En aquellos días de lluvia y sol que con ella pasaba, junto a la ventana, apoyada en mi regazo, escuchábamos la leña de la fogata crujir y ver cómo el alma de esta salía por la chimenea; esas horas, minutos y segundos se convertían en más que gratos momentos, se convierten en sensaciones como de ensueño. Yo sus páginas pasaba, leía y devoraba como si de chocolates se tratasen, nunca me cansaba de idear las imágenes del paisaje que ella creaba, los sentimientos que concebía, y las lágrimas que sus ojos derramaban.
Fue en uno de esos días que cogí papel y lápiz para comenzar a crear mis paisajes, jugar con las palabras y así decirle a la poesía lo mucho que la quería. Cuando terminé de escribir la primera página con la primera estrofa, decidí mostrarle lo que había logrado; dijo que no sabía que yo era poeta, a lo que respondí que yo no sabía que lo era hasta que la conocí. Luego me señaló unos errores que había cometido, le contesté que es porque en los errores está lo bello y la volteé a mirar: sin duda alguna, comprendió el mensaje, y con el arrebol que por labios tiene, selló mi frente, acabando con esto último de darle la vida al corazón de poeta que ahora tengo.
Así fue como conocí a la poesía que ha despejado un nuevo camino a mi voz.
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