maryahwell Maryah Well-Autora

Después de muchos años, Danielle decide por fin buscar un marido para pasar la vida que le quede junto a él, además de crear su propia familia. Sin embargo, no tiene ni la más remota idea de lo que el destino le tiene preparado. No solo encontrará al hombre perfecto para ella, sino que será el hombre que su alma ha esperado durante más de un siglo. Leon, el conde de Draulen, busca esposa en la temporada casadera de Yndral donde, además de encontrar a una gran amiga, su otra alma elegirá a la mejor mujer para pasar el resto de la eternidad con ella.


Romance Romance adulto joven Sólo para mayores de 18.

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Capítulo 1

3 de mayo de 1871.

Amaretia, Yndral.

Mirena estaba sentada en el salón de la casa de su yerno, el barón de Yndral, que se la había dejado para que Leon, su hijo menor, encontrara a una futura esposa.

El muchacho ya había cumplido treinta años y debía dejar de holgazanear en el galeón para ocupar el lugar que le correspondía como conde de Draulen, por lo que había decidido que irían a otras tierras a probar suerte con las damas casaderas del país.

Llevaban dos días en la casa y habían asistido a un baile cada noche, pero su hijo no parecía poner de su parte para cortejar a ninguna de esas muchachas. Y no es que no fueran bonitas, que lo eran, sino que, según él, era como si tuvieran la cabeza hueca.

Pues, no podía ponerse muy quisquilloso, además, debía tener en cuenta su nueva condición que tampoco podía dejársela ver a cualquiera.

—Hijo, ¿por qué no dejas de lado la inteligencia de las damas y te decides por una? Como sigas rechazándolas vamos a tener que ir a otro país y no soy tan joven como para aguantar tantos viajes —le dijo la mujer bordando sentada en el sofá tapizado con una hermosa tela amarillo pálido.

El aludido estaba de pie, mirando por la ventana, a la espalda de su madre, y resopló molesto.

—Mamá, no puedo obviar esa falta de inteligencia. Me gustaría hablar y mantener una buena conversación con mi esposa o me aburriré soberanamente —contestó Leon con su voz grave, aunque conciliadora, observando el jardín que se extendía por sus ojos, iluminado por los rayos del sol del crepúsculo anaranjado.

—De acuerdo. Tienes razón. Es que estoy cansada de tanto baile y de aguantar a las otras madres. Son insufribles.

—Te propongo un trato —el chico se sentó al lado de ella—. Si en dos semanas no encuentro a ninguna dama que merezca mi atención, nos iremos a otro país y será el último por esta temporada. ¿Te parece bien?

—Si no queda más remedio —suspiró la mujer con resignación.

—Tengo el presentimiento de que encontraré una esposa esta semana. Vamos, ve a prepararte para el baile de esta noche. No quiero llegar tarde.

Mirena dejó el bordado en el asiento que había estado ocupando y subió las escaleras del vestíbulo para llegar a su habitación y prepararse para otra larga noche.

Leon se irguió en toda su altura para volver a la ventana y observar el jardín. Los jardineros hacían un trabajo espectacular con aquel laberinto de setos bajos en medio de la estancia rodeada de hermosas rosas rojas y blancas. Esa era la flor favorita del padre de Daven, su cuñado y dueño de la casa, y los empleados las cuidaban con esmero para honrar la memoria del difunto.

Su madre bajó las escaleras media hora después, le ofreció su brazo y la guio hasta el carruaje que los llevaría al baile de los señores Mansfield.

***

Danielle salió del carruaje en cuanto éste paró enfrente de la casa de su hermano mayor, el barón de Yndral, subió los escalones de la escalera de tres en tres y entró en su habitación para cambiarse el vestido en unos pocos segundos.

Bajó para regresar al interior del carro, encontrándose con Grissom, el mayordomo, que la miraba con asombro. Lo saludó levemente, se marchó sin escuchar lo que el hombre parecía tener que decirle y se dispuso a asistir al primer baile del que había recibido la invitación aquella temporada.

El señor y la señora Mansfield eran unos encantadores ancianos, amigos de la familia desde que su padre ocupó el lugar de barón con la muerte de su abuelo y no podía dejarlos plantados por nada del mundo.

El carruaje se detuvo, el cochero abrió la puerta y la ayudó a bajar.

Danielle observó la enorme mansión de los anfitriones y sus comisuras se elevaron para formar una gran sonrisa. Estaba impaciente por verlos y abrazarlos. Eran como sus abuelos y ellos la consideraban su nieta.

Entró en el salón de baile y buscó con la mirada a los anfitriones. Ambos estaban hablando con otra pareja.

La chica se acercó a ellos con una gran sonrisa de oreja a oreja, tapó los ojos de la mujer al llegar hasta ella y preguntó:

—¿Quién soy?

La mujer rio y contestó:

—La joven más hermosa del baile y mi nieta más querida.

La aludida quitó las manos de los ojos de la señora Mansfield y la pareja la abrazó con fuerza, riendo de felicidad por verla en su casa.

—Creíamos que no vendrías —apuntó el hombre emocionado.

—Nunca me perdería un baile de mis abuelos. ¿Qué podéis contarme de los hombres interesados en el matrimonio de esta temporada? ¿Hay alguno que valga la pena, abuela? —preguntó mirando a su alrededor.

—Pues, en mi opinión, solo hay uno lo bastante inteligente y apuesto que merezca tu tiempo y el placer de tu compañía —respondió la mujer buscando con la mirada al susodicho.

—¿De verdad? Cada vez me lo ponen más difícil. ¿Quién es el afortunado?

—El conde de Draulen.

Los ojos verdes y castaños de Danielle se clavaron en el rostro de la anciana, abiertos de par en par por la sorpresa. “¿Leon está aquí?”, se preguntó desconcertada.

—Mira, allí está su madre. Ven que os presento —la señora Mansfield cogió la mano de la muchacha para guiarla hacia la mujer, pero la joven la detuvo.

—No te molestes, abuela. La conozco. Iré yo sola. Tú sigue hablando con tus invitados.

—¿Estás segura? —la chica asintió dedicándole una sonrisa—. De acuerdo. Pásatelo bien, querida nieta.

—Lo haré.

La joven le dejó un beso en la mejilla a la pareja y se encaminó hacia la suegra de sus hermanos con una renovada ilusión.

Mirena se rio con poco entusiasmo de algo que había dicho una de las madres con las que estaba sentada en el borde de la pista de baile y escondió una mueca de desagrado detrás del vaso de limonada. “Por los dioses, qué mujeres más insufribles”, pensó al escuchar la misma conversación que había tenido con la misma mujer la noche anterior, en el baile de los Smithson.

—Buenas noches, señoras. Espero que lo estén pasando de fábula —las saludó Danielle quedándose de pie, en toda su altura, delante de la madre de sus cuñadas.

La mujer alzó el rostro y se le iluminó al verla. Se levantó de un salto de la silla y la abrazó con fuerza.

—Gracias a los dioses —susurró al oído de la joven—. Sácame de aquí, por favor.

—Señora Stainfield, ¿le apetecería dar un paseo conmigo?

—Por supuesto, señorita Harrelson. Discúlpenme, señoras —ambas hicieron una leve reverencia con la cabeza y se marcharon lo más rápido que pudieron—. ¿Qué haces aquí? Estás preciosa vestida así —la halagó dirigiéndose hacia la mesa de la comida.

—Llevo años asistiendo a este baile. El señor y la señora Mansfield son buenos amigos de la familia, tanto que los llamo abuelos. Y ya que vengo, aprovecho para buscar un marido. ¿Y vosotros qué hacéis aquí? ¿Dónde está Leon?

—Pues por la misma razón que tú. Mi hijo busca esposa. Hace un momento estaba bailando, pero ya no lo veo. Tal vez esté dando un paseo con alguna chica casadera por el jardín.

—Caray. Sí que hace tiempo que no nos vemos. ¿Dónde os estáis quedando?

—Daven nos ha dejado vuestra casa. Supongo que tendremos que irnos para que tú te instales en ella.

—Oh, no. No te preocupes. Hay sitio suficiente para todos.

—¿Quieres que busquemos a mi hijo? Me vendría bien tomar algo de aire fresco —le propuso Mirena abanicándose con la mano.

—Claro, vamos. ¿Y qué tal va la búsqueda de futura condesa?

—Lento. Me parece que mi hijo tiene unas expectativas demasiado altas para su futura esposa y ninguna llega a rozar ese límite.

—Bueno, de pequeño ya era bastante exigente, creo recordar. No me extraña que busque la perfección personificada en esa fémina.

—Lo sé. Debí avisarle de que la perfección no existe —dijo la mujer con culpabilidad.

—En realidad no hay ninguna buena definición para la perfección. A veces, simplemente crees que alguien es perfecto por lo que te hace sentir tal como eres, sin cambios —filosofó Danielle con la vista un poco perdida en los terrenos que se extendían delante de ella.

—Es posible que tengas razón.

Giraron al llegar a una esquina de la mansión de piedra grisácea y la mujer chasqueó la lengua.

—¿Dónde se habrá metido este chico? —preguntó con fastidio.

—Tal vez haya encontrado a la condesa perfecta y esté cortejándola.

—Pues sería un gran alivio. Estoy cansada de aburrirme.

La chica se rio por el comentario y entraron por la puerta trasera del salón de baile.

—¿Quieres que nos marchemos? —le inquirió.

—No quisiera privarte de tu propósito. Llamaré al carruaje y os esperaré en la comodidad de mi habitación.

—No voy a dejar que te vayas sola. Y mi propósito puede esperar al siguiente baile. Le diré a los señores Mansfield que informen al conde de tu salida y que regrese cuando quiera. Iremos en mi carruaje.

—¿De verdad que no te importa?

—Para nada. Prefiero tu compañía a la de cualquiera de estos pomposos.

—Pensando así no encontrarás marido —le dijo Mirena sonriendo divertida.

La muchacha se rio dejándola en la entrada hasta que regresara de informar a los anfitriones, subieron al carruaje y se marcharon hacia el silencio y la comodidad de sus habitaciones.

***

Un estruendoso ruido de una silla cayendo al suelo de baldosas despertó a Danielle con un sobresalto. Se incorporó en la cama y agudizó el oído para escuchar dos voces masculinas provenientes del vestíbulo.

—¿Se encuentra bien, señor? —preguntó Grissom al recién llegado.

—Perfectamente, gracias. Que nadie me moleste hasta la hora de la cena —contestó una voz grave que la chica no había escuchado nunca.

—Por supuesto, señor. Que descanse.

La joven escuchó unos pasos que subían las escaleras y se acercaban por el pasillo, hasta la habitación contigua a la suya. Se levantó de la cama en silencio, pegó la oreja a la pared y escuchó los pasos del hombre hasta que cayó encima del colchón.

No sabía con certeza quién era, pero tenía la vaga sospecha de que se trataba de Leon, el hermano pequeño de sus cuñadas y conde de Draulen desde los diez años, cuando su padre murió en un intento por recuperar a su familia y maltratarla de nuevo.

El título le había llegado con bastantes deudas por la afición desmesurada del antiguo conde de gastar dinero en las timbas de juego clandestinas, sin embargo, ahora estaba libre de cargas y en pleno auge de bienes.

Daven, el capitán y hermano de Danielle, había subsanado las deudas, todas y cada una de ellas, para que el nuevo conde y su madre pudieran empezar de cero.

Y eso hicieron después de viajar, en el barco de la familia, durante todo el verano, hasta que el niño tuvo que regresar para ir a la escuela. En su ausencia académica, Mirena se había hecho cargo de todo lo que conllevaba el título.

Después de veinte años, el pequeño había crecido y era lógico que estuviera buscando esposa. Lo que no llegaba a comprender la chica era el porqué había decidido ir hasta Yndral para llevar a cabo la tarea. ¿Es que en Draulen ya no había damas casaderas?

El sonido de unos ronquidos, aunque parecían más bien gruñidos, traspasaron la sólida pared hasta el oído de la chica. Se encaminó hacia la cama, se tumbó y cerró los ojos cuando los rayos del sol empezaban a iluminar la estancia.

29 de Diciembre de 2023 a las 00:02 2 Reporte Insertar Seguir historia
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k karmen
Se ve que la historia va a ser muy interesante espero con muchas ansias el siguiente capítulo muy buena trama hasta ahorita gracias
June 29, 2021, 02:57

  • Maryah Well-Autora Maryah Well-Autora
    Muchas gracias, Karmen. Este libro lo tienes disponible en Amazon por solo 0,99€ el ebook. Aquí solo he puesto el primer capítulo para que lo conozcáis. Muchas gracias de nuevo¡¡ June 29, 2021, 09:46
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