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Evelyn Sanchez


Layla Jones era una chica con todo planeado, segura de lo que quería. Sus estudios eran lo más importante porque su madre le había dicho que así era. Llegó un punto en donde no le importaba si no dormía o comía con tal de sacar excelentes calificaciones y su círculo social se redujo a una sola persona. Con el tiempo se convirtió en alguien antisocial y con inseguridades. Un día por azares del destino fue orillada a convivir con un chico que no era de su agrado, claro que era jodidamente atractivo, pero en modales y educación se quedaba ciertamente corto. El chico era irritable, fastidioso y demasiado bipolar, en conclusión un auténtico patán como ella lo solía llamar. Por su parte Andrew Kilichenko era un chico reservado, misterioso a los ojos de los demás. Su comportamiento era un tanto extraño y muy pocos sabían el por qué. Tenía esos ojos de un azul profundo semejante al cielo, algo que jamás se olvidaría. El odio se esparcía por el aire, en pocas palabras eran como el agua y el aceite, no lograban congeniar ya que cuando uno aflojaba el otro apretaba y era un cuento de nunca acabar. Pero las situaciones, emociones y sobre todo los sentimientos hicieron de las suyas, fue extraño y ellos lo catalogarían como algo completamente inefable. No era algo pasajero, ni ordinario, de verdad que se sentía en el corazón y terminaciones nerviosas. Los ojos miel de la chica se miraron reflejados en esos ojos azulados y era todo lo que necesitaban, esas miradas decían mucho más que cualquier palabra. Él... Misterioso, callado, sarcástico, bromista, introvertido, maduro, imponente y decidido. Ella... Tímida, insegura, inteligente, aplicada, responsable, cuidadosa, introvertida y capaz. ¿Qué pasará cuando estos dos mundos se fusionen? Las posibilidades son infinitas, pero ¿Qué tal si esto colisiona? Porque nada puede ser perfecto ¿Cierto? «TODA NOCHE, POR SOMBRÍA QUE PAREZCA TIENE SU AMANECER»


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CAPITULO 1

LAYLA JONES

Desperté 5 minutos antes de que sonara la alarma; la verdad es que me encantaba aprovechar el tiempo y yo sabía que era absurdo, pero me dormí los 5 minutos restantes, además, en mi defensa solía despertarme temprano.

No deseaba en lo absoluto salir de mi cómoda cama; en la noche no había podido dormir nada, ya que el día anterior me habían comentado que daría clases de regularización a un chico de nuevo ingreso, al igual que yo. Detestaba hablar con las personas solo me hacían perder el tiempo, me concentraba en lo importante, que para mí eran los estudios.

La fuerte luz del sol se colaba por mi ventana traspasando mi cortina gris, por lo que no era necesario encender ningún foco. La luz me despertó y revisé mi celular el cual yacía en la mesita de noche, casi me dio un paro cardiaco cuando vi que faltaba una hora para que empezaran las clases, necesitaba mucho más tiempo porque iba en bus.

Me levanté como si mi cama me hubiese picado o quemado y hasta el sueño se me quito, ni me preocupe en acomodar la cama y la dejé así con la cobija colgando, casi pegando al piso. Me fui directo al diminuto baño en donde todo era blanco; me cepille los dientes y lavé mi rostro mojando en especial mis ojos y dejando que un poco de agua entrara a ellos para quitar algún rastro de sueño. Mis ojeras estaban que me daban miedo, parecía un mapache y por supuesto una drogadicta.

Los días en mi vida eran ordinarios, nunca había nada nuevo y no me sentía mal por ello, porque con el tiempo te llegas a adaptar y es algo sumamente normal, todo se repite.

Me cepille el cabello, apuradísima y como era de esperarlo lo jale mucho y se me hizo un nudo, así que pase el cepillo con mucha más firmeza y fuerza por el hasta deshacerlo.

Me puse una blusa holgada color lila, una falda azul que al igual que la blusa era holgada y unas sandalias con un poco de tacón; casi me caigo de nalgas en el intento.

En algún punto de mi adolescencia me sentí muy insegura de mi cuerpo y tomé la decisión de ocultarlo. No me gustaba en lo absoluto, era uno más en mi lista de inseguridades. Hay un punto en donde todo deja de ser infantil, antes no me preocupaba mi aspecto ni el qué dirán, ahora sí. Me preocupo mucho en como se ve mi ropa, mi cuerpo, mi cabello y hasta mi hablar.

Ya vestida, tomé mi mochila y bajé a la cocina. Mi casa era pequeña pero cálida y acogedora, sólo vivíamos mi madre y yo así que supongo que era una excelente casa, además la mayoría de tiempo la pasaba en mi habitación encerrada y lejos del caos de afuera.

Me serví una taza de café; últimamente había recurrido mucho a él, ya que mi carrera universitaria era demasiado cansada.
Puse un pan en la tostadora y ya que salió procedí a comer lo más rápido posible. Faltaba poco para que empezara mi primera clase. Al llegar al instituto iba corriendo por los pasillos como si mi vida dependiera de ello. El profesor Webber era muy estricto respecto a la puntualidad; yo solo rezaba porque me dejará entrar, pero conociendo a ese ser sin corazón ya lo venía dudando un poco. Tropecé con algunas personas en el camino al salón de clases y por fin llegué.
Toqué varias veces la gran puerta y di un paso hacia atrás, mientras esperaba a que la abrieran. Posé mis manos detrás de mi cuerpo y comencé a mover mis pies arrastrándolos de un lado a otro un poco impaciente. Comencé a sentirme nerviosa y un tanto acalorada.

Nunca había llegado tarde a clases y me encontraba un poco distraída. ¿Me dejara pasar? Si no lo hace mi madre me matará y perderé una clase y no solo es una clase simple, si no una de las más importantes.

-Señorita Jones, pase, pero tiene retardo-informó neutral, extendiendo su mano hacia dentro del salón indicándome entrar.

Solo asentí, porque sabía que si comentaba algo me pondría nerviosa, solía ponerme así ante una autoridad.

Pasé al salón y me senté al fondo en donde nadie se molestaría en hablarme. Coloqué mi mochila en el suelo a un lado del pupitre y saqué el libro de anatomía I.

El salón era bastante extenso, tenía un escritorio de madera el cual ocupa mucho espacio en el lugar, el mismo siempre estaba repleto de pilas de libros, y varias ventanas a los extremos que dejaban pasar la fuerte luz del sol, iluminando por completo el gran lugar.

Éramos demasiados alumnos, medicina es una carrera muy demandada, a pesar de ser demasiado difícil y sobre todo agotadora, la gente aun sigue queriendo sacrificarse y tal vez morir en el intento. Siempre tenía buenas calificaciones, ya que mi madre me había dicho que era lo único que debía hacer y con el tiempo me comencé a autoexigir.

-Abran su libro de anatomía I en la página 60, hoy observaremos los músculos, ¿Quién sabe cuántos músculos tiene el cuerpo humano? –preguntó el profesor observándonos fijamente a todos.

Pasaron alrededor de 10 segundos demasiado incómodos y nadie levantó la mano, así que para no dejar que el profesor se contestara solo, la levante yo.

-Dígame señorita Jones, ¿Cuántos músculos tiene el cuerpo humano? -repitió la pregunta mientras me miraba.

Pensé un poco la respuesta, yo la sabía, pero no era exacta... o bueno sí.
Respiré profundo pensando y por fin respondí- En realidad no se sabe con certeza cuántos son, sin embargo, libros y más fuentes afirman que son más de 650 músculos- contesté soltando un suspiro de alivio; no me gustaba participar mucho, lo hacía más bien por obligación.

-Exacto-apremió el profesor Webber mientras esbozaba una sonrisa nada genuina.

Abrí la tapa negra de mi libro favorito de la carrera universitaria hasta ahora y pasé páginas.
Tocaron la puerta del salón. El profesor se dirigió a la puerta dando algunos pasos, al abrirla desvíe mi mirada hacia ella y pude observar a la directora Smith; no solía rondar por la escuela, siempre estaba en su gran oficina. Al verla el profesor se irguió, acomodo sus lentes y quito el mechón canoso de cabellos de su rostro. Salieron del salón y duraron alrededor de 5 minutos conversando hasta que entraron de nuevo.

-Señorita Jones, acompañe a la directora Smith a su oficina por favor-ordenó serio desde enfrente del escritorio.

En ese momento fruncí el ceño y sentí muchos nervios, me comenzó a doler el estómago, sabía que tal vez era exageración mía, pero yo era así.

Esperaba que llamaran a cualquiera excepto a mí, ¿Ahora qué hice? Comencé a repasar en mi mente todas mis acciones en la facultad en los últimos días, pero no había hecho nada malo, era una muy buena estudiante, antes que den cada clase siempre la tenía repasada y solía llegar temprano.

-Señorita Jones-habló el profesor Webber mientras pasaba sus manos por enfrente de mí sacándome de mis pensamientos.

Entonces reaccione, guarde mis cosas torpemente en la mochila, me levanté del pupitre y camine hacia fuera del salón.
Pude observar como muchos de mis compañeros se susurraban, creo que me detestaban, ellos eran muy competitivos, pero no contaban con encontrarme a mí en la clase.

Al salir del salón el aire cálido se estampó contra mi rostro haciendo que mi pelo café oscuro volará hacia atrás.
El cielo se veía hermoso, algunas nubes lo adornaban y su color azul celeste era algo increíble y majestuoso.

La directora daba pasos grandes, casi zancadas, intuí que tenía apuro. Corrí disimuladamente una pequeña distancia hasta llegar a donde estaba ella e intenté seguir su paso. Al llegar a la recepción de la dirección la secretaria nos abrió y antes de pasar directo a la oficina de la directora me regalo una sonrisa la cual le correspondí. Pase al gran lugar; un escritorio extenso de color negro ocupaba mucho espacio, detrás de él había dos ventanas con unas cortinas color gris bajito, un estante con muchísimos libros cubría una pared y también había un sillón café obscuro para 4 personas.

-Siéntese por aquí-indicó señalando una de las sillas que estaban frente al escritorio.

Mis piernas comenzaron a temblar, estaba dándole muchas vueltas al asunto, así que decidí preguntar- ¿Por qué razón estoy aquí? -inquirí con un tono afable.

La directora estaba sentada en su silla mirando unos documentos que se encontraban colocados en su escritorio, desvío su mirada hacia mí y con un dedo reacomodo sus pequeños pero lindos lentes.

- ¿Recuerdas de lo que hablamos ayer sobre dar clases de regularización a un chico de primer semestre igual que tú y que también se encuentra estudiando medicina? -preguntó posando su mirada en los papeles para después dirigirla a mí y solo asentí-. Pues el chico debe llegar en cualquier momento, solo será como mucho un mes. Sabes que no te pediría este favor si no fuese necesario señorita Jones-comentó mirándome fijamente a los ojos.

Su mirada imponía autoridad; en su rostro había algunas arrugas, pero no es que se viera mal, si no que la hacía relucir más, es como cuando ves algo que te agrada, pero a la vez no, además su piel morena las hacía notar un poco menos.

-Está bien-acepté soltando un suspiro, en mi mente rondaban todo tipo de ideas de cómo sería ese chico, mientras no interfiriera en mi vida y mis estudios, todo iría bien.

En ese momento tocaron a la puerta y mi cuerpo se tensó al instante, no comprendía por qué. La directora Smith se levantó de su silla y se dirigió a la puerta; rápidamente me levanté y me posicioné un lado de mi silla con mis manos entrelazadas frente a mí. Al abrir la puerta se encontraba un chico muy alto, con pelo negro desordenado; aun así, se veía bastante atractivo, de tez blanca y unos ojos azul celestes como el cielo. Llevaba puesto una camiseta gris y unos pantalones negros ajustados a su cuerpo.

La directora lo saludó y lo hizo pasar, el chico me miró soltando desdén como si fuese veneno y con tal descaro, se sentó sin siquiera decir un simple "Hola" ¿Pero ¿qué le pasa? Me senté algo irritada, pero me dispuse a mostrar mi mejor cara.

-Layla él es Andrew. Andrew ella es Layla-nos presentó dirigiéndose a ambos.

El chico ni siquiera se dignó a mirarme ¡Lo que me faltaba un auténtico patán! Todavía que le estaba haciendo el favor, de verdad que presentía que muy probablemente seríamos enemigos. Pero como toda orgullosa que soy, no me iba dejar humillar por nadie.

-Mucho gusto Andrew, yo seré quien te ayudara a superar tu descuido hacia el estudio-saludé con mucha suficiencia y altivez.

Me di una palmada imaginaria por decir eso, lo acababa de conocer y ya me había fastidiado, lo único bueno que podría sacar de esta situación sería que tal vez dar clases de regularización me abriría más puertas en el futuro, pero ahora que lo pensaba bien, no entendía por qué debía darle clases, si en la universidad cada quien se hacía responsable de lo suyo.

Andrew por fin se dignó a mirarme con el ceño fruncido, al verlo de cerca, pude ver en su rostro unas ojeras muy marcadas y debajo de ellas se encontraban una franja de pecas repartidas por sus pómulos y nariz, sus pestañas eran muy largas y sus cejas eran perfectas, ¿Tanta perfección en un chico con tal educación? Que desperdicio.

-Eres desagradable ¿Lo sabias? -preguntó con un toque de lo que interpreté como sarcasmo y fijó su mirada en mis ojos, en ese momento mis ganas de matarlo aumentaron, pero recordé que estaba presente la directora Smith y reprimí ese sentimiento.

Deseaba estamparle en la cara mi puño, quitarle esa suficiencia del rostro y tal vez de pasadita lo mal educado.

-Muchachos por favor se tienen que llevar bien, van a convivir un tiempo-intervino fijando su mirada en ambos y prosiguió-Señorita Jones, ¿Tiene todas las clases de este día adelantadas? -preguntó volviendo a fijar su vista en los documentos que se encontraban en el escritorio y pasando algunas páginas.

No, no, no, no, ¿Está pensando en sacarme de clases para irme con un auténtico patán?

-Sí, así es-dije asintiendo y muriéndome por dentro.

-Bueno siendo así, tienes el día libre, ya hablé con tus profesores no te preocupes, pueden estudiar donde quieran mientras sea dentro del instituto-dijo levantándose de su silla.

Él solo jugaba con sus dedos y se veía distraído, no ponía ni la más mínima atención, se veía de cierta manera apático. Mirándolo de perfil no pude evitar envidiar su nariz perfilada, también contaba con una mandíbula muy marcada, en fin, mucha belleza desperdiciada en tal ser.

Él se levantó enseguida de la silla y sin despedirse, sin decir gracias o hasta luego como lo diría una persona con un poco de educación salió de la oficina. Parecía no importarle nada; yo solo le pedía al de arriba que me ayudará a soportarlo.

21 de Julio de 2021 a las 03:18 0 Reporte Insertar Seguir historia
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