Sebastián se encontraba sentado en el alfeizar de la ventana mirando la lluvia caer, esperando a que el teléfono sonara. Aguardaba por una llamada que le cambiaría su vida.
La noche anterior fue a ver a su esposa al hospital dónde estaba internada. Los médicos le habían diagnosticado hace un tiempo atrás una extraña enfermedad. Su esposa Sara había caído en coma como consecuencia de esta.
Tres semanas después de haberse casado, ella comenzó a sentir un malestar tan grande que no tenía las fuerzas necesarias para salir de la cama. Lo único que su energía le permitía era permanecer acostada y, eventualmente con la ayuda de su esposo, comer. Al pasar una semana en este estado, decidieron que lo mejor para ella sería llevarla al hospital. Luego de ser examinada, los doctores les dijeron lo que nadie en esta vida desea oír. Su enfermedad era rara y pocos personas en el mundo la padecían. Por esta razón, no se conocían tratamientos para curarla y resultó ser irreversible. Ella pronto perecería a causa de este mal.
Luego de semanas de una gran pelea contra este forajido sin rostro, el corazón de Sara no pudo aguantar más y se detuvo. Los doctores hicieron todo lo que pudieron y utilizaron todos los tratamientos que conocían para tratar de hacer su dolor más tolerable. Pero no fue suficiente. El desafortunado día que Sebastián estaba esperando había llegado al fin.
Cuando volvió del cementerio, lo único que pudo hacer fue sentarse al lado de la ventana. Estaba esperando una llamada. Una llamada que le asegure que todo iba a estar bien y su esposa se recuperaría para poder volver a su lado. Una llamada... perdida.
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