kenia-de-la-torre Kenia De

Edward y Emily es una historia de amor ambientada en una atmósfera de seres sobrenaturales como vampiros, fantasmas y brujas. Pertenece a la primera parte de la trilogía Amor Extraño, que consta de tres partes: 1. Edward y Emily. 2. Amor Extraño. 3. Luna de sangre.


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#Vampires #drama #tvd #romance
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El bebé de Diane

Irlanda 1836

Era la cuarta vez que el bebé la despertaba esa noche.
Con los senos hinchados y adoloridos, Diane se levantó con mucho esfuerzo de su cálido lecho, para amamantar al pequeño Edward.

— Pequeño llorón fastidioso -murmuró molesta , mientras lo levantaba de la cunita, sin mucho cuidado.

Apenas podía creer su mala suerte. Solo contaba con diecisiete años recién cumplidos, y ya tenía un crío insoportable al cual cuidar y alimentar a mitad de la noche.

Para colmo, a August se le había metido en la cabeza renunciar al sacerdocio, para iniciar los tres una familia.

Pero ella no deseaba una familia, no aún.

Ni siquiera quería a ese chiquillo que se prendía de su pecho y succionaba como desesperado hasta dejarla casi seca.

— ¡Ya basta Edward, ya fue suficiente, vas a acabar conmigo!

Recostó, no, casi arrojó al bebé de apenas mes y medio de nacido, y se bajó el camisón.

Clothilde Morgan, o simplemente Clothy, como todos le llamaban, era la madre de Diane.

Entró sigilosa a la pequeña y gélida habitación de la joven. El ruido y las constantes quejas de su hija, la despertaron.

Diane era una adolescente mimada, que nada sabía, ni quería saber acerca de criar bebés. Se recostó en la cama y se quedó dormida. Clothy entró justo a tiempo para evitar que el niño rodara y cayera de la cama.

— Diane...¡Diane!

— ¡¿Qué mamá?!

— ¡¿Cómo que qué?! ¡El niño, se iba a caer!

— ¡Déjame dormir!

Clothy estaba cansada de su actitud. Envolvió al niño con una cobija que tomó de la cuna y se lo llevó a la sala, donde el ambiente era más cálido.

Sentada en uno de los sillones, arrulló a su nieto, mientras le cantaba para que se quedara dormido.
John Morgan se acercó tratando de no hacer ruido.

— ¿Qué haces aquí con este niño? Deja que su madre lo atienda, que asuma su responsabilidad.

— Shhh, ya se está durmiendo.-siguió cantando, lo que el pequeño agradeció con una sonrisa, que derritió de ternura a ambos abuelos.

Por una rendija, entre la puerta medio abierta de su habitación, Diane escuchaba hablar a sus padres, muy atentos y emocionados con cada gesto del molesto mocoso.

Había ocasiones en las que lograba sentir un poco de aprecio por esa criatura que había engendrado. Sobre todo, cuando recordaba lo bien que la había pasado durante su gestación; en aquel apasionado encuentro con el atractivo sacerdote detrás del atrio de la iglesia, donde asistía cada domingo con sus padres.

Pero había sido eso, una agradable tarde con hombre guapo y muy considerado, que la llenaba siempre de detalles y empalagosas caricias.

A kilómetros se notaba que lo traía loco pues, al oficiar la misa estando ella presente, con mucha frecuencia olvidaba la liturgia. Le fascinaba ponerlo tan nervioso, con tan solo una mirada. August le llevaba casi diez años. Aún así, sentía por Diane un sentimiento muy fuerte, una pasión tan avasalladora, que hizo que olvidara su vocación religiosa.

Aunque tenía miedo, mucho miedo pues, había en su familia, una terrible maldición que pesaba sobre los varones.

Fue esa la causa de su decisión de dedicarse a la vida religiosa, pues si lo hacía, la posibilidad de tener familia desaparecía, y con eso, la de traer al mundo a un inocente, quien quizás, heredaría el horrible padecimiento que aquejó a su padre, y por el cual, tuvo que morir.

Pero conoció a Diane Elizabeth Morgan y, se extravió para siempre, dentro del enigmático y felino azul de sus ojos, sin importarle nada más.

Fueron muchos los encuentros a escondidas, pero solo uno, el que cambiaría sus vidas para siempre.

Con una mezcla de dicha y terror, August recibió la noticia del embarazo de Diane. Pero lo olvidó por completo nueve meses más tarde.

Aunque no pudo estar presente durante el alumbramiento, el saber que su hijito estaba naciendo en ese momento, le provocó tanta felicidad, que no paró de sonreír durante toda la ceremonia, incluso, durante las partes donde hablaba de la muerte de Cristo.
Ofendida, una señora de edad avanzada le cuestionó.

— ¿Por qué sonríe tanto padre? ¿Lo pone feliz la muerte de Nuestro Señor?

— ¿Pero que dice? ¡Por supuesto que no!

— ¿Entonces, que lo tiene tan contento?

— ¡Que resucitó, hermana, que resucitó!

Entre los fieles, había una bella mujer sentada en una de las bancas del frente, quien no dejaba de clavarle sus ojos marrones al joven y guapo August.

Para Katherine Pierce, los chicos tiernos y con cierto aire de inocencia, eran un manjar del cual, no estaba dispuesta a privarse.

Desafortunada mente para ella, ese corazón ya estaba ocupado y por nada menos, que una joven bruja quien aún, ni siquiera estaba muy consciente de serlo.

22 de Abril de 2017 a las 23:12 0 Reporte Insertar Seguir historia
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