PRÓLOGO
Estaban ante dos puertas con una llave antigua. Las puertas y las llaves parecían una copia bafrata de las puertas del tiempo del Ministerio del Tiempo. Pero la curiosidad es fuerte, y ambos, un chico y una chica, querían entrar por aquellas puertas.
Pero lo que harían, más bien sería como en la película Cómo ser John Malkovich, cuando un mediocre artista de marionetas trabajó en una extraña oficina, y mediante un agujero, se metía en el cerebro del actor John Malkovich, haciéndole después reaccionar como querían ellos. Utilizaron las llaves para abrirlas.
Olivia Raurell es la chica. Una chica que rompió con su novia hace poco tiempo, tiene pelo castaño oscuro y ojos verdes. Siempre fascinada por las historias sobrenaturales, y quizás también por el personaje lésbico de Cayetana Guillén Cuervo, capaz ella sola de dominar a los machos cavernícolas del Ministerio del Tiempo e incluso tener una aventura amorosa con la mismísima Josephine Baker.
Echa de menos a su novia, con la cual habría compartido esta experiencia, pero su ruptura fue hace dos meses. Aún no se ha recuperado, pero Olivia es luchadora. Esto será como una especie de escape.
Ella misma es una fan del cine francés, desde François Truffaut a Catherine Corsini, la cual tenía una de las mejores películas lésbicas del país, Une belle saison, aquí conocida como Un amor de verano. Ésta es la historia de Delphine, una chica de pueblo, con novio, Antoine, pero que verdaderamente era lesbiana y se veía a escondidas con chicas, que estudia en Paris, en donde se enamora de Carol. También Carol se enamorará de ella, dejando a su novio.
Delphine tendrá que volver al pueblo por que su padre ha tenido un derrame cerebral, quedándose paralizado, sin moverse ni hablar. Carol le echa muchísimo de menos e irá a verla al pueblo, viviendo ambas su amor y pasión a escondidas, sea en un lago de montaña aislado o en una habitación cerrada, pero Antoine y la madre de Delphine las verán besándose…
Olivia vivió una historia parecida, y con mucha más pasión, con una chica de Agramunt, Neus, y todavía se acuerda viviendo una pasión sin igual entre los árboles frutales y la naturaleza con ella, escondidas en casetas en donde se dejan los enseres para tractores o la paja para el ganado. Estuvieron a punto de ser pilladas in fraganti, pero supieron ocultar su secreto. Sólo en la gran ciudad podían vivir su amor sin esconderlo, pero Neus no podía venir con más frecuencia. Así que la relación a distancia estropeó su bonita relación.
Pero mientras tanto, se adaptaron cuando estaban entre toneladas de paja. Todavía se estremece Olivia cuando recuerda a Neus acariciándole el pie izquierdo con las manos, con su lengua y su aliento apuntando a la planta del pie. Las terminaciones nerviosas del pie hacían el resto, sensaciones que hacían subir su temperatura corporal, y con ella, la excitación. Sólo refrescaba el ambiente su humedad vaginal. Como debe hacerse, todo esto con un ritmo lento, doucement. También esto incluía meterse el dedo gordo del pie en su boca, y ya dentro, utilizar la lengua para aumentar el placer. El resto era de cuento de hadas erótico y lésbico, con orgasmos a cámara lenta que hacían que el estallido final fuera igual que los grandes.
En esto viene incluido el resto del reportorio amoroso y sexual. La naturalidad de pueblo de la Neus, casi como la Delphine de la película francesa, hacía una combinación con las maneras de ciudad de Olivia de las que sólo te olvidas si eres amnésica.
Ambas era muy cariñosas, y con cada beso y sesión pasional, parecía que querían batir récords dignos de las Olimpiadas, además de todos los trucos sexuales del sexo lésbico, los conocidos y los sacados de los libros escritos por expertos. Sea en la ducha, en un lago de montaña aislado (como en la película) o en otros sitios muy poco comunes, pero también en la cama, de la casa o de los hoteles.
El otro viajero era Josep Vilaller, un chico bisexual. Moreno y ojos marrones. Adoraba a las mujeres, pero no tenía ningún problema con algunos hombres, sobre todo si eran guapos, dulces y nada prepotentes. También tenía la misma fascinación por las historias sobrenaturales.
Como hemos dicho, adoraba a las mujeres, tuvo varias novias maravillosas, pero más de una vez se puso caliente viendo a Bruno y Pol de la serie Merlí teniendo aquellas escenas de sexo salvaje y bisexual sin tapujos.
Alguna vez había tenido un chico en la cama, como aquel chico salvadoreño, con el que aprendió y ensayó varios trucos sexuales para experimentarlos con sus novias. Y había descubierto a su hermano besándose con pasión pura y sin azúcares añadidos con un amigo, aunque tenía novia, pero lo más curioso es que él le había dicho a ella que de vez en cuando hacía esto, algo que a ella le excitaba incluso, no sabemos si deseando tener un trío con dos chicos, en donde ellos mismos también se hacían el amor, no sólo con ella.
El chico salvadoreño, con un cuerpo depilado y agradable de ver, tenía una espalda que Josep no podía resistirse en pasar la lengua, empezando por arriba y acabando por abajo, antes de llegar al culo. Aumentaba la excitación del chico con las manos dando una especie de masaje y caricias a la vez. Cuando llegaba a las nalgas, las acarició y pasó la lengua por encima de ellas, disfrutando de su sabor, el mismo que la espalda, recorriendo todos sus centímetros cuadrados de extensión. El chico gemió y llegó al orgasmo con la misma velocidad y pasión.
Con las novias, era igual de excitante, pero en la vertiente hetero. Ellas dirigían el acto sexual, él confiaba siempre en que sabían llevarlo mejor que cualquier machirulo, y él correspondía con hacerlas gozar. Más de una se subía sobre su miembro, metido en la vagina, con un ritmo adecuado para arrancarle gemidos y gritos, pero como ella quería. Sabía ella dosificar el placer mutuo con la misma maestría de un chef de cocina. Los orgasmos de ella llegaban con el punto justo de cocción.
Lo mismo cuando ellas pedían que les hiciera un griego, con él acariciándoles por todo el cuerpo mientras la polla entraba y salía del culo bajo la experta dirección de cada chica, y con ellas gimiendo, para hacer aún más excitante el conjunto erótico. Él, entregado del todo, por que si ella gozaba, se sentía feliz.
Esto del griego, cuando estaba con hombres, también lo practicaba. Lo hizo con la misma velocidad, y así era fácil que sus amigos llegaran a gozar igual que las chicas. Tuvo suerte que ellos no eran ningunos salvajes, sólo querían disfrutar del sexo como cualquier persona civilizada y que necesita el amor pasional.
Ya hemos presentado a los dos, y ahora iremos viendo lo que ella y él vivirán con las personas con las cuales habrán de interactuar.
Gracias por leer!
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