mazzaro José Mazzaro

¿Y si por curioso escuchases una conversación que te condenase y salvase al mismo tiempo?


Humor No para niños menores de 13.

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Cerrame la cortina

Ramón Federico Juan Ezequiel Mendiondo estaba internado en el Hospital José Ramón Vidal, en la capital de Corrientes, al nordeste de Argentina. Compartía la sala con otros ingresados en terapia intermedia. No sabía quien eran, cuando recobró la consciencia ya estaba en la cama, con un suero en su brazo y un molesto monitor cardíaco que no dejaba de recordarle que cada latido, era un tutorial que se le escapaba.

«¿Otra vez?» pensó al despertar, «¿Y ahora que mierda fue?, ¿habré cruzado los cables de nuevo?»

Miró su pierna derecha y la mano del mismo lado, estaban ambos totalmente vendados.

—Mierda, lo de los cables otra vez.

«No vuelvo a mirar más tutoriales de Youtube» juzgó, «siempre la misma historia. Con razón no tengo novia, y gracias a dios nunca quise un perro».

Ramón Federico Juan Ezequiel Mendiondo -que de ahora en adelante lo llamaremos sencillamente "Ramón"- no era de muchos amigos. Y en cuanto a sus parientes, solo la madre seguía viva. Pero era tan anciana, que el hecho de tener que salir de la casa se convertía en una epopeya que tenía de todo menos menos algo heroico. Su madre era hija única, igual que su padre y de la misma forma que él. Así, como un cuento holgazán que se adelgaza a propósito que se escribe recortando los detalles, así era el trasfondo de su vida. Sin embargo, no todas las vidas austeras y desorganizadas tenían que ser trágicas; la de él, por ejemplo era más parecido a una mala comedia, de esas en las cuales el remate no tiene la fuerza suficiente para cerrar los chistes.

A punto de dormirse, Ramón comenzó a escuchar una conversación que parecía iniciarse frente a la primera cama de su hilera.

—Bueno, esta noche arrancamos —dijo uno de ellos, con voz ronca y grave.

—Si, una pocilga. No puedo creer que nos mandar a hacer esta porquería, mirá lo que son todos estos. ¡No valen ni las sábanas! —respondió el otro, ofuscado.

«Doctores... siempre hablando mal de los pacientes. Me voy a hacer el dormido, a ver qué pasa».

—¿Quién tenemos en esta cama?

— A ver... un tal Juan Carlos Cristiani. Acá dice que cayó de un caballo y se golpeó la espalda.

—Está bien. ¿Cuantos te faltan a vos para terminar la noche?

—Y a mí como seis más.

—Está bien, Tánato, vamos a hacer una cosa. Todos los de esta fila, los vamos a ver, pero a lo sumo dejamos uno o dos. Los demás, hasta mañana.

—No me parece mala idea, Anubis. Ahora ¿cómo lo hacemos?

«Un momento...» se alarmó Ramón, escuchando con total claridad la conversación mientras se acercaban a su lugar.

—Lo de siempre, tiramos un óbolo de esos tuyos y si sale, un lado: al infierno.

—¿Y si sale el otro lado? —preguntó Tánato.

—Bueno... también al infierno.

Ambos rieron.

—Está bien, hagámoslo, total, para eso estamos. Ahora ¿qué hiciste para estar vos acá? Que yo recuerde no son las mismas sanciones en tu sindicato —preguntó Anubis mientras veía a Tánato arrojar su moneda.

—Tu sindicato, mi sindicato, son todos iguales. Te mandas una gansada y te degradan, cero respecto por los dioses antiguos. Da vergüenza, no puede uno andar divirtiéndose más por ahí que ya te pillan.

—Estamos en lo mismo. Pero ya está, hagamos esto y volvamos. Me está entrando hambre.

«¿Tánato?, ¿Anubis?, ¿monedas?, ¿muertes? un momento... esos no parecen nombres de doctores. Es más, ni siquiera puedo escucharlos caminar» concluyó Ramón, al mismo tiempo que su corazón comenzó a delatar la terrible sonoramente la sorpresa.

Giró sobre su costado y observó con detenimiento una de las máquinas.

«¿Dónde mierda está la perilla del volumen?, estas cosas siempre traen esa boludez».

—Bueno, —escuchó justo antes de encontrar el botón del volumen del medidor cardíaco y desactivarlo—. Vamos con el que sigue.

—Dale, —respondió el Tánato.

—¡Uh! ¡mira este!

—¿Qué tiene?

—¡El nombre! No me lo creo, de solo leerlo me aburre y me da ganas de llevarlo yo mismo al fuego.

—¡Ja! —espetó Tánato, es verdad, ¿con qué necesidad?

—Bueno, veamos a este pendejo.

—¡Carajo! —expresó Ramón, al ver que la cortina se corrió de un lado al otro pero no había nadie delante de él—. ¡¿Quién demonios son ustedes?!

—¡¿Cómo mierda puede vernos?! —preguntó Tánato, exaltado.

—No tengo la menor idea —respondió el otro, pero esto no tiene buena pinta.

—¿Buena pinta, Anubis?, ¡cuándo se enteren de esto, mínimo, vamos a tener que juntar las mierdas de Cervero durante eones!

—¿Cómo puede vernos? —preguntó Anubis, asombrado.

— ¡No!, ¡no puedo!, pero por favor... ¡no es para hacerse drama, caballeros! —respondió Ramón, alzando las manos e intentando simular una sonrisa.

—No sé qué está pasando —dijo Tánato—, pero creo que la hemos cagado de nuevo.

—Me lleva... ahora sí que tendremos que dar explicaciones.

Ramón carraspeó.

—¿Qué has escuchado de nuestra conversación? ¡Tu!, mortal insignificante y etéreo como el viento de los desiertos que gobierno.

—¡Desde que entraron a la sala!, pensé que eran doctores. ¡Discúlpenme!

—¿Acaso osas desafiar a los dio...

—Cortá el mambo Anubis —lo interrumpió Tánato—, es verdad, lo arruinamos de nuevo. Ya fue.

—¿Y qué hacemos con este pendejo entonces?

—No sé. A ver, vos, che, pibe, Ramón Federico Juan etc. ¿hace falta que te llevemos hasta el infierno y hacer que purgues ahí tus pecados y los de mamá y papá?

—¡¿Qué!? ¡Caballeros, discúlpenme! ¡No! ¡Sí! Bueno, si les parece, hagamos algo: ustedes siguen de largo, y yo nunca voy a decir nada de esto. Ni vivo ni muerto. Es más, creo que me golpee fuerte la cabeza, pero los médicos se lo pasaron de alto. Digo, ¿perdí el conocimiento, no?


No se oyó un solo sonido, salvo los monitores cardíacos vecinos que continuaban realizando su trabajo. Ramón, agitado, trataba de mantener su corazón encerrado en el pecho. Parecía que en cualquier momento explotaría, sus mejillas se pusieron coloradas y sus ojos estaban tan abiertos, que reflejaban casi toda la parte de la sala frente a él.

La cortina de su sección se cerró de súbito.

—¡¿Eso fue, fue, fue un sí o un no?! —dudó Ramón.

A los pocos segundos, la cortina de la cama a su izquierda se corrió.

—Bueno —dijo, Tánato—, este se ve bastante feo.

—Está bien, mientras no la caguemos de nuevo, dame tiro yo la moneda...


Fin.


11 de Diciembre de 2020 a las 01:31 10 Reporte Insertar Seguir historia
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Fin

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José Mazzaro Alguien más...

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Mónica Trujillo Mónica Trujillo
Te felicito, hacer humor no es nada fácil!
April 22, 2021, 13:02

Nataly Calderón Nataly Calderón
Hola, tienes una historia genial, me gusta como jugaste con la imaginación introduciendo estos dioses. Ha sido muy entretenido. Ví que tienes algunas palabras demás, hay una pequeña confusión en una de tus frases. Buen relato.
April 10, 2021, 19:30

  • José Mazzaro José Mazzaro
    Muchas gracias! Si, no lo puedo corregir porque está bloqueado. Ya lo solicite pero bueno... Gracias por leer! April 10, 2021, 19:32
  • Nataly Calderón Nataly Calderón
    Cómo bloqueado? April 10, 2021, 19:36
  • José Mazzaro José Mazzaro
    Cómo participó en la copa de autores, no lo puedo corregir April 17, 2021, 00:54
Carolina Satoru Carolina Satoru
Muy interesante ver como los dioses juegan con nosotros; al pensar que eran médicos que desconectaban a pacientes me pareció malo y reprobable pero al darme cuenta de que eran dioses y ver como se dirigían a alguien que ellos "consideraban tan insignificante" simplemente fue divertido y la desesperación e ingenio combinados de Ramón son muy cómicos tanto que causan gracia, muy buen relato, es tan extraño y fascinante a la vez percibir el desinterés súbito y abrumador de ellos hacia Ramón tras darse cuenta de que ELLOS TENÍAN EL CONTROL y él no.
March 10, 2021, 08:18

Luis Vaca Luis Vaca
interesante
January 10, 2021, 20:27

~