James Jackson se arrastraba por el suelo arenoso del desierto, el hambre y la sed estaban por acabar con sus últimas fuerzas, en el cielo un grupo de aves carroñeras volaban en círculos, esperando que su presa se quedase quieta definitivamente. Antes de darse por vencido y entregarse a los brazos de la muerte, James creyó ver a lo lejos la silueta de un hombre extrañamente vestido, no supo más y se desmayó.
Al despertar yacía recostado dentro de una choza en forma hecha de trozos de tela y cuero, adornadas con extrañas figuras, a un costado y también en el suelo estaban colocadas un cuenco con agua cristalina y algunas frutas, el pionero comió y bebió con avidez, de pronto se dió cuenta que álguien le había pintado unos símbolos en los brazos, se revisó el resto del cuerpo y encontró más marcas en su pecho. En ese momento ingresó en la tienda un hombre de mediana estatura, de mirada firme, cabello largo, piel tostada, aparentaba tener unos cincuenta años.
Intentaron comunicarse, pero fue en vano, el idioma de ambos hombres era un muro infranqueable. James Jacson dedujo que quien estaba frente a él era un nativo de los que tanto había escuchado, de los cuales se decía que eran salvajes sin alma. Pero ahora que estaba frente a uno de ellos se daba cuenta de que eran patrañas.
James permaneció dos días más en la tienda de aquel nativo, hasta que se recuperó por completo, para entonces su mente pensaba con más claridad y entendió que aquellas marcas que su auxiliador le había hecho eran parte de algún ritual o ceremonia de curación, seguramente acompañada de algún tipo de rezo. El Pioner se quedo cuatro días más, ayudando al nativo con sus labores como recolectar fruta de los árboles y pescar en el río.
James estaba repuesto y descidido a regresar por donde había venido, las promesas de fortuna y riqueza del salvaje oeste le parecieron entonces burdas ilusiones. La mañana en que se marchó, el día era espléndido, James ofreció al nativo una cálida sonrisa sincera y le estrecho la mano, el nativo, de alguna forma comprendió y le estrechó también la mano con una alegre sonrisa, luego el pionero se marchó.
Algunas semanas después James Jacson el pionero llegaba al mismo sitio, olvidándose de pasadas penurias, acompañado de muchas carrozas arrastradas por caballos y tripuladas por gente que venían a poblar el Oeste de los Estados Unidos.
James encontró la choza y al entrar en ella observó el cadaver del nativo que lo había ayudado tiempo atrás, su cuerpo había sufrido una momificación natural, sin duda debido al clima desértico, por algún extraño azar, ningún animal había entrado a la tienda.
James Jackson corrió a la caravana y trajo al único médico, este escuchó atentamente al pionero y luego examinó el cadáver.
El médico concluyó que el nativo había muerto debido a alguna enfermedad contagiosa como la difteria, muy probablemente trasmitida por James hacia algunas semanas.
James pensó en sacar su revólver y terminar con su remordimiento, pero abandonó la idea y dedicó el resto de su vida a realizar buenas obras de débil y el oprimido, en honor a ese amigo con quien nunca pudo intercambiar palabras, pero si emociones.
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