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Un ebrio me dijo un día: “Ey, Tino, ¿te pesa el pico acaso?”. Suspiré fuerte sin tomarle demasiada importancia a la casi tóxica calidad del aire. Y a continuación me pareció escuchar una estridente carcajada. “Jajaja”. Descarada carcajada. No supe si la carcajada vino del mismo tipo. Pero era evidente que fuera quien fuese, se estaba burlando de mis defectos. Maldito cobarde. Pisó el acelerador a fondo y se alejó riendo.
En el momento que me enteré, gracias a mi compañero de miseria, sobre el accidente que ocurrió minutos más tarde. Me alegré tanto del destino de aquel simpático tipo. “Lástima que el accidente sucediera al otro lado de la frontera”, le dije a mi compañero con cierto pesar, porque el accidente había ocurrido a las afueras de las fronteras donde ya no podía ir.
Puede ser cierto que todo aquel que me ve andar por los márgenes de esta destrozada carretera, en este miserable y maldito pueblo, no puede evitar sentirse horrorizado, y no lo culpo; mi mueca patentada, gracias al horrible dolor que se dispara cuando trato de arrastrar mi pierna, suele tener ese efecto en todo aquel que se atreve a mirarme: le espanta. ¡Dios! Es como si de un castigo se tratara. Cosa del diablo no es, claro está, por supuesto que no lo es, si fuera de esa manera, mi pierna izquierda sería la afectada.
Gracias por leer!