Capítulo I
Si alguien le preguntara a Rafael qué pretendía lograr con tanto esfuerzo obtendría la misma respuesta que su padre le había enseñado: ¨cambiar las cosas un milímetro¨.
Y utilizaba la medida perfecta pues lo que Rafael intentaba cambiar a base de esfuerzo era tan imposible que un solo milímetro de diferencia bien podría considerarse un hecho histórico.
Rafael regresó con el ánimo sombrío luego de terminar su faena en el campo. La parcela, responsabilidad de su padre y de él mismo, era la más grande del pueblo pero había sido petición propia del padre de Rafael. No es que ninguno de los dos fuera un agricultor experto, es que albergaban la esperanza de que una mayor carga de trabajo, y por tanto de esfuerzo, pudiera subir los niveles de Rafael.
El chico de 18 años se metió debajo de una pila, mientras se revolvía el cabello para deshacerse del sudor. Terminó sentándose en el tronco circular que su padre usaba para cortar la leña. Era su lugar favorito, ubicado detrás de la casa, donde podía darse de frente con su dura realidad.
-Estado. –pronunció.
Un panel holográfico se materializó en frente de sus ojos. Toda clase de datos, números y estadísticas estaban registradas en la ventana digital, desde su altura y peso hasta la fecha de su nacimiento. Se podía decir que toda su vida estaba registrada allí, en lo denominado como Estado personal, algo que todas las personas en este mundo poseían, incluso los animales poseían uno, solo que muchísimo más rústico y primitivo.
Nombre: Rafael Naim.
Título: Ninguno
Trabajo: Agricultor del pueblo de Barya.
Profesión: Agricultor Nivel 1
Salud (HP): 100
Mana (MP): 0
Fuerza: 30 Agilidad: 15 Inteligencia: 50 Destreza: 10
Habilidades pasivas: Ninguna
Habilidades activas:
Manejo del azadón Nivel 1
Dominio de la labranza Nivel 1
Eso era lo básico. El Estado era lo más íntimo y personal que una persona pudiera poseer en esta vida. Invisible a otros ojos que no fueran los de su dueño original, el Estado era algo que no mentía y expresaba todo lo que el dueño era capaz de hacer sin miramientos basándose en fríos números. Las estadísticas de Rafael eran normales para un chico de su edad y sus circunstancias: un joven campesino que se ganaba la vida a base de trabajo de campo, salvo por un detalle.
La estadística de Mana.
Todo en este mundo, le habían explicado a Rafael en la escuela, estaba compuesto por partículas, algo así como pequeños pedacitos que conformaban todos los objetos del universo. Acompañándolos estaban las partículas de energía primitiva como le gustaba decir al viejo maestro del pueblo, pero más conocido popularmente como el mana, lo que daba lugar al fenómeno más extraordinario e inexplicable del mundo, la magia. Todas las cosas del universo poseían mana en diferentes proporciones, incluso el suelo en algunos lugares y muchísimos objetos inanimados poseían mana, como el gran pozo del pueblo que sacaba el cubo lleno de agua automáticamente o las farolas con bombillas recolectoras de energía solar que se encendían solitas cuando anochecía. Todo ello funcionaba con una combinación de tecnología y magia, pero la chispa que los movía era el mana que las personas podían ejercer y utilizar.
Y ahí radicaba el problema. La gran mayoría de los dispositivos, modernos y primitivos, actuaban con mana o estaban adaptados para ello. Desde un grifo de agua hasta un vehículo. Pero utilizaban mana.
Y Rafael tenía cero, absolutamente cero.
¿Era eso un problema? Uno verdaderamente serio. Ninguna persona carecía de mana. La estadística variaba muchísimo entre los seres vivos. Desde números ridículos como el de los recién nacidos hasta inconmensurables como el de personas que habían alcanzado la Divinidad. Pero Rafael tenía un número que nadie poseía, cero.
Se le escapó un suspiro. Todos los días desde que adquirió conciencia de su defecto, Rafael se sentaba en aquel tronco y comprobaba su estadística de Mana. Por eso su parcela era la más grande, por eso Rafael era el chico que más trabajaba en todo el pueblo. Ningún chaval de su edad poseía la estadística de Fuerza e Inteligencia que él poseía. Pero pese a todos sus esfuerzos había una estadística que no cambiaba, la del Mana. El cero flotaba en la pantalla, pareciendo una boca que se burlaba de él.
-¿Sin cambios? –preguntó una voz a su espalda.
Rafael se volteó. La figura de su padre estaba recostada contra la pared, con un azadón a un costado. Carlos Nail era un agricultor de manos grandes y callosas, de un permanente buen humor.
Vestía unos vaqueros viejos y desgastados y una camisa de mangas largas para el trabajo al sol. Como todo buen agricultor tenía la piel tostada y maltratada por el trabajo. Al cinturón un machete y un cuchillo de caza. Calzaba botas altas y le gustaba usar una gorra con el símbolo de su equipo deportivo favorito, los Halcones de Kenta, la metrópolis más cercana al pueblo rural de Barya.
Rafael sonrío para ocultar su decepción.
-Sin cambios.
Su padre permaneció en silencio. ¿Qué le podría decir a un chico con el futuro tan vedado como su hijo? En cambio decidió cambiar de tema.
-Entra y ayúdame a preparar la cena, ah y date un baño, apestas igual que esos jabalíes morados de las montañas.
-Tú sí que apestas como un jabalí morado. Y acaba de comprarte una gorra nueva papá, los Halcones no han ganado una temporada desde hace una década.
-¡Es porque están falta de entrenamiento! ¡Una semana trabajando en el campo y ganarían hasta el continental!
-Sí, sí, lo que tu digas.
Entraron a la casa mientras su padre seguía comentando diferentes formas de entrenamiento para los malos jugadores de Kenta.
Como Barya era un pueblo pequeño, en una zona relativamente tranquila era común que los chiquillos pudieran salir y divertirse por las noches, aunque nunca sin abandonar los límites de la zona urbana. Los campos, de día, eran el territorio de los agricultores, pero por la noche pertenecían a los animales salvajes. Aunque Rafael prefería mantenerse encerrado en casa leyendo, una actividad que no requería nada de mana, esta vez estaba en el portal calzándose sus botas militares, lustradas y pulcras, regalo de su padre cuando cumplió 18 junto con un cuchillo de caza, estaba listo para dirigirse al Ayuntamiento. Su padre, que vestía ropa más formal que su habitual pulóver con el símbolo de los Halcones de Kenta en la espalda, también se estaba arreglando.
-¿Por qué razón debería ir yo también?
-El alcalde ha convocado a todos los adultos, incluyendo a los que acaban de cumplir la mayoría de edad. Es algo importante si nos llamó a todos.
Rafael dudaba de tal importancia. ¿Qué podía ocurrir en un pueblo tan tranquilo como Barya, para que el alcalde convocara a todos los mayores de edad? Lo habían llamado más por el hecho de que era hijo de su padre, el agricultor de nivel más alto, que por otra cosa.
Rafael evitaba las multitudes. Estar tachado como el inútil hijo del agricultor más capaz de la localidad, no era la mejor presentación para una reunión. Pero había que cumplir.
El Ayuntamiento estaba ubicado, como era usual en pueblos rurales, en el centro. Era un edificio antiguo pero en buen estado, pintado con colores alegres. Como Barya era pequeño, el Ayuntamiento se limitaba en su tamaño y en sus funciones. Rafael y su padre, así como el resto de los adultos, se reunieron en el amplio vestíbulo que funcionaba como sala para las discusiones. No había sillas y mesas para todos pero muchos decidieron permanecer de pie en las esquinas.
Carlos era un Agricultor Nivel 50, un hito en la localidad si se tenía en cuenta que el nivel del suelo era Bajo. Todos los demás trabajadores del campo rondaban Nivel 30 o 40. Por eso para él había una mesa reservada. Ser el mejor tiene que generar recompensas.
Rafael se dirigió hacia donde estaban reunidas las únicas personas con las que no se sentía incómodo o en guardia, los Merrick. Janice Merrick, probablemente la única amiga que tenía en el pueblo desde que su amigo de la infancia Alberto se había marchado hace tres años, le recibió con una sonrisa.
Janice tenía el pelo idéntico al de su madre, de un color caoba que recordaba a los árboles más elegantes durante la primavera. Su padre, dueño de una tienda local, había crecido junto al padre de Rafael y se consideraban hermanos.
-Tío Merrick. –saludó el chico.
-¡Ah mi sobrino preferido! –exclamó alegre.
-Papá, no tienes ningún otro sobrino. –le regañó su hija.
-Ah querida, mira que literal ha salido nuestra hija ¿qué sabrás tu pequeña? En mis tiempos la sangre era importante pero Rafael es de la familia ¿o no quieres a Rafael en la familia?
El chico sonrió burlón a la muchacha.
-¿No me quieres Janice? –preguntó poniendo unos ojos tristes.
-¡¿Qué?! ¡No, claro que te quiero, yo….ah, estúpido papá, no me hagas decir esas cosas, es vergonzoso! ¡Es decir, yo…!
Rafael y el señor Merrick chocaron las palmas al ver que habían logrado cogerle el pelo. La señora Merrick sonreía mientras los miraba como si viera a tres niños chiquitos hacerse una jugarreta.
-Cariño, no molestes a nuestra hija.
El señor Merrick dejó de reírse entonces.
-De acuerdo, tú mandas querida. Iré a saludar a mi viejo amigo.
Rafael saltó cuando Janice le pellizcó el brazo.
-¡Ay ¿a qué ha venido eso?!
-Por tomarme el pelo, chico listo. –dijo frunciendo el ceño- Cambiando de tema, es extraño verte aquí ¿pasó algo?
-Esperaba que el alcalde me aclarara esa duda. Llamó a todos los mayores de edad, algo gordo debe haber sucedido.
-Sí, le vi esta mañana cuando recibió el correo y no me gustó mucho la cara que puso, estaba pálido.
-¿El correo? Qué extraño. Pensé que podría haber sido problemas con los animales salvajes, algún monstruo peligroso que ronda por la zona.
-No lo creo. Mi papá conoce a muchos cazadores de bestias y ninguno le ha dado una alarma. De la montaña no suelen bajar, rehúyen las zonas humanas.
Los dos jóvenes siguieron discutiendo posibles teorías hasta que el propio alcalde apareció por una puerta en el segundo piso.
El viejo Wilfred era alcalde desde hace 20 años y jamás había tenido problemas con la elección de su cargo. Era un hombre encorvado, de piel gastada por el esfuerzo, nariz larga y puntiaguda que junto con sus ojillos pequeños le gustaba asustar a los más pequeños. Vestía pantalones caqui y un suéter de tonos apagados. No traía su pipa encendida como era costumbre, algo que los más viejos vieron como un mal signo. Wilfred no apagaba nunca su pipa.
El vestíbulo permanecía en completo silencio mientras el anciano se acomodaba en su silla.
-¿Están todos aquí? –preguntó con una voz ronca que sonaba como un cuerno desgastado.
El señor Merrick, ni corto ni perezoso, se adelantó.
-Estamos todos, viejo. Venga di de una vez para que nos reuniste que nos tienes nerviosos.
El alcalde soltó un suspiro.
-Nerviosos ¿eh? Sí, nerviosos tienen que estar.
-Oye viejo Wilfred, habla de una vez, me estás inquietando. –dijo otro aldeano.
Por toda respuesta el anciano sacó un conjunto de sobres, colocando bien a la vista el sello. Rafael y todos los presentes sintieron un escalofrío cuando lo reconocieron: el sello del administrador local
Aunque su nombre sonaba bastante legal no eran otra cosa que señores feudales gubernamentales. Tenían mucha libertad de acción y la mayoría de las veces les encantaba sobrepasar sus límites jurados. No eran muchos y solamente existían en zonas que el gobierno podía permitirse, como por ejemplo una zona rural poco poblada donde estaban ubicados.
Al alcalde le temblaba ligeramente la mano.
-Recibí estos telegramas por la mañana…y no traen buenas noticias. El administrador está exigiendo, nuevos impuestos.
Una exclamación recorrió todo el salón. Muchos pueblerinos se pusieron de pie y exclamaron referencias a la madre del administrador, mientras otros se agarraban la cabeza y empezaban a calcular en sus celulares las posibles pérdidas.
-¡Eso es una locura! ¡Nuestro suelo no nos permite un rendimiento tan alto como para pagar nuevos impuestos! ¡Los mismos deben corresponderse con la capacidad de cada localidad! –exclamó el profesor del pueblo.
- El profesor Rey tiene razón Wilfred, está establecido que los impuestos deben corresponderse con la capacidad local. –habló el padre de Rafael de manera calmada. Siempre estaba tranquilo cuando los demás se alteraban.
Rafael le susurró al oído a Janice.
-Ahora ya sabes por qué estaba pálido.
-…sí. –murmuró la chica.
A Rafael le extrañó mucho su comportamiento pero entonces recordó que Janice planeaba matricular en una escuela en Kenta. Si los impuestos subían entonces los Merrick tendrían que cancelar la matrícula, por los consecuentes gastos que su hija tendría en la ciudad. Desde que Alberto se había marchado hace tres años, los dos jóvenes tenían ganas de salir de Barya y explorar el resto del país, justo como había hecho el Divino Max Brandon, un legendario aventurero que viajó por todas las dimensiones hasta convertirse en un dios. Era el ídolo de todas las juventudes. El mismo Rafael tenía un poster de Brandon en su cuarto.
Los adultos seguían discutiendo. Carlos Nail volvió a hablar.
-Si el administrador local desea imponernos sus impuestos por sus propios deseos entonces tenemos que consultar con el gobierno que radica en Kenta. Todos sabemos que el muy cabrón no radica allí sino en su finca privada. Si acudimos con los representantes de la ciudad podrán interceder.
El maestro Rey asintió con gesto firme.
-He estudiado durante mucho tiempo nuestras leyes. El administrador local no puede subir los impuestos por propio deseo sino cuando se lo ordenen.
Los demás murmuraron estando de acuerdo. El color volvió a sus rostros, pero no al de Wilfred.
-La misiva del administrador no vino sola. –dijo- Este documento también vino, firmado por el gobernador de la ciudad.
Kenta era la capital provincial, una directriz de su alcalde era una ley mucho más fuerte que la del administrador local que atendía el área rural solamente.
Los aldeanos se reclinaron ansiosos hacia adelante. Era rarísimo que llegara a su villa una orden de Kenta, tan alejada de ellos. El viejo Wilfred describió la orden con palabras cortas y lastimeras.
-Debido a ciertas circunstancias en el país, se le han exigido a la provincia un mayor número de recursos. Por tanto todas las zonas tienen que entregar un mayor número de ingresos, y eso nos incluye a nosotros.
-¡Pero sigue sin coincidir! ¡Entiendo que nos pidan más por una situación de emergencia en el país pero lo que pide el administrador sigue sobrepasando la tarifa! –exclamó iracundo el profesor Rey.
Rafael miró entonces que el señor Merrick se puso de pie con el rostro rojo de ira. Miró a su esposa y a su amigo Carlos, ambos asintieron en su dirección: habían tenido la misma sospecha.
-Ese hijo de…
Wilfred enfocó sus ojillos en el hombre.
-Imaginé que una persona con el Trabajo de Comerciante se daría cuenta. –dijo cansado el viejo.
Los demás miraron dudosos al vendedor.
-El muy cabrón quiere sacar un margen de ganancia con la subida de impuestos. Él también perdería con estas regulaciones así que para sacar un provecho aumentó la tarifa solicitada para así poder quedarse con la parte sobrante.
La indignación le subió a Rafael como una oleada. Como una persona con 0 mana sabía perfectamente lo que era sentirse humillado y en desventaja, lo que el administrador estaba haciendo con el pueblo era lo mismo. Janice, a su lado, enseñaba los dientes en una mueca de frustración como le gustaba hacer a su padre.
-¡Tenemos que avisar al gobernador de Kenta!
-¡No podemos permitir este atropello!
Exclamaban iracundos los pueblerinos. Rafael se fijó entonces en que pese a la solución tan factible que se les presentaba, avisar a la ciudad del abuso, el anciano Wilfred permanecía encogido, mirando con desconsuelo las tres cartas sobre la mesa. Un momento ¿tres cartas?
El chico miró a su padre. Su viejo también había cogido el detalle. El alcalde solo había leído el contenido de dos cartas.
-¿Qué es lo que hay en la tercera carta? –preguntó Rafael sin contenerse y enseguida se maldijo.
Había llamado la atención. El alcalde saltó como un conejo asustado al escuchar al chaval. Toda la sangre huyó de su rostro cuando sostuvo frente a sí la tercera misiva. Todos parpadearon nerviosos al reconocer por segunda vez el sello del administrador.
-La tercera es…una amenaza. –antes de que la ira explotara el viejo siguió- Todos los caminos están controlados y vigilados para evitar que nuestros mensajeros lleguen y están interfiriendo con las telecomunicaciones para que no podamos hacer una llamada. Deben de tener algún material que interfiere con las ondas o habrán lanzado un encantamiento que nos aísla, pero el caso es que no hay forma de contactar con Kenta. Si no pagamos el impuesto…borrará el pueblo del mapa.
El silencio cayó como una cuchilla en el vestíbulo. El administrador era una persona con la Profesión Espadachín y tenía muchos soldados a su servicio. Desaparecer a Barya del mapa no sería muy difícil.
-P-pero no puede hacer eso ¿verdad? No puede matarnos a todos ¿cierto? –preguntó un aldeano.
-Arrasaría el pueblo y luego lo haría parecer como que una manada de monstruos hizo el trabajo. Solamente tiene que presentar los cuerpos de las bestias muertas y todo el mundo le creerá. –dijo un pueblerino que había sido cazador.
Hombres y mujeres permanecían en silencio, unidos al rostro angustioso del anciano alcalde. Todos parecían consumidos al entender la dura realidad que les aplastaba, el fuerte siempre domina al débil. Ellos eran débiles, simples agricultores, así que no había forma de que pudieran hacerle frente a una tropa armada.
La única persona con algo de color en el rostro se levantó. El único agricultor Nivel 50.
-Tenemos que hallar una solución, y tenemos que hallarla ahora o Barya dejará de existir.
Gracias por leer!
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