Lo observó por unos segundos, nuevamente intimidando al niño con su mirada de ojos oscuros, antes de llevar su mano al bolsillo del pantalón, y de allí sacar un reloj de mano con decoraciones grabadas de un precioso leopardo en pleno movimiento, se veían los años en el reloj, pero no por eso era menos atractivo a la vista. El dorado aún brillaba mientras que en otros puntos se veía el color bronce gastado, parecía que el Señor Min lo pulía lo más que podía, y cuando podía—Uh, el reloj marca la una menos cuarto, ¿deseas comer algo? ¿Prefieres dormir? ¿Quieres ducharte quizá?


Cuando el niño escuchó la palabra ducha fue como si su rostro se iluminara de una preciosa luz, tan fuerte que el anciano sintió su corazón latir en frenesí.


—¡Ducha!—exclamó Jimin poniéndose de pie—Estoy muy sucio, mi conjunto de marinero se ha ensuciado todo—el mohín que sus labios formaron desde ahora entraban en "Las cosas más adorables que El Señor Min había visto en toda su vida".


—Que ducha sea—el señor Min siguió a Jimin sin entender donde este iba. Jimin no sabía donde estaba la ducha, y eso que dieron un giro a lo largo de todo el interior de la casa: Jimin con el ceño fruncido y el anciano con una sonrisita cómplice por lo bajo.


—Eh... ¿Dónde está el baño, Señor Min?


—Pues no sé, pensé que lo sabías.


—¡No se burle de mí!


—Vale, vale. Ven, sígueme.


Jimin siguió al mayor, en un inicio saliendo por la puerta principal hasta llegar a la parte trasera del recinto, todo bajo la sola luz de la luna, el ulular de los búhos, y el silbar de las hojas de los árboles. Tremendamente escalofriante para cualquier hombre, pero no para Jimin que solo podía ver lo precioso de la naturaleza nocturna, ni para Min que, al parecer, estaba acostumbrado. Jimin observó con curiosidad el lugar oscuro, notaba los brillantes ojos de los animales brillar en las nieblas, mientras que podía oír su suave respirar. Caminaron por unos cuantos segundo, pasando también por la cabaña de madera antes mencionada, esa al lado de la que apenas había conocido; agudizando sus sentidos, probó a escuchar algún animal dentro del gallinero.


—¿Hay gallinas ahí dentro, Señor Min?—questionó tomando la franela de la camisa del anciano.


—Sí, sí, hay exactamente quince gallinas, pequeñín.


—Oh... ¿Se las va a comer?—Jimin frunció el ceño cuando el mayor fue detrás del gallinero—Aquí no hay una ducha, ¿dónde está la ducha?


—¿Quién dice que necesitamos una ducha para limpiarnos?—el castaño no entendía—Y a lo primero... Las gallinas no me las como, son ponedoras, ¡ellas me dan deliciosos huevos revueltos por las mañanas!


—A mi me encantan con mantequilla, Señor Min, ¿tiene usted mantequilla?—el pequeño retrocedió al improviso cuando el anciano intentó poner las manos en sus pantalones—¿Qué ha-hace?


Sonriendo amablemente, respondió: —Tranquilo, solo quito tu ropa para que puedas tomar una ducha. Y sí, te haré los mejores huevos revueltos con mantequilla que hayas probado, Jimin.


Jimin ignoró lo último dicho—Pero no hay ni una ducha, Señor Jeon. Ya no quiero ducharme.


Asintiendo, el señor Min lo soltó yendo hacia un recipiente enorme escondido entre unas tablas viejas, aún así para nada sucias. Las quitó tirándolas por donde sea que cayeran y, antes de llamar al niño, metió su mano para luego sacarla empapada de cristalina agua—¿Ves? Es agua. Aquí no hay ducha, pero hay agua a suficiencia. La recojo toda las mañanas en el lago aquí cerca, sirve para cocinar y todo lo que quieras, ¿entiendes? No debes tenerme miedo, Jimin. Confía en mi—de nuevo fue hacia donde el niño, inclinándose a su altura susurró: —¿Podrías confiar en mí?


El castaño no respondió, entonces el anciano lo tomó como una afirmación. Sus manos teñidas por los años tomaron el borde del pantalón de Jimin, lo quitó con tranquilidad para seguir con los calzoncillos y ponerlos en el suelo junto a la otra prenda—¿Qué es esto? En mis tiempos a Mickey Mouse lo dibujaban diferente. Debo decir que me quedo con el antiguo—comentó él refiriéndose al estampado de las prendas íntimas del niño.


—Yo-yo siempre he conocido solo a ese Mickey Mouse, Señor Min.


—Lo imagino—negó sonriendo y quitando la camisa del pequeño—Te voy a instruir, ya verás. Tengo una pila de cómics de Mickey y el pato Donald de mis tiempos, ya verás como eran.


—No leo cómics... Papá dice que es mejor leer libros, que se aprende más así.


—Tonterías—él lo alzó y lo abrazó sobre su pecho, le importaba poco si Jimin estaba como Dios lo mandó al mundo, solo agarró sus piernas y lo impulsó de ellas para que el pequeño no cayera—Agradezco a Dios que seas delgado, de no ser así creo que ahora estaría con las espalda lesionada—rió bajito—Sostente fuerte, pequeñín. El terreno está algo húmedo así que fácilmente podríamos caer.


Jimin así hizo, se sostuvo fuerte del cuello del anciano mirando de un lado al otro. Parecía mágica la penumbra que los acompaña a cada paso, la brisa helada, las nubes en movimiento, ylas estrellas que los observaban desde lo alto eran un acompañamiento perfecto para todo el espectáculo.
Él anciano llegó a la supuesta ducha, dejó a Jimin ahí de pie desnudo, con los pies sobre el barro y sintiéndose cohibido porque nunca antes había estado desnudo en un lugar abierto, ciertamente no había ni un alma aparte del señor Min, pero igual la sensación era incómoda.


—Intentaré que esto sea rápido, el agua está fría así que pon de tu parte y quita toda la mugre, ¿Vale, pequeñín?


—Sí, Señor Min. Lo intentaré.


El anciano duchó a Jimin en silencio, bañando su cuerpo con agua cristalina tomada del grande balde, con un pequeño recipiente había tomado poco a poco chorros y chorros de agua, y Jimin con un jabón pesado y tosco se había quitado toda la suciedad del día. Aunque no estaba seguro de haberlo hecho bien, puesto que no hubo un solo día en el que no fuera su padre el que aseaba su figura. “No alcanzo mi espalda, Señor Min" había dicho el pequeño con un mohín de resignación, y el anciano con una sonrisa sincera había tomado el jabón en sus callosas manos y pasado por la espalda del menor, de arriba a abajo tres veces, y con la palma había restregado hasta quitar esa fea y horripilante mancha de pintalabios en la parte alta de la espalda. “¿Tienes mamá?” el mayor le había preguntado al niño cuando lo secó con un pedazo de tela con huecos, a lo que Jimin, una vez en brazos del señor, había respondido: "Tengo mamá, Señor Min". De nuevo, el señor le preguntó esa noche: “¿Mamá te quiere como lo hace papá?” la mirada del niño se había perdido en el barro bajo los pies del señor Min, en su respiración agitada por la fuerza de cargarlo, y en el latente corazón que esperaba con ansias una respuesta, “Mamá me quiere más que papá, ella me da más besos que papá, los deja por todos lados. En mi cabecita, en mis mejillas, a veces en mi boquita, a veces mi mamá Marelyn en la noche me quita toda la ropa y besa mis pies con su lengua mientras dice lo mucho que me ama, y papá siempre nos graba para nuestros vídeos familiares... ¿Sabe, Señor Min? Papá y mamá me dan mucho miedo a veces, son raros. ¿Puedo quedarme aquí con usted? Por favor, si no es molestia, Señor Min.”


17 de Septiembre de 2021 a las 11:07 1 Reporte Insertar Seguir historia
3
Leer el siguiente capítulo Prólogo parte dos

Comenta algo

Publica!
Scc Scc
Más porfa
February 02, 2022, 18:13
~

¿Estás disfrutando la lectura?

¡Hey! Todavía hay 3 otros capítulos en esta historia.
Para seguir leyendo, por favor regístrate o inicia sesión. ¡Gratis!

Ingresa con Facebook Ingresa con Twitter

o usa la forma tradicional de iniciar sesión