amapola_c Amapola _c

Cuento corto de romance y fantasía que escribí cuando tenía 15 años. Reconozco que tiene ciertas carencias (no es que mis escritos más recientes sean perfectos, claro) sin embargo, ya que fue mi primer cuento, le tengo un cariño muy especial y no quería que se quedara guardado y olvidado para siempre. Está dirigido especialmente para personas de 13 a 15 años.


Cuento Todo público.

#fantasía #adolescente
Cuento corto
0
229 VISITAS
Completado
tiempo de lectura
AA Compartir

Una noche de plenilunio.

Había llegado el momento de tomar un nuevo camino en mi vida. Dejaría la ciudad para mudarme a un pequeño lugar llamado San Andrés y mi nueva casa estaría cerca de un bosque. Tenía un poco de miedo porque tendría que comenzar de nuevo. No sabía a qué tipo de cosas me enfrentaría ni qué tendría que hacer para adaptarme a mi nueva vida. Extrañaría todo y a todos los que me rodeaban aquí, pero no había nada que hacer para no mudarme.

—Greta, cariño, ¿estás lista? — preguntó Ricardo, mi padre.

—Sí, papá— respondí sin ganas

Tomé mis maletas, las coloqué en la cajuela y subí al auto. Después de casi dos horas de trayecto llegamos a mi nuevo hogar.

—Greta, cariño, anímate un poco. — dijo Liliana, mi madre, en un intento fallido de consolarme­— ¡La casa es muy grande y hermosa! Siempre es bueno cambiar de aires.

Bajé del auto y miré a mis alrededores: todo me parecía un tanto tenebroso. No entendía a que se refería mi madre cuando decía que la casa era muy grande y hermosa, lo de grande nadie lo discutía pero lo de hermosa, bueno dejaba mucho que desear.

Cuando entré y atravesé el jardín, exploré cada rincón de la casa con la esperanza de encontrarle algo de agradable. Las recamaras se encontraban en el segundo piso. Para mi desgracia, era en mi habitación donde se sentía mucho más esa vibra tenebrosa que caracterizaba a la casa. Sentía frío en el corazón, pero decidí no hacer caso a esa sensación. Una vez que me encontré en mi recamara, me dispuse a limpiar el espejo del tocador, éste tenía una mancha de color marrón en el centro. Me quedé observando esa curiosa mancha durante unos segundos y me percaté de que alguien estaba detrás de mí. Giré rápidamente, pero no había nadie. Era inevitable no asustarse.

—¡Greta, ven, ayúdanos a desempacar! — me llamaba mi mamá desde la sala.

Al cabo de un rato regresé a la habitación. El día había sido muy largo y pesado. Cayó la noche y con ella la hora de descansar.

Al poco rato de haberme acostado, comencé a escuchar como tronaba la madera del armario. No podía dormir. De un momento a otro sentí cómo alguien se acostaba junto a mí, sin embargo, no había nadie. Me asusté mucho y con esto no pude pegar las pestañas en toda la noche.


Eran las dos de la mañana cuando escuché un golpe muy fuerte en la ventana. Desperté de un brinco y me acerqué para ver lo que ocurría. No había nada ni nadie, solo un nombre grabado en la ventana: Daniel. Definitivamente, aquello no era mi imaginación, ni mucho menos nervios de mudanza, aunque no podía decirle nada a mis padres, creerían que ya había enloquecido y me tirarían una letanía de palabras alentadoras. Volví a mi cama e intente, inútilmente, conciliar el sueño. Al día siguiente, cuando desperté, había una foto en mi lado izquierdo. Me senté y tomé la foto. Era de un chico de unos 16 años. Era alto, sus ojos eran grandes y oscuros, de tez blanca, cabello negro, y tenía unos hoyuelos encantadores en las mejillas. Cuando volteé hacia la puerta, ahí estaba él. Él chico de la foto estaba en mi habitación. Di un respingo y me tapé la boca para ahogar el grito.

—¿Q-quién eres tú? ¿Qué haces aquí? — pregunté asustada

— Tranquila Greta, no voy a hacerte daño. Me llamo Daniel y he vivido aquí desde hace casi 100 años. Esta era mi habitación — se me puso la piel de gallina al escuchar sus palabras.

— ¿Cómo sabes mi nombre?

— Escuché cuándo tu mamá te llamó ayer. Hacía mucho que no escuchaba a los huéspedes, en realidad.— repuso con delicadeza — Perdón, no quise ser entrometido.

—¿Greta? Ya está listo el desayuno — dijo mi papá al otro lado de la puerta.

—¡Voy, papá! — a continuación, miré a Daniel de manera autoritaria — Oye, tú quédate aquí, no hagas ruido.

Bajé al comedor y desayuné lo más rápido que pude. Nadie notó que estaba nerviosa y sólo se encargaron de comunicarme que mañana entraría a mi nueva escuela. Cuando terminé, subí de nuevo a mi habitación

— ¿Daniel?

— Aquí estoy— respondió, saliendo de la nada.

Di un respingo. Suspiré.

— Tienes muchas cosas que explicarme. ¿Qué haces aquí y quién eres?

—Viví aquí hace 99 años, la verdad no recuerdo mucho de mi vida, lo único que no olvido es que morí de una extraña enfermedad un 28 de abril de 1911, a los quince años. Desde entonces, los primeros meses de cada año, antes de que llegue la fecha en que morí, tengo forma humana, pero al cumplir los 100 años, dejaré de existir para siempre. Ya no volveré.

Daniel terminó de explicarme el origen de aquella especie de maldición y después me pidió que lo ayudara.

— Tu historia es horrible, cuánto lo lamento. Pero… ¿A qué quieres qué te ayude? ¿Qué necesitas?

— Yo... he olvidado cómo se siente ser feliz. No recuerdo cómo es tener amigos, cómo es tener una familia… Veo a otros chicos hoy en día hacer una y mil cosas y quisiera… no sé, quisiera tener una segunda oportunidad antes de desaparecer.

Sentí un nudo en el estómago. Al igual que Daniel, yo tenía quince años, no imaginaba lo horrible que debía ser morir tan joven. Pobre, le quedaba una vida por delante… Y tras pensármelo un rato, tomé una decisión.

— Cuenta conmigo. Mañana ingresaré a la escuela, saliendo puedes llevarme a un lugar que a ti te guste, después de todo yo soy la nueva en el pueblo, tú lo conoces bien ¿no?

— Sí, lo conozco bien.


Con el paso del tiempo, fue surgiendo un vínculo excepcional y maravilloso entre Daniel y yo. Él era realmente especial, y no sólo por su extraña condición, su personalidad era espectacular. Era muy atento, amable e ingenioso, con un gran sentido del humor. El corazón me palpitaba a mil por hora cada vez que nuestros ojos se encontraban y cuándo tenía que ir a la escuela, la separación me pesaba como plomo en el pecho. Un día, Daniel fue a recogerme de sorpresa al instituto. El estómago me dio un vuelco de felicidad.

—Renté este carro para que anduviéramos de aquí para allá más cómodos — me dijo mientras me abría la puerta del copiloto.

—¡Qué bien! Es una excelente idea

Ya en el interior del coche, Daniel agachó la cabeza con esa típica mirada triste

—¿Qué ocurre, Daniel?

—Quiero decirte algo. No sé como lo tomes tú pero, eres una chica increíble. Y a pesar de que no estoy vivo realmente, he aprendido que hay que vivir cada instante al máximo. Tú eres lo mejor que tengo, ya no quiero ocultar mis sentimientos. Te amo… -me estremecí al escucharlo pronunciar aquellas palabras. Sin dudarlo, me acerqué y lo besé dulcemente.

Me llevó a un lugar muy hermoso donde servían pasteles, postres y dulces de todos colores, olores y sabores. Nos sentamos en un sillón y estuvimos platicando por mucho tiempo. Después tomamos un café y comimos un pastel. Estábamos juntos el mayor tiempo posible que podíamos. Así, en un abrir y cerrar de ojos llegó la primavera y en tan sólo un instante ya había llegado el día menos deseado. El 28 de abril. El fin. Daniel tenía que irse.

—Greta, prometerme una cosa — me pidió antes de despedirse para siempre — Mírame — tomó mi rostro con ambas manos, obligándome a verlo a los ojos — Prométeme que serás feliz sin mí. Que aprenderás a vivir con mi recuerdo porque no me olvidarás, prométemelo.

Yo lloraba desconsoladamente. Sentía que el corazón se me quebraba mil pedazos. Tenía un nudo espantoso en la garganta, pero al final, como pude, hablé.

— Si eso te hace feliz…. Te lo prometo. Daniel, te amo, siempre te amaré. Nunca te olvidaré, te lo juro. Siempre estarás en mi mente y en mi corazón

— Yo también te amo. — me abrazó fuertemente y después me besó. Era nuestro último beso — Adiós, Greta.

Yo no me atreví a pronunciar palabras semejantes.

Daniel me besó en la frente, dio media vuelta y se marchó en dirección al bosque.

Aquella fue una noche de plenilunio. De pronto, dejé de ver la silueta de Daniel, desapareció entre la profundidad de los árboles y la oscuridad del bosque, dejándome a sus espaldas.

1 de Agosto de 2021 a las 04:31 0 Reporte Insertar Seguir historia
0
Fin

Conoce al autor

Amapola _c Escritora frustrada/aficionada. Conservo la esperanza de dejar una pequeña huella en el corazón de mis lectores.

Comenta algo

Publica!
No hay comentarios aún. ¡Conviértete en el primero en decir algo!
~

Historias relacionadas