susy-buisson1603067048 Susana Buisson

-" Eres alguien, siempre serás alguien para mí, para nosotros...Deberías grabártelo, eres todo para nosotros" -le repetía, constantemente, cada vez que tenía oportunidad. Pero el ya no estaba de acuerdo. Quería tener éxito, su propia vida, su dinero... sus cosas... Quería de nuevo todo lo que había perdido dos años atrás.


Cuento Todo público.

#amor #busqueda #sueños #memorias #encuentro #romance #poesia
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El perfume


"La fragancia aquella vez era la misma que ahora, Paco Rabanne. Luigi la olió por primera vez en la casa de la zona universitaria en la que su mamá lavaba ropa dos veces por semana". La última vez, fue veinte años más tarde, en su segundo día de vuelta en América.
La noche de aquel primer día, levantó la lata de cerveza y la chocó en un brindis imaginario con su propio reflejo, que el vidrio de la cocina del departamento recién arreglado por su hermana le devolvía. Se detuvo en aquella imagen que lo contemplaba por un momento. Con casi 28 años no había logrado aún nada decente en la vida. Lo único que había logrado hacer bien desde que tenía memoria, lo único que en realidad sabía hacer bien era música: Tocar música, componer música...cantar música... con ello había llegado hasta la universidad, una buena universidad. Una muy buena en realidad, con una beca que lo catapultó a su sueño, pero su sueño se quedó en la mitad... o mejor dicho, en la nada. Si lo quería mirar objetivamente, o crudamente, como lo miraba todo el mundo hasta ahora. A su edad, la realidad lo golpeaba duro: por más universitario que fuera, sin un título en sus manos nunca seria nadie, mucho menos en esta ciudad.
Tal cual a como ella se lo gritara... ¡nadie Luigi, nunca serás nadie! -Sus palabras aun solían resonarle en la mente algunas veces... Eso era lo que ella pensaba, lo que el mismo pensaba, lo que demasiada gente pensaba... Su madre no pensaba así.

" Eres alguien, siempre serás alguien para mí, para nosotros...Deberías grabártelo, eres todo para nosotros" -le repetía, constantemente, cada vez que tenía oportunidad. Pero el ya no estaba de acuerdo. Quería tener éxito, su propia vida, su dinero... sus cosas... Quería de nuevo todo lo que había perdido dos años atrás.

"tal vez es hora de regresar a casa, hermanito."

Luigi ya no tenía una casa, llevaba diez años lejos de su casa y de su familia del otro lado del océano. Los había abandonado a todos por su sueño, uno que no había logrado alcanzar al final...

"Bueno, no literalmente a casa. Ya sabes que por un año al menos no necesitaré mi departamento, puedes instalarte allí...es un buen lugar... " -Ella intentaba convencerlo, y sabía que negarse la destrozaría, pero no lo iba a hacer tan fácil.

" ¡No viviré en un lugar en el que cada cosas que miras es de color rosa! "- había protestado, arrancando en ella aquella carcajada que tanto añoraba. Su hermana pequeña había crecido, era independiente, se había convertido en trotamundos como él pero lo extrañaba horrores.

" si me dices que vendrás a casa prometo arreglártelo a tu gusto..."- Su gesto era una demasiado, una caricia al corazón. Sabía perfectamente cuantas energías había puesto en ese lugar para arreglarlo a su gusto y lo que significaba ofrecer cambiarlo solo para él.

"no, no tienes que hacer semejante sacrificio por mí".

"lo quiero hacer, eres mi único hermano."

Ahora, el ex departamento rosa estaba pintado de azul, y Luigi estaba viviendo de nuevo en esta enorme ciudad que de pronto se le antojaba tan desconocida como amenazante. Una ciudad que llevaba años de no visitar. La casa de sus padres no estaba lejos, tal vez no eran más que dos horas de viaje hasta los suburbios, pero no quería verlos todavía. No hasta tener algo importante que decirles sobre su futuro.
Algo como que tenía un trabajo, por ejemplo. Un trabajo que incluyera la música. Así que en ese primer día, luego de acomodar los escasos contenidos de su maleta en los cajones y las perchas, ducharse y vestirse con sus habituales camisetas, jeans gastados y la chaqueta negra de cuero. Se colgó la guitarra en el hombro y pasó la mañana recorriendo el vecindario en busca de bares, pubs y pequeños recintos en la zona ofreciéndose como musico.
Nada. Nadie quería a un desconocido. Algunos ni siquiera se molestaban en escucharlo cantar para ver si realmente valía la pena. Pero no iba a rendirse, no aún.
Caminó un rato sin rumbo hasta que se dio cuenta de que estaba en la gran avenida que cruzaba frente al parque central. Las largas sombras de los edificios en la calle hicieron que notara cuanto había pasado del día ya y se perdió por un momento contemplando los destellos naranjas que comenzaban a colarse entre ellos, creando una gama de colores tan surrealistas que a cualquiera le cortaría la respiración.
Notó que nadie se detenía a observar esas cosas. La gente siempre parece estar ocupada con cosas demasiado importantes como para detenerse por algo así. Suspiró y se recostó en un pequeño monumento. La boca del metro que lo llevaría de nuevo a casa estaba a escasos cinco metros y decidió que ningún cataclismosucedería si se detenía por los próximos instantes a guardar ese derroche de colores en su retina.

El atardecer tenía para él siempre un encanto mágico, desde que era un niño. Supone que su madre tenía mucho que ver en ello, ya que solían quedarse los dos sentados, quietos y silenciosos, mirando como las luces de la tarde danzaban dentro del gran espejo de agua que comenzaba a escasos 200 metros de un sendero que daba al patio trasero de su casa en el camino de regreso de su trabajo como empleada en las grandes casas del otro lado de la ciudad.
A pesar de los años que llevaba lejos de ella, aun no había logrado borrar esa antigua costumbre de detenerse a contemplar las pequeñas cosas, o de disfrutar con los ojos cerrados algún aroma, y dejar que su mente volara lejos, creando en su interior cosas al azar.
Cuando bajó las escaleras del metro tenía otro ánimo. Incluso iba tarareando inconscientemente una de sus canciones, hasta que en la intersección de los túneles, el eco de su propia voz le dio la idea, y si nadie le daba la oportunidad de cantar,élles daría la oportunidad a todos de oírlo.
La gente se detenía a escucharlo formando un pequeño corro a su alrededor y siguió cantando casi dos horas. solo cuando uno de los transeúntes dijo que el próximo era el último tren que pasaría decidió que ya era hora de marcharse, y fue ahi cuando notó la pequeña caja que alguno de ellos puso junto a su pie mientras tocaba que estaba llena de monedas y billetes.

Contempló su imagen nuevamente en el reflejo del vidrio de la cocina. No tenía tan mala apariencia, pensó, solamente era demasiado blanco, demasiado alto, demasiado desgarbado y su cabello, como siempre, estaba demasiado revuelto.
La pequeña pila de billetes y monedas que había recolectado seguía ahí sobre la mesa desde la anoche. Eso no era lo que buscaba, pero no podía evitar cierta satisfacción al pensar eran una especie de prueba de que no había perdido el toque.
El segundo día bajó por el ascensor silbando bajito. Estaba llegando a las enormes puertas del edificio cuando la vio: una muchacha delgada, de rasgos estilizados y piel pálida que corría por la vereda vacía con el brazo extendido, seguramente atajando un taxi. Sin entender la razón de su reacción, ni supropio y repentino apuro, terminó corriendo hasta el borde de la vereda llegando justo cuando ellase alejaba dentro del taxi. Fue en ese momento cuando lo volvió a sentir: aquel exquisito aroma se filtró por por su narizen ese momento y se volvió, buscando a su alrededor el origen de aquel perfume tan perfecto en la vereda vacía.

"No, ella no puede oler de esa manera".

Sacudió la cabeza mientras caminaba rumbo a la boca del metro con la guitarra a la espalda igual que el día anterior. El recuerdo de aquel perfume, que no podía ser más que de aquella muchacha en la vereda, lo persiguió durante toda la mañana. No le había visto la cara, pero aquellos cabellos largos y ondulados remolineando en la brisa y sus mejillas sonrojadas por la carrera, se le aparecían constantemente, al igual que sus gráciles dedos extendidos haciéndole señas al taxi.
Su figura estilizada iba escondida dentro de un formal traje sastre que a la legua se veía que era extraño a ella. Los retazos de aquella imagen no abandonaban su mente y se mezclaban con otros retazos de recuerdos más antiguos, tan antiguos como un patio de su infancia, y los destellos de los brazos de su madre extendiendo ropa impecablemente blanca en un tendal enorme bajo el sol, y los ecos de su propia risa de niño corriendo entre las sábanas y el vuelo de un vestido azul claro que se mezclaban con los hoyuelos de una mejilla enmarcada en rizos marrones y aquel el mismo perfume, que había memorizado toda su vida.
Una melodía comenzó a bullir en su cabeza mientras caminaba, y apenas pudo sentarse en el metro saco del bolsillo la pequeña libretita que llevaba siempre y comenzóa escribir la música de aquella nueva canciónquepoco a poco iba tomando forma.

SUSANA BUISSON. -Relatos para el III Mundial de escritura 2020

27 de Noviembre de 2020 a las 16:21 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Fin

Conoce al autor

Susana Buisson Poeta (fotógrafa de emociones) Psicóloga, madre, mujer multitarea, lectora compulsiva... aprendiz de ser humano. Escribo desde toda la vida porque si no escribiera hubiera muerto o explotado. Participante de convocatorias de cuento y poesía publicadas en Editorial Dunken (ROI 2017, 2019, 2020 y algunas otras...) También Escribo en https://www.dunken.org/convocatoria/index.php?id_autor=7236&perfil=publicar%20obra%20en%20la%20red%20de%20escritores

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