rin Rina Ipóliti

Papa nuevo, vida nueva... Tras la renuncia del anterior Papa, se convocaron a elecciones nuevamente y se ha elegido a un nuevo sucesor bastante joven que planea reconstruir la Iglesia católica y cambiar el estilo de vida y funciones. Algunos de la curia piensan que quiere derribar a la Iglesia pero otros tratan de ayudarlo con todo lo que quedó pendiente y lo que propone. Junto con sus nuevos compañeros de trabajo, este joven Papa cambiará para siempre la estructura interna de la Iglesia y resolverá casos de diferente índole a través de su papado. Una historia algo ficticia pero que contiene mucha realidad, tanto de la actualidad como en el pasado. NOTA: el inicio de cada capítulo contiene una cita de la Biblia que corresponde a lo que va a ocurrir en ese capítulo.


Suspenso/Misterio Todo público.

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Capítulo 1

“Al día siguiente, Moisés se sentó para hacer de juez y vinieron a consultarlo todo el día. El suegro de Moisés vio el trabajo que su yerno se imponía por el pueblo y le dijo:

“¿Qué es eso que haces con el pueblo?” “¿Por qué te sienas tú solo y obligas al pueblo a estar delante de ti todo el día?”

Moisés le contestó: “Es el pueblo que viene a mí para consultar a Dios. Cuando tienen un pleito vienen a mí; yo juzgo entre unos y otros, y les doy a conocer las leyes de Dios y sus órdenes.”

Entonces el suegro le dijo: “No está bien lo que estás haciendo. Acabarás por agotarte tú y este pueblo que está contigo; porque es una carga demasiado pesada para ti; no podrás hacerlo tú solo. Escúchame, te voy a dar un consejo, y Dios estará contigo.

Tú vas a ser el representante del pueblo delante de Dios y le vas a llevar los asuntos. Enséñales las leyes y las órdenes, dales a conocer el camino que deben seguir y las obras que tienen que realizar. Pero elige entre los hombres del pueblo algunos que sean valiosos y que teman a Dios, hombres íntegros y que no se dejen sobornar; los podrás al frente del pueblo, como jefes de mil, de cien, de cincuenta o de diez.

Ellos atenderán tu pueblo a todas horas; te presentarán a ti los asuntos más graves, pero en los asuntos de menos importancia, decidirán entre ellos mismos. Así se aliviará tu carga y ellos te ayudarán a llevarla.

Si haces así, Dios te hará saber sus deseos, tú alcanzarás a cumplir tu tarea y toda esa gente llegará felizmente a su tierra.

Moisés escuchó a su suegro e hizo todo lo que le había dicho. Eligió hombres capaces dentro del pueblo, y los puso al frente del mismo, como jefes de mil, de cien, de cincuenta y de diez.”

(Éxodo 18, 13-25)

Es el comiendo de un nuevo año y también el comienzo de una nueva votación sobre quién será el próximo Sumo Pontífice. El ambiente en el cónclave es algo tenso y hay algunas confusiones acerca de los candidatos pero, a pesar de todo, tienen fe en que todo saldrá bien y vendrá una etapa con nuevas misiones y preocupaciones.

Antes de que los cardenales ingresaran al cónclave, el coordinador vio que faltaba un cardenal y avisó a los demás que esperaran cinco minutos más hasta que llegase el que faltaba.

-A usted lo estaba buscando. Venga rápido y cámbiese que ya empieza la votación. ¿En dónde estaba? –le preguntaba el coordinador al joven cardenal que se veía un poco agitado.

-Lo siento, es que tenía que resolver unos problemas personales. Discúlpeme.

El muchacho se cambió de atuendo y fue corriendo a la fila de cardenales que estaban en procesión a punto de entrar a la capilla Sixtina.

-¿No creen que algunos ya están muy viejos para presentarse?

-Hay que darles una oportunidad más, mientras no tengan ochenta años.

Los cardenales murmuraban hasta que llegó la hora de la votación, cada uno colocó su voto y se lo volcó en un cáliz; luego, se contaron los votos mientras se los enganchaba con hilo y aguja a los votos del mismo candidato. Mientras este momento duraba, se cruzaban miradas entre los cardenales presentes.

La gente esperaba ansiosa en la plaza de San Pedro para conocer al próximo Sumo Pontífice, algunos traían pequeñas banderas del país al que pertenecían y los guardias de seguridad controlando el lugar para que no se originara un caos. Eran alrededor de las dieciocho horas cuando, en la chimenea de la Capilla Sixtina, salió humo negro; no se había llegado a una elección del Papa. Pero, minutos más tarde, salió humo blanco, el cual indica que ya se ha elegido un nuevo Papa. Las personas gritaban de emoción y alegría tras el “Habemus Papam”, aplaudía y sacaba fotos a la gran pantalla que había a un costado y mirando hacia el balcón de la basílica de donde se esperaba que saliera físicamente el nuevo Pontífice. El nuevo Sumo Pontífice salió al balcón y saludó a las personas que estaban allí.

Al día siguiente, el joven Papa presentó a su secretario general y a un supervisor y luego, fue a recorrer todo el Vaticano para tener personas nuevas a su disposición. Antes, le pidió al secretario una lista de todos los miembros de la curia donde se diferenciaban dependiendo del cargo que tenían y el departamento en que estaban. Era una lista extensa así que el Sumo Pontífice optó por ir a visitar a los más necesarios por el momento que eran:

· Asociación internacional de exorcistas (AIE)

· Congregación para los obispos

· Congregación para el clero

· Penitenciaría apostólica

· Oficina del Auditor General

· Comisión pontificia para la protección de menores

· Pontificia academia romana de arqueología

Primero, fue al despacho de un exorcista llamado Valentine, también director de la AIE. Tocó la puerta y lo atendió.

-Su Santidad, bienvenido y felicitaciones por su elección.

-Muchas gracias, mucho gusto en conocerte en persona. ¿Puedo pasar?

-Sí, claro, adelante.

Benedict se sentó en una silla frente al escritorio de Valentine que también estaba por sentarse.

-Felicitaciones por su elección su Santidad.

-Muchas gracias, aunque no sé si podré hacer todo lo que ha dejado pendiente el anterior pontífice.

-Veo que es bastante joven. ¿Cuántos años tiene?

-Tengo veinticuatro.

-Dos años más que Raphael.

Minutos después, Raphael, el aprendiz de exorcista más joven, tocó la puerta y entró sin saber que el sumo Pontífice estaba ahí.

-Oh…disculpe, no sabía que estaba aquí –el muchacho fue hacia donde estaba su Santidad, estrechó la mano y lo felicitó.

-Muchas gracias, muy amables. Discúlpeme Padre Valentine, pero quiero ir directo al grano.

-Sí, adelante.

-¿Cómo está la situación en la asociación internacional de exorcistas?

Valentine bajó la mirada y le contestó con una voz apagada:

-No hay muchos, estamos camino a la ruptura. El único sacerdote joven es Raphael pero los demás no quieren seguir este camino.

-Entiendo. ¿Cómo vas con el papeleo?

-Eso va bastante bien, está todo controlado y se presentan a tiempo. Hemos mejorado un poco la comunicación entre los obispos y los casos esenciales que surgen.

-Genial, eso me gusta mucho más.

-Usted… también es exorcista, ¿verdad?

Benedict quedó inmóvil y su rostro de volvía pálido, ni siquiera pestañeaba.

-¡Dios mío, me he olvidado de colocar eso en el currículum! Mis disculpas, padre Valentine.

-Está bien, suele pasar –dijo Valentine con una risita.

-Tengo que irme ahora, probablemente tendremos una reunión con la asociación. Buenas tardes.

Cerca de las tres y media de la tarde primaveral, el Papa se dirigió hacia la Penitenciaría Apostólica a visitar al penitenciario mayor, Alessandro Leone, un hombre de casi cuarenta años que se encontraba muy tranquilo en su despacho leyendo un documento con ambas piernas cruzadas encima del escritorio, arrugándose así parte del pantalón negro (vestimenta tradicional de sacerdotes católicos). Cuando entró el Sumo Pontífice, éste levantó la mirada y dijo, en un tono pícaro y hostil, sin cambiar la postura en la que estaba:

-¡Su Santidad! Buenas tardes, pase y tome asiento –siguió leyendo el papel que tenía en sus manos y siguió hablando –parece bastante joven como para asumir un cargo como el de Papa, ¿no cree?

Mientras Benedict se sentaba, le respondía:

-Bueno, he sido elegido por los cardenales. Sinceramente, pensé que iba a ganar Adam Cruyssen, tiene mucha iniciativa y sabe manejarse solo en situaciones de caos.

-“<<Adam… Cruyssen… ¿Quién era ese?>>” –pensaba Alessandro -¡Ah, el holandés!

-¿Lo conoce?

-Un poco, aunque es mejor que ganara usted –Alessandro siguió leyendo el documento y le preguntó de prepo al Sumo Pontífice – ¿Qué necesita usted, a qué se debe honorable visita?

-El anterior Sumo Pontífice ha dejado varios casos pendientes y –Benedict fue interrumpido por Alessandro que le dijo fríamente –No hay nada pendiente.

-Yo creo que sí hay.

-¿Ah sí? Entonces… ¿de qué casos habla?

-Absoluciones falsas contra el sexto mandamiento, agresiones y algunos que dicen ser llamados obispos pero en realidad no lo son.

-¿Y usted cree que van a arrepentirse de eso?

-Hay varias oportunidades para ellos mientras esté el confesor.

Alessandro sólo chistó y siguió preguntándole al Sumo Pontífice:

-¿Qué más necesita saber?

-Sólo eso por ahora, muchas gracias. Vendré otro día.

-Ni se moleste, no va a haber nada nuevo.

Antes de retirarse, Benedict estrechó la mano para saludarlo, éste hizo lo mismo estando sentado y empezó a apretar más la mano del Papa, pero Benedict sonreía y no le importaba que su mano quedara un poco roja.

<<-¿Qué le pasa? Deja ceder su mano, no le importa en lo más mínimo->> se decía Alessandro mientras sus ojos claros estaban clavados en la mirada tierna de Benedict.

Alessandro rió y soltó la mano de Benedict y le dijo:

-Buena suerte en esta etapa, espero que estemos un poco más cercanos.

-Gracias, que tenga un lindo día.

Su próximo encuentro era con el prefecto de la Congregación para los Obispos, el cardenal Alonzo Ricci, que se encontraba tomando un té aromatizado con menta y miel.

-¡Su Santidad! Qué alegría verlo, pase –exclamaba el prefecto mientras hacía señas a Benedict de que pasara y se sentara en un sillón –es usted más joven de lo que creía.

-Buenas tardes, cardenal Alonzo. Veo que está disfrutando de la tarde –respondió con delicadeza el Papa, sentándose en el sillón de cuero azul marino –aunque ese té que está tomando lo rejuvenece a usted más de lo que está.

Alonzo soltó una risita, se sentó frente al Papa y ordenó a su secretario que trajera un té al Sumo Pontífice.

-¿Cuánto ha pasado desde que te conocí como cardenal?

-Creería que unos…tres años. Usted estaba en otra congregación antes de que el anterior Pontífice renunciara. ¿Lo cambió a último momento o fue una emergencia?

-Había que atender otros asuntos y me redirigió a donde estoy ahora.

-¿Estás cómodo con tu nuevo puesto?

El prefecto entristeció un poco su rostro y respondió con poco aliento:

-No mucho…no estoy tranquilo.

-¿Puedo saber la razón?

-Bueno… -en ese momento entró su secretario con el té y algunas galletas dulces en una bandeja de aluminio decorada y lo colocó sobre la mesa de luz –gracias, ve a entregarle los documentos al auditor.

El joven se retiró del lugar con muchos sobres sobre sus manos y siguieron hablando:

-Usted sabe…que he sufrido una especie de persecución sobre determinado tema. Por más que me muevan como peón de ajedrez a cualquier lado, no voy a estar tranquilo, ellos me siguen presionando.

-Pero eso se puede solucionar.

Alonzo miró como perro retado al Papa y le preguntó:

-¿De verdad cree que hay solución?

Benedict se le acercó y le dijo cara a cara con un tono muy suave y tranquilo:

-Confía en mí. Pronto llegará alguien que podrá sacarte de esta injusticia, ¿okay?

Alonzo sólo mostró una sonrisa pero acompañada con sentimientos de serenidad y alivio que lo dejó reposar de nuevo en el sillón y calmando las tensiones.

El Sumo Pontífice empezó a tomar el té con tranquilidad y de a pequeños sorbos ya que el ambiente había cambiado en un instante, pero el prefecto notaba que Benedict lo había visitado por algo urgente y le preguntó:

-Parece que viene con muchas cosas en mente.

-Exacto -reposó la taza en la bandeja- Discúlpeme pero quiero ir directamente al tema.

-Adelante –dijo el cardenal mientras daba un sorbo al té.

-Sobre las visitas apostólicas… ¿Por qué la visita al seminario mayor de Málaga se pospuso cinco veces en una semana? ¿Qué está sucediendo?

La mirada tranquila de Alonzo se congeló en el último sorbo de té donde aparecía su rostro un poco pálido en el reflejo, apoyó la pequeña taza en una mesa de luz que estaba al lado de él y cruzó todos los dedos unos con otros.

-¿No quiere hablar de ello? –lo persuadió el Sumo Pontífice, mirándolo con preocupación mientras tomaba el té –podemos hablar de esto otro día, no se preocupe.

-No…está bien, sólo que…es complicado –sus manos comenzaron a temblar de a poco –hablemos de esto ahora, quiero dejar en claro varias cuestiones.

El Sumo Pontífice se había dado cuenta de que el tema era bastante delicado y empezó a preguntarle de a poco:

-¿Puede contarme qué ha pasado?

-El visitante apostólico encontró muerto a un estudiante del seminario mayor, estaba…en estado de shock cuando lo vio. Los estudiantes estaban por recibir las investiduras al día siguiente pero tan pronto como sucedió esto, lo pospuse varias veces.

-¿Se sabe la causa de su fallecimiento?

-El joven tenía una reliquia en su mano derecha, pero varios lo notaban un poco asustado y no se sabe si estaba huyendo de algo o alguien.

-¡Vaya!, tendré que ir de nuevo a la penitenciaría –exclamó el Papa con media sonrisa y sus ojos un poco cerrados -¿hay algún otro dato importante?

-Bueno… él vino a confesarse la noche antes –Alonzo miró a los ojos claros y resplandecientes del Sumo Pontífice –si usted desea, podemos romper el secreto de confesión para este caso.

-No es necesario –respondió apresuradamente Benedict mientras se retiraba de la habitación –lo que se confiesa queda entre Dios, el confesor y la persona arrepentida.

Al día siguiente fue a visitar al cardenal Fabrizio D’Angelo, presidente de la Pontificia Academia Romana de Arqueología[1]. El lugar era un desorden total, trozos de papiros antiguos esparcidos por las mesas, libros antiguos llenos de polvo, herramientas que usan los arqueólogos para descubrir objetos o fósiles y demás artefactos. Apenas Fabrizio sintió dos pasos de alguien, le dijo amablemente que pasara y se sentara en una silla pero el Sumo Pontífice, al ver que no había ninguna desocupada, optó por quedarse parado al lado de una vitrina con un esqueleto incompleto de lo que parecía ser un niño. Cuando el cardenal sacó sus anteojos y los guantes de cuero, se sorprendió al ver al nuevo Papa:

-¡Oh, Su Santidad! Mis disculpas, no sabía que era usted. Pase, siéntese.

-Gracias, estoy bien así.

-Bueno… -Fabrizio observaba a su alrededor todo el desastre de cosas que había y comprendió la situación –es que he estado demasiado ocupado como puede ver… discúlpeme –contestaba con una risa.

-Si está muy ocupado, vendré otro día.

-Oh, no, al contrario, estoy a su disposición. ¿Qué necesita?

-Escuché que viajarás a Jerusalén la próxima semana. ¿Han encontrado otro fragmento perdido de la Biblia?

-Según mis colegas parece ser cierto –contestaba Fabrizio mientras desocupaba una gran mesa redonda de madera y colocaba un microscopio en él con una muestra de una piedra –espero que al menos se noten los caracteres hebreos, sino es una pérdida de tiempo.

-También… su equipo ha descubierto catacumbas en el monasterio San Luis Gonzaga.

De repente, Fabrizio quedó inmóvil mirando la muestra que tenía en el microscopio por un largo rato, se apartó de la mesa y se dirigió hacia el Sumo Pontífice a paso de hombre. Cuando llegó hasta él, el rostro serio del cardenal se transformó en una alegría inmensa; sus ojos claros llenos de emoción y su sonrisa de oreja a oreja expresaban su extremo contento, tomó de los hombros al Papa y susurró:

-No sabe lo contento que estoy con eso, es algo totalmente increíble.

-Ya ve –Benedict fue interrumpido por el cardenal que no paraba de contar todo el suceso del descubrimiento, pero siguió sonriendo y escuchaba atentamente y con paciencia la historia de Fabrizio.

-Es tan… emocionante –empezaba a exclamar –todos estos años en aquellos lugares lúgubres, ese aroma de humedad acompañado con aquellas enredaderas que abrazan cada pilar y arcos del monasterio, la paz y la tranquilidad de los jóvenes monjes al cantar el canto gregoriano con muy buena entonación y por último… -se acercó aún más a la cara del Papa con los ojos bien abiertos y brillosos, apretándole los hombros y a punto de soltar lágrimas –hemos descubierto semejante catacumba debajo de una habitación común. Ya siento el olor a antigüedad, cuerpos que ya están en fase de descomposición hasta convertirse en polvo, recolectar cada pieza de algo que sea de interés y poder obtener más conocimiento sobre esas épocas.

-Veo que estás muy contento y entusiasmado con tu profesión –decía amablemente Benedict mientras sonreía.

-Pero hay sólo una cosa en la que se equivoca.

El Sumo Pontífice se sorprendió y preguntó qué era.

-En realidad fueron los monjes quienes lo descubrieron, pero fue de una forma tan…extraña.

-¿Extraña?

-Sí. Quizás ese monje tuvo alguna especie de visión o algo parecido y mandó a que rompieran la pared, o quizás ya lo sabía pero no quería contárselo a sus hermanos, o… -el cardenal se llenó de hipótesis y siguió estudiando el pedazo de piedra que tenía en el microscopio –le haré saber si encontramos pistas en Jerusalén.

-Gracias.

Posteriormente fue al despacho del cardenal Federik Carter, presidente de la Comisión Pontificia para la protección de menores. Benedict tocó la puerta y se escuchó que una voz potente pero sin ganas de hablar le contestó:

-Adelante.

-Buenos días Federik –contestó el Papa con una sonrisa.

Federik, aunque no llevaba puesto la vestimenta de cardenal sino ropa casual, estaba leyendo documentos sobre dos casos nuevos de abusos, desvió su mirada concentrada al Sumo Pontífice y sus ojos púrpuras volvieron a conocer la felicidad que siempre añoraban acompañada de una media sonrisa que no se atrevía a mostrar.

-Sinceramente me alegra tener su visita –acomodó los papeles y siguió hablando sin apartarle la mirada –si fuera otro cardenal, no le hubiese dejado pasar.

-¿Andas de mal humor hoy? –preguntaba Benedict mientras se sentaba.

-No…bueno…no es que sea mal humor sino es la experiencia que tuve. Usted es el único que me da ánimos para seguir adelante.

-Me alegra escuchar eso. ¿Cómo estás de salud? –preguntó Su Santidad cruzando las piernas.

-Lo mismo de siempre. Ataques de pánico, vómitos, insomnio… lo de siempre –expresaba con normalidad.

-¿Cuándo fue la última vez?

-Hace… dos meses.

El celular del Papa empezó a sonar, Federik siguió leyendo y, apenas dijo hola, la persona del teléfono comenzó a gritar con enojo:

-¡Dónde rayos anda usted! Hace dos horas que lo llamo y no contesta, venga a su oficina, rápido!

Benedict escuchó todo con calma y le dijo a Federik que tenía que irse y después iban a hablar más tranquilos.

Cuando el Sumo Pontífice llegó a su despacho, vio que estaba Valentine con un muchacho joven de unos veinticinco años, de altura normal y ropa casual. Benedict se sentó y le pidió al joven que también se sentara.

-Se llama Edan, recién lo conozco y quiere un trabajo. Creo que usted tiene un puesto para él –expresó Valentine –lo dejo en sus manos.

-Hola, qué tal. Me iba a presentar yo pero ya lo hizo el señor exorcista –contaba con su voz medianamente gruesa y con el rostro de no importarle nada –según él, tienes un trabajo para mí.

-Deberías dirigirte con más respeto a Su Santidad, ¿no cree? –reprochó el secretario del Papa que ya no se aguantaba la actitud de Edan.

-Está bien Walter, me gusta hablar de cualquier forma.

-Tsh, no se aguanta nada –murmuraba Edan poniendo sus manos en los bolsillos de la chaqueta de jean.

-¿A qué te dedicas?

-Soy espía, mejor dicho… lo era, porque ya me echaron del ejército.

-¿Por qué te echaron?

-¿Quiere que le cuente toda la historia?

-Me encanta escuchar historias, adelante –sonrió Benedict con los ojos bien abiertos y llenos de curiosidad y entonces, Edan empezó a contar lo que había sucedido.

Hacía ya dos meses, Edan Moore, estudiante del Centro de Instrucción y Adiestramientos Especiales (CIAE), era especializado en sabotaje y su padre le había enseñado lo básico sobre espionaje. Ingresó al centro a los dieciocho años cuando fallecieron su padre y su hermano más chico que tenía apenas ocho años. Su principal propósito era ingresar a la armada y ganar mucho dinero para pagarle el tratamiento a su madre de una enfermedad rara y también para provecho suyo, sus calificaciones eran muy buenas y ya había participado en varias expediciones cerca de España; pero su vida tranquila cambió un poco cuando sucedió algo inesperado.

La semana pasada antes de que lo echaran del centro, Edan tardaba más en dormirse y Liam, su amigo de toda la vida que también se especializa en sabotaje, empezó a preocuparse por él. Cuando hacían los ejercicios diurnos y nocturnos, Liam le preguntaba si su madre estaba bien o se quedaban a charlar en los tiempos libres sobre otros temas, pero no le lograba sacar información.

Una noche, cuando ya estaban todos dormidos, Edan se levantó de su cama y fue al baño que se encontraba al frente. Se plantó frente al espejo del baño y observaba meticulosamente su cuerpo bastante trabajado, brazos y abdominales bien marcados y las venas que destacaban en la luz opaca del cuarto; empezó a lavarse el rostro y, cuando levantó la vista, vio a un muchacho joven que se asomaba de detrás del marco de la puerta y Edan reaccionó para pegarle pero, cuando se dio vuelta, no había nadie.

<< ¿Ahora tengo alucinaciones? >>, Se decía Edan lavándose el rostro nuevamente.

El espíritu seguía asomándose pero ya Edan no le daba importancia y le reprochó:

-Oye, ya muéstrate de una vez y no desaparezcas. ¿Quién eres y qué quieres?

El espectro dio dos pasos y, con una voz quebrada y tartamuda, le dijo:

-Sígueme.

-¿Ah? ¿Que te siga? Pero dime qué quieres.

El joven dio media vuelta y le volvió a repetir que lo siguiera.

-Oye, espera.

Cuando Edan salió del baño, el fantasma ya estaba del otro lado del amplio cuarto donde dormían los militares, traspasó la puerta de metal y desapareció.

-Genial, las ventajas de ser un fantasma es pasar todo sin problemas –reprochó Edan mientras lo seguía con los pies descalzos y sin hacer ruido alguno.

Cruzaron el extenso patio y campo de entrenamiento, otros edificios de cuartos para los estudiantes y, al lado de una parcela abandonada de tierra, el espíritu se detuvo.

-¿Y ahora qué? –le preguntó Edan.

El muchacho le daba la espalda y señaló con el dedo índice una parte de tierra seca que estaba removida.

-Qué.

-Sálvame –contestó el fantasma con voz casi llorosa.

Edan miró de reojo la tierra pero no se atrevía a cavar en el lugar y le preguntó con voz gélida:

-¿Y qué se supone que hay ahí?

-Destiérralo y lo verás –continuó diciendo el joven.

Edan suspiró quejándose de lo que le había pedido el espíritu pero lo hizo de todos modos; se arremangó el buzo que tenía puesto y empezó a sacar tierra con su manos. Tras excavar unos minutos, Edan tocó algo frío y sacó la mano rápidamente.

-¿Tengo que… -Edan vio que el espectro ya no estaba más –Genial, ahora desapareces de nuevo.

Volvió a cavar y, con la ayuda de la linterna de su celular, se dio cuenta de que lo que había allí enterrado eran partes de un cuerpo humano.

-Joder… ¿Qué clase de persona hace esto?

-Llama a… ex… exo… e…. –tartamudeaba el joven que volvió a aparecer detrás de Edan.

-Tranquilo, tómate tu tiempo.

El joven hizo una pausa y, con un cambio rotundo de voz y bien claro, le dijo:

-Llama a un exorcista. Mi alma peligra.

Edan estaba confundido por el pedido que le hacía y trató de sacarle más información.

-A ver, dime. ¿Qué pasó aquí exactamente? –Señaló la tierra removida –necesito que expliques el contexto.

El muchacho miró con temor aquel lugar, al parecer, le traía malos recuerdos sobre lo sucedido; quiso hablar pero desapareció.

Edan chistó y se quejó de lo mismo de siempre, apariciones y desapariciones de espectros; pero esta vez decidió averiguar más sobre el espíritu. Escarbó de nuevo la pequeña parcela de tierra y, con mucho asco, logró iluminar una placa de identificación manchada con barro y sangre. La tarjeta colgaba apenas de un hilo de lo que quedaba de la piel de la persona y le sacó una foto.

A la mañana siguiente, Liam notó que su compañero estaba distraído pero concentrado en algo y le preguntó:

-Oye, ¿qué te pasa?

Edan no contestaba y seguía con su mirada congelada en la nada mientras masticaba un trozo de pan.

-Edan, dime. Si tienes algún problema, te ayudaré.

Edan fijó su vista con una mirada inquietante, como queriendo saber sobre algo y le susurró:

-¿En este lugar… ha muerto alguien?

-Creo que sí, pero fue hace mucho.

-¿Cómo se llamaba la persona?

Liam pensó un largo rato y le contestó:

-Lucas Dietzel, era de una familia alemana. Ese chico… era bastante joven cuando murió, apenas tenía veintitrés años, era callado y no molestaba a nadie.

-¿Era católico?

Liam recordaba que Lucas solía llevar un colgante de cobre con un pequeño crucifijo y a menudo lo encontraba orando antes de dormir.

-Creería que sí, a veces se ponía a rezar antes de dormir. ¿Por qué preguntas eso?

Edan no sabía si decirle sobre su aparición y estaba más nervioso que antes. Miró a los alrededores por si no estaba el capitán y le hizo señas a Liam para que se acercara más.

-No sé si me vas a creer o a reírte de mí, pero te lo diré de todas formas. Eres el único en quien confío.

Liam, poniéndose nervioso él también, le dijo:

-Tranquilo, dime.

-Es que… hace más de tres semanas que… -Edan suspiraba y miraba de reojo a su amigo y a los alrededores –joder, no me sale. Es que…

-Tómate tu tiempo –le decía Liam tratando de tranquilizar a Edan colocando la mano sobre su hombro.

-Ese chico se me aparece y me dice que lo siga, pero cuando lo sigo él desaparece y vuelve a aparecer y… -Edan se dio cuenta de que Liam no entendía lo que le estaba diciendo y aclaró –la cosa es que se me aparece en forma de fantasma todas las noches y me pide algo.

-¿Eh?

-Sí, es eso. Veo fantasmas y no sé lo que quieren.

-Así que… era eso –decía Liam con voz apagada y triste –tú… ves fantasmas y conversas con ellos, por eso te siento hablar a solas por la noche, estabas conversando con él.

-Ah… ¿Tú sabías de eso?

-Pensé que tenías un problema o quizás… hablabas mientras dormías. Lo siento –se disculpaba Liam agachando la cabeza.

-Vamos, no es para tanto, ya está. Así que… dices que este chico murió en este lugar y que no se sabe qué pasó o quién lo mató.

-Sí.

Edan sacó su celular, abrió la foto que había sacado de su tarjeta y se lo mostró a Liam.

-¿Llevaba esto?

Liam se sorprendió al verlo y, tapando la pantalla del celular de Edan, le advirtió:

-Oye, de dónde… ¿De dónde sacaste esa foto?

-Pues de por aquí, no sé muy bien porque era de noche.

-Eso… -Liam miraba con cuidado la imagen –es en un campo de minas.

-¿Un campo de minas? Creo que estás viendo mal.

-No, es un campo de minas que está detrás de un sitio abandonado pero aún siguen activas algunas bombas.

Edan guardó el celular y empezó a interrogar a su amigo sobre el joven.

-Dime todo lo que sabes de él.

Liam miró a los alrededores con desconfianza, le hizo señas a Edan de que se acercara más y se desplazara hacia una esquina y le contó:

-Lucas entró a los diecinueve años aquí, era un chico bastante callado y tranquilo, no era de esos que se creían la gran cosa. Él era bastante bueno en lucha cuerpo a cuerpo y tenía buena puntería. Si tuviera que darle un título de honor sería el mejor francotirador de esta región –largó un suspiro y siguió –lo que yo creo es que… lo asesinaron por envidia, por eso se lo llevaron hacia el campo de minas y lo tiraron allí. Explotó al instante.

-¿Tú estabas allí cuando murió?

-No, pero cuando sentimos la explosión vi el rostro satisfecho del capitán y dos soldados más –tras una breve pausa, siguió hablando –pero… no podemos hablar de esto.

-¿Por qué?

-Creo que es un caso de encubrimiento.

-Encubrimiento, ¿eh? –Edan largó una risita –me importa una mierda, voy a sacar a ese pobre chico de aquí.

-¿Qué vas a hacer?

-Bueno, visitaré a mi madre primero y luego iré a una iglesia o no sé a dónde a preguntar por un exorcista. Tenemos que planear bien cómo hacerlo entrar a este lugar podrido sin que lo noten.

Liam bajó los ojos un poco apenado.

-Eso…

Edan lo miró de arriba y, con gesto provocativo, le dijo:

-Mira, si me vas a ayudar o no, no me importa. Lo único que quiero es dejar en paz a esa alma y que no me siga molestando porque, la verdad, yo ya estoy harto de ver fantasmas en todas partes y no poder decir nada a nadie porque me tratarán como un loco –se levantó del suelo sacudiéndose la tierra de sus pantalones –así que no me haré problema si tú no colaboras, lo haré de todos modos aunque me cueste la vida. Eres mi amigo, Liam.

Liam trató de disculparse pero Edan ya se había enojado y fue a entrenar a otra parte y no le dirigió la palabra en ningún momento.

Había llegado el día en que los soldados podían ver a sus familiares sólo por una semana y Edan ya partía hacia el hospital donde estaba su madre internada pero Liam le tocó el hombro disculpándose:

-Espera Edan –su compañero lo miró y decidió esperarlo –siento mucho lo que te contesté.

-Ya, no importa. Respeto tus decisiones, no hay problema.

-¿Cómo haremos?

-¿Qué cosa?

-Hacer entrar al exorcista.

-Pues… -Edan se rascaba la cabeza –ya pensaré en un plan después, te avisaré.

Edan volvió del hospital y pasó por una iglesia. Tenía un estilo gótico con destacadas gárgolas arriba de algunas columnas, los santos asomaban en cada columna y dos en una gran puerta que había en la entrada.

-Qué bichos más feos –decía Edan poniendo cara de asco al mirar las gárgolas que tenían una expresión grotesca y estaban algo despintadas.

Entró y vio que estaba vacío, incluida la pila de agua bendita que suele haber en la entrada de las iglesias y parroquias. Edan caminó hacia los primeros bancos y, cuando llegó a mitad de camino, vino un sacerdote de la sacristía pero no había visto a Edan ya que estaba de espaldas.

-Disculpe… -Edan se acercó hasta antes de pisar el presbiterio.

-Oh, lo siento, no te he visto –se disculpó el joven sacerdote con una sonrisa y le preguntó qué necesitaba.

-Bueno… necesito a alguien… -expresaba Edan mientras miraba a los alrededores –necesito un exorcista.

El rostro del sacerdote mostró algo de preocupación pero su tono de voz tranquila y alegre demostraban lo contrario y le contestó sacando su celular del bolsillo de los pantalones:

-Deme un segundo, lo llamaré.

-Gracias.

-Buenos días, padre Valentine. ¿Está usted disponible? –el joven miró a Edan y le preguntó si era urgente a lo que Edan le contestó que sí –sí, es urgente. Bien. Muchas gracias –colgó la llamada y dijo:

-En diez minutos vendrá. ¿Esperarás aquí?

-Eh… sí, espero aquí –Edan se sentó en un banco y esperó hasta que viniera el exorcista.

Pasados ya ocho minutos, una silueta de un hombre medianamente alto se venía asomando en las puertas de la iglesia en el atardecer del otoño, sus pisadas hacían eco en el lugar de manera muy tranquila pero el aura que despegaba era totalmente diferente; los arcos del interior simulaban devolver la presencia de aquel hombre pero, mientras más avanzaba en el largo pasillo que había entre ambas filas de bancos, se hacía notar aún más. Sus ojos grisáceos y algo arrugados se concentraron en Edan sin que éste se diera vuelta. El hombre hizo la genuflexión al lado del banco donde estaba Edan y le preguntó con voz varonil y algo potente:

-¿Usted necesita mi ayuda?

Edan lo miró y le contestó con inseguridad:

-S… sí –escaneaba al exorcista de arriba hacia abajo –digo… ¿Usted es el exorcista?

-Sí, soy yo –estrechó la mano para saludarlo –me llamo Valentine.

-Oh… -ambos hicieron un apretón de manos –yo soy Edan.

Valentine se sentó a su lado y comenzaron a hablar de la situación:

-Dime Edan, ¿cómo ha comenzado?

-¿Eh? ¿Qué cosa? Ah… es que –Edan agachó la cabeza mirándole al rostro un poco pálido del exorcista sin poder decirle la verdad –lo que pasa es que… no sé si es una tarea exclusivamente para exorcistas o lo puede hacer un sacerdote común.

Valentine mostró más atención al caso de Edan pero esta vez, su mirada parecía algo enojada aunque en realidad su rostro serio era así.

-¿Qué es?

-No sé si me va a creer padre, pero… la cosa es que… -Edan se sentía intimidado por Valentine ya que, cada vez que lo miraba, sus ojos claros parecían comerle el alma y ver más allá de su mente –no es necesariamente un exorcismo lo que debe hacer pero… es algo parecido, supongo. Yo veo fantasmas desde que era chico y hay uno que se me ha aparecido en el baño de la escuela militar donde voy. Lo que quiero saber es si usted puede como… hacer desaparecer esa alma que anda por ahí.

-Lo puede hacer un sacerdote como una limpieza espiritual. Pero si esa alma es más fuerte, tendría que intervenir un exorcista –aclaró Valentine -¿Ese espíritu habla con usted o simplemente lo mira?

-Lo único que me dice es que me siga, yo lo sigo, llegamos a un campo de minas abandonado y ahí me pide que llame a un exorcista. Está hecho pedacitos, creo que le explotó una bomba, pobre chico.

-¿Tuvo alguna relación con él?

-Para nada. No lo conozco ni lo conocí. Lo que sé es que debe estar lleno de resentimiento.

-¿Resentimiento? –preguntó Valentine apresuradamente.

-Sí… me han contado de que a ese chico lo habían asesinado. Supongo que mientras siga así, se va a poner muy fea la situación.

Valentine guardó silencio durante un largo tiempo para analizar la situación de Edan y accedió a ayudarlo.

-El jueves se me acaban las vacaciones y volveré a mi trabajo, pero tenemos que entrar a escondidas, mi capitán está demente y no quiere dejar entrar a nadie que no sea militar.

-¿Por qué entrar a escondidas?

-No lo va a dejar pasar tan fácil. Llamaré a un amigo mío para confirmar la ruta de entrada y escape del lugar.

Edan llamó a Liam para corroborar si el plan que habían hecho todavía funcionaba, fue una llamada corta y le dijo a Valentine:

-Listo. Nos vemos el jueves en la dirección que te mandé y a esa hora, quiero terminar con ese chico que me está volviendo loco. Gracias por su ayuda, padre –Edan se despidió saludándolo de lejos.

Había llegado el día en que el alma del joven pudiera descansar. Estaban los tres en el medio de una calle a primera hora de la mañana, hacía bastante frío y ellos estaban abrigados hasta las orejas, a excepción de Valentine que tenía un sobretodo que le cubría el cuello y un poco más con la bufanda de lana negra.

-Bien. Haremos esto: Liam –señaló a su compañero que estaba a su lado –nos guiará hacia otra entrada para ir al descampado. Usted y yo iremos un poco separados de Liam y, cuando yo le dé la señal, tiene que correr rápido y entrar al lugar.

Valentine simplemente asintió con la cabeza y los siguió.

Liam iba primero y les dijo que los estaban observando desde lejos y le pidió a Edan que fuera por otro camino.

-Genial, llega mi momento de gloria. Venga padre –hizo señas al exorcista para que lo siguiera y llegaron a un portón con enredaderas y un gran hueco en el medio donde podía entrar una persona para el otro lado –entre por ahí.

Valentine entró con su maletín y después entró Edan. Era un lugar con poco espacio cubierto de hojas amarillas y un poco de barro, era como un pequeño patio de una casa abandonada que estaba pegada a un sector desolado de la escuela militar. Avanzaron un poco más y había una entradera como si estuviese recién hecha.

-La hice yo –dijo entre risas y con orgullo Edan –aunque hay dos más que hice pero no te preocupes, están del otro lado. Solo una ha sido descubierta.

-¿Por qué has hecho todas esas entraderas?

-Bueno… a veces había pichones o crías de otros animales bastante pequeñas que estaban en el suelo y estaban lastimadas, así que yo me iba a la enfermería, sacaba un botiquín y los curaba en estos lugares hasta que viniera su madre. Como el capitán y los demás son sanguinarios, supuse que los iban a cocinar a la parrilla así que me apresuré a esconderlos en estos lugares.

Edan estudió la situación en la que estaban, observaba con atención el número de militares que había en un campo de entrenamiento y calculaba la distancia desde la entradera hasta la enfermería la cual estaba cerca del campo de minas abandonado.

-Escuche padre. Tenemos que pasar por la parte de atrás de la enfermería y luego al lugar donde está el alma del chico. Tiene que caminar rápido, sólo sígame.

-Bien.

Ambos entraron sin problemas y con mucha precaución de no ser descubiertos por los demás. Cuando llegaron, Valentine sintió una presencia tranquila pero había algo que no estaba bien. Fue despacio hacia la parcela de tierra removida y le preguntó por el nombre del joven a Edan.

-Se llamaba Lucas Dietzel.

Valentine comenzó a hacer un círculo con sal alrededor de la parcela y colocó tres velones blancos encima de la sal, se hizo la señal de la cruz y empezó a recitar algunas oraciones.

Mientras Edan se estaba sacudiendo los pantalones de la tierra, vio que el fantasma de Lucas estaba al lado de Valentine y le dijo:

-Ahí tienes al exorcista que pediste. Espero que te sirva y que te vayas.

Valentine se dio vuelta y le preguntó a Edan:

-¿Ves al espíritu?

-Sí, está al lado suyo, a la derecha.

El espíritu se veía calmado, sin decir una palabra, pero sus ojos pedían ayuda antes de que ocurriese algo peor; merodeó alrededor de la parcela de tierra separada y luego se quedó inmóvil mirando fijamente los trozos desparramados de su cuerpo.

De repente, Edan sintió los pasos de alguien de la dirección donde estaba la enfermería y apuró al exorcista pero, cuando se dio vuelta nuevamente, estaba un militar mirándolo a Edan con una mirada fría y una navaja en la mano.

-Ay carajo –murmuró Edan a punto de irse donde estaba Valentine y ponerse en la piel de un guardaespaldas pero, apenas giró el cuerpo, la tierra empezó a temblar bruscamente. Cuando Edan miró al exorcista, observó que el espíritu derramaba lágrimas de sus ojos fijados en el militar que lo había asesinado, empezó a llorar y gritar más fuerte e hizo detonar una mina del campo.

<<-¿Un poltergeist?>>, pensó Valentine.

-¿Qué fue eso? –se preguntaban los demás estudiantes tras escuchar el estruendo.

-¿No es tu amigo quien se ha metido allí? –le preguntó un compañero con cara de pocos amigos a Liam.

-No… Edan… -cuando quiso correr, su compañero lo hizo caer al suelo golpeándolo en las piernas y lo sujetó.

-Tú no irás, quédate aquí. No te metas en problemas.

Liam estaba preocupado y asustado de lo que le podría haber pasado a Edan, sacó una navaja del bolsillo del pantalón y le cortó en las manos a su compañero mientras le pedía perdón por haber hecho eso.

-¡Oye, deja de hacer esto! –le gritaba Edan al fantasma mientras pensaba en alguna alternativa para calmarlo. Miró al hombre que tenía la navaja y pensó <<-¿Este tipo podría ser el que lo mató?>>, fue corriendo hacia el hombre y lo llevó dentro de la enfermería, lo pegó en la nuca y lo dejó inconsciente. Cuando regresó, estaba Valentine recitando oraciones en latín y notaba que el ambiente se iba calmando.

El espíritu de Lucas miró a Edan con ojos lastimosos pero su rostro cambió y empezó a sonreír.

-Qué. ¿Estás feliz ahora? Entonces vete, ya te ayudé.

-Dan…ke –dijo por última vez el joven mirando a Edan con un alivio de ser sacado de ese lugar y se dejó exorcizar por Valentine.

-Se ha ido –aclaró Valentine.

-Eso parece. Me dijo danke, que significa gracias en alemán –Edan sintió los pasos de varios militares y, con una risa, le contó al exorcista:

-Y aquí acaba mi trabajo.

Llegó el capitán de su escuadrón junto con otros militares y exigieron una explicación a Edan de lo sucedido.

-Se lo pondré fácil. Había un fantasma en este lugar, llamé a un exorcista, hizo su trabajo y ahora ya se fue el espíritu. ¿Contento?

El capitán soltó una carcajada y le contestó con desprecio:

-¿Crees que me crea eso? Vamos, sólo dime qué has hecho.

-Ya se lo dije, si no me cree, es su problema.

Ambos desafiaron sus miradas creando un clima de tensión. Luego, el capitán clavó su mirada en Valentine.

-¿Y este quién es?

-El exorcista.

Edan ya se había memorizado las actitudes de su capitán y, cuando vio que éste quería agarrarle el brazo a Valentine con fuerza, Edan le atajó el brazo y se colocó frente a él.

-¿Qué haces? No puedes echarlo a la fuerza.

-Suéltame.

-¿Y si no quiero?

-Sufrirás las consecuencias de desobedecer a tu superior.

Edan le soltó el brazo pero siguió firme frente a él sin mover un paso, pero el capitán le dijo:

-Estás despedido. Empaca tus cosas y vete de aquí y no vuelvas nunca más.

-Bien por mí.

Valentine acompañó a Edan para ayudarle a guardar sus cosas. En ese momento, llegó también Liam.

-¿Qué pasó, estás bien Edan?

-Sí, estoy bien –respondió desganado –vas a tener que buscar otro compañero, me acaban de despedir.

-¿Te despidieron? ¿Por qué?

-Por culpa de ese fantasma o lo que sea, no sé. Esta gente no cree en esas cosas.

Edan terminó de empacar y se despidió de su amigo estrechándole la mano y, con una sonrisa poco convincente, le dijo:

-Nos vemos en los ratos libres que tengamos. Adiós Liam, buena suerte.

Después de despedirse, salieron los dos de la academia y Edan escupió en la calle como signo de asco y de odio. Luego, fueron a una plaza cercana a una iglesia, se sentaron y, para romper el hielo entre ellos, Edan le dijo a Valentine:

-Ahora estoy sin trabajo, sin dinero, sin nada. ¿Conoces algún lugar donde pueda conseguir trabajo? De lo que sea, puedo hacer de todo.

Valentine se mantuvo en silencio mientras pensaba en algún sitio donde pudiera preguntar o conseguirle algo y recordó que en el área de seguridad del Vaticano estaban contratando personal del rubro.

-Creo que puedo ayudarte. Quizás encuentres trabajo en el Vaticano.

-¿Ahí? –preguntó Edan mirándolo con desconfianza –oiga padre, yo no quiero ser cura y-

-No es eso. Hay un área de seguridad que está reclutando gente con experiencia. Aunque estabas por ser militar, supongo que te contratarán de todas formas, tienes buena base.

-Si tú lo dices –Edan se levantó del banco de la plaza, cargó su mochila y lo invitó al exorcista –bueno, vamos. No sé dónde queda esa mansión llamada Vaticano, guíame.

-Y así fue como llegué aquí por recomendación del señor exorcista.

El Sumo Pontífice parecía un niño como cuando le narran historias atrapantes e interesantes, el brillo de sus ojos claros resplandecían más que los rayos del sol que entraban por el ventanal detrás de él y su mirada pedía más historias.

-¿Eh? ¿Eso es todo?

-Pues sí, ¿qué más quiere que le cuente? ¿Me va a dar el trabajo o no? –exigió Edan un poco impaciente.

-Sí,

-¿Y cuánto me va a pagar? Si es menos de lo que ganaba, no lo quiero.

-Empezarás con veinte mil e- Benedict fue interrumpido de improvisto por Edan- Considéreme contratado. Gracias.

-¿Quieres empezar hoy?

-Como usted quiera, me da igual.

-Walter, acompáñalo hacia su puesto de trabajo, por favor –le dijo amablemente a su secretario que todavía tenía un rostro disgustado.

Cuando se retiraban, Edan le dijo al Papa:

-Por cierto, lindo gato. Lávelo más seguido, en los gatos negros no se les nota la mugre.

<< ¿De qué gato habla este tipo?>> se decía el auditor general mientras giraba para observar el lugar donde señaló Edan y vio un gato negro sentado en el marco del ventanal de la habitación mirando hacia el Sumo Pontífice.

Benedict también se dio vuelta y vio al gato que lo estaba observando mientras se lamía su pata delantera.

-¿Es tuyo? –preguntó Benedict a Domenico.

-No. Detesto los gatos.

El Papa se paró y fue hacia donde estaba el gato, se acercó y lo alzó con naturalidad. Inmediatamente lo estrechó junto a su cuello y su pecho y exclamaba dulcemente con alegría:

-¡Ay, qué lindo gato, es tan esponjoso y suave!

Domenico se sorprendió de que el gato no atacara a Benedict y lo regañó diciéndole:

-Su Santidad, ese gato está sucio, vaya a saber por dónde a estado.

Benedict alejó un poco al gato pero no lo soltaba y le pidió a Domenico que publicara un aviso de extravío en la página web del Vaticano para saber de quién era el gato, pero el auditor le contestó:

-Su Santidad, hay muchos gatos negros iguales a éste, ¿cómo se va a dar cuenta la gente si es suyo o no el gato? Además, cualquier persona dirá que es suyo ya que usted lo ha tocado.

-Mmm… tienes razón –se quedó pensando Benedict sin dejar de observar al gato –entonces me lo quedo. Es tan tierno… ¿cómo lo puedo llamar?

-Piense en algún santo patrono de los animales, por ejemplo, San Francisco de Asís, San José de Cupertino.

-Antonio, Francisco… Asís… -los ojos de Benedict se iluminaron -¿Asís? –miró a Domenico y se decidió –lo llamaré Asís.

-¿Asís?

-Sí, para recordar a San Francisco de Asís. Espero que sea un buen gato.

-Primero báñelo.

Edan y Walter llegaron a un gran almacén de oficinas pero no había muchos empleados, Walter se quedó detrás de Edan y le dijo:

-Este es tu lugar de trabajo, trabajarás de 6:00 a 21:00 de lunes a viernes. ¿Tienes lugar donde quedarte?

-Sí, tengo mi casa, creo que es un poco lejos de aquí –le contestaba Edan mientras miraba con atención al lugar.

-Bien, te dejo que trabajes tranquilo. Buenas tardes.

Cuando Edan quiso devolverle el saludo, Walter ya se había ido pero no le importó. Tocó la puerta de metal, la abrió y saludó tímidamente a un hombre medianamente viejo que estaba sentado frente a un escritorio donde las computadoras modernas estaban casi pegadas a la pared. El hombre se dio vuelta, bajó un poco los anteojos y lo saludó.

-¡Hola muchacho! ¿Tú eres el nuevo aquí?

-Ah… sí, soy el nuevo –decía Edan observando el lugar.

-Me llamo William Evans, mucho gusto –el viejo estrechó la mano a lo que Edan también hizo lo mismo y se presentó.

-Soy Edan Moore.

-¿Quieres conocer el lugar o lo harás tú mismo más adelante?

-Lo haré yo, no se preocupe.

William observaba el cuerpo de Edan y notaba que ya tenía una buena preparación y lo puso a prueba con un intento de golpearle por detrás para saber el nivel de sus reflejos. Edan lo atajó apenas estiró el brazo y le preguntó:

-¿Qué te pasa viejo? ¿Quieres pelear en mi primer día de trabajo?

William no le contestaba nada y su rostro alegre cambió por uno más serio; quiso tirarlo al piso pero Edan logró amortiguarlo y postró al hombre contra la pared con un brazo en su cuello. El viejo sólo lanzó una risa y le explicó:

-Veo que eres muy bueno en combate. Disculpa muchacho, sólo te estaba probando.

-Oh, lo siento.

William invitó a Edan a que se sentara y siguió escribiendo en un diario que tenía frente al ordenador.

<<Este viejo tiene mucha fuerza y agilidad. Debe haber sido militar en su época de juventud. Bueno, da igual. >> pensaba Edan mientras se dirigía a su puesto.

William le dio un bloc de notas escritas a mano y le dijo a Edan:

-Esos son los casos que tendremos que resolver casi todos los días. Espero que te familiarices con ellos.

-Supongo que son cosas habituales de todos los… -la mirada de Edan quedó intacta en las hojas y no podía creer lo que estaba leyendo –días? Oiga, ¿qué es esto? ¿Es enserio? –le reprochó a su compañero pidiéndole explicaciones de lo que acababa de leer.

-¿Qué tiene? Si no te gusta, puedes irte –le contestaba William con naturalidad.

-¿Vigilar a un grupo de raritos que hacen un ritual en un edificio abandonado?, ¿participar en algunos exorcismos?

-Exacto.

-Pensé que era algo más… normal.

-Edan, tendrás que acostumbrarte a tu nueva vida, debes salir de tu zona de confort y empezar a ayudar al clero.

-Pero… si tengo que participar en algún exorcismo debería prepararme un poco.

-Eso consúltalo con Valentine, es el encargado de formar a los nuevos reclutas. Sólo pídele lo básico.

[1] ([La Academia tiene como objetivo promover el estudio de la arqueología y la historia del arte antiguo y medieval. Se presta especial atención a la ilustración de los monumentos arqueológicos y artísticos de la Santa Sede. Lleva a cabo su acción, para el progreso del conocimiento y el desarrollo de la cultura, a través de comunicaciones científicas, conferencias, publicaciones, concursos y cualquier otra forma de investigación y estudio.], s.f). Recuperado el 24/02/2021 de: Profilo della Pontificia Accademia Romana di Archeologia (vatican.va)

22 de Febrero de 2021 a las 23:52 0 Reporte Insertar Seguir historia
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