bluebird_solitude Dai Ogure

La historia de un hombre solitario con una extraña maldición y otros cuentos personales


Cuento No para niños menores de 13.

#cuentos #relatos #343
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Mansión de hollín

En tiempos antiguos, a orillas de los dominios del Señor del Sur, una pequeña mansión reinaba en las Colinas del Alba. Un hogar construido con madera de oscurísimo color, lo que le hacía resaltar en el entorno sepia por la hierba quemada del terreno y los árboles secos. Sin embargo, la mansión no estaba construida con maderas oscuras como el nogal o el ébano, porque hubiera sido demasiado caro traer ese material hasta la zona, sino que su color característico venía por la naturaleza de su propietario. El barón de cera era su título y su nombre permanecía como un gran misterio enterrado con el paso de los siglos. Nadie sabe cuándo sucedió realmente, pero su cuerpo había caído víctima de una maldición cuyo origen también era desconocido, esto cuando apenas era un joven entrando en la veintena, o al menos eso aseguraba el señor cuando alguno de sus empleados preguntaba de vez en cuando. El afecto de la maldición convirtió al desafortunado joven en una criatura extraña con el cuerpo hecho completamente de cera de vela y en lo que sería su cabeza se encontraba un pequeño trozo de lana que entró en combustión en el momento que la maldición transfiguró su cuerpo. Tras esa extraña metamorfosis la familia del barón lo obligaron a aislarse en su mansión, donde comenzó a criar ganado y plantar flores aromáticas tras descubrir que podía alargar su esperanza de vida aumentando la masa de su nuevo cuerpo con velas frescas que fabricó en soledad durante sus primeros años en aislamiento. Eventualmente sus creaciones se convirtieron en un negocio, aunque empezar ese proyecto fue un gran desafío al tener que recurrir a su influencia como parte de la realeza, además de dejar en libertad el poco ganado que tenía y desatender su campo de flores durante una fría temporada. Para dar su primer paso el barón viajó a caballo durante largas noches de invierno, iluminado por la llama en la punta de su cabeza y durante el día debía recurrir a cuevas y riscos donde se ocultaba recogiendo sus extremidades en torno a su llama. Al encogerse sobre sí mismo la potencia de su llama disminuye hasta ser apenas una débil chispa, generando una sensación asfixiante en los vacíos de aire hirviente que se encontraban donde debían estar sus pulmones, pero aun con las dificultades de su viaje él siguió con su camino manteniendo un pensar positivo hasta el final.


Así viajó por varias lunas hasta que pudo regresar a los dominios de su tío materno, el Señor del Sur. Enfrentándose a la imponencia de aquella mansión que nada se comparaba con el lugar donde fue condenado en soledad por los familiares que le dieron la espalda cuando se convirtió en la criatura blanquecina con una flama en su cabeza. Tanta era la diferencia que el joven barón se sintió demasiado asustado y acabó pasando varias horas bordeando los bosques de la mansión antes de decidirse a regresar, sin embargo la noche no duraría tanto como su maldición, así que tuvo que armarse de valor para llamar finalmente a la puerta. Antes de continuar el barón ató a su caballo en un pequeño corral frente la mansión y procedió a la puerta principal, donde se encontraba una campana para avisar su llegada. -Clan, clan- sonó la campana y tras ella solo el ambiente nocturno acompañó al solitario hombre de cera… -clan, clan- intentó llamar nuevamente. El barón se mantuvo en silencio tras repicar la campana una vez mas, pero nadie aparecía para recibirlo pues para el momento que llamó a la puerta todos los habitantes de la mansión se encontraban ya en sueño profundo. Cuando el hombre se percató que nadie atendería su llamado no se desanimó como cabría esperar, pues pasar la puerta sólo era un pequeño inconveniente comparado al largo viaje que tuvo que realizar, aparte que sabía exactamente cómo solucionar dicho obstáculo. Así pues, el barón se adentró con sigilo en las escuadras donde se encontraban los caballos de la familia, esto para no despertarlos y causar un alboroto, o peor, un incendio. Dentro del establo el joven recuperó un cepillo para los caballos y con extremo cuidado giró el mango del cepillo hasta soltarlo, mostrando una llave secreta que su familia colocó en aquel lugar por si uno de sus miembros regresaba a altas horas de la noche. Con la llave en sus manos pudo entrar finalmente a los jardines de la mansión, avanzando con cautela al ser atacado por un profundo temor acompañado de una gran nostalgia por regresar al sitio que lo vio crecer. El objetivo del barón era el aposento del Señor de la mansión, así que tuvo que caminar un poco antes de llegar a ese lugar, esperando que su luz no alerte a los asistentes de la vivienda y quieran salir a ver qué está sucediendo. Entonces llegó por fin a la habitación más grande del lugar, donde dormía el Señor del Sur y su esposa, a quien lastimosamente debía despertar para cumplir con su objetivo. El sentimiento que atacaba al barón era un miedo profundo ante el resultado de su intrusión, lo que de seguro haría que su pulso se acelere si aún tuviera un corazón palpitando en su pecho, pero como solo había aire caliente y cera en su interior el miedo no fue suficiente para evitar que su puño llame a la puerta de los aposentos del Señor.


—¿Quién demonios llama a esta hora y porque trae candil? —se escuchó la voz de su pariente dentro de la habitación después de golpear un poco más la puerta—. Espero que sea una emergencia


El Señor del Sur alegó y alegó antes de levantarse de la cama, pero un manotazo por parte de su señora hizo que abandonara las sábanas para atender la puerta, sin tener una idea de lo que esperaba detrás de ella. Cuando apretó el pomo en su mano el señor dio un gran suspiro para relajar su expresión de descontento, sin embargo en sus planes estaba reprender a la persona que interrumpió su sueño en cuanto se encontrasen sus miradas. "Cuando lo vea a los ojos", pensó aquel hombre mientras abría la puerta, pero cuando la bisagra completó su movimiento no había mirada que respondiera a las quejas del Señor, tan solo una figura alta y refinada que vestía un traje apenas presentable y cuya cabeza había sido reemplazada por una llama de gran tamaño. Al ver al barón de cera el Señor ahogó un grito para no despertar a su esposa, pero la impresión que causó el hombre vela lo hizo tropezar con sus propios pies hasta caer sobre su trasero.


—Perdone mis acciones, demonio, lléveme con usted, pero no toque a mi familia —pronunció el hombre aterrado intentando abogar por sus seres queridos.


—No soy un demonio y no es a usted a quién busco —contestó el barón con un tono de confusión que hubiera sido más obvio si tuviera un rostro que muestre sus emociones—. Soy el barón que fue abandonado por el señor de estas tierras y es a él a quién busco


—Yo soy el señor de estas tierras, pero le ruego tenga piedad de mi alma, comandante del fuego infernal.


—¿Disculpe? —vociferó el hombre de cera, confundido por todas las palabras de aquel señor—. No soy ni comandante ni demonio, soy el barón de esta casta y usted no es para nada similar al hombre que gobierna el Sur


—Cuando era niño mi abuelo me contó la historia de un demonio con cuerpo de cera y una gran llamarada por cabeza que vendría a llevarse todo lo que quiero si mi comportamiento era ruin, pero le ruego señor que tome mi alma en cambio, porque mi familia es a lo que más quiero en este mundo…


—Deje de rogar por su vida y respóndame cuántos Señores han habitado está mansión —ordenó el barón, aprovechando el miedo del hombre para apurar su respuesta.


—Yo soy el octavo heredero, mi señor.


—¿El octavo? No me lo puedo creer —dijo el barón, a lo que el 8vo Señor del Sur movió su cabeza de arriba a abajo confirmando la veracidad de sus palabras—. El hombre que me exilió de estas tierras fue el segundo


—Así es, su historia ha pasado de generación en generación desde entonces.


—Pero esa historia es falsa —alegó el barón, sacando chispas del enojo que asustaron aún más al señor—. ¿Cómo se atreven a llamarme demonio quienes me dieron la espalda y abandonaron a su suerte en la mansión más lejana?


—Mil perdones. No fue mi intención insultarlo, no conozco la verdad. Fui educado erróneamente —repetía y repetía el octavo mientras su frente tocaba el suelo y se levantaba entre cada oración, con las que buscaba para apaciguar la ira del hombre de cera.


—No es necesario que pida perdón, al fin y al cabo el daño ya está hecho, pero he tardado demasiado tiempo en darme cuenta—interrumpió, cargando con una gran pena al darse cuenta de cómo su percepción del tiempo se había roto por su longevidad—. Además, usted y yo somos parientes y aunque lejanos uno jamás debe guardar rencor a su familia


Las palabras del barón conmovieron al más reciente Señor del Sur, quien decidió levantarse por fin para recibir a su pariente como es debido.


—Gracias por tan dulces palabras que jamás he merecido oír —dijo el señor mientras estiraba su mano saludando a su pariente—. Me alegra mucho haber estado equivocado sobre usted y…


—Amor, apaga ese candil que no puedo dormir —la esposa del señor interrumpió la charla, dando vueltas en la cama para evitar la luz del no tan joven barón de vela.


—Vamos a mi oficina para hablar en privado —resolvió el hombre para evitar que su esposa despierte en pánico al encontrarse con el hombre que protagoniza la historia falsa que ella también conocía—. Tengo que ponerle al día si perdió cuenta de los años


Llevado por la emoción el Barón de cera se adelantó hacia el estudio del octavo Señor del Sur, chispeando su cabeza por el cálido sentimiento de una reconciliación exitosa. Mientras caminaban juntos el señor se cuestionaba todo sobre la naturaleza de aquel ser de cuerpo blanquecino y voz retumbante, preparando las preguntas que haría posteriormente al llegar a su espacio de reuniones. Cuando llegaron al estudio estuvieron hablando sobre de la ennegrecida mansión del Barón, de los animales que dejó en libertad y de la maestría que había adquirido en la confección de velas. De hecho, el Barón había traído consigo unas cuantas velas para alimentarse en el camino al Sur y con una gran alegría mostró la última que le quedaba a su pariente.


—¿Así que lo que quiere es comercializar estas velas, Barón?


—Así es, no es que tenga alguna ambición que llenar, pero me gustaría tener la oportunidad de generar algunos ingresos que me permitan tener compañía en mi mansión —contestó el Barón y de alguna manera la calidez de su llama transmitía un sentimiento de soledad.


—Entiendo todo lo que dice y tiene todo mi apoyo —el octavo dio una gran sonrisa y para celebrar la reconciliación con su ancestro tomó una botella de vino de un estante al fondo del estudio—. Durante los siguientes días vamos a capacitar al personal y pronto tendrá usted toda la compañía necesaria. ¿Un brindis?


—Gracias, pero no. El alcohol aviva mi flama y no quiero causar un incendio.


—No hay problema. ¿Necesita que habilite un espacio para que descanse?


—No es necesario, de hecho voy a dormir aquí mismo si no le molesta


Dicho esto Barón se acomodó en una esquina del estudio y su cuerpo se endureció en forma cuadrada para mantenerse estable en la misma posición, la llama en su cabeza se debilitó al entrar en estado de descanso y así se mantuvo hasta que el día siguiente el Señor de Sur lo despertó para reclutar a los empleados que llevar su mansión. La selección de los empleados para la mansión de hollín fue una tarea más tediosa que complicada. Muchos de los consultados se tomaban la entrevista de trabajo como una broma cuando el Señor del Sur les advertía de la maldición de su pariente y de los pocos que aceptaron aquella situación disparatada tres de ellos salieron huyendo en el momento que se encontraron en la misma habitación que el Barón. Los siete empleados restantes tuvieron una amable conversación con el Barón y para el final del invierno todos viajaron en caravana hasta la mansión de hollín. Adaptarse a ese ambiente fue difícil al principio, pero la actitud cordial y amable del Barón hizo que sus empleados se sintieran cada vez más cómodos con su presencia. Al pasar los años algunos empleados de la mansión tuvieron hijos entre ellos y otros trajeron a sus familias desde fuera. Los nuevos habitantes de la mansión de hollín crecieron con un gran cariño hacia el jefe del lugar, pero la condición del Barón que permitió que viviera por muchas generaciones hizo que las preguntas que recibía se fueran repitiendo cada vez con mayor frecuencia y con el pasar el tiempo su mente se atrofie. Con el pasar de los años los recuerdos que había guardado con tanto recelo se diluían en el vapor de cera y esencia floral en los aposentos de su hogar, hasta que la identidad de quien sea que fuera el Barón de cera se perdió por completo y la soledad volvió a ser lo único que conocía.

9 de Agosto de 2021 a las 03:27 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Dai Ogure Soy nadie, nadie entre la niebla y las cenizas de recuerdos detestables que se barren bajo la alfombra. Catarsis del alma y un cajón de sollozos en lo alto del desván. Bluebird Ogure

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