EN AQUEL EDIFICIO
Raquel bajaba por la escalera del edificio. Su larga melena se movía según bajaba y por la ligera brisa que soplaba por los ventanucos abiertos. Sonreía con esa manera encantadora de su cosecha.
Albert subía por la misma escalera. También tenía la cara llena de una sonrisa encantadora en su aire de chico sensible.
–Hola, Raquel.
–Hola, Albert.
Ambos sentían algo el uno por el otro, pero no el típico amor de telenovela. Más bien de teleporno.
A la segunda vez que se encuentran, el mismo saludo, y a ella le asalta un pensamiento intrusivo: se ve a sí misma en la cama con Albert, ella encima de él, poniéndole tiernamente las manos a cada lado de la cara para besarlo apasionadamente. Ambos están desnudos, y el acto sexual y amoroso que tienen es de una ternura apasionada.
A él le pasa lo mismo, sólo que el pensamiento intrusivo es menos romántico, más directo. Aunque la ternura de él salva el asunto, no acaba siendo una grosera fantasía erótica de Torrente. Para nada.
Para que nos hagamos una idea, la cascada de besos entre los dos, en medio de las sábanas y de su desnudez, era inmensa, apasionada, sin freno, con las caricias de ambos recorriendo los interminables caminos de sus cuerpos que tampoco acababan nunca y sus lenguas que no dicen nada, sólo devoran bocas ajenas. De vez en cuando se daban media vuelta para continuar el acto amoroso-sexual de los buenos. Todo esto en poco tiempo, el que duraba el pensamiento.
No nos da tiempo a describir más de la escena erótica, el flash es eso, un flash, demasiado rápido, más intuimos que vemos lo que pasa. La música adecuada sería una de las de Alberto Iglesias para cualquier película de Pedro Almodóvar.
Gracias por leer!
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