asdrubal-alejandro1624336781 Asdrubal Alejandro

Han pasado 72 días desde que una pandemia convirtiera a los humanos en zombies. Alejandro ha sobrevivido gracias a ser detallista y meticuloso. Pero frente a la calamidad, se enfrenta a un problema mayor, otros sobrevivientes, dispuestos a todo por territorio y comida


Ciencia ficción No para niños menores de 13.

#zombies #muertos #zombis #armas
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CAPÍTULO 1. EL CONTENEDOR ROJO

Son las tres con cincuenta de la madrugada del día 72 después del incidente, la noche ha sido tranquila, algunas sombras han pasado por la esquina, por lo visto son mutilados... Creo que mañana será un largo día, se me ha acabado el cloro, y la carne de cerdo... Lo segundo será difícil de hallar.


El chico terminó la nota, observándola durante unos segundos en medio de la penumbra de la habitación. El cuarto era amplio, su cama estaba desordenada, al lado en la mesita de noche había un rifle AR de ATL, una pieza de metal que escupía fuego, una modificación rara de un AR- 15, sobre la mesa una cámara mecánica maltratada con varios tipos de lentes, dos cuadernos de notas y un par de lapiceros. Las ventanas estaban cubiertas por un plástico transparente. El chico agarró la cámara y se tomó una foto a sí mismo, el flash del aparato le deslumbró por un instante. En su cuaderno anotó la hora de la misma, mientras observaba un celular grande que guardaba en el bolsillo de sus vaqueros.

El teléfono emitió una pequeña luz verde que le indicaba eran las 4 am en punto, jugó con su pluma en mano relajándose al no tener sueño. Iba a escribir nuevamente, cuando un grito grave le sacó de su habitación, su respiración se aceleró durante un instante, así que debió respirar profundo mientras tomaba una pistola Beretta 92 SB-F, jalaba la corredera atrás dejándola cargada al tiempo que caminaba lentamente por el pasillo oscuro. No intentaba encender ninguna luz, sabía que no había electricidad en toda la casa. Tranquilizaba su respiración mientras andaba, salvo por aquel grito todo permanecía en el silencio de un sepulcro. Intentaba escuchar, no sentía ruido alguno, sabía muy bien era casi imposible que algo entrara, había colocado todas las trampas necesarias, revisado todo antes de acostarse. Avanzaba por la sala de estar, todo estaba en su sitio, esto le tranquilizaba más no era motivo de confianza. El grito se escuchó nuevamente y reconoció su procedencia, corrió con el arma empuñada a un lado de su cuerpo hasta el fondo del hogar. Donde antes había estado un lindo patio ahora había una habitación con ventanas enrejadas al interior, sin puerta alguna. Adentro de ella estaba una de estas bestias sangrantes, repulsiva, de ojos vidriosos, piel cetrina putrefacta, pero que al mismo tiempo daba la impresión de mantenerse inmune al tiempo, un agujero en la quijada por el cual resbalaba algo viscoso lo cual el chico no quería ni averiguar, sin cabello pero obviamente de sexo femenino denotado en su pecho y aquella blusa azul con largos manchones marrones secos y acartonados, detenida, mirándole fijamente, muerta, sin embargo jadeante, intentaba escaparse del par de esposas y cadenas que le mantenían al fondo de la habitación.

Una imagen vino a la mente del chico, fue en el día cincuenta y cuatro cuando capturó aquel ser tan repugnante y le encerró por completo en dicha cámara como experimento, pensando que necesitaría saber cuánto tiempo podían sobrevivir los zombis sin nada para comer. Los últimos días ya no gritaba ni jadeaba tanto, se quedaba quieta, parada sin moverse, pero parecía que por el hambre recobraba la conciencia, o al menos la necesidad de comida le había hecho gritar. Ya había verificado que ningún sonido salía de la casa, al menos los gritos de aquel zombi enjaulado no podían salir. Pese a todo normalmente cerraba la puerta del corredor contiguo, con lo cual el grito se eliminaba por completo en el interior, así su mente estaba más tranquila y podía conciliar algo de sueño.

Lo recordaba bien, antes del incidente él mismo se consideraba un chico normal. Acababa de terminar la secundaria, sus notas eran altas así que podía ingresar por la carrera que escogiese, sus aficiones eran la natación y la fotografía, la primera le había dotado de algo de estatura y un poco de músculos, la segunda le había dado el don de detallar las cosas. Pensaba irse por psicología, o quizás matemáticas, pues se le daban bien los números. Gustaba de estudiar a las personas en su tiempo libre, pero la idea de una ciencia pura atraía su atención como a un niño un juguete nuevo. Era la emoción por aprender algo totalmente desconocido. Nunca había sido del tipo temperamental, usualmente evitaba las confrontaciones y conversaba hasta llegar a acuerdos. No hasta que todo aquello sucedió.

—¡Te veo, y ...— Apretó el puño con algo de impotencia— Saber que estas allí es... mald...— Estaba exasperado y con un sentimiento de impotencia embargándole. Alzaba el arma contra aquel ser, su brazo tembló en un principio, la ira le invadía deseando disparar. Veía aquel zombi con asco, el olor nauseabundo, ligado al hecho de haberse parado por sus gritos le sacaban de cabales. Deseaba eliminarlo, acabar con aquel sufrimiento, pero debía controlarse.

Siempre había sido educado, poco sociable en realidad. Prefería tener pocas amistades, pero valiosas, aunque ello ya no importaba, luego del incidente 72 días atrás nadie era amigo. Las reglas cayeron como piezas de ajedrez una tras otra, al cabo de cinco días no había lugar seguro alguno, policía, milicia, medios de comunicación habían sido derribados, irónicamente por los motores de ella misma, los seres humanos...

Bajó su brazo lentamente pistola en mano, su pulso era firme apuntando a la cabeza del jadeante, mirándole con ira— Tengo ganas de matarte, no lo puedo negar... pero por mi propio bien debo dejarte con vida, necesito saber cuánto resistes sin comer, después de todo, si devoras es por necesidad, aunque, ya no sé si la razón humana se aplica a ustedes— Pasó la mano por su rostro, sudaba, el sueño llegaba a su cuerpo nuevamente, aquella era una de esas noches donde se levantaba infinidad de veces. Últimamente sucedía con frecuencia.

La causa de aquel desastre era desconocida, no se verificó si era un virus, un arma biológica, un experimento fallido y fuera de control. De lo que él estaba seguro era de la manera de infección, la sangre, y tanto una mordedura como el contacto de la sangre infectada contra una herida abierta, como con los ojos y la boca era motivo casi seguro para morir a los pocos minutos, y terminar reviviendo como uno de los otros.

El chico intentó respirar profundo y calmarse, sabía muy bien que esa actitud no le era beneficiosa. Precisamente el ser calmado y pensar previamente sus movimientos era lo que le mantuvo con vida, desafortunadamente los últimos días aquello parecía una verdadera proeza, su mente le pasaba la jugarreta al traerle los peores recuerdos, de hacerle perder la poca paciencia y cordura que en él quedaba. Al acostarse recordaba momentos fuertes, al caminar por la casa, al percatarse de que se hallaba solo... Cada segundo de los recientes días eran una tortura. El no tener con quien conversar a veces pasaba factura. Se preguntaba si sufría de delirios constantemente y serenaba para detallar que aquel infierno era la realidad.

Tampoco podía malgastar el tiempo, encerrarse y dormir no era una opción. Siempre había mucho por hacer, sitios que recorrer, suministros que asegurar. La casa necesitaba continua limpieza de cloro, encender los generadores, buscar gasolina, aislar las habitaciones. Todo significaba trabajo y salidas continuas.

Con cada viaje al exterior los suministros escaseaban, los peligros aumentaban y con seguridad de un momento a otro su suerte acabaría. No obstante, no iba a ponerlo tan sencillo, iba a luchar de ser necesario. Pelearía hasta el último momento que pudiese.

Guardó su arma junto a la puerta de su habitación y se acostó, no sin antes escuchar una explosión a lo lejos, un sonido peculiar al cual se acostumbró los primeros días de la infección, sin embargo, ahora resultaba raro en extremo, por lo cual permaneció alerta un par de minutos frente a la ventana— Quizás mañana deba ir a investigar eso, aunque no creo que sea buena señal— Pensó, sabía que conocer el terreno a su alrededor era una ventaja estratégica, y una prioridad dadas las condiciones. Logró conciliar sueño turbio, hasta que a las cinco y media su celular vibro fuertemente bajo su almohada. La hora de despertar le tomaba por sorpresa... nuevamente, como el levantarse a trabajar a las cinco de la mañana. Nunca era bienvenida la alarma. Tomó una ducha comió algo de cereal con leche en polvo preparada previamente, limpió y recargó la AR de ATL, ya que la había usado el día anterior. Luego paso a regar las plantas que mantenía en un sótano improvisado, en el cual entraba el sol por una ventanita que mantenía con vidrio reforzado, rejillas, y la luz era dispersada por la habitación mediante espejos colgados con alambres. Un método rudimentario pero efectivo que leyó en algún lugar. Algo de hierbas para cualquier comida, un par que pensaba eran antisépticas, más no se atrevía a comprobarlo, unos tomates y un par de flores sin saber exactamente la razón.

Casi nunca usaba energía eléctrica, aunque logró hacerse con tres generadores eléctricos medianos, la razón era que el ruido de las mismas era un peligro. La habitación aislada de ruido que había creado para ellas era ahora la residencia de su morador jadeante indeseado, sin embargo, colocarlas en el sótano era la opción usada últimamente más no se atrevía a encenderlas por mucho rato, solo lo necesario para mantener la temperatura apropiada de sus alimentos.

Necesitaba salir de la casa, el día anterior había investigado en un gran supermercado a casi un kilómetro de donde se encontraba. La zona estaba morada por exceso de olfateadores y esto era el mayor de los problemas. Después de pasar tanto solo en compañía de las bestias, el tiempo le permitió diferenciarlos y clasificarlos en tres tipos. Primero estaban los mutilados, eran muertos putrefactos de piel cetrina debido al tiempo, de andar lento y desorganizado. Se movían al escuchar sonidos alrededor por lo cual se desorientaban fácilmente, muchos de ellos estaban tuertos, y mancos, de allí su nombre. No representaban una gran amenaza a menos de encontrarse con ellos en un espacio cerrado, o cuando viajaban en grandes cantidades, ya los había visto, se aglomeraban sobre un lugar, cuerpo tras cuerpo hasta hacer ceder estructuras.

Luego estaban los jadeantes, eran humanos infectados en perfectas condiciones físicas, por alguna razón no parecían estar descomponiéndose, sus ojos se hallaban sumidos en penumbra constante, como si solo sus ojos hubieren muerto, su aliento era nauseabundo. Casi nunca moraban en grupos, se les diferenciaba fácilmente porque se encontraban parados en cualquier sitio, agitados, a la expectativa de algún grito o sonido peculiar, al escuchar algo de su atención corrían fuertemente hasta su objetivo. Además, poseían una fuerza descomunal, y en ocasiones, por instinto, reflejo, o imitación, eran capaces de superar obstáculos, abrir puertas, cosa que para el entendimiento del chico era signo de inteligencia. A pesar de ser sucesos muy escasos ya los había presenciado en un par de ocasiones, tomando atajos para sorprender a sus presas, o abriendo puertas, aspectos que a él le llamaban la atención.

Por último, pero más importantes estaban los olfateadores, para su impresión eran los más peligrosos entre los tres. Bajo esta calificación habían infectados humanos y animales como perros y aves. Por alguna razón la infección les había dotado de una hipersensibilidad a los olores (en el caso de los humanos, ya los animales lo poseían) rastreaban a sus presas, parecían comunicarse entre sí por medio de gritos ensordecedores, eran rápidos, rapaces, al igual que los jadeantes podían trepar. Se les hallaba en cualquier sitio, escondidos, siguiendo pistas, y la peor parte era que de encontrarte uno de ellos, después de lanzar su grito infernal, podías estar seguro que toda una horda de jadeantes y mutilados acudiría de inmediato al llamado.

Por ello eran los olfateadores a quienes él iba eliminando metódicamente antes de investigar un lugar, de los otros dos podía escapar, siempre y cuando fuese silencioso y no llamara la atención, podía pasar desapercibido. También se encontraba el hecho que, por alguna razón, todos ellos parecían huir de la luz solar. No porque les afectara porque siempre se encontraban en las calles inclusive a la luz del día. Pero no era de su predilección, o eso razonaba él. La mayoría de los muertos se hallaban dentro de las edificaciones durante el día, debajo de puentes. Incluso observó montones de muertos agrupados en la sombra. Las noches en cambio eran un caos donde la población infectada reinaba, salían de todos los lugares posibles buscando presas, corriendo sin rumbo, creando inclusive estampidas de muertos que persiguen el ruido de otros.

22 de Junio de 2021 a las 05:52 0 Reporte Insertar Seguir historia
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