christina48 Cristina Blanco

Una mujer a la que una separación le ha cambiado la vida. El trayecto de un taxi a su destino para reflexionar. ¿Lo superaría?


Cuento Todo público.
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En la parte trasera de un taxi

Amargo. Era el momento en el que miraba cómo se ocultaba mi alma bajo la luna.El instante en que en vez de un sueño construí un fracaso. La hora en que por primera vez el mundo me había hablado.

Estaba recostada en la parte trasera de un taxi, uno de esos cuyos conductores están mucho más interesados en las vidas ajenas que en la suya propia.

Había empezado a llover sobre las tres de la tarde y no había parado desde entonces. El agua se desvanecía lentamente hasta que parecían caer lágrimas en las ventanas. Sabía que tenía que enfrentarme a ello pero algo me decía que si lo hacía sería un signo incontestable de debilidad.

Estas cosas son muy frecuentes ahora, ”es casi como una consecuencia cruel de los tiempos modernos” solían decir en la prensa y otros medios de comunicación, aquellos en los que una mujer y un hombre se iban a mirar con dulzura o deseo por toda la eternidad habían concluido.

El último beso del invierno me había dejado un poso de cigarrillo mal apagado, de noche sin estrellas, de una constante búsqueda en vacío envuelto en incertidumbre.

Me sentía culpable y la culpa nunca fue una buena compañía. Mi ruina personal estaba a punto de ser una realidad mientras el planeta parecía emborrachado de cielos azules y grandes recuerdos. No podía dejar de asumir lo que había ocurrido ni escudarme en principios que nunca fueron míos. Pero tampoco podía despedirme tan pronto de un matrimonio con “felicidad garantizada”.

-¿ Está usted bien? Preguntó el taxista en voz baja sintiéndose un poco sacerdote o periodista.

-No, no voy a mentirle-dije con las manos frías apoyadas en mi bolso de Louis Vuitton. Pero tampoco es asunto suyo.

Apreté las manos. Era cierto. Sentía frío y miedo. Me hallaba en el epicentro de un carrusel de esperanzas inútiles, en un fragmento trágico de Shakespeare recién descubierto, en una película de Bette Davis en blanco y negro. Yo era la protagonista de mi propia historia y sólo yo podía elegir entre vivir en la comodidad del victimismo o la valentía de una mujer que había decidido mirar hacia adelante. Que no iba a suplicar más a un extraño. Ni a nadie.

Sabía que iban a llegar navidades, pascuas y veranos en soledad, días sin tregua para la autocompasión. Pero también que podía aprovechar todas esas horas en crear un nuevo perfil de mí misma, uno que no cayera en la dicha ni en el drama, sólo en la certeza absoluta de un verso.

Siempre había querido ser poeta. Esos que escudriñan el futuro, que hacen rimas y leyendas revolcándose en la libertad de la palabra y no tenían nunca un solo centavo. Sí,que siempre estaban completamente arruinados, eran vagabundos pero también dueños de su destino.

Seguía lloviendo. El taxista frenó en seco. Habíamos llegado. Volver a casa de mamá no era desde luego lo mejor que podía hacer pero me ayudaría a resolver el rompecabezas de mis sombras, limpiaría mi ser de rencor y me refugiaría en la otra mitad de la naranja, aquella que era sin duda mía y ahora estaba volando sin rumbo esperando encontrar otra clase de exprimidor.

Al salir noté mis pies mojados y el agua torrencial cayendo sobre mi cuerpo como si sólo tuviera 24 horas para demostrar su ira a todo el que rompiera su eterna magia. Me gustaría pensar que detrás de mí se encontraría George Peppard con el gato de Audrey Hepburn en la mano (el mío) dispuesto a besarme como ningún otro hombre lo había hecho. Si pudiéramos realmente vivir en el embrujo de una fantasía y sentirla bajo la piel…

Abrí la puerta. Ni siquiera estaba mamá.¡ Y qué esperaba! Tenía su reunión de los domingos con las “chicas” del bridge.Su retrato presidía la estancia ¡Oh, mamá! ¡por qué ignoré todos tus consejos! ¡por qué no supe leer entre líneas mi matrimonio y ser coherente con mis principios!

Habían transcurrido apenas tres horas desde la discusión en el restaurante. Todas las cosas bonitas de mi vida cabían en las paredes de aquella casa. Pero también la desgracia, la amargura y la frustración, duelos de egos y una soledad interminable.

Coloqué el abrigo en el perchero, ese perchero de madera que llevaba roto tantos años como duró nuestra relación.

Se oían mis pasos a lo largo de la sala Sonaban a melodías en búsqueda de letra, soñadores en busca de un camino. Miré el reloj. Eran las siete en punto. Me senté en el sofá intentando sentir cualquier rastro de convivencia. Quizá es que nunca estuvo allí. Todo podía haber sido producto de una imaginación impostora. Seguí caminando hacia el dormitorio y me tumbé en la cama, me quité los zapatos, ésos de charol que habían vivido tantos bailes, tantas fiestas que habían abrazado la hipocresía de la existencia Me los regaló Daniel en nuestro primer aniversario. Tal vez fue ayer…

Dormí durante horas que parecieron una eternidad. Me asomé a la ventana y lo que vi fue un espectáculo grandioso. Un amanecer desplegaba su belleza captando la atención de trabajadores y curiosos que apenas habían iniciado la jornada.

Decidí dar un paseo. Sí, caminar me iría bien. Abandonaría por unos minutos esa cara de” no me creo lo que me está pasando”, miraría a mi alrededor desde otra perspectiva, una mucho más realista y constructiva.

Al salir del portal casi me choco con un nuevo vecino. Alguien nuevo que venía a ocupar la casa de los vecinos del quinto. Desde luego era un hombre atractivo. Aunque ya peinaba canas, sus espléndidos ojos verdes se cruzaron con los míos y sus labios parecían suplicar besos. Era alto y se llamaba Carlos. Le sonreí y me sonrió. Suspiré hacia mis adentros. ¿Qué me estaba ocurriendo? ¡e estaba sonriendo a un desconocido.

De pronto lo supe . Podía ser él, la otra mitad de mi naranja había encontrado su exprimidor. Triunfarían los sueños de poetas y los cuentos de hadas, me sentiría mujer para siempre y me enamoraría de un futuro que decididamente siempre iba a proyectar alegría.

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13 de Marzo de 2021 a las 10:29 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Fin

Conoce al autor

Cristina Blanco Licenciada en Historia del Arte en 1996.Con vocación literaria desde niña, he publicado en diversos medios especializados. Me gustan los retos y en breve comenzaré la escritura de una novela con una trama interesante y original. Me gusta escribir pero me gusta aún más que me lean. ¿Os animáis?

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