No soy poeta.
Más bien “estoy” poeta.
Me he atrevido a calzarme estos versos como el niño que taconea con los zapatos de su papá.
La pequeña colección de rimas más o menos atinadas que abro aquí es una manera de bosquejar homenaje a todos los poetas consagrados.
Los versos que desde estas páginas te saludan, querido lector, han brotado del doméstico jardín de mis experiencias de andar por casa.
En mi vida se suceden momentos de respirar solo a Dios, con otros en los que Él recorre a mi lado la senda de lo cotidiano. De ambos tiempos germinan estas letras.
En el aula de dos maestras me he colado de oyente: Teresa de Jesús y Gloria Fuertes. A una, la santa de Ávila, le dedico un aprendiz de soneto. A la otra, la “poeta”, imagino con atrevimiento su voz de niña grande declamar mis ocurrencias.
A ti, que esto lees, te doy gracias por honrarme haciendo de rapsoda silencioso.
«Escribir es llegar al folio antes que las palabras, y esperarlas allí». Y también invitarlas a jugar entre sí, prestándose unas a otras sílabas movedizas. De este juego nació una palabra nueva, fugaz como paisaje de ventanilla de tren:
«Poemarías».
Con ella titulo estas páginas, como piropo para la tercera Maestra de mis versos.
Bueno, Ella es en realidad la primera.
No escribe.
Ella es el Poema de perfecta virtud, bordado por Dios amanuense: María, la Madre de Dios, mi Madre.
A Teresa.
A Gloria.
A mi Madre María, estos…
«Poemarías».
Gracias por leer!
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