Mil y una noches, necesitó Scheherazade para alcanzar el juicio de un hombre enfermo. Un poco menos que rebuscar entre plumas y un mortal almohadón.
Mismo camino, a par de sueños, para acabar con un amor.
Impulsado por pecado o provecho, sea usted bienvenido a estas horas cortas. Sea espectador del romance que el sol tiene con la luna.
Cada día y cada hora. Un contacto de amanecer a atardecer le dará aliento.
Porque en las nubes jamás vemos otra cosa que la fantasía del encuentro. Créame cuando le digo, que más delitos comete usted, de día y a larga luz.
¿Por qué temerle a la bendición de la noche entonces?
Por ser amante y madre, Dios danzante, entre bestias y diamantes.
Seamos sinceros. La belleza es subjetiva. Lo desconocido en revelación, todo un tormento. Y con esas aguas reflexivas, sea pues la noche, el terreno de espejos.
Allí, enfrentemos la verdad. Levantemos entonces el telón, que el otoño ha de llegar.
Las hojas cambiaron sus colores, la caída de la cosecha se avecina. Y en el claroscuro tono, sea mi dulce compañía.
Que las historias nunca acaban, y menos en octubre; levantando hasta el alma enterrada bajo profundas cumbres.
Así, una antigua y felina amiga, vuelve a sus escenarios circenses. Cubierta por telones, doblegando el interés de sus espectadores. En el primero de treinta, y un día más.
Gracias por leer!
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